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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

2003. Ciclo b

2º Domingo durante el año
(GEP 19/01/03)

Lectura del santo Evangelio según san Juan 1, 35-42
En aquel tiempo: Estaba Juan con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: "Éste es el Cordero de Dios".Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían les preguntó: "¿Qué queréis?" Ellos le respondieron: "Rabí -que traducido significa Maestro-, ¿dónde vives?" "Venid y lo veréis", les dijo. Fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús. Al amanecer, vio a su hermano Simón y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías" -que traducido significa Cristo-. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas" -que traducido significa Pedro-.

 

SERMÓN

 

         Aunque este año, ciclo "B", nos toca, los domingos del tiempo ordinario, leer el evangelio de Marcos -así como el año pasado, el "A", leímos a Mateo y el próximo, el "C", cabrá el turno a Lucas, la liturgia, haciendo una excepción, quiere prologar nuestro itinerario anual con la magnífica escena de la vocación de los discípulos que trae el evangelio de San Juan. En ella el evangelista Juan condensa y extrae su significado profundo y permanentemente válido para todos los cristianos. Por eso la Iglesia ha considerado importante colocarla al inicio de nuestro año, inmediatamente luego de habernos hablado, el domingo pasado, de nuestra condición de bautizados.

Esa condición de bautizados que consiste esencialmente, decíamos, no en una adhesión a una doctrina, a una religión, a una iglesia, a una determinada ideología o moral, sino a una verdadera transformación, recreación de nuestro ser, mediante el cual, más allá de lo biológico, nos hacemos germinalmente partícipes del vivir divino. Somos varones y mujeres transformados, en un salto evolutivo casi más espectacular que del mono al hombre. ¡Del hombre al hijo de Dios, al hermano de Cristo, el "verdadero Dios y verdadero hombre"!

Ciertamente que ello no se da así nomás, ni va sin consecuencias. Precisamente el evangelio de hoy nos muestra cómo esa transformación se traduce en seguir, ser conocidos y conocer a Jesús -el verdadero Dios y verdadero hombre- capaz de transformarnos con su vivir.

En ello insiste Juan, no se trata de 'conocer', se trata de 'vivir'. "Rabbi, ¿dónde vives?" No le preguntan "¿quién eres?", "¿qué enseñas?", sino "¿dónde vives?"

Ya ellos algo saben quién es. Se los ha indicado Juan el Bautista con el enigmático título " Este es el cordero de Dios ", que tantas reminiscencias traía a cualquier judío, que lo asociaba inmediatamente al "Servidor de Dios", anunciado por el profeta Isaías, que debía redimir los pecados de Israel, y al Cordero Pascual que inmolaban todos los años en Jerusalén. Esta indicación de Juan y un extraño deseo de algo que les carcomía el corazón los llevó a ir detrás de Jesús.

Ciertamente nadie se encuentra con Cristo si alguien no se lo anuncia. Hay todavía lugares en el mundo donde el nombre de Jesús es totalmente desconocido, pero ya es difícil que nadie, entre nosotros, aunque deformadamente, mal que bien, no haya oído mencionar a Jesús. En realidad, como mínimo, nuestra misión de cristianos es hacer conocer a Jesús entre la gente. Lo sigan o no lo sigan, de algún modo señalarle y decir "Este es el Cordero de Dios". (A lo mejor con palabras más modernas. No muchos hoy entienden qué es un "Cordero de Dios".) Y esa todavía vaga indicación puede toparse con aquel deseo que he mencionado y que lleva adentro todo corazón humano, por más que lo tape con otras ganas más inmediatas, con otras ambiciones más terrenas, con otras voces más fuertes. Deseo de abrirse a algo o a alguien, superior a lo que nos pueden ofrecer los personajes 'invotables' y los bienes de este mundo.

Por eso, a los discípulos que tímidamente van detrás de él, Jesús decididamente se da vuelta y les pregunta " ¿qué queréis? ". No les dice " ¿porqué me seguís? ". El original griego tiene un matiz mucho más profundo y a la vez tierno: "muchachos, ¿qué buscáis?". Sí: ¿qué quieren de la vida?, ¿qué quieren para Vds., para su futuro, para los suyos, para sus seres queridos?, ¿qué sentido quieren imprimir a su existir...? ¿Gastarlo simplemente en lo cotidiano, en el trabajo angustiante, en las frivolidades, en fantasmas que pasan, en objetivos que a la larga se revelan caducos, sin dar a todo eso ningún motivo trascendente que les dé consistencia y solidez ...? O quizá estén buscando algo que realmente los haga hombres, les dé envergadura, los haga héroes -aún en lo pequeño-, los haga desplegar todos esos talentos con los cuales han nacido y que, sobre todo, son para darse, para darlos, para usarlos en obras grandes.... Vago deseo de todo hombre, pero que tengo que hacer explícito para poder encontrarme con Cristo -Jesús no viene a llenar ningún deseo de pacotilla, sino los grandes deseos-. He de interrogarme "¿para qué quiero vivir, luchar, estudiar, trabajar...?" Y quizá, los ya semicristianos que somos la mayoría, "¿para qué quiero seguir a Jesús?"

Porque es verdad que también eso tenemos que planteárnoslo una y otra vez. ¿Qué quiero de Jesús?: ¿que me ayude en mis cosas de la tierra? ¿Que me consuele cuando estoy afligido? ¿Que me de normas de vida feliz para mi y mi familia? ¿Que me haga sentir bien? ¿Que me proteja a mi y a los míos de las calamidades que puedan acaecer en esta vida? O, en realidad, lo que quiero es seguirlo verdaderamente, hacer lo que Él hace y lo que Él quiere, darme todo a Él sin imponer condición alguna, pase lo que pase, confiando totalmente en su palabra, en sus exigencias, en sus a veces duros caminos... En resumen: ¿Quiero ser santo? Cualquier otra cosa que busque de Él, no es verdaderamente seguirlo, ser cristiano...

