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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1998. Ciclo c

3º Domingo durante el año      

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido. Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír»

SERMÓN

 

         Como Vds. saben, los primeros discípulos de Jesús, no alcanzaron a comprender de inmediato el alcance universal de su mensaje. Tanto es así que cuando, varios años después, el historiador romano Tácito se refiere a los cristianos a raíz del incendio de Roma provocado por Nerón, todavía piensa que no son sino una secta judía. Cristo judío, los apóstoles judíos, el vocabulario judío, para uno que lo mirara desde fuera, el cristianismo no era sino un partido más dentro del judaísmo, como el de los fariseos o los saduceos o los esenios. De hecho aún los cristianos consideraban que ellos prolongaban sin solución de continuidad al pueblo de Israel, que Jesús era el Mesías no de todos los hombres, sino del pueblo hebreo. Tan es así que cuando la Iglesia parece extenderse al mundo lo hace en realidad entre los judíos de la diáspora. A ellos se dirigen los judíos de Jerusalén y Palestina ganados a Cristo para anunciarles, en sus sinagogas de Roma, Corinto, Alejandría, Antioquía, Éfeso, que Dios, en Jesús, ha cumplido las promesas hechas a su pueblo.

            Por eso cuando algunos no judíos -griegos, sirios, italianos- alcanzados quién sabe cómo por la predicación apostólica manifiestan deseos de asimilarse al cristianismo y ser bautizados, se plantea un verdadero problema. Muchos se oponen a esta entrada espúria de no judíos en la Iglesia. Se producen discusiones y aún divisiones. Y, cuando algunos terminen por considerar que la conversión de paganos es posible, exigirán lo mismo que se circunciden y se adapten a las costumbres judías.

            Será justamente un judío de la más estricta cepa farisaica quien saldrá vehementemente en defensa de la absoluta novedad del cristianismo y su ruptura con el judaísmo: Pablo de Tarso. El fue quien promovió, para tratar esta cuestión, el primer conciliode la historia, reunido en Jerusalén hacia el año cincuenta, concilio que finalmente, aunque dividido y con ciertas indecisiones de Pedro, resolvió definitivamente que los paganos convertidos al cristianismo no estaban obligados a las observancias judías.

            Es que Pablo, después de su fulminante conversión, se había transformado en un incansable propagador del cristianismo entre los gentiles. Predicó durante tres años en Arabia, de allí pasó a Antioquía y, cuando después de haber recorrido Grecia y finalizado el concilio comenzó a exponer sin ambages la doctrina de la desvinculación de los cristianos con el pueblo de Israel, los judíos, furiosos, arreciaron la persecución y obtuvieron que las autoridades romanas lo metieran preso. Lo llevaron prisionero a Roma donde -cómo ciudadano romano que era- había pedido, apelando, ser juzgado, para escapar a los tribunales inferiores influidos por los judíos; y allí tuvo que esperar unos ocho años para que lo juzgaran -no nos quejemos de nuestros tribunales argentinos-.

            Para peor, tuvo mala suerte porque, finalmente, cuando se revisó su causa, ya estaba Nerón en el gobierno. Y una de las constantes y enfermizas preocupaciones de Nerón era que le hicieran una revolución, siempre estaba al acecho de conspiraciones y golpes. De tal modo que cuando oyó que este Pablo era partidario de un rey llamado Jesús, sin mucho más averiguar, mandó decapitarlo. Mientras tanto Pablo había tenido tiempo de reflexionar y de escribir, sobre todo cartas tipo encíclicas que enviaba a las comunidades fundadas por él; cartas en donde exponía la doctrina cristiana y resolvía problemas puntuales de sus corresponsales. Su cuerpo epistolar constituye la primera gran reflexión teológica sobre Cristo, y las cartas que de él se conservan forman parte como Vd. saben del nuevo testamento. Constituyen la mayoría de las epístolas que leemos en nuestras Misas.

            ¡Pobre Pablo! Después de años de prisión, poco antes de su muerte casi todo el mundo lo había abandonado. En la última de las cartas que de él conservamos, la segunda a Timoteo, escribe "Yo ya estoy a punto de ser derramado como un libación y el momento de mi partida se aproxima: he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la Fe.... Todos me han dejado: Demas me ha abandonado por amor de este mundo, Crescente se fue a Galacia, Tito a Dalmacia. Solamente Lucas se ha quedado conmigo."

