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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1992. Ciclo C

26º Domingo durante el año
(GEP, 1992)

Lectura del santo Evangelio según san Lc 16, 19-31
«Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. «Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama" Pero Abraham le dijo: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado.Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros" «Replicó: "Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento" Díjole Abraham: "Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan" El dijo: "No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán" Le contestó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite"»

Sermón

          Cuando Marcial -Marco Valerio Marcial-, el famoso autor satírico romano del siglo I, en uno de sus epigramas, quiere describir el mal aliento de una cortesana en decadencia, lo compara con el hedor combi­nado de una sandalia de legionario, la boca abierta de un león y el barrio -en Roma- de los teñidores de púrpura.

Lo de la púrpura era un invento fenicio. Habían descubierto, ya en el segundo milenio antes de Cristo, que unos moluscos gasterópodos del orden estenoglosos , géneros 'púrpura' y también 'murex', segrega­ban un líquido pardusco que, según como se procesