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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1989. Ciclo C

25º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16, 1-13
En aquel tiempo, Jesús decía a los discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: "¿Que es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto." El administrador pensó entonces: "¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!" Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?" "Veinte barriles de aceite", le respondió. El administrador le dijo: "Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez." Después preguntó a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?" "Cuatrocientos quintales de trigo", le respondió. El administrador le dijo: "Toma tu recibo y anota trescientos" Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz. Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes? Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero»

Sermón

        Plutos, hijo de Deméter era, en la mitología griega, el dios de la riqueza, figurado con los rasgos de un joven o un niño llevando en sus brazos al cuerno de la abundancia.


Aristófanes, en su comedia Plutos, escrita allá por los años 400 y pico antes de Cristo, lo figura en cambio como un hombre viejo y ciego. Zeus por odio a los hombres le ha hecho perder la vista y, desde entonces, Plutos distribuye sus bienes al azar, enriqueciendo a todos los bribones e intrigantes y dejando en la miseria a los hombres virtuosos y trabajadores. Unos atenienses intentan convencerlo de que se cure y recupere la visión: ensalzan las virtudes de la riqueza y su capacidad de poder. Aparece la Pobreza y se defiende. Discusión va, discusión viene. Finalmente, en el templo de Esculapio, Plutos recupera la vista. Pero es tal el lío que se arma con las nuevas reglas de juego, que, finalmente, hay que esconder otra vez a Plutos detrás del templo de Palas Atenea.


Aristófanes

Y es que, reconociendo las terribles injusticias existentes en la distribución de las riquezas, así como ya en su comedia ‘Las Asambleístas' Aristófanes había combatido los absurdos del ‘comunismo' que proponía Platón y su escuela, ahora, en “Plutos”, señala que tampoco la abundancia será el remedio de los males públicos. Esa riqueza llena de placeres y holgazanería -que era el ideal de los pueblos antiguos-, según Aristófanes solo llevaría a que nadie se esforzara, ni trabajara y a otro cúmulo de males físicos y morales que vale la pena leer en su obra –léanla, es cortita y divertida-.

(A propósito: escuchaba el otro día por radio que, en Estados Unidos, se está creando un tremendo problema, no solo por falta de mano de obra para trabajos tradicionalmente pesados, para lo cual se utilizaban negros o, en nuestros días, se importan trabajadores del tercer mundo, sino por falta de vocaciones a toda carrera que implique cualquier tipo de esfuerzo, como son, por ejemplo, la investigación, la ciencia, o la milicia. Los muchachos quieren, cada vez más, carreras cortas y fáciles, y comenzar cuanto antes a ganar dinero y disfrutar de los placeres de vida americanos.)

Aristófanes, pues, sostiene que solo el trabajo y la suficiencia lograrán el ámbito idóneo para la felicidad relativa que pueda gozar el hombre. El “quod satis est” o la “áurea mediócritas” o lo que luego será la famosa máxima de Virgilio: “tantum labor vincit omnia, labor improbus”, “solo el trabajo lo vence todo, trabaja duro” .

Pero es verdad que Aristófanes podía reírse de todas estas cosas porque el ámbito griego no conocía las terribles diferencias de clase y de riqueza que existían en el mundo pavoroso de los despotismos orientales.

Cuando Amós, en la primera lectura, denuncia la rapacidad y avaricia de los comerciantes y terratenientes de su época, se está refiriendo a un Israel que ha perdido ya los hábitos frugales y austeros de la época patriarcal y ha copiado precisamente esos modelos orientales. El escándalo del contraste entre la abundancia inmisericorde en que vive la nobleza del Reino del Norte y la miseria de sus súbditos es motivo constante de denuncia de los profetas.

Ya no eran las desigualdades necesarias que hacen al dinamismo de toda sociedad, sino que era el despojo liso y llano que una casta parásita practicaba sobre el sudor y el trabajo de los otros.

Mucho de esto subsistía en la época de Cristo, agravado en el ámbito pagano, porque a nadie se le ocurría dar limosna, ayudar con sus bienes a los demás. Limosna es un invento típicamente judeo-cristiano.

Es quizá en este contexto que hay que entender las duras invectivas del Señor contra las riquezas que, especialísimamente y de manera abundante, son recogidas por el evangelio de Lucas, que es el evangelista que más incisivamente se ha ocupado de este problema. Tanto que es casi un tópico decir que Lucas es “el evangelio de los pobres ” y hasta se le ha llamado “socialista ”.

La verdad es bastante más matizada. En realidad ya desde antiguo se pretendió ver al cristianismo como un movimiento de tipo social de rebeldía de los pobres o los de abajo contra los ricos o los de arriba.


