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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1980. Ciclo C

26º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Lc 16, 19-31
«Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. «Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama" Pero Abraham le dijo: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado.Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros" «Replicó: "Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento" Díjole Abraham: "Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan" El dijo: "No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán" Le contestó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite"»

Sermón

Vuelve hoy a resonar en el evangelio, lo mismo que el pasado domingo, el llamado urgente de Cristo a la conversión. Ese Señor, que ya está pidiéndonos cuentas, como el del administrador deshonesto y, frente al cual, éste actúa rápida y astutamente, es el mismo que nos está señalando ahora la posibilidad espantosa de la condenación.

El que no sepamos demasiado de ella, ni de cómo será, no puede hacer silenciar las advertencias de Cristo.

Es evidente que, en la Escrituras, no aparece ninguna descripción del estado del condenado. El mismo relato de hoy nos muestra que nos encontramos frente a rasgos simbólicos.

En realidad Jesús no hace sino utilizar una vieja imaginería egipcia del “ Libro de los muertos ” que, se sabe, circulaba, más o menos adaptado, en los círculos rabínicos de la época. Se lo ha encontrado tal cual en antiguos manuscritos no cristianos. Cristo no hace sino cambiar algunos detalles. Nadie pensaba que estas descripciones había que tomarlas al pie de la letra.


Fragmento ‘libro de los muertos'

Siempre, que el Nuevo Testamento habla de este estado, recurre a alguna de las imágenes o símbolos que ya eran usuales entre los judíos y aún entre los paganos. ‘Infierno', por ejemplo, que viene de la palabra “ ínferus ” latina, con la cual se traduce el griego ‘ hades' , la región ‘inferior' de un universo imaginado a tres niveles: el superior o celeste, el terreno y el de ‘abajo'.

La muerte era, pues, como un ‘descenso', una ‘de-gradación', un ir ‘para abajo', una mengua. Los más simples la imaginaban como un hundirse en la tierra. De hecho la forma más común de deshacerse de los muertos era ‘en-terrarlos', ‘in-humarlos'. Si no quemarlos por el fuego, en una pira.


Pieter Huys (Amberes c. 1519 - 1584)

Otro nombre, más terrorífico y colorido, la ‘Gehenna', que significa ‘Valle de Hinnom' o, mejor, ‘del hijo de Hinnom', al lado de Jerusalén. Y Hinnon no era sino el nombre del antiguo propietario jebuseo (Jos 15, 8a; 18, 16a).

Allí, cuando se pervierten las costumbres de los israelitas, a mediados de la monarquía, se había rendido culto a Baal Moloc, y el rey Ajaz, en su honor, hace quemar vivos a varios de sus hijos (2 Re 16, 3; 21, 6). Costumbre que, luego, siguen Manasés y muchos hebreos. De allí que, para todo judío, poco a poco, ese lugar se convierta en sitio de horror. Y Josías, luego, lo declara ‘impuro' y lo convierte en el basural de Jerusalén (2Re 23, 10). Allí se arrojan las inmundicias, la basura, los cadáveres de los infames. Todo lleno de nubes de moscas y gusanos. Periódicamente se prende fuego a todo eso para evitar la infección. Jeremías lo llamará ‘Valle de la carnicería' (Jer 7, 32). Es un lugar repugnante y continuamente humeante.

Como el nombre del jebuseo Hinnon, en hebreo significa ‘gemido', hasta su nombre contribuye al espanto que esa quema evoca: ‘el Valle del Gemido'. De tal modo que, cuando Isaías (31, 9; 66, 24), mucho más tarde, quiere describir el triunfo de la era mesiánica y habla de que todos los pueblos irán a rendir culto al Dios de Israel en Jerusalén, dirá que los que, luego, salgan de la ciudad, mirando al valle de Hinnon, a la Gehena, “ Verán los cadáveres de los hombres que pecaron contra mi. Ciertamente su gusano no morirá, ni se extinguirá su fuego. Y serán abominación para todo viviente” .


Gehenna

Fíjense que lo que los peregrinos ven arder son cadáveres sin vida. La descripción, empero, se utilizará en el imaginario judío para caracterizar una especie de lugar repugnante donde irán quienes no se salven.

Pero otros nombres o imágenes aparecen también en boca de Jesús o de los apóstoles: ‘abismo', ‘horno de fuego', ‘fuego inextinguible', ‘estanque de fuego y azufre' –Apocalipsis-, ‘tinieblas exteriores' -‘lugar de tormentos', en la fábula de Lázaro y el Epulón-.

Otra forma de simbolizar dicho estado de punición es ‘suplicio perenne', ‘lugar de llanto y crujir de dientes', ‘tinieblas exteriores'. Todas figuras de por si incompatibles entre ellas, pero convergentes en señalar una gravísima pérdida o fracaso.

‘Tártaro' le designa San Pedro en una de sus epístolas, recurriendo al mito griego que ubica al ‘tártaro' en el lugar más inaccesible y profundo del ‘reino de los muertos', allí donde Zeus arroja a sus adversarios más obstinados. O, también, ‘Hades' -por sobre nombre ‘Plutón' - hermano de Zeus y señor de ese reino tenebroso. Realidades imaginadas y personificadas, todas emparentadas o sinónimas simplemente de la ‘Muerte'

San Pablo le llama “muerte segunda”. Quizá simplemente para diferenciarla de la muerte del animal a quien no corresponde más que morir.

Sin embargo, en la tradición eclesiástica, el vocablo de más fortuna, quizá por ser el más abstracto, fue el de ‘infierno'.

Pero esa ‘abstracción' vacía del ‘descenso', luego se fue llenando, en la imaginería popular, de rasgos pavorosos, espeluznantes, sacados de diversas mitologías o de torturas de los sistemas penales de las diversas épocas.

De esas imágenes están llenos los museos de pintura y los antiguos libros de devoción desde la ilustración miniata hasta la de la época de la imprenta. En relatos piadosos y populares o en obras de arte tan sublimes como La Divina Comedia del Dante .


Círculos del infierno del Dante

El mundo moderno tiende hoy a reírse, indulgente, frente a estas representaciones. Pero el mundo moderno es, en general, incurablemente estúpido. Nuestro hombre contemporáneo es un hombre acostumbrado a la ciencia o lo que bajo el nombre de ciencia le venden en el colegio secundario y en Selecciones del Reader Digest o el National Geographic . Pasa de los secos datos y fórmulas de las materias más o menos científicas mal asimiladas a la tangible imagen de las sensaciones y espectáculos más epidérmicos. Se le suele escapar el mundo del símbolo, de la poesía, del mito polisémico. Le enseñan a sumar, a medir, a pesar. Le acostumbran desde pequeño a consumir, a comprar, a divertirse.

Allí está, ciego a toda realidad que no pueda ser procesada por las computadoras. Obtuso a todo goce que no sea el de sus emociones más superficiales. Magnífico espécimen para integrarse a la máquina del estado totalitario y al mundo de lo económico, con sus habilidades de sumas y restas y sus destrezas factivas. Fácilmente manejable a través de la excitación de sus avideces de alto y bajo vientre.

Pero, a horizontes más amplios ¿quién los dirige? ¿Quién les enseña a ver, más allá de sus narices, el significado hondo de las cosas? ¿Qué escuela le enseña a amar? ¿Quién a rezar? Ni siquiera, hoy, los clérigos. ¿Quién nos indica la meta de nuestros altos destinos? ¿Quién habla de heroísmo o de verdadero arte o de una belleza que no sea la de Graciela Alfano? ¿Quién nos habla de poesía o de las alegrías verdaderas: de la familia reunida, de la entrega a los demás? ¿Quién nos enseña a desentrañar el misterio que yace en lo visible, más allá de su análisis químico o biológico? ¿el propósito que se oculta en el agitarse de los átomos -combinados en multitud de seres que los trascienden- o en la fuga expansiva de las estrellas? ¿Quién nos punta las verdaderas desgracias del hombre? No las de las injusticias sociales o económicas que solo tocan la cáscara del pobre animal racional, sino las que duelen en el alma, las de la falta de cariño, la carencia de sentido de la vida, la envida que carcome, el orgullo que mata y aísla, la ignorancia que obnubila.

Vivimos en un mundo pobre de conceptos y, quizá peor, pobre de imágenes bellas y elocuentes. La antigüedad era más abierta al todo de las cosas. A la polisemia de la realidad. Le hablaban de fuego y no pensaba como nosotros en la combinación de carbono y oxígeno que libera calorías que el profesor de física formula en el pizarrón. Desde el espectáculo de sus bosques en llamas o de la hoguera de sus chozas o del quemarse con el tizón, el fuego les traía inmediatamente en mientes la energía primitiva que estaba más allá del espectáculo candente y luminoso. El fuego todo lo aniquilaba. Era la forma de ‘nada' más patente que su cerebro podía imaginar. El retorno al polvo, a la ceniza, la disolución en ceniza de la muerte.

Y el ‘abismo' –el de Génesis uno, el ‘tehom'- les hablaba de vértigo, de distancia, de insondable lejanía, de destierro. Allí donde ni siquiera se cernía el espíritu de Dios.

El ‘Valle de Gemido', la Gehena les evocaba toda la repugnancia de lo inmundo, de lo inhumano, pero llevado a la región de las pesadillas.

