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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1990. Ciclo A

5º Domingo durante el año  
(GEP 1990)

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 5, 13-16
Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.

SERMÓN

           Quien quisiera tener una breve idea de lo que significó el cristianismo para la plasmación de la civilización aún en sus aspectos más profanos no tiene más que leer las observaciones preliminares de Max Weber a su famosa obra sobre el origen del capitalismo. Allí, rapidísimamente, se pregunta por qué, en la marcha de la cultura humana, se ha dado el fenómeno de que las máximas expresiones de la filosofía, de la ciencia, de la técnica, de la medicina, de la química y la física, del derecho, del arte, de la música, de la pintura, la arquitectura, la literatura, la educación, la organización nacional y, no última, la economía -a la cual dedica su obra- se haya dado en el ámbito de las culturas fecundadas por el cristianismo.


Max Weber(1864-1920)

Que, para nosotros, los cristianos, estas constataciones solo tengan una importancia relativa, puesto que pertenecen a las 'añadiduras' de las cuales habla el evangelio, es decir, de lo que no es fundamental en su mensaje, no anula esta constatación puramente objetiva. Allí donde, directa o indirectamente, influye el pensamiento cristiano se produce una potenciación extraordinaria de lo puramente humano, se catalizan las riquezas potenciales de las culturas y aún los enemigos del cristianismo no vacilan en aprovechar estas riquezas, que desbordan de los aledaños del mensaje de Cristo.

Si en el dominio de lo puramente cultural el cristianismo ha sido capaz -y sigue siéndolo- de sublimar todo lo valioso, tanto más en lo que hace a lo más estrictamente humano: lo ético, lo moral, lo político. La misma problemática revolucionaria anticristiana, que se hace en nombre de la revolución francesa o del marxismo o de la social-democracia, con su utópica carga de idealismo, no encuentra su explicación fuera de la dinámica de ideas que surge hirviente de la concepción de la dignidad de la persona que engendra el cristianismo.

Es dudoso, empero, que a estos efectos colaterales haya querido referirse el Señor cuando nos conmina a asumir nuestro papel de sal y luz de la tierra.

La palabra de Jesús siempre apunta a lo importante. Y a lo que se refiere es a lo que su enseñanza tiene de central y enunció liminarmente en el prólogo a su sermón de la montaña, las bienaventuranzas, que hemos leído el domingo pasado y que se continúan con el párrafo de hoy.

Y su intención, en sus palabras de hoy, invita a combatir un cierto complejo de 'pueblo elegido' que hubiera podido quedar, como supervivencia del judaísmo en el seno de la comunidad cristiana. Complejo de secta, de 'testigo de Jehová', de 'santo de los últimos tiempos', de grupos integristas o fundamentalistas que creyeran que su fe es un privilegio exclusivo, que la posesión de la verdad algo que les correspondería personalmente, que les hubiera sido revelado por su linda cara y que, en todo caso, los lleva a establecer ríspidos limites con los que no piensan como ellos y no pertenecen a sus ideas, a su grupúsculo, a su movimiento.

Por otro lado están también los que, por el contrario, llevan adelante un cristianismo inerte, bebido sin fuerza en tradiciones familiares exangües, sin comprometida distinción con el mundo, aceptando naturalmente todo el paganismo de las costumbres, modas, puntos de vista, negocios y maneras de ver la realidad contemporáneas. Cristianos que apenas se diferencian de su entorno por alguna costumbre más o menos religiosa pero que, al menor contratiempo o choque de principios, no vacilan en aceptar los que le ofrece la sonrisa complaciente de la inmoralidad ambiente. Cristianismo, por otro lado, castrado por ciertas doctrinas actuales de ecumenismo universal, de relativismo ideológico, de irenismo religioso, que haría del catolicismo solo una de las maneras, de las tantas válidas, de relacionarse con Dios y con el prójimo, solo dependiente en su eficacia de la conciencia individual y no de su objetiva verdad.

Peste que no solo toca a los fieles cristianos, sino que hace estragos en las mismas filas clericales en donde no es secreto para nadie cómo, dejada de lado la doctrina de Cristo, se utiliza la investidura para propalar enseñanzas ajenas a las del evangelio y apoyar formas políticas reñidas frontalmente con la verdad católica y con la mera humanidad.

Que eso se haga por estupidez, o por ignorancia, o por prurito de adaptación a toda costa al mundo, o por vedetismo, o por falta de fe, o por infiltración del enemigo es asunto que no vamos ahora a elucidar, solo constatamos el hecho.

El asunto es que, a ambos extremos, Cristo hoy les recuerda sus obligaciones de discípulos. Al cristianismo ghetto, secta, pequeño grupo de escogidos, de salvados, de poseedores de la verdad, les trae a la memoria su responsabilidad de abrirse al mundo en palabra y ejemplo, en humildad y cordialidad, en caridad y alegría. En rechazo del error y del pecado, pero en profunda compasión por el que peca y el que yerra. En saberse elegidos, sí, pero para una misión: la de manifestar el cristianismo al mundo, la de buscar la salvación de todos, la de transmitir la fe, el gozo y la luz a los hermanos.

A los otros, al cristianismo emasculado, desangrado, Cristo les advierte que Él no se propone como una doctrina más; que debe vivirse en serio el orgullo de ser sal y de ser luz; que llevar el nombre de cristiano es tener un titulo de nobleza único, imparangonable con cualquier aparente superioridad que pudiera mostrarnos el mundo; y que mimetizarnos con el ambiente y, peor, adoptar sus costumbres o sus ideas y aún su lenguaje, es envilecernos y despreciar el don de Cristo.

Y que, con mitra o con hábitos o con crucifijos que llevemos, así solo serviremos para ser arrojados a la calle y pisoteados por la gente.

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