Lectura del santo Evangelio según san Mt 21,28-32
«Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: "Hijo, vete hoy a trabajar en la viña" Y él respondió: "No quiero", pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: "Voy, Señor", y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» - «El primero» - le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en él.
Sermón
Estrepsíades es un fallido negociante. Le ha ido mal en sus cálculos y en su mercar. Se encuentra agobiado de deudas y no sabe cómo salir de la realidad que lo cerca con su fracaso y los acreedores que golpean a sus puertas. “¡Pobre de mi! –exclama- No puedo conciliar el sueño. ¿Cómo he de dormir si me atormentan los gastos, las cosechas fallidas, los trirremes hundidos y las deudas contraídas? ” “ Muchacho ¡enciende la lámpara y tráeme el libro de cuentas, para que examine los gastos y, averiguando lo que debo, calcule los intereses. ” Y el pobre Estrepísades, insomne, ve acercarse, a la grotesca sombra de su mechero de aceite, la bancarrota que se le viene encima.
Pero, hete aquí que un amigo oficioso y solícito le prende una verdadera lamparita, de esperanza. Le sugiere que, para enfrentar la tormenta, envíe a su hijo al ‘ frontisterion ', literalmente el ‘pensadero' o, mejor, el ‘parladero', escuela donde le enseñarán a hablar. Le dice “ Allí habitan hombres que hacen creer con sus discursos cualquier cosa. Lo mismo enseñan, si se les paga, de qué manera pueden ganarse las buenas como las malas causas” .
Ellos instruirán a Estrepsíades sobre cómo esconder la realidad de su desastre económico con el entretejido de palabras y discursos.
Más o menos así comienza la comedia de Aristófanes “ Las Nubes ”, estrenada en Atenas el año 424 AC. Terrible sátira contra los ‘sofistas', precisamente los maestros de la palabra, los que pueden hacer con la magia del verbo que lo bueno parezca malo y lo malo bueno, lo verdadero falso y lo falso verdadero.
Mendaces maestros surgidos en la debacle posterior a la ilustrada dictadura de Pericles , cuando al gobierno aristocrático sucede, por obra de Cleón -un demagogo- el caos del populismo y la democracia.
Atenas declina irremediablemente. Cae, tras sangrientas guerras, bajo el dominio de Esparta, luego de Tebas, finalmente de Macedonia.
Pero, en el ínterin, la democracia es la gran diversión y el gran queso a repartirse por los elegidos de turno. Y la gran arma para acceder el poder y al queso ya no es la capacidad, la probidad, la prudencia -como en los regímenes anteriores-, ni siquiera el valor de la espada, sino la capacidad de convencer al populacho.
Para esto el arte de la palabra, el brillo de la oratoria y el manejo de la dialéctica para la discusión adquieren máxima importancia. El bien hablar se convierte en formidable arma política. La única idoneidad apetecible es la de la palabra, la retórica. Y los maestros de la retórica ¡son los ‘sofistas'!
Contra ellos escribe su comedida Aristófanes. Son ellos quienes enseñan a manejar sagazmente los recursos persuasivos de la palabra pública.
Ya no interesa la verdad, el profesionalismo, el valor, la virtud, sino el poder pronunciar palabras convincentes. Ellas son capaces de crear un mundo irreal mágico en donde se extasía la imbecilidad de las mayorías.
A pesar de las admoniciones de Aristófanes, bajo este mundo feérico de palabras ajenas a la realidad, esa realidad continua resquebrajándose hasta que, finalmente, ningún discurso será capaz de parar la muy lacónica pero realísima espada de Esparta que, en el 404, pone fin a tanta inconsistente verborragia, destruyendo a Atenas.
Pero, es claro, la palabra es la gran tentación del hombre. Así como Dios crea al mundo por su palabra, así es tentado el ser humano de repetir el gesto divino con la suya. Ese es el origen de las antiguas religiones: apropiarse de ‘vocabulario divino', reservado a los sacerdotes, y dominar al mundo con palabras mágicas, con ensalmos, con encantamientos.
Porque, en Dios sí. Piensa, dice, y las cosas son. Tal como Él las piensa y las dice. Pero, en el hombre, no. Este solo puede nombrar lo que está hecho, lo que es. Y la palabra vale en la medida en que nombra cosas reales. Cuando la palabra no designa a la realidad o designa a una idea ajena a la realidad, cuando se transforma en el ejercicio sonoro y hueco de entretejer conceptos irreales o, peor, sonidos vacíos, pretende, en el fondo, hacerse semejante a la palabra divina creadora de la realidad.
En el hombre la función de la palabra es más modesta: señalar lo que ya existe o lo que, a partir de lo que existe, es posible.
Pero, para los sofistas no hay verdad objetiva. Las cosas son como a cada uno le parece. “El hombre es la medida de todas las cosas” -p??t?? ???µ?t?? µ?t??? ? st ? ? ? ????p??-, es la famosa frase del sofista Protágoras de Abdera. Es decir, el pensamiento, la palabra humana, dictamina lo que las cosas son, lo verdadero y lo falso, el bien y el mal.
Protágoras de Abdera 485 a. C.- 411 a. C.
El cristianismo es al revés. El pensamiento de Dios, la palabra de Dios es la medida de todas las cosas. Es la realidad creada y pensada por Dios la que, para que haya verdad en las ideas y el decir, debe ser la medida del pensamiento y de la palabra humanos.
Ese sano realismo de la ‘adecuación del pensamiento y la palabra del hombre a la realidad', imperó inconcuso en Occidente durante al menos mil quinientos años. Hasta Lutero .
