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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1972. Ciclo A

10º Domingo durante el año
(GEP 11-06-72)  

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 9, 9-13
En aquel tiempo: Al irse de allí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme» El se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?.» Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores»

SERMÓN

Para designar con una palabra honrosa el triste hecho de que, en nuestro mundo occidental, vivimos sumergidos en medio de la confusión ideológica más febricitante que haya conocido la historia se recurre al neologismo “pluralismo”. Vivimos –se dice- en una sociedad ‘pluralista'. E. d. una sociedad en la cual existen o coexisten pluralidad, multiplicidad, de creencias, credos, convicciones.

Y, poco a poco, nos hemos ido acostumbrando a esta situación. Desde que nacemos estamos inmersos en un mundo en el cual parece normal que cada uno tenga ‘su' opinión respecto de cualquier cosas: política, economía, religión. No solo en las cosas, pues, que son de por si opinable, sino en las que no lo son, como, p. ej., que dos más dos son cuatro.

Nos inserimos desde el vamos en un ambiente heterogéneo, en donde el de adelante es un espiritista, el del costado un comunista, el de atrás un judío, el de la derecha un agnóstico. Parece normal: ‘y bueno, cada uno tiene derecho a pensar como le da la gana'.

Mientras la cosa quede en el pensar, que se jorobe el que piensa mal. Pero si cada cual, en dichos asuntos señeros, quiere pasar de su pensar al actuar; habría que ver si eso es sano para la sociedad.

Porque resulta que en nuestro occidente –no hablemos de otras partes- las cosas no fueron siempre así. Durante más de mil años la sociedad fue, gracias a Dios, monolíticamente cristiana bajo la suave y sapiente égida de la Iglesia Romana.

Los pueblos reaccionaban en contra de los delincuentes de las ideas con más severidad que contra los delincuentes del dinero. La sociedad se defendía con más decisión de los adulteradores de la verdad que de los adulteradores de la leche, o de la moneda, o de los fármacos.

Hoy van a la cárcel los rateros de nuestra sociedad de consumo, pero los grandes criminales, los asesinos de la inteligencia y de las mentes, se sientan impunes y bien pagos en las cátedras de nuestras universidades, colegios, prensa y televisión, pervirtiendo nuestra manera de pensar, nuestra moral y, sobre todo, las de nuestros hijos.

Desde el funesto grito rebelde de Lutero , que marcó el inicio de la desintegración de Occidente, hasta el mosaico disperso y confuso de las ideologías contemporáneas, la historia del pensamiento –y, por tanto, la historia política y moral- ha sido un progresivo corromperse y emponzoñarse de la mentalidad de las gentes. El mundo, escapando cada vez más a la maternal vigilancia de la Iglesia, ha comido los frutos del ‘árbol del bien y del mal' y ha pretendido dejar a la libre interpretación de cada uno qué es lo bueno y qué es lo malo; que es lo verdadero y qué es lo falso.

Libertad que ni siquiera ha tocado al individuo como tal, porque manejada siempre por los resortes invisibles de la opinión pública controlada por los ‘mas media' y sus oscuros dirigentes.

Pluralismo del ‘cada cual piense y haga lo que quiera'. La Iglesia, una más entre las tantas voces discordes. Una más entre las tantas opiniones. “Mesa de credos (1)”: la opinión del rabino vale tanto como la del pastor protestante, como la del católico, como la del falsario que se dice epígono de la madre María. ¡Y hay sacerdotes que se prestan a esa farsa!

¿Cómo se va a poner el médico en pie de igualdad con el curandero, con el enfermero, con el sanador, con el macaneador?

El católico no discute con el protestante o con el comunista o con el ateo. Le enseña. Le proclama la verdad de Cristo Jesús y de Su Iglesia. La Iglesia no se sienta en mesas redondas con los espiritistas o con los calvinistas o con los ignorantes: les dicta la cátedra de la caridad verdadera.

Pero ¡qué monstruoso -¿no es cierto?- suena en este siglo XX que alguien se llame ‘dueño' o ‘maestro' de la verdad. Y “¿qué es la verdad? ” parece, con Pilatos, exclamar el mundo contemporáneo. Y, como no sabe responderse, da la respuesta del voto de las mayorías o declara torpemente que todos tienen razón. (Menos la Iglesia, por supuesto.)