También pues hoy nos vuelve a preguntar Jesús, a nosotros que intentamos seguirlo sinceramente, para que volvamos a tenerlo claro, para que no nos equivoquemos: ¿qué quieres?

Entonces tendremos que responderle." ¿Dónde vives?"

Porque no se trata solo de leer este buen libro, escuchar aquella predicación, estudiar bien el catecismo, profundizar en la ciencia, en la teología... Se trata de vivir, de convivir.

Juan, el evangelista, podría haber aprovechado aquí para exponer largamente su doctrina sobre Jesús. Lo hará en otras ocasiones. Pero en este lugar, donde se decide el encuentro o no de los discípulos con Jesús, guarda silencio. No sabemos que pasó cuando estuvieron con Él ese día. Por supuesto que habrán hablado, habrán comido juntos, habrán dormido... Es curioso como Juan apunta la hora del encuentro "eran", escribe, "alrededor de las cuatro de la tarde". Más atrás había ubicado esta acción en viernes. Las cuatro o seis de la tarde, pues, marcaba el comienzo del sábado, el día de encuentro con Dios según el Génesis. Quedarse con él ese día significaba, pues, que estuvieron juntos desde la tarde del viernes hasta el amanecer del domingo.

Tampoco los grandes místicos, o los que han tenido experiencias maravillosas de amor, de éxtasis estéticos, de impresiones fuertes frente a un paisaje o una persona soñada, dicen que les faltan palabras para expresarlas... ¡Cuántas veces un término fuera de lugar puede romper el encanto de un momento profundo, exaltante! ... Así son los encuentros con Dios, inefables -eso quiere decir 'in-efable': no decible, no descriptible-. Cuando San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Ávila, obligados por sus directores espirituales, intentan con su pluma describir lo que vivieron, se encuentran carentes de vocablos ¡y protestan!: les parece que escribir cualquier cosa sobre lo que vivieron lo degradaría... Todos -y con razón- somos tímidos y reservados cuando se trata de hablar con los demás de nuestra vida espiritual. Por eso Juan calla.

No sabemos lo que sucedió entre Jesús y los que le siguieron y estuvieron ese día con él y, sin embargo, ese amanecer del domingo, del 'día del Señor', Andrés corrió hacia su hermano Simón para anunciarle exultante "Hemos encontrado al Mesías". No "hemos conocido al Mesías"; "¡lo hemos encontrado!" , en el significado serio del término 'encuentro': como el varón que, en cuanto la ve, sabe que ha hallado a la que será su mujer, como el soldado que finalmente encuentra a su jefe, como el siempre vacilante que de pronto se da cuenta de cuál es su verdadera carrera, su verdadera vocación ...

No: hay que hacerlo pero no basta. No basta leer, no basta estudiar, no basta admirar la figura de Jesús: hay que encontrarse con él. En silencio, en retiro, en oración, en abrazo personal, en donación de nosotros mismos, en compromiso con su misión y sus banderas, en amor a sus hermanos...

Allí seremos cristianos. Allí podremos decir convincentemente, sin grandes argumentos, sin cháchara, sin planes pastorales, sin técnicas de apostolado, " hemos encontrado al Mesías " y podremos forjar el encuentro de otros con Él.

Fíjense que, antes de ese encuentro inefable, cuando se dirigen a Jesús, los discípulos le llaman "Rabí", "maestro", es decir el que enseña. Lo respetan, están dispuestos a escucharlo, a oír su doctrina. Ahora le llaman el "Mesías", "Cristo". En realidad, Juan es el evangelista que más veces utiliza la palabra ' Rabí ' para nombrar a Jesús; Lucas la desconoce; en Mateo, el único que se dirige a Jesús de este modo es Judas. Sin embargo en Juan esta frecuencia se acumula deliberadamente al principio de su evangelio. En la segunda parte de su obra el término 'Rabi' no lo usa más. Jesús ya se ha transformado para sus discípulos en "el Señor".

Así tiene que ser, no solo Maestro de nuestros pensamientos, de nuestras ideas, sino Señor de nuestras existencias, Señor de nuestras vidas entregadas ya totalmente a Él. Que el maestro Jesús, que el Rabí, se transforme de una buena vez, para cada uno, en "nuestro Señor".

Y todo terminará pues en el cambio de nuestro ser iniciado en el bautismo, en nuestra recreación. Poner un nombre en la antigüedad no era solamente dar un mote, un número, un apelativo, una identificación civil. Era descubrir el ser profundo de la persona, era designarlo o marcarlo desde adentro. Ese pobre Simón que, mediante su hermano Andrés, encuentra a Jesús, y que en esto nos representa a todos nosotros, es mirado por Jesús, dice Juan. "Jesús lo miró". Es siempre la mirada de Dios, no la de los hombres, la de los demás -que tanto estúpidamente nos importa-, la que nos crea, las que nos da nuestra verdadera identidad, la que nos hace ser nosotros mismos. Jesús lo miró y le dijo "Tú Simón, hijo de Juan, tú te llamaras Cefas, Piedra".

Simón queda, pues, por la palabra y la mirada de Jesús, transformado en roca.

Que así sepamos ser cristianos, no en la pura profesión de nuestras ideas o nuestros ritos: desde adentro, más allá de nuestra conducta a veces resbalosa, en nuestro ser, en nuestro encuentro con el Señor, en nuestra sincera búsqueda de santidad, para llevar también a Jesús a nuestros hermanos y, un día, plenamente transformados, vivir en permanente domingo con Él.

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