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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1992. Ciclo c

3º Domingo durante el año      

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido. Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír»

SERMÓN

     Sagradas Escrituras

Mientras la 'quinta' y la 'decimoquinta' legiones operaban desde su base en Cesarea; la 'décima' legión, llamada Fretense, se movía, destruyendo uno a uno los enclaves judíos, desde Escitópolis. Así, lentamente, Vespasiano, desde Enero del 66, por orden del emperador Nerón, fue dominando la sublevación hebrea, que había provocado, con sus demasías, el último procurador romano de la región, Gesio Floro. Antes de sitiar a Jerusalén -que debía caer en manos de Tito en Septiembre del 70-, uno tras otro fueron cayendo los diversos cuarteles rebeldes: Samaría, Jericó, Perea, Maqueronte.

A la legión Fretense le tocó moverse por la zona del Mar Muerto. Habiendo tomado Jericó, se dirigió hacia el sur, donde, en el ángulo noroeste del Mar, se hablaba de una concentración armada de judíos en una población amurallada. Cuando llegaron allí, en el verano del año 68, se encontraron con una serie de edificaciones que poco tenían que ver con una fortaleza, y con un grupo de ancianos que no habían alcanzado a huir. Lo mismo saquearon el lugar y ultimaron a ese puñado de rezagados.

Probablemente los soldados romanos nunca supieron que lo que habían tomado y destruido no era sino una especie de monasterio, formada por una secta judía, que se había apartado de los fariseos en la época macabea y que durante dos siglos había permanecido en ese lugar apartado del mundo, estudiando las Escrituras, rezando, y esperando al Mesías. Se llamaban los 'esenios'. Es muy probable que Juan el Bautista haya pasado su juventud entre ellos y que el mismo Jesús haya tenido contacto con ellos.

El asunto es que, entre sus edificios, poseían una amplia biblioteca, en la que guardaban abundantes libros de pergamino o papiro, enrrollados, y un llamado "scriptorium" donde, cuidadosamente, copiaban sus manuscritos. En realidad eran estos sus libros los que constituían el mayor tesoro de la comunidad.

Es lógico que, cuando, a pesar de su lejanía del mundo, se enteraron de la guerra y, más, cuando supieron de la proximidad de la 'décima' legión avanzando hacia ellos, lo primero que hicieron fue tratar de salvar la biblioteca.

Metieron los rollos, de a tres o de a cuatro, en tinajas de barro y las trasladaron a diversas cuevas ubicadas sobre los acantilados que dominaban la costa. Los romanos llegaron a los esenios cuando estos no habían podido completar el traslado y, así, se perdió gran parte de la biblioteca, quemada o destrozada por la soldadesca.

Ya nadie, -salvo unos breves meses durante la segunda sublevación del 132- volvió a habitar esos lugares que, prontamente, se transformaron en ruinas, tapadas por la arena y llamadas hasta nuestros días Khirbet Qumram -'Khirbet', en árabe, quiere decir 'ruina' y ' Qumram ' sea posiblemente una deformación del árabe 'Gumram', o sea 'Gomorra', con la cual los beduinos identificaron dichos restos-. Hasta los años 1950 estas piedras se señalaban, a los que iban a bañarse medicinalmente en las aguas supersaladas del Mar Muerto, como un montón de escombros, a los cuales nadie prestaba atención.

La cosa cambió cuando, fortuitamente, un joven beduino. Mohamed edh Dhib, en la primavera de 1947, buscando una oveja que se le habla perdido, halló una de las cuevas que los monjes de Qumram habían usado para ocultar su biblioteca. Encontró siete rollos enteros y varios fragmentos, que llevó a un tendero de Belén para vendérselos. Éste, sospechando su importancia, llevó algunos al monasterio de San Marcos, cuyo metropolita Athanasios compró cuatro, alcanzándolos a trasladar a Norteamérica cuando la ONU votó el reparto de Palestina. Otros tres los compró el profesor Sukenik de la Universidad Hebrea.

Poco a poco, el mundo científico se fue dando cuenta del valor excepcional de estos textos. Se rastreó su origen y, desde el año 1949, se comenzaron a hacer excavaciones sistemáticas en el lugar, interrumpidas periódicamente por las actividades bélicas. El asunto es que, poco a poco, entre los árabes del lugar que, oliendo el negocio, se dedicaron a explorar y saquear las cuevas que descubrían, para vender lo que encontraban en el mercado negro, y el trabajo de los arqueólogos se fueron localizando más cuevas -hasta ahora once- y manuscritos, que todos conocemos actualmente como los "rollos del Mar Muerto" o los "manuscritos de Qumram" y que lentamente van siendo leídos, traducidos y publicados.