Aurelio Cornelio Celso

Celso, un pagano del siglo segundo, gran polemista en contra del cristianismo afirmaba de éste -mintiendo por supuesto- que “no podía convencer más que a los tontos, vulgares, estúpidos, esclavos, mujeres y niños” Y, siguiéndolo, ha sido muy frecuente, en autores modernos, presentar a las comunidades cristianas primitivas constituidas de forma preferente, sino exclusiva, por pobres, esclavos y marginados. Engels, por ejemplo, el famoso teórico marxista, escribía: “el cristianismo apareció como religión de los esclavos y de los libertos, de los pobres y de los desprovistos de derechos, del pueblo sometido o dispersado por los romanos”, y “ os primeros cristianos se reclutaban de las capas más bajas del pueblo, especialmente entre los esclavos”. Finalmente Engels llega a comparar a ese cristianismo con el movimiento proletario marxista.

Ciertamente la cosa no fue así, tal cual lo demuestran numerosos estudios. Quizá tampoco sea, como afirma Judge, profesor de historia antigua, que el cristianismo del comienzo fuera una especie de escuela filosófica con un notable nivel cultural y económico, pero tampoco una religión de esclavos. Los esclavos que había eran los de las familias que se convertían, de círculos urbanos de artesanos bien situados, comerciantes y miembros de profesiones libres.

Y otra cosa importantes para nuestro evangelio de hoy es que, justamente, la gente para la cual escribe Lucas representa, hacia fines del primer siglo, una comunidad de cristianos especialmente bien situados.

Por eso es un disparate decir que el de Lucas es el ‘evangelio de los pobres'; es, al contrario, el ‘evangelio de los ricos', a quienes constantemente ha de recordar el peligro que la riqueza mal manejada, mal compartida, puede aparejar a los seguidores de Jesús.

Y si recuerda a su comunidad el desprendimiento total que frente a todos sus bienes tuvieron los primeros seguidores de Jesús y, como ideal utópico, el de la primera comunidad de bienes que tuvieron voluntariamente los primeros cristianos de Jerusalén (lo cual lo refiere en su segundo libro: el de los Hechos de los Apóstoles) –ideal por otra parte que prolongarán luego en toda la historia de la Iglesia las comunidades monásticas–, si esto lo recuerda como actitud interior permanente que ha de tener todo lo cristiano y, llegado el caso de necesidad, habría que poner en práctica, en concreto y para todos los tiempos exige de los poseedores de bienes el que hayan de ponerlos, de una manera u otra, al servicio de los hermanos.

En aquella época insistiendo especialmente en el deber de la limosna que desconocían los paganos. Hoy, quizá, hablaría sobre el deber de las buenas inversiones y del uso del dinero en la promoción de valores y ayuda a las actividades más nobles…

Pero, en las advertencias de Lucas, hay bastante más que recordar al rico que solo es administrador de sus bienes y que Dios es el único dueño de todo y que esa administración -sin dejar de beneficiarme a mí- debe beneficiar a los demás porque Dios me ha puesto como gestor del bien de mi prójimo. No solo eso. Lucas también quiere señalar el peligro que encierra la riqueza en sí –el ‘dinero inicuo' llama a todo dinero, incluso el honestamente ganado– porque lo ve con un poder de magnetismo perverso. Como ya decía Aristófanes, los bienes de Plutos nunca sacian, a la manera como lo hace el resto de los bienes. Siempre se quiere más. El oro, el papel, la cuenta, siempre se pueden aumentar; y se corre el riesgo de considerarlos un bien en sí. Es el bien que, creciendo, nos permite alcanzar, en amplio espectro, todo el resto de los bienes: desde el poder hasta toda forma de placer.

¡Cuidado que, de medio, no se transforme en fin! Eso dice Lucas. O, más grave todavía, ¡cuidado que, porque el dinero todo lo hace posible, nos acostumbremos a la autosuficiencia, a creer que para todo podemos prescindir de Dios, no necesitar a Dios, no sentirnos pobres de Dios y ante Dios!

Y por eso, irónicamente, Lucas llama al dinero “Mamonna”. Así habría que dejarlo en el texto: “No se puede servir a Dios y a Mamonna”. Traducir, sin más, ‘mamonna' por dinero (como más arriba ‘dinero injusto' y no ‘mamonna inicua', como escribe Lucas) es hacer perder mordiente a la frase.

Porque “mamonna” es un término mucho más expresivo, que no existe en griego, quizá inventado por Lucas, y que deriva del tan conocido por nosotros “amén”. “Mamonna” es aquello a lo que se le dice “amén”. Es lo que quiere decir Lucas: “No se puede decir al mismo tiempo ‘amén' a Dios y al dólar. No puedo poner el fin de mi existencia en Cristo y en mi cuenta, no puedo servir a dos señores, a Jesús y a la plata”.

Pero que no pueda servir ‘al' dinero no quiere decir que, si no me hago monje, no pueda y deba servirme ‘de él' con humildad, inteligencia y generosidad, para gloria de Dios y verdadero bien de los míos y de mis hermanos.

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