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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

2001. Ciclo c

3º Domingo durante el año  
(GEP, 21-01-01)     

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido. Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír»

SERMÓN

 

        - INAUGURACION NUEVOS VITRALES DE MADRE ADMIRABLE-

A pocos metros de la fontana de Trevi, en Roma, se levanta el palazzo Carpegna atribuido a Giacomo Della Porta. Funciona allí la sede de la Academia de San Lucas , sucesora de la famosa Universidad de los Pintores, donde tantos maestros del arte de la pintura formaron, en la Urbe, desde el siglo XIV, a sus aprendices. Ahí se cobija un espléndido museo de arte, de los tantos poco visitados de Roma, con cientos de pinturas, entre ellas de los maestros Tiziano , Moretto, Bronzino , Sebastian del Piombo , Rubens, Van Dyck, Guercino, Ribera, Guido Reni, Raffaello. Precisamente de Rafael -al menos el boceto y comienzo de la pintura-, se encuentra un precioso cuadro, recientemente restaurado, que figura al evangelista San Lucas pintando a la santísima Virgen, y el mismo Rafael, atrás, en actitud de aprendiz, mirando piadosamente la escena.

Es que, al menos desde el siglo X, Lucas es considerado maestro y patrono de los pintores, ya que la leyenda le atribuye el haber tenido el privilegio de retratar a la mismísima Virgen María. Se trata de una tradición tardía que surge de la consideración de que, en su evangelio, Lucas es quien más habla -y con más respeto y profundidad-, de la madre de Jesús. Detalles como los de la Anunciación, la Visita a Isabel, el Nacimiento en Belén, ¿de qué otros labios -se pensaba-, Lucas podía haberlos recogido sino de los propios labios de la Madre de Dios? Es así que se lo imaginaba conversando con ella en Jerusalén o en Éfeso para describir luego, con rasgos tiernos y vívidos, esas antiguas remembranzas. El pulido idioma de Lucas -pagano convertido de Antioquía, educado en la belleza de la lengua griega-, lo elevó a maestro de lenguaje, de allí a artista, a pintor -y aún a escultor-. Cuando había que atribuir algún anónimo viejo ícono de la Virgen a algún autor, espontáneamente se pensaba en Lucas. Existen hoy varios cuadros en el mundo atribuidos al evangelista. Quizá el más venerado y conocido sea el que se halla en la capilla Paolina, en el crucero de la Basílica Santa María Maggiore en Roma, a la izquierda. Innumerables fieles y peregrinos rezan cotidianamente delante de esta imagen, santificada por siglos de veneración popular, aunque todos saben que se trata de una imagen bizantina del siglo VII. Allí mismo he celebrado yo varias veces misas en mi época de estudios romanos.

Mencionamos hoy particularmente a Lucas, porque este año, en el ciclo de lecturas dominicales que ahora comienza, leeremos perícopas extraídas de su evangelio, así como el año pasado leímos a San Marcos , y, el anterior, a Mateo .

Lucas escribe probablemente hacia los años setenta y cinco u ochenta de nuestra era -más de cuarenta años después de la Resurrección-, una obra que abarca no solo la vida de Jesús -el evangelio-, sino la de la Iglesia en sus primeros años hasta la muerte de Pablo, lo que conocemos por los Hechos de los Apóstoles . Su obra está dirigida a los paganos de buena voluntad buscadores de Dios, representados por ese Teó-filo -'amante de Dios- a quien dedica su obra. Insiste en el llamado de Cristo a todos los hombres, no solo a los judíos. De allí que elimine mucho vocabulario hebreo que figura en los otros evangelios como 'Rabí' o 'Raboní' y lo sustituye por 'Señor' o 'maestro'; evita referirse a costumbres judías en las que no podían estar interesados los paganos, como las abluciones y exigencias fariseas y, sobre todo, muestra a Jesús como el rostro misericordioso de Dios. Jesús es " el que viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido ", el pastor que busca a sus ovejas extraviadas, el que perdona los pecados, el que refleja la actitud del padre del hijo pródigo que, ansiosamente esperado, regresa finalmente a la casa. No por eso deja de ser exigente: el perdonado, inundado de amor a Dios, debe convertirse, debe orar, debe ponerse al servicio de sus hermanos. Y todo ello, porque embargado del espíritu santo, de la alegría de la salvación. El término 'alegría', 'gozo', junto con el de 'gracia' y 'espíritu' vuelven una y otra vez a la pluma de Lucas. Uno de los frutos más nobles del espíritu es precisamente la alegría. Quizá ello le venga a Lucas de su formación griega en donde la raíz etimológica del término 'gracia', indica al mismo tiempo 'luz' y 'júbilo'.

El evangelio es perdón, parece decir Lucas, y por eso gracia, claridad, alegría y, por eso mismo belleza. También allí ayuda la concepción griega de que el bien no puede separarse de la belleza. " Kalós kai agazós " "bello y bueno", eran entre los griegos dos conceptos indivisibles. " La belleza es en cierto sentido la expresión visible del bien -dice Juan Pablo II - así como el bien es la condición metafísica de la belleza ". Y ya Platón escribía " El poder del Bien se reviste de la naturaleza de lo Bello ."

La bondad nunca es sórdida, fea. Aún la cruz, sobre la que en el cuerpo destrozado y tumefacto de Cristo se acumulan todos los pecados, maldades y fealdades del mundo, expresa en el fondo esa superlativa belleza del Hijo muy amado entregando su vida en supremo acto de amor e irradiando ya los fulgores multicolores de la Resurrección. De allí que el arte cristiano, empezando por los mismos evangelios, se haya negado siempre a presentar la cruz como el horrible patíbulo que en si debió ser y la ha adornado de preciosura.

Por eso también el evangelio, el trato con Dios, la Iglesia, desde las épocas apostólicas, fue proclamado al mundo y vivido en ropaje de belleza, en expresión armoniosa, en hermosas palabras, en arte, en pintura radiante aún en los rasgos cuidadosamente pintados a la tenue luz de las lámparas de aceite en los penumbrosos corredores de las catacumbas. Y cuando la Iglesia, después de Constantino, se hace pública, ¡qué explosión de belleza, de grácil arquitectura, de gallardas casas de reunión para los fieles, de mosaicos, de frescos, pintando polícromos las hazañas de Jesús, de la Virgen, de los mártires, de los santos! Todo inundado de cantos melodiosos elevando el corazón humano al encuentro con Dios, en la serenidad de lo trascendente. Todo señalando al cielo, a la belleza de Dios, identificada con su bondad irradiando en el arco iris de las creaturas no manchadas por la culpa y más aún en los íconos perfectos de la bellísima humanidad de Jesús y de María. Tu sei bellezza ... Tu sei belleza ...! repite dos veces San Francisco en su alabanza a Dios después de haber recibido en el monte Verna los estigmas de Cristo.

"El alma que ha sido plenamente iluminada por la belleza indecible de la gloria luminosa del rostro de Cristo, está llena del Espíritu Santo... es toda ojo, toda luz, toda rostro ", canta en el siglo IV Macario el Egipcio en la liturgia pascual.

¿Para qué seguir? si cualquiera que conozca algo de arte, de música, de arquitectura, de poesía, sabe que toda ella nació, en su parte más conspicua y profunda, como lenguaje del evangelio, como canto 'a' y 'de' los hombres de las maravillas de Dios, como señales que, más allá de si mismas, levantaban la vista del ser humano a las insondables profundidades del amor divino.

Degradar la música religiosa a cancioncitas sin arte y sin sentido, feas más allá de sus sonsonetes rítmicos, pegajosos o sentimentales, transformar nuestros templos en galpones o salas de espectáculos, rebajar la majestad de la liturgia a diversión de vodevil, es, en esa inextricable relación entre bondad, verdad y belleza que lo define, rebajar el mensaje de Cristo.

A la pobreza y chatura de este mundo, sobre todo de las masas ignaras, de la gente sin pastores y sin maestros, de la desorientada juventud, la Iglesia debe no solo intentar ayudar en sus aspectos puramente materiales, sino, sobre todo, en el orden del espíritu, una de cuyas expresiones es el arte, mortificado por la televisión, por el lenguaje chabacano de los periodistas, por la estolidez mediocre de los políticos, por un arte llamado contemporáneo que hace de lo ridículo y deforme expresión de estética, por la fealdad que, fuera de los museos, constantemente encontramos a nuestro paso caminando por este ultrajado Buenos Aires de hoy.

Es su "evangelizar a los pobres" del cual nos habla hoy Jesús en el inicio de su vida pública y que la Iglesia toma como su propio programa ella sabe no solo ha de ayudarlos con pan, sino sobre todo con los bienes del ánima, entre ellos la belleza, esa belleza que surge del evangelio, del anuncio gozoso, de la cercanía de la hermosura de Dios. Más que un plato de sopa el evangelio ha sabido siempre dar a los hombres dignidad, sentido de la vida, señorío, estética en el vivir y el comportamiento, contacto con la esperada y esplendorosa eternidad.

Gracias a generosos donantes Madre Admirable, en la estructura de su templo, la casa de todos, hoy contribuye a saciar las verdaderas hambres de los pobres que somos con espléndidos nuevos vitrales que nos hablan de la belleza de Dios, reflejada en el rostro de María su madre y en la presencia perenne de la Iglesia, representada por los apóstoles inflamados de Espíritu Santo.

Seguramente inspirados por San Lucas, los artistas que los realizaron intentaron elevar, en estos vidrios, un nuevo canto luminoso de alabanza a Dios y a su Admirable Madre.

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