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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1983 Ciclo c

11º Domingo durante el año  

Lectura del santo Evangelio según san Lucas     7, 36-8, 3
Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!» Pero Jesús le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.» «Di, Maestro», respondió él. «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?» Simón contestó: «Pienso que aquel a quien perdonó más.» Jesús le dijo: «Has juzgado bien» Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor» Después dijo a la mujer: «Tus pecados te son perdonados» Los invitados pensaron: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?» Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz» Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes.

SERMÓN

Quizá uno de los obstáculos más grandes que puedan existir para llevar adelante una auténtica relación con Dios sea la falta de conciencia de la distancia grandiosa, abismal, que existe entre Él y el universo, entre Él y nosotros.

No hablo de distancia física, espacial, por cierto. Él está presente, creando, sosteniendo en su ser, hasta en la más mínima partícula subatómica o en el más lejano y recóndito rincón del cosmos. Hablo de la distancia inconmensurable de Su Ser y Existir con respecto a nosotros, fosforescencias fugaces en el oleaje negro de la nada.

Quizá sea todo un problema de lenguaje. Para hablar de Él hemos de utilizar los mismos términos y palabras con los cuales designamos y pensamos a los seres de nuestro mundo y, especialmente, las que usamos para describir a la cabeza de ratón de este universo, el hombre, el tuerto en el país de los ciegos. Pero a pesar de la semejanza del lenguaje usado para hablar tanto de la creatura como del Creador, el hombre sigue estando tan a distancia de Dios, del león y del que ve, como la misma cola del ratón y el menos vidente de los ciegos.

Ingenuamente empero construimos nuestra imagen de Dios ‘a imagen de nosotros' y decimos que ‘Dios piensa' o que ‘Dios ama' o que ‘Dios es justo' o que ‘Dios es bueno', todas acciones y adjetivos que sacamos de lo humano sin darnos cuenta de lo inapropiado de nuestras atribuciones, que solo podemos utilizar si tenemos siempre en la mente la impropiedad y casi equivocidad con que estos términos se aplican cuando pasamos del hombre a Dios 1. Pero no: poco a poco nos vamos confundiendo y terminamos por pensar que, cuando afirmamos “Enrique es bueno” y, luego, “Dios es bueno” el adjetivo “bueno” tiene en ambas frases el mismo significado, sinónimo, unívoco.

Y el peso del lenguaje entonces se transforma en trampa, porque, imperceptiblemente vamos fabricando un Dios a nuestro tamaño, a nuestra semejanza. Más grande quizá, más poderoso, más fuerte que nosotros -y los cristianos diremos, además, más ‘bueno', más ‘sabio'- pero ya no ‘distinto 2', ‘trascendente', mucho más allá de todo lo que podamos imaginar o pensar.

Y entonces, claro, reducido a nuestra escala, no nos sorprende el que este ser hecho a nuestra medida trate de comunicarse con nosotros y de nosotros se preocupe. Y, como respetamos que sea más poderoso que nosotros nos parece lógico que tenga derecho a imponernos su ley. Más aún nos parece prudente cumplirla. Más aún, nos parece coherente que castigue a los que no la cumplen y premie a los que más o menos la cumplimos. Algo así como Segba o como Entel, que cortan la luz o el teléfono a los que no pagan, pero siguen suministrando flujo y línea a los que sí lo hacen.

Porque, finalmente, todo concluye así: este Dios que hemos fabricado con nuestros pensamientos y que no es sorprendente que quiera relacionarse conmigo –yo, tan humano como Él- ‘tiene' que premiare y ayudarme si respeto las regla, si le cumplo, Y me sorprende grandemente y me ofende cuando las cosas me van mal, cuando él estaría obligado, casi por contrato, a ayudarme a que me salgan bien.

Y, por otra parte, de este Dios reducido a mi medida humana ¿qué puedo y quiero esperar sino bienes humanos? En esta tierra, si es posible. Y, en última instancia también en el más allá: vago paraíso de delicias humanas. (Si es que existe. Por eso prefiero que me premie acá.)

Ven, ahí tienen ya el plafón para que levante vuelo el fariseo. Desde chico le han hablado de Dios con palabras humanas; le reza siete veces al día; alterna con su Escritura; cree que lo entiende; piensa, por otro lado, que Dios se ha fijado en él por su linda y ganchuda nariz; que, porque cumple todos y cada uno de los artículos de la ley, Dios tiene que mantenerle constantemente su fluido y su línea y retribuirlo en estricta deuda y justicia. En esta vida, pero también –aunque los saduceos, a diferencia de los fariseos, no creían en ningún tipo de vida futura- la resurrección merecida, cuando los justos instalarían el definitivo reino de Israel en esta tierra, en el cual ellos se sentarían sobre los tronos de las doce tribus de Israel que dominarían al mundo.

Sí: perdieron la noción de la distancia. De lo inmerecido, de los sobrenatural, de la gracia.

No de la distancia física, aunque esta pueda servir para imaginarlo. ¡Que quedará del fariseo prosopopéyico visto desde el Pioneer que acaba de transponer los confines de Neptuno y de Plutón. ¿Qué quedará de él frente al Dios que trasciende todo confín de cosmos o universos? ¿Qué quedará, desde allí en el infinito, de sus esfuerzos ridículos por cumplir la Ley, por pagar los diezmos, por observar el sábado? ¿de su elevar plegarias en las esquinas de las plazas?

¿Y cómo se te ocurre, fariseo tonto, que ese Dios inmenso se va a poner al servicio de tus ambiciones humanas o nacionalistas, porque te colgás la Ley en la frente y alargás la fimbrias de tu manto?

Y ahí entonces viene Jesús para corregirte. Él es el supremo ‘decir de Dios' al hombre. Pero te habla en símbolos, en parábolas, para que oigas y no entiendas, y así no creas entender y no entiendas nada. Para que no entiendas, y así entiendas algo. Y te muestra en Él lo que es Dios, no tanto cuando vive y habla, sino más bien cuando muere, y es silencio y tachadura de cruz.

Y es claro que se fija en vos, fariseo, pero no porque cumples, porque te crees bueno, porque sos vos, sino porque, desde Su distancia, Él te aumenta con el microscopio electrónico de Su Amor. Amor no sinónimo a tus ‘amores', sino misterio, y regalo, y don.

Y –te lo dice en Cristo- no quiere pequeñamente construirte un paraíso de acuerdo a tus estúpidos proyectos. Eso es poco para Él. Quiere hacer estallar tu corazón en alegría de Dios, en la locura de alcanzarlo, en el viaje espacial al infinito. No en los castillos de arena y las casa de juguete, de turrón y chocolate, que proyecta tu limitada fantasía de hombre.

Viaje que podrás cumplir desde la base del Cabo Cañaveral del Gólgota, en el raudo éxtasis del amor y de tu propia entrega. No en la carreta de carga tirada por bueyes de la Ley, no con el lastre de tu yo, y de tu orgullo, y de tus actos pretendidamente buenos.

Y allí está. El dios que pinta el fariseo no se fija en ella. Le vuelve el rostro con desprecio; como le vuelve la cara la gente decente de Galilea. Como ella, a sí misma, se vuelve la cara, y se avergüenza, aunque finja descaro. Se sabe lejos de Dios y se siente usada y comprada y despreciada, y se reconoce nada y no espera nada.

Y, de pronto, un día, siente que alguien le clava los ojos, no como mercancía, como carne, como Miss de TV, sino ¡como ella! a pesar de todo.

Y, en la mirada transparente de Jesús, descubre finalmente el verdadero rostro de Dios que la mira, y que la ama, y que la transforma, y que la respeta, y que la hace persona. Y, entonces, desde su pecado, desde su miseria, descubre la distancia, su pequeñez –distancia y pequeñez que también tiene el fariseo pero farisaicamente no se da cuenta de ello- y, finalmente, se encuentra con el gozo y la alegría y el asombro, por el Dios que se ocupa de ella.

¿Cómo no va a responder en la emoción del llanto y de los besos?

¡Ah los ojos secos y el mentón erguido del fariseo!

¡Fariseo! ¡Fariseo! ¡que Dios también a vos te ama!

Descúbrelo. No creas que lo mereces porque cumplís, porque te sentís mejor que los demás, porque te has acostumbrado a Él desde pequeño.

Descubre la alegría del asombro. No el dios que vos fabricás, no el dios con el cual cumplís, el verdadero Dios, al que no podés entender, se fija en vos. Al que no te podés acercar, se acerca a vos.

Siéntete también tú pequeño, también tú, en el fondo, pecador; y vuela a sus brazos y a sus pies. Hecho lágrimas, perfume, beso, amor.

Dios no quiera que, encerrado en tus leyes y tus morales, no logres vivir el Amor y te encuentres un día, seco y puro, no con Jesús, no con el verdadero Dios, sino con el que fabricaste vos.

1 Se dice, en teología, que todos nuestros conceptos respecto a Dios, cuando pueden atribuirse a Él: son meramente ‘análogos'. Es decir, ni ‘unívocos', ni totalmente ‘equívocos'.

2‘Distinto', eso quiere decir ‘sanctus', ‘kadosh'.

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