Lectura del santo Evangelio según san Marcos 9, 38-43. 45. 47-48
Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros» Pero Jesús les dijo: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros. Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo. Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar. Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga»
Sermón
Una de las historias más curiosas de la propagación del cristianismo por el mundo es la de la Iglesia en Corea, ese país que hoy vuelve a llamar la atención de todos no solo por su capitalística prosperidad actual, sino, ahora, por las olimpíadas, a pesar del boicot informativo que le hace nuestra televisión estatal inspirada por instrucciones caputenses, quien debe su reciente promoción internacional al voto de países imbuidos por otros sistemas.
El asunto es que, cuando en el siglo XVII ya funcionaban prósperamente el cristianismo chino, indio y japonés y apóstoles de muchas nacionalidades recalaban en distintas playas del mundo, Corea no había recibido aún la visita de ningún cristiano.
Perro, en aquella época, los jesuitas ya habían traducido el Nuevo Testamento al chino, así como compuesto en ese idioma varias obras de instrucción y catequesis a alto nivel. Literatura destinada al diálogo con la clase pensante de la China. Y es justo recordar el nombre de un pionero en este ámbito, el misionero jesuita Mateo Ricci que, hasta vestido a lo chino, se había adaptado admirablemente al medio pekinés.
Pues bien, un navío francés con un cargamento de esa literatura en chino, por razones económicas enviadas a editar en Europa, llevado del mal tiempo, tuvo que desembarcar esa carga en un puerto coreano, donde fue abandonada. Algunos de esos libros, por casualidad, cayeron en manos de un letrado coreano, Yi Pek , quien se entusiasmó tanto con lo que leyó que convocó a grupos de colegas para que estudiaran la doctrina cristiana con él.
Todos , conquistados, se adhirieron al cristianismo. En 1784 Yi Seung Hun , aprovechó una misión diplomática, para dirigirse a Pekín, donde tenía noticias de que había cristianos y sacerdotes. Allí habló con un obispo, recibió el bautismo, pero no consiguió misioneros.
Vuelto a Corea, con Yi Pek, que había elaborado ya en coreano toda una teología cristiana a partir de la tradición confuciana, organizó, él mismo, una comunidad cristiana .Y comenzaron a bautizarse entre ellos. Se confesaban unos con otros y, finalmente, hasta empezaron a celebrar la Misa e impartir la Confirmación, nombrando a otros para que pudieran hacer lo mismo.
Yi Seung Hun
Mientras tanto, Yi Seung Hun escribía instantemente a Pekín para que les enviaran verdaderos sacerdotes, porque intuía que estaba haciendo las cosas fuera de las reglas.
Cuando, en 1794, llegó por fin un sacerdote chino, le estaba esperando una comunidad de casi 10. 000 cristianos, a pesar de que ya habían comenzado contra ellos cruentas persecuciones. Este sacerdote fue asesinado en 1801 y, durante treinta años más, estuvieron los coreanos privados de sacerdocio. Recién en 1837 llegaron un obispo y dos presbíteros que, dos años después, también murieron mártires.
El primer sacerdote coreano, martirizado, fue André Kim Tae-gon , en 1846, cuya fiesta celebramos el 20 de Septiembre. Y así pues, curiosamente, sin misioneros, comenzó el cristianismo en Corea.
San André Kim Tae-gon
¿Quién dudará de que estas confirmaciones, esas Misas, esas confesiones, a pesar de que eran sacramentalmente inválidas, producían, por la fe de los asistentes, abundantes gracias en todos, y servían de ocasión para acrecer la vida cristiana? ¿Se hubiera enojado Cristo -con Juan en el evangelio de hoy- contra el que expulsaba demonios sin ser de los apóstoles? No: “el que no está contra nosotros está con nosotros”.
Alguien, sin embargo, recordará la sentencia aparentemente contraria que aparece en Mateo y Lucas: “El que no está conmigo contra mí está ”. Pero, amén de que en esta frase habla Jesús en singular, refiriéndose a sí mismo y, en la anterior, habla de ‘nosotros', refiriéndose a los apóstoles, lo que siempre es importante es atender a las circunstancias en que las diversas sentencias se pronuncian.
Porque lo que fue ciertamente loable, en aquellos primeros cristianos coreanos, no lo sería hoy, en nuestros ambientes. Si un grupo de laicos, antes de ser ordenados presbíteros, al margen de la Iglesia, pretendieran celebrar la Misa y confesar, estarían errando gravemente y, aún, pecando. Tanto es así que ha habido muchas herejías, entre ellas el protestantismo –que niega el sacerdocio y postula que cualquier bautizado puede presidir las celebraciones sacramentales- que procedieron de este modo ajeno a la Iglesia.
