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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1996. Ciclo a

3º Domingo durante el año  
  

Lectura del santo Evangelio según san Mt 4, 12-23
Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones! El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz. A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca» Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres» Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron. Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron. Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente.

SERMÓN

 

    Cafarnaúm , situada en la costa noroccidental del mar de Galilea, era una ciudad fronteriza, entre Galilea y el territorio de Filipo. Es por eso que había allí una aduana y un destacamento militar al mando de un centurión. Fue, sin duda, una de las ciudades más importantes del ministerio de Jesús. Precisamente es en ese puesto aduanero donde Cristo llama a Mateo, Leví, que estaba a cargo de él. Y, en esa misma ciudad, recluta a Pedro y a Andrés. Las excavaciones arqueológicas de los últimos años han encontrado pruebas de que allí existió una tradición cristiana permanente, que data de una época tan temprana como es el siglo l. La casa que se cree perteneció a Pedro, al menos desde el siglo IV, ya había sido transformada en iglesia. Se ha, también, descubierto una sinagoga del siglo III, construida muy probablemente sobre la que existía en la época de Jesús y donde éste predicó tantas veces.



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Contrariamente a lo que suele decirse -que Jesús fue un predicador itinerante y que no tenía domicilio fijo- Mateo afirma que Cristo vivía en Cafarnaúm. Allí -dice explícitamente- estaba su casa. Para esa misma época, cuando Jesús visita Nazaret, allí -dice Mateo- solo vivían sus llamadas 'hermanas', pero no su madre ni sus hermanos. Se ve que todos, menos las mujeres casadas con lugareños, se habían trasladado a Cafarnaúm.

No sabemos exactamente qué es lo que, seguramente después de la muerte de José, habrá inducido mudarse, a Jesús y su familia, a Cafarnaúm. El temor a Herodes que sugiere Mateo, luego de la muerte del Bautista, no puede ser, puesto que Herodes tenía tanta jurisdicción sobre Nazaret como sobre Cafarnaúm. Pero, sea lo que fuere de las razones humanas que llevaron a Jesús a vivir allí, el evangelista Mateo interpreta el hecho teológicamente: "de acuerdo a las profecías" -dice- el Mesías no inicia su misión en tierra propiamente judía, ni mucho menos en Jerusalén, ni entre los más educados o escogidos de su pueblo, sino en una región mixta, compuesta de judíos pecadores y paganos.

Porque eso eran los confines de Zabulón y Neftalí: dos de las últimas tribus de Israel, cuyos epónimos eran hijos de Jacob si, pero no de la mujer legítima, Raquel , sino, respectivamente, de las esclavas Lía y Bilhá .

Tribus desconfiables las cuales, de todas maneras, habían sido aniquiladas por Sargón II en el 721 y sus territorios colonizados con hombres y mujeres provenientes de Babilonia y de Siria. Aristóbulo I , hacia el año 100 antes de Cristo, había recon­quistado ese territorio para los hebreos y obligado a circuncidarse a toda la población, pero, de todos modos, los judíos ortodoxos desconfiaban de ellos y llamaban a esas comarcas: 'territorio de los gentiles' o 'distrito de los paganos', que en hebreo se dice ' galilea ha goím' . Y, más corto, simplemente, Galilea.

Es, pues, en esa zona media, de judíos dudosos y paganos confesos, pecadores de poca monta en general, gente trabajadora, clase media, donde Mateo, que escribe cuando ya el judaísmo oficial ha rechazado a Cristo y la Iglesia comienza a extenderse a los paganos, ve como preanunciado este movimiento.

De todos modos ya Mateo está viendo que la savia de la Iglesia no la constituirán los que se creen perfectos, ni los aristócratas saduceos de Jerusalén, ni los leguleyos fariseos de la política capitalina, ni los grandes sacerdotes en su templo reluciente de mármoles y oro, ni los intelectuales de las escuelas rabínicas -aunque de todos ellos saldrán también cristianos- sino la gente común, el hombre de familia, la mujer en contacto con las realidades de la vida, el que, en el fondo, no se siente gran cosa, el que vive conscientemente sus límites y sus defectos. Y, por supuesto, que, también, los grandes pecadores, que se convertirán espectacularmente -serán los menos- o los pobres miserables, los verdaderamente desdichados. Pero éstos, quizá, más bien como objeto de misericordia y privilegiados del amor de la comunidad cristiana; no como motores apostólicos de la Iglesia, más bien compuesta de gente normal.

Jesús es como si rechazara el lenguaje untuoso de la hierocracia de los sacerdotes de Jerusalén. Como si quisiera encarnarse no en una mistificación de lo religioso y, mucho menos, en su utilización política o comercial, sino en el trajín vital de lo permanentemente humano, en la mezcla de lo perfecto y lo regular, de lo bueno y lo malo, lo santo y lo profano, la ley y la excepción, el esfuerzo heroico y la agachada. El incienso, pero -como decía Teresa- también la cacerola. El altar, pero también el aula, la oficina, el colectivo y el supermercado...

Porque el cristianismo no aparta al hombre ni a la mujer del mundo y de sus obligaciones, sino que se introduce en la vida y la transforma desde adentro. No pretende llevar a los cristianos a vivir al templo, ni a encerrarse en el convento, sino que, desde el templo -y con la ayuda de los pocos llamados a vivir en el convento- nos impulsa a transformar el medio en que vivimos habitualmente.

¿Quién no reconocerá a nuestra sociedad actual, postcristiana, a nuestro país, como una inmensa ' galilea ha goim' , territorio de paganos? Mezcla de valores y disvalores. Cristianos en nuestra mayoría mediocres, junto a pecadores, a confundidos, a indiferentes, muchos de ellos aún buscando a Dios pero desconfiados de nuestra propia clase sacerdotal, desviados por sus maestros y políticos, defraudados por sus clases dirigentes; perfectas tierras de Zabulón y de Neftalí...

Atrapados, la mayoría, por necesidades y aún angustias económicas, o enredados en problemas de status, o de necesidad de seguir la moda. O metidos en el vértigo de las carreras de competencia; o confundidos por los mass media; extraviados en sus apetitos de grandeza tras valores incapaces de llenarlos, e impermeables o alejados del sacerdocio oficial.

Pero es aquí donde, desde el fondo de su experiencia histórica, la voz de Cristo quiere volver a hacer resonar su eco. Es en estas oscuridades donde Jesús quiere hacer reverberar su luz.

Y nosotros también, pobres galileos, hemos de ser, desde nuestro propio Cafarnaúm, nuestra casa, los portadores de esa luz. Y lo primero que hemos de hacer es repetir el anuncio del Señor: "convertíos, el reino de los cielos está cerca".

Sí: "que reine el Cielo, Dios, en nuestras vidas". Que no reine el dinero, la competencia, la moda, la diversión que se compra, el placer sin amor que nos deja solos, la fatiga sin futuro que se repite todos los días, los objetivos fútiles, la crítica o la queja masoquista de todos los días, los juegos de poder.

Que solo Dios sea nuestro Rey, nuestro Señor, para que, en esta Galilea en que vivimos, brille nuestra luz y se renueve, en alegría, el llamado de Cristo a la conversión y a la gozosa entrada en su Reino.

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