Las ‘tinieblas exteriores', la sensación de desamparo, de abandono, del quedar afuera de la luz y del calor de la paterna casa. ‘Plutón' y ‘Tártaro' traían a este convite todo el terror del mito griego. El ‘llanto': el mundo proteiforme de las distintas penas que aquejan al alma. El ‘crujir de dientes', la rebeldía de la ira y de la desesperanza. ‘Segunda muerte', el espanto de algo mucho más temible y más allá del morir biológico de un simple animal por naturaleza destinado a ello.

De allí la urgente, alarmante, advertencia de Cristo cada vez que nos habla de este infierno que no describe, sino que simboliza. El hombre es capaz de caer en un estado que recogerá para siempre, como una desagüe inmenso, toda la corrupción y mortalidad del mundo.

Pero el dolor biológico o psíquico no es sino el síntoma de que algo no anda bien. Es un fenómeno secundario. Como el alarido de una sirena que, en si misma, no es un desastre sino que lo anuncia. Duele la carne porque los nervios advierten algún mal definitivo o posible, algún fracaso de nuestras defensas biológicas. Duele el alma porque algo ha caducado en nuestra vida: un amor frustrado, un deseo no alcanzado, un examen mal dado, un ser amado perdido. El dolor no es sino el síntoma adventicio de algo terrible que está pasando o ha sucedido: de una herida, de un fracaso, una frustración, un deseo decepcionado.

Pero los dolores de hoy corresponden a las pedestres carencias que el hombre contemporáneo es capaz de percibir: la falta de dinero, de salud, de placeres para su fisiología. Hombre deformado, achatado, al nivel de su vientres es incapaz de imaginar un fracaso mayor que el de carecer de estos bienes casi puramente animales.

Solo el cristiano es capaz de admitir la posibilidad de un fracaso tremendo, infernal. Porque solo él es capaz, al mismo tiempo, de darse cuenta del sublime destino de dicha divina al cual el hombre ha sido llamado por la bondad incomprensible de Dios, más allá de todos sus deseos y pulsiones naturales.

Por eso aparecen en el Dante esas enigmáticos versos a la entrada del infierno, antes del famoso “ lasciate ogni speranza, voi chi entrate”:

 

“Giustizia mosse il mio alto fattore;

fecemi la divina podestate,

la somma sapïenza e 'l primo amore .”

Hízome la divina Potestad, la alta Sapiencia y el primer Amor 1. ¿Cómo “el primer Amor”?

Es que precisamente la inimaginable y estupenda meta del cielo es lo que medirá la infinita medida del fracaso, de la frustración de aquellos que no llegaron ni llegarán. El dolor –en el caso de que sea consciente- no será sino el síntoma externo y totalmente insignificante del terrible ‘no haber llegado'. Siempre la Iglesia consideró lo esencial de la Perdición la privación de la Visión Beatífica, el ‘daño', no la pena de los sentidos.

Los símbolos o situaciones más aterradoras a nuestra pobre naturaleza de creaturas son incapaces de figurar ni aún lejanamente lo que objetivamente es ‘perderse' lo que el Señor infinitamente generoso quería regalarnos.

La desgracia de aquel que, aunque nunca lo sabrá, pasó al lado del billete premiado de la Lotería, del que pudiendo ser Mozart o Beethoven jamás pasó del tambor y la quena, del que teniendo los talentos para llegar a físico atómico, se quedó en vendedor de bolígrafos en el subterráneo…

Dios no nos infligirá ningún castigo positivo. Al contrario, dice Santo Tomas, que el infierno, si fuera un lugar, o cómo él lo imaginaba, o si allí hubiera algún tipo de vida permanente –cuando, por definición, es lo más alejado a la vida- sería el sitio en donde, en nuestra condición privada de Dios, menos sufriremos.

El Cielo no es proporcional a las aspiraciones o posibilidades de nuestro natural humano. Solo la inmensa y gratuita bondad de Dios puede y quiere dárnoslo como don, como regalo, como gracia. El perderlo no habla ni de injusticia ni de falta alguna de misericordia de Dios. Al contrario, será el último acto de su amor y su misericordia. El acto final y posible, para quien Le rechaza o desconoce, del ‘primo Amore'.

No confíen en quiénes les dicen, ‘el infierno no existe' o ‘Dios es tan bueno que llevará a todos al cielo'.

Y ¡lamento tanto el tener que advertirlo! Incluso por mí mismo.

Pero, no puedo callar las advertencias de Jesús. La posibilidad del infierno no es hipotética, lejana. Está allí: es un altísimo riesgo.

Luchemos por el cielo.

Hagámonos santos.

 

1
“Movió a mi Autor el justiciero aliento:

hízome la divina gobernanza,

el primo amor, el alto pensamiento.

(…………)

¡Oh, los que entráis, dejad toda esperanza!”

Traducción de nuestro Bartolomé Mitre.

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