“La verdad no es lo que Dios me dice en la Escritura –afirmó- sino lo que yo leo y digo de la Escritura”.
Kant traduce esta afirmación a la mera filosofía. “Las cosas no pueden conocerse, es mi pensamiento, mis categorías las que configuran la realidad ”. La verdad es lo que yo leo y digo de la supuesta realidad. Y, de allí, Fichte -y Hegel , de otro modo -: “Las cosas no existen en si mismas, sino solo en mi pensamiento. Existen porque yo las pienso. No que pueda pensarlas porque existen.
Ernst Cassirer 1874-1945
O, como dijo más contemporáneamente Ernst Cassirer: “La realidad existe solamente en el lenguaje, en la palabra”.
No la de Dios, lo cual sería cierto, sino la del hombre.
¿Ven? El hombre se proclama Dios. Piensa, dice las cosas, y las cosas son.
De allí el racionalismo iluminista, el liberalismo, Marx. Y esto no queda en ‘palabras' ya que en el terreno de la praxis revolucionaria marxista, el mundo, la naturaleza, la sociedad, es un gran caos o hay que transformarla en caos, para poder rehacerlo utópicamente por medio de la palabra humana.
No se trata ya del sometimiento a las leyes de la naturaleza, a la ley moral, a la ética política, dichas por Dios en y a su criatura, sino del puro arbitrio de la razón humana y su palabra divinizadas, creadoras de quimeras sociales.
De allí que desde la Atenas decadente, lleguen a nosotros, otra vez, los sofistas con la magia de sus palabras embusteras. Descendientes de Protágoras engendrados, entre nosotros, por la palabra cabalística, la palabra del pastor protestante despojada de la realidad de los sacramentos, la palabra del legislador en la locura de Rousseau. Éste se atreve a decir sin tapujos, textualmente: “El verbo del legislador debe ser capaz de cambiar la naturaleza humana, transformar cada individuo, alterar la constitución del hombre”.
Finalmente, la palabra del agitador marxista, concientizador de la divinidad del proletariado.
Y, así, el pensar del mundo moderno se asienta sobre la magia de la palabra de los sofistas.
La palabra vacía o falaz, como la moneda falsa puesta en circulación, envilece la palabra verdadera. Y si, por un lado, se emite para destruir la verdad y la relación con lo objetivo, por el otro es el recurso fácil para camuflar la rebeldía o el desastre de la realidad.
Las Relaciones Publicas , Chaumely , Jean / Huisman, Denis Eudeba, 1964
‘Relaciones públicas' es la gran ciencia de nuestros días. “ Procedimientos utilizados por el Estado y los empresarios para atraerse la simpatía y la buena voluntad del mundo exterior ” la define Chaumely en el librito publicado por Eudeba. Creada por Ivy Lee para devolver imagen a John Rockefeller , que había hecho ametrallar a sus obreros en huelga, y usada luego por Roosvelt , el de la permanente sonrisa, para echar un manto de bellas palabras sobre la crisis del 29 y, luego, por Truman , para convencer a los norteamericanos de aliarse con Stalin.
Ivy Ledbetter Lee ,1877 – 1934
Hoy la usan todas las grandes empresas y los estados y las empresas del estado.
Gran desastre económico, hambre, quiebras, desocupación ¿medidas? ¿resoluciones? No: en la escuela de Estrepsíades un discurso en cadena y ‘relaciones públicas' del respectivo ministerio trabajando en bellas palabras y propagandas. No andan los teléfonos ¿arreglarlos? No: un discursito y una página de ‘La Nación' y de ‘La Prensa' y de ‘La Razón' con propaganda de Entel. Paginas, por supuesto, pagadas por nosotros. ‘Public relations'.
Y todo es así: la realidad se nos resquebraja bajo los pies y la solución son discursos, diálogos, multipartidarias, viajes al Chaco, conferencias de Prensa, mesas redondas, declaraciones, promesas.
Y, ahora, otra vez, regresaron los especialistas en esto, los políticos, los que nunca hicieron nada o, cuando quisieron hacerlo, lo hicieron mal. Otra vez son su retórica, sus declaraciones, sus proclamas, sus discursos.
Siempre lo mismo: sacar una solicitada, reunir firmas, sentarse a conversar, aspirar a hacerlo, un día, en el charladero del Congreso.
Palabras en la ONU, en la Fao, en la Unesco, en la Oea. Papeles y papeles. Expedientes y folletos. Y la realidad impertérrita abajo, reclamando hechos y trabajo. O, peor, lamentablemente, aprovechando ese vacío de realidad los artífices de la subversión o del dominio mundial.
Pero ¡también la Iglesia! Pastorales y documentos, reuniones y convenciones, sínodos y declaraciones. Discursos y exhortaciones.
¿Rezar? ¿hacer? ¿santificar al clero? ¿hacerme santo?
‘Bla', ‘bla', ‘bla', ‘bla' o, más vacuo, ‘tingui', ‘tingui', ‘tingui' –con la guitarra-.
¿Para qué comprometerse con Cristo y con la vida si puedo pegar un cartel, firmar una solicitada, echarme un bello discurso, decir rimbombante “¡ Voy, Señor !” y regocijarme luego con el sonido vacío de mi voz? Y estar satisfecho de mis bellos pensamientos, y de mis hermosas palabras.
Mientras el mundo se hunde a mi alrededor y mi vida se ha convertido en pura palabra.
Palabra vacía e impotente, de hombre. No palabra creadora y transformante de Dios.