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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1997. Ciclo B

3º Domingo durante el año  

Lectura del santo Evangelio según san Mc 1, 14-20
Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia". Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres". Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron. Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.

SERMÓN

Es verdad que la Nínive histórica -capital del sanguinario imperio asirio a partir del reino Senaquerib a fines del siglo VIII- era una ciudad enorme: sus murallas tenían un perímetro de 12 kilómetros. Aún así, parece algo exagerado el que se necesitaran tres días para recorrerla.

Es que el libro de Jonás, un fragmento del cual hemos escuchado en la primera lectura -Jonás es el conocido personaje tragado por la ballena- es un relato de ficción, una fábula didáctica, un cuento ejemplificador, compuesto muchos años después de los supuestos hechos relatados, en el siglo segundo o tercero antes de Cristo, cuando Nínive ya era un recuerdo y, su memoria, escombros ya tapados casi por la arena. En efecto, en el año 612 antes de Cristo, Nínive, con su régimen de terror, había caído ante el asalto de medos y babilonios que la saquearon y arrasaron, destruyendo incluso su famoso templo de Ishtar y los sendos palacios de Senaquerib y Azurbanipal donde se hallaba el famoso relieve de la caza de leones que hoy podemos ver en el Museo Británico.

Sin embargo, para el pueblo hebreo, Nínive, casi como Babilonia, era el sinónimo de la ciudad impía, enemiga de Dios, opresora del pueblo de Israel. Era el adversario por antonomasia, el mal en su quintaesencia, el paganismo en su estado más craso, la perversidad y corrupción llevada al extremo: más que una ciudad real era un símbolo de la perversidad de los hombres.

Y de allí mismo viene la fuerza de la enseñanza del relato de Jonás: aún esos hombres, empedernidamente malvados, frente a la predicación de Jonás, frente a la palabra de Dios, son capaces de convertirse. Y, en el relato, está tácito que, al revés, el pueblo de Israel, familiar a esa palabra y quizá precisamente por ello, habituado, acostumbrado, se hace sordo a los requerimientos de Dios.

Cuando nosotros oímos la palabra conversión, inmediatamente nos vienen 'in mente' los relatos de los grandes conversos de la historia: San Pablo, del cual justamente ayer fue la fiesta de su conversión, San Agustín , Zolli -el gran rabino de Roma en la época de Pío XII-, Paul Claudel , Carlos de Foucauld ... esos hombres y mujeres que, de pronto, al encontrarse con Jesús se dieron vuelta -eso significa 'conversión', en latín- y tuvieron que cambiar radicalmente su tipo de vida dejando tantísimas cosas atrás. iY cuántos son -pensamos- en este mundo postcristiano y pagano los que tendrían que convertirse! Difícilmente nos digamos que las palabras de conversión nos toquen a nosotros que, mal que bien, tratamos de cumplir buenamente como cristianos.


Israel Zolli (1881-1956)

Empero, si escuchamos atentamente el evangelio, el llamado a la conversión -en el cual resume Marcos hoy el núcleo de la predicación de Cristo- no tiene que ver solo con los grandes pecadores, sino con todos sus oyentes. Más aún: Jesús no predica a los paganos. El mismo afirma que su acción terrena se limita al pueblo elegido, al pueblo de Israel. Y sería afirmar el fracaso de Dios pensar que el pueblo judío en la época de Cristo fuera especialmente malo y no, en su gran mayoría, gente honesta y religiosa. No en vano, desde la época de Abraham, durante siglos Dios había preparado especialmente a ese pueblo.

Sin duda que nuestros evangelios hablan de pecadores convertidos, la Magdalena, por ejemplo, y sabemos de las parábolas de conversión como la de la oveja perdida o el hijo pródigo, pero no podemos decir que los discípulos que aparecen hoy en el evangelio fueran mala gente antes de encontrarse con Jesús. Y el mismo San Pablo sabemos que, antes de hacerse cristiano, era un judío practicante, celoso y austero.

De tal manera que hablar de 'conversión al evangelio' ha de significar algo más que pasar simplemente de una vida desarreglada e inmoral a una mesurada y honesta.

De hecho el vocablo griego original que está detrás de nuestro término 'conversión' es el verbo ' metanoéo' que, literalmente, significa ' cambiar de pensamiento', o, en otras palabras, ' mudar el punto de vista', 'reemplazar metas y fines'. Es algo que tiene que ver más con el interior, con la manera de mirar y juzgar, con el ver, que con lo exterior y aún con el actuar.