Allí se ha hallado de todo: desde literatura específicamente esenia, que nos permite descubrir el pensamiento de esta importante facción religiosa del judaísmo contemporáneo a Jesús y que apenas conocíamos hasta ahora por antiguas referencias, hasta libros enteros del Antiguo Testamento.

Si pensamos que, hasta no hace mucho, hubiera sido imposible indicar un solo manuscrito hebreo -de los que habían llegado a nuestros días- confeccionado dentro de los mil años siguientes a la fecha de su composición -el más antiguo que teníamos era del siglo IX después de Cristo- podemos darnos cuenta de la importancia de estas grutas de Qumram, donde inventariamos textos copiados, en algunos casos, ¡apenas cien años después de su composición! Tenemos rollos del AT que provienen hasta del año 250 antes de Cristo.

Todos estos libros demuestran la fidelidad substancial con que la Biblia había llegado -mediante las diversas traducciones que poseíamos- a nosotros y ha confirmado plenamente el texto que, tanto judíos como cristianos, venimos utilizando durante siglos.

Pero, de extrema importancia para nuestra propia historia cristiana podrían ser dos de los descubrimientos que se realizaron en la cueva número siete.

En el resto de las cuevas los textos encontrados estaban escritos en hebreo y arameo y, la mayor parte, en pergamino, lo cual les permitió llegar en buenas condiciones a nuestro tiempo. La cueva siete, lamentablemente, en un lugar muy húmedo, cerca del monasterio y de un torrente, es la única que guardaba textos escritos en griego.

Para peor, dichos escritos, en lugar de estar en pergaminos, es decir en cuero, estaban en papiros -muchísimo menos resistentes- y, por lo tanto, cuando se hallaron estaban casi totalmente destruidos. Se han podido rescatar allí poquísimos fragmentos -dieciocho- de pocos centímetros cuadrados. Lo cual hace no solo difícil su lectura, sino su identificación. Piensen Vds. en lo que seria romper una página cualquiera de un libro en pedacitos, recoger luego uno de ellos -unos pocos renglones con palabras cortadas- e intentar identificar y ubicar lo que dice.

Sin embargo, el jesuita español José O'Callaghan, con enorme paciencia, en el año 1972 ubicó casi todos los trozos, identificándolos con diversos libros del AT. Dos fragmentos, empero, de más o menos tres por cuatro centímetros, se resistían a toda identificación.

Hasta que se le ocurrió probar comparar uno de ellos con el Nuevo Testamento. Eso no le hubiera podido pasar por la cabeza a ningún biblista, ya que el año 68, que era el tope para la datación de ese fragmento -por otros métodos científicos, además, precisamente fechado en el 50- se consideraba demasiado temprano para que existieran testimonios escritos de la literatura cristiana. Sorprendentemente, el fragmento coincidió perfectamente con un texto del evangelio de San Marcos.

Pero, en aquel año 1972, pocos prestaron atención al descubrimiento del jesuita y los que lo hicieron fue para combatirlo. El 50 era una fecha demasiado temprana -se insistía- para que ya existiera el evangelio de Marcos.

La discusión ha vuelto a plantearse este año, porque algunos investigadores se han valido de computadoras con programas cargados con todo el texto de la Biblia en griego y de toda la literatura griega antigua conocida y capaces de componer esas letras y renglones de acuerdo a diversas posibilidades de distribución del texto, según distintas anchuras de página y compararlas entre si. Pues bien, el fragmento insiste en querer componerse solamente con el texto de Marcos.

Y, para peor, el segundo fragmento hasta hoy no identificado coincide, utilizando el mismo camino, exacta y solamente con unos versículos de la primera carta de San Pablo a Timoteo -lo cual viene a colación porque hoy es, en el calendario cristiano, la fiesta de San Timoteo, el destinatario de la mentada carta-.

Por supuesto que estos descubrimientos no han gustado nada a quienes pretendían datar el Nuevo Testamento bastante más tarde, para poder argüir que mucho había sido posteriormente introducido en él e inventado, lejos de los acontecimientos.

El asunto es que si hay una literatura más o menos antigua cuya fidelidad al texto primitivo y a los hechos pueda comprobarse rigurosamente, esa es -y sobre todo a partir de Qumram- la de nuestros escritos bíblicos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

Pero seria inoportuno insistir en la importancia de la Biblia y de las pruebas que de ella podemos extraer, para fundar nuestra fe en la iglesia. Porque la Iglesia, contrariamente a lo que piensan los protestantes -para quienes lo único que vale es la sagrada Escritura- es anterior a ésta. La Escritura ha sido escrita por la Iglesia y no la Iglesia surgida de la Escritura.