Aún entre católicos no ha faltado, últimamente, algún teólogo que instara decir la misa a laicos, e incluso, recientemente, la santa Sede ha debido insistir en la prohibición de que toda la asamblea lea el Canon y las palabras de la consagración junto con el sacerdote.
Pero es evidente que una cosa es oponerse explícita y formalmente a la doctrina y disciplina de la Iglesia y, contra Ella, actuar a sabiendas, y otra hacerlo por ignorancia y con buena intención.
La actitud del cristiano frente a una y otra modalidad de error ha de ser obviamente distinta. Porque uno es el error y el errado que, lúcidamente, se presentan y proponen como enfrentados con la Iglesia. Otro es el error que nace, no polémico, por ignorancia, sostenido no enconadamente por el errado. Otro el error que, siendo en si mismo fruto de pensamiento anticristiano, es sostenido no agresiva, no polémica, no dialécticamente y abierto a la posibilidad de la conversión. No podemos tratar a todos por igual, aunque todos deban ser, por caridad, corregidos. Y aún aislados o evitados y combatidos.
En ese mismo ámbito de las misiones en Oriente saltaba a cada rato el problema. ¿Qué hacer con esas inmensas masas paganas que, en buena fe, sostenían, en teoría y en la práctica, tantos errores? Por otra parte no todo era negativo. Muchos aspectos de sus culturas y creencias eran, en sí mismos, iguales y aún superiores a los de Occidente.
Justamente, Mateo Ricci, el misionero jesuita en Pekín, se dio cuenta de que había que hacer un nuevo esfuerzo de traducción. No se les podía, sin más, enseñar a los chinos el latín y, despreciando lo bueno de sus propias tradiciones forzarles a asimilar en todo los parámetros culturales europeos.
De todos modos las opciones no eran sencillas. ¿Qué era formalmente erróneo o inmoral en la cultura china y, por lo tanto, no se podía aceptar de ninguna manera? ¿Qué, en cambio, se podía incorporar y corregir? El primer esfuerzo de los misioneros fue hacer teología con un ‘vocabulario' chino en donde no existían un montón de conceptos judeo-cristianos. Comenzando por el de Dios. La mayoría de ellos lo asimilaba a la Totalidad y su designación, en chino, llevaba ese significado. Dudaron pues entre usar un neologismo o servirse del nombre de ‘Cielo' en chino. Al fin y al cabo el origen etimológico de la palabra ‘dios', en los lenguajes indoeuropeos, también designaba al cielo.
El neologismo hubiera sonado extraño, aún cuando no hubiera dado lugar a confusión. De tal modo que, finalmente, se optó por utilizar el vocablo ‘cielo', prestando al término nuevo significado.
Ricci, por su parte, también dejó su sotana, demasiado extraña para los chinos con su color negro y se vistió de mandarín. Admitió, además, los honores que se rendían a los parientes muertos y a Confucio, tan arraigados entre los chinos, que consideró puramente civiles –como homenajear la memoria de Belgrano o de San Martín o leer los consejos de Alberdi- y pidió insistentemente permiso para celebrar la Misa en chino, cambiando algunos ritos inaceptables para esa cultura. Por ejemplo, una nimiedad: el color blanco era luto, para la cultura oriental y no resultaba utilizarlo en los colores litúrgicos de los días de fiesta. ¡Y el pan utilizado para la Eucaristía era casi desconocido en China! Hubo quien dijo que la santa Misa debía utilizarse con arroz.
K'ung-fu-tzu 551 a. C. - 479 a. C.
Los límites precisos, pues, de esa ‘inculturación' eran inasible y el intento, por lo tanto, peligroso. Hubo muchísimas discusiones en Roma. También entre las distintas órdenes misioneras.
La cosa nunca se aclaró del todo. Finalmente, la Revolución Francesa y, luego, el imperio inglés se ocuparon de terminar con aquellas misiones que, como también en la India, Madagascar, Indochina, Japón y África, se estaban extendiendo como un reguero de pólvora.
Mateo Ricci, S. J.
Pero el problema es antiquísimo, porque ya la primitiva Iglesia había sufrido la experiencia de tener
que transmitir el mensaje, revelado al pueblo judío y en categorías judías, al mundo griego y latino del imperio romano.
Es verdad que el caso de Grecia y Roma han sido únicos en la historia. Ninguna otra cultura produjo un sistema riguroso de pensamiento a nivel filosófico, ético y científico como el griego -ni ético jurídico como el romano-. Aún hoy, cualquiera que quiera acceder al pensamiento científico, lógico, coherente, capaz de vehiculizar ideas analizándolas críticamente y desglosándolas en sus diversos aspectos formales, distinguiendo sin confundir y buscando la concatenación de causas y efectos mediante razonamientos exactos y verificables, debe acudir a la lógica griega. Porque esa manera de pensar no pertenece a ningún pueblo en especial sino al hombre como tal. Hoy en día, ya desaparecido el pueblo y la raza que le dio origen, se ha transformado, al menos a través de la ciencia positiva, en patrimonio de toda la humanidad.