La vida, por ejemplo, que hace un monje benedictino, exteriormente, no es excesivamente distinta a la que haría un ordenado hombre de campo y aún un hombre de ciudad con un determinado horario de trabajo. En el convento se trabaja: hay que cultivar el campo, hay que llevar adelante pequeñas industrias, hay que mantener corredores y baños limpios, hacer las camas, descansar, cocinar, comer, lavar los platos, tener momentos de recreo. Lo más notorio de la diferencia sería que el monje debe rezar las horas litúrgicas, escucha cotidianamente Misa, tiene sus ratos de meditación, estudio y oración. Pero esos ratos una persona normal de ciudad también los tiene: no permanecerá una o dos horas frente al sagrario como un monje, pero seguramente lo hará delante de un aparato de televisión. No tendrá su media hora de meditación, pero gastará ese mismo tiempo leyendo el diario... Y, el monje, no tendrá familia natural, pero tiene la familia de sus hermanos de religión. En resumen que, salvo el hecho de no tener mujer, su estilo exterior de vida difiere tanto del de los demás como el de un obrero respecto a un gerente, el de un abogado respecto a un militar, el de un médico respecto a un futbolista. La diferencia fundamental pasa no por lo externo sino por lo interior: por el objetivo de su vida, por la entidad de su significado, por la profundidad de su compromiso, por el motivo que lo empuja.

El monje ha comprendido que es necesario absolutamente escuchar la palabra de Jesús que nos dice "Convertíos y creed en el evangelio". Y por eso ora; y por eso medita; y por eso entrega su vida. 'Conviertanse' -ha escuchado- "dejen de pensar como nos enseña la televisión, los diarios, la educación encaminada a la eficacia, al 'hacer y el tener'", "dejen de ver las cosas como las ve Clinton o Menem o los gerentes de las multinacionales o el jefe de la empresa", "hagan a un lado las opiniones de la vecina, del amigo frívolo, de las páginas de las revistas de medio pelo, de los escritores de moda, de las mesas redondas del canal nueve, once, multicanal, cablevisión y los cada vez más que hay y más estúpidos, con toda su cáfila de periodistas mercenarios y disolventes... y tratá de poner en tu cabeza y en tu corazón los puntos de vista de Dios..."

Creé en el evangelio, mirá las cosas a través de los ojos de Jesús, adoptá en tus juicios y razonamientos la escala de valores de Dios, hacete familiar a la vida de los santos, bañá tu cerebro y tu pericardio en el agua fresca y limpia de Jesús... y quizá sigas haciendo las mismas cosas de, siempre, viviendo las mismas legítimas alegrías o enfrentando los mismos problemas, pero lo harás desde Jesús y para Jesús y la vida te cambiará... Hay gente en el mundo que puede vivir como monjes, como cristianos y hay monjes en los conventos que pueden vivir como mundanos.

Porque ¿para que lo vamos a negar? quizá no seamos malas personas; más aún, somos aceptables católicos: hacemos lo que tenemos que hacer, nos indignamos frente a las cosas que nos deben indignar, venimos a Misa, rezamos... y está bien. Dios te bendiga... 'Padre no tengo grandes pecados'; y estoy seguro de que es así: no los tenés. Más: vivís habitualmente en gracia de Dios. Y agradezcamos a Jesús de que así sea. Ojalá muchísimos más fueran como vos.

Pero ¿no te estarás perdiendo lo mejor?: las ganas reales de hacerte santo, de vivir la vida solo por Jesús. Seguir haciendo todo lo que hacés y evitando, por supuesto, lo que debés evitar, pero todo hecho por amor a Jesús. ¿Acaso no cambia las cosas hacerlas por amor a tu mujer, por amor a tus hijos? ¿No cambiará tu vida hacer todo lo que hacés por amor a Jesús? ¿No será distinto, no simplemente ser bueno, sino fijar claramente tu norte en la santidad, en la urgencia del reino que viene, en la gana de darte totalmente a Dios, de seguirlo, de ser su discípulo, de profundizar más y más en tu cristiana condición; leer, hacer meditación, enamorarte de Cristo, dejar la barca con el buenazo del Zebedeo, con sus jornaleros, con los mirones de televisión, con los clientes del shopping, y ponerte otra vez en serio, con tu mujer, con tus hijos, con tus amigos, a seguir a Jesús?

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