Pero, señores, no todos tienen razón. Ni la verdad depende del voto o de la opinión de las mayorías. La verdad ha sido depositada como un tesoro precioso en manos de los cristianos, en manos de la Iglesia fundada por Cristo.

Dos más dos son cuatro aunque todo el mundo ‘opine' que son cinco. La estricnina me mata aunque yo ‘piense' que es una vitamina. El divorcio destruye objetivamente las sociedades aunque todo el mundo esté de acuerdo en que se permita. El estatismo hunde la economía de los países aunque el presidente esté convencido de que la promueve. Las cosas son lo que son y no que se piensa de ellas. Por eso si dos más dos son cuatro, no puede ser también cinco, ni seis. Si la Iglesia enseña la verdad, los demás enseñan verdades parciales, o el error y la mentira.

Sí, cristianos: somos los únicos que tenemos la plenitud de la verdad; la llave del enigma de la vida; la explicación última del humano destino; el camino de la felicidad auténtica y los medios para alcanzarla. Cristo es el único médico de la humanidad. Fuera de Cristo encontraremos solo curanderos o falsarios. (Quizá algunos enfermeros que algo han aprendido junto con los médicos, o curanderos rurales que nos darán de vez en cuando el yuyo correcto …)

No: no todas las opiniones son iguales. No es lo mismo ser católico que protestante, que budista, que masón. La coexistencia en una misma sociedad de múltiples ideologías respecto de los últimos fines y sobre la moral no es un adelanto, un progreso, un signo de libertad, sino síntoma de debilidad y de decadencia, cuando no, directamente, sorda oposición e intento de disolución de la santa Iglesia, la protectora de la verdadera libertad, en la verdad.

Una sola es la verdad. Y nosotros, católicos, la tenemos, si adherimos a la enseñanza de siempre de la Iglesia. Y, hermanos, esto lo decimos sin vanidad, sin orgullo personal. No por nuestros méritos la tenemos –personalmente, lo reconocemos, somos unos ‘pobres diablos'-. Pero sería insultar a Cristo el despreciar su don y jugar con su verdad como si fuera parangonable a las opiniones de los hombres. Orgullosos, sí, de la verdad de Cristo: ni un solo paso atrás en su defensa; ni una concesión en el diálogo con los demás. Humildes por nuestra manera de llevarla, nuestra mediocridad en el vivirla, nuestra incapacidad de propagarla y donarla como el mejor regalo a nuestros hermanos.

Hoy está de moda que los católicos ‘dialoguen'; que se junten con marxistas; que hagan ecumenismo con los protestantes; que hagan camaradería con todo el mundo. “Si” –dicen- “Jesús comía con publicanos y pecadores”.

Y eso es cierto.

Pero eran publicanos que se sabían publicanos y pecadores que se reconocían pecadores. Y el Señor iba a ellos con autoridad, para enseñarles Su Verdad, para curarles y convertirlos, y no para aplaudirles sus pecados, recoger sus ideas extraviadas o imitar sus costumbres, como hacen muchos dialogantes y sedicentes católicos.

Porque el mundo moderno no se reconoce, ni por pienso, pecador ni publicano y lo único que quiere, ensoberbecido, es asimilar a todos a sus costumbres promiscuas. Tampoco los comunistas y protestantes o los ateos se creen malos –al contrario, ellos son los que están en lo cierto y nosotros los estúpidos, los ruines- el único diálogo que quieren es el de tratar de convencernos e infiltrarnos. ¿Y cuántos ya han caído en el lazo, incluso sacerdotes?

Sí: ellos son los que tienen la razón; ellos son los justos; ¡el magnífico ‘mundo'! Nosotros los atrasados, nosotros los infelices, nosotros los cerrados.

Bueno. Que nos acusen, que nos ladren, que nos desprecien, que nos tomen por zonzos. Si ellos se dicen los justicieros, los inteligentes, los que vienen a arreglar todas las cosas y liberar al hombre, los justos; a ellos –y a nosotros- dice el Señor “que no ha venido a llamar a los justos e inteligentes, sino a a los que confiesan su ignorancia y a los que nos recoocermos pecadores”.

(1) Popular programa de televisión de aquel entonces.

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