            Y cuando uno se imagina a este bueno de Lucas, único amigo fiel, al lado de Pablo, inerme y desamparado, en medio de la tiranía y crueldad del tiempo de Nerón, permaneciendo junto a él habiendo podido escapar, no puede sino admirarlo y agradecerle...

            Pero la fidelidad no es el único mérito de Lucas y no es su valentía al lado del viejo predicador lo solo que debemos agradecerle, porque resulta que este mismo Lucas es el que nos ha dejado escrito el evangelio que hoy en este Domingo comenzamos a leer y vamos a seguir leyendo durante todo este año. Así como el año pasado leímos el evangelio de Marcos y el año que viene leeremos el de Mateo.

            Digamos en breves palabras que este hombre a quien tendremos que escuchar los domingos de este año, además de buen amigo y buen cristiano, era un hombre culto, de formación universitaria: médico -probablemente doctorado en Pérgamo o en Alejandría que eran las principales facultades de Medicina de aquella época- y que, convertido, acompaña a Pablo, sobre todo como secretario, pero seguramente también como su matasanos privado.

            Y que es universitario y médico se nota cuando escribe. No solo porque su griego es el más clásico y pulido del de todos los escritos del nuevo testamento, sino porque cuando describe las enfermedades que cura Cristo les da sus nombres técnicos, y describe con cierto cuidado los síntomas. Por ejemplo en una misma escena en que Marcos define a un enfermo curado por Cristo como 'un poseído por un demonio', Lucas traduce a su lenguaje diciendo que Jesús cura 'a un epiléptico'.

            El asunto es que Lucas se da cuenta de que los escritos de Pablo son demasiado áridos, teológicos, que era necesario exponer el mensaje alrededor de la figura viva y atractiva de Cristo y tratando de hacer su imagen aceptable a los paganos. Se inspira en el evangelio de Marcos, el más antiguo de los cuatro, pero, a la vez que demasiado judío, escueto, casi diríamos primitivo. Lucas quiere llegar a un público más vasto, y al mismo tiempo formado en ciertas tradiciones clásicas. Por eso por ejemplo el prólogo que hoy hemos escuchado, tan poco judío, escrito a la manera de un tratado griego o romano. Y así -como escribe en este mismo prólogo- después de informarse cuidadosamente y reunir datos, treinta años después de la muerte de Cristo, compone su evangelio.

            En él, Lucas, influido por la doctrina de Pablo, insiste justamente en el llamado universal a la salvación y deja de lado aquellas cuestiones que solo podían interesar a los judíos y que aparecen por ejemplo en Mateo. Así la cuestión del sábado, o de la pureza o impureza, que aún hoy nosotros leemos sin que nos interesen demasiado. Su afán informativo lo lleva a contar rasgos de la infancia de Cristo; y es el evangelista que más nos habla de María, la madre de Jesús. Tanto que algunos sostienen que estuvo con ella personalmente y recabó esos relatos de sus mismos labios. Más: antiguas tradiciones afirman que llegó a pintar el retrato de María, y hay varios cuadros que aún se conservan en Europa que se dicen son copias de ese primitivo pintado por Lucas.

            Nuestra concepción del cristianismo se empobrecería muchísimo si se perdiera el evangelio de Lucas. Solo él nos trae esas hermosísimas parábolas que encontramos en su obra: como la del hijo pródigo, la oveja perdida, el fariseo y el publicano que tan elocuentemente nos hablan de la misericordia de Dios. Constantemente insiste en la alegría que ha de tener el cristiano; en el amor de Jesús a los pecadores, su perdón, su ternura con los humildes y los pobres, los peligros de la riqueza, la necesidad de la oración, la acción del Espíritu Santo...

            Pero mejor será no hablar de él, sino escucharlo con atención en los domingos de este año, sabiendo que este su relato, inspirado por Dios, es a la vez el testimonio de un hombre como nosotros, que habiendo conocido a Cristo se comprometió con él y vivió su fe con fidelidad a Jesús y, al mismo tiempo, fidelidad a sus amigos, esa fidelidad que según San Policarpo, selló con su sangre, derramada en un circo romano cuando cumplía los 74 años de edad.

            Que Lucas nos enseñe durante este año a conocer y amar cada vez más a nuestro Señor.

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