Esta técnica rigurosa de pensar fue elegida, desde sus primeros pasos, por la Iglesia, como plataforma racional y jurídica sustentadora de la fe cristiana. De hecho, todos los dogmas y la teología cristiana se pensaron y se piensan con categorías y formas lógicas grecorromanas, aunque se hayan traducido a otras múltiples lenguas.
En realidad es por eso que la cultura tradicional enraizada en Grecia, Roma y los Evangelios quiere ser destruida por los fabricantes del caos y de la revolución. Lo hace por muchos medios, entre otros, en nombre de estúpidos indigenismos.
Es una manera de destruir los fundamentos racionales del comportamiento de los hombres y por lo tanto de su apertura a Dios. Es un modo de sumirlos en la imposibilidad de pensar y por lo tanto de elegir libremente, de ser ‘personas', transformándolos así en seres desestructurados, no pensante, dóciles a la propaganda, y educados en la obediencia masificada a las clases políticas y toda clase de supersticiones antiguas y contemporáneas.
Es verdad que la asimilación de lo cristiano a lo heleno no se hizo sin dificultades, ya que junto con ‘el método' de pensar griego (y, habría que añadir, junto con el sentido de juridicidad romano) su pensamiento estaba contaminado de muchos errores y aberraciones. Antes que nada, por la divinización del cosmos y de sus fuerzas naturales y políticas. El enorme esfuerzo que hizo el cristianismo para asimilar el rigor griego con su lógica filosófica y científica -y el derecho romano- sin, al mismo tiempo, dejarse infiltrar por esas ideas erróneas, edificando así las estructuras del pensamiento de la cristiandad, ha sido una gesta del intelecto y de la Iglesia Católica no parangonable con ninguna otra en la historia del pensamiento humano, pero, también, una historia preñada de peligros y herejías.
Pero, a lo definitivamente asimilado en sus dogmas y teología, la catolicidad ya no podrá nunca renunciar, para bien de todos los pueblos y de todas las culturas a las cuales llegue su mensaje.
De todos modos el hecho de que no haya cultura a la cual no pueda volcarse el mensaje cristiano, con las debidas correcciones y aún rechazos, no quiere decir que lo mismo pueda hacerse –como postulan algunos chorlitos- con ideologías que han nacido explícitamente del rechazo de Dios, de Cristo y de su Iglesia. Algunos valores de esas ideologías por supuesto que pueden aceptarse, porque no hay doctrina tan absurda que no tenga siempre algún elemento de verdad en dónde sostenerse. Pero la ideología de fondo, jamás; porque lleva, en su sistema, intrínsecamente impresas semillas de destrucción y mentira.
Allí están, para comprobarlo, los intentos de casar al cristianismo con el liberalismo, o con el marxismo, o con el protestantismo, en que están hoy en día y desde hace tiempo empeñados tantos eclesiásticos, laicos y teólogos. Terminan todos estos irenismos, de una manera u otra, con la destrucción de la fe de individuos y aún de enteras sociedades.
No. Allí el que no está con Cristo, está contra El. Y aún cuando algunos sostenedores ingenuos de estas ideologías estén de buena intención y se suponga que con ellos se pueda dialogar, el peso mismo de esas ideas intrínsecamente anticristianas los vuelven, aún sin querer, anticatólicos. No es lo mismo que un pagano que jamás ha sido adoctrinado en el cristianismo. Las ideologías nacidas en disidencia con el catolicismo no son neutrales.
Por supuesto, peor aún, los que claramente ven, desde esas ideologías, a Cristo y a su Iglesia –a la manera como el satanismo y la masonería- como el gran enemigo, por eso no cesan de atacarlos de frente o hipócritamente por todos los medios. Ellos son aquellos de los cuales dice el evangelio que más les valdría que se ataran una piedra de molino a su cuello. Porque, desde su soberbia anticristiana, han escandalizado ‘a los pequeños' y han sumido a las masas en el error y la estupidez, cuando no en la perversidad.
Amar al enemigo , sí; que no es lo mismo que tenerlo tontamente por amigo. Distinguir al que yerra de su error sí; pero no ser pavote y creer que las buenas intenciones rectifican el mal que produce lo falso. Tratar de convencer al ingenuo , sí; pero no perder tiempo con el declaradamente enemigo. Rezar y afilar las armas.
O prepararse al martirio.