La Iglesia existe 'antes' de que Marcos hubiera escrito su evangelio; antes, ciertamente, de que Pablo hubiera enviado sus cartas. Antes de que se hubiera escrito una sola palabra de nuestros sagrados textos. Y le que puede probar la fe cristiana no es la ciencia estudiando la antigüedad de ningún manuscrito, ni la verosimilitud de los antiguos textos; sino la Iglesia viviente , formada por los creyentes de toda la historia y de nuestros días y del futuro, dando a los hombres el testimonio de santidad, de su aptitud para dar un sentido a la vida, luz a los caminos extraviados, respuesta a los interrogantes fundamentales del hombre, consuelo a las angustias y esperanza cierta de eternidad. Esa eternidad que se asoma visiblemente a nosotros a través de su admirable doctrina, del ejemplo admirables de los santos y de los milagros, Y que se hace efectiva, en la fe, a través de los sacramentos.

Creemos en la Escritura, por supuesto, pero porque la Iglesia nos la presenta como momento excepcional, fundante y normativo de la vida de la Iglesia. Pero de ninguna manera como un texto esclerotizado, antiguo, literalmente congelado; sino como un escrito que ha ser continuamente releído, actualizado y reinterpretado por la Iglesia de todos los lugares y de todos los tiempos.

En la Iglesia católica estamos sumergidos en un misterio de 'vida', no en un museo de antiguos textos. Tanto el protestantismo, como un cierto excesivo biblicismo ajeno a la tradición católica, olvidan que la Biblia ha de leerse desde el Credo, y aún desde el Catecismo, y no al revés.

No creemos antes que nada en la Biblia. Creemos antes que nada en la Iglesia Católica. Y, porque la iglesia me muestra como un lugar privilegiado de Revelación divina la Escritura, por eso también creo en ésta. No al revés. Los protestantes no tienen cómo fundar su fe en la Escritura.

En el prólogo de su evangelio de hoy Lucas nos enumera los criterios según los cuales compuso su evangelio. Nos señala cómo se ha ocupado de recoger cuidadosamente todos los datos que le parecieron importantes. De todas maneras no será su método, ni su exactitud metodológica, lo que haga a Lucas fiable, sino el que la Iglesia viviente lo haya elegido como uno de los textos a los cuales puede acudir confiado todo cristiano para iluminar su fe.

De hecho la única verdadera prueba que puede y ha de tener la Iglesia para exigir nuestra fe, es, no que las cosas estén escritas en un libro, sino que se cumplan en la realidad, que se hagan carne en el acontecimiento, que pululen en la vida.

Eso es lo que hace Jesucristo en el evangelio de hoy: toma un rollo de Isaías, igual -y, quién sabe, el mismo, porque de la misma época- a uno de los que se encontraron en las cuevas de Qumram y no hace una prédica erudita, ni una demostración científica, ni una disquisición teológica. No dice: "el pasaje que acaban de escuchar quiere decir esto", o "corresponde al año tal", o "fue escrito por tal persona",sino: "El pasaje que acaban de escuchar se cumple hoy".

Es la vida de Jesús la que demuestra la veracidad de la Escritura, no la escritura la veracidad de Jesús. Es la existencia de Jesús y sus obras -no sus palabras ni sus escritos- quienes afirman la verdad de su misión. Y quienes 'cumplen lo dicho y lo escrito'.

En estos momentos de falta de rigor intelectual, de indiferencia a la verdad, de pluralismo irracional, de confusión de ideologías, de falsas religiones y de sectas, no serán ni nuestros argumentos científicos, ni nuestra filosofía, ni nuestra ciencia, por más válidos que sean, los que demuestren al mundo la verdad de nuestra fe y acerquen a nuestros hermanos a la salvación; sino nuestra vida de cristianos y la coherencia de nuestros actos con las palabras de Cristo, con la enseñanza de la Iglesia, con la vida de los santos. En nuestros pecados , dando testimonio de nuestra capacidad de arrepentirnos y de la maravillosa misericordia del perdón de Dios. En nuestros actos buenos , dando testimonio humildemente de la gracia transformadora de Jesús.

Los católicos solo podemos ser creíbles si somos capaces de transformarnos y de transformar; si somos capaces de decir como Jesús "en mi se cumple la escritura, el evangelio".

Sí: también nosotros, por nuestro comportamiento y nuestra alegría, somos capaces, 'consagrados por la unción' de nuestro bautismo, de evangelizar a los pobres ricos de nuestro tiempo; de 'liberar a los cautivos y oprimidos' por tantas cosas -vicios, torpes ataduras-; de 'devolver la vista a los ciegos', a los equivocados, a los extraviados. Y de proclamar delante de todos, con nuestra propia vida, el tiempo de gracia y de misericordia del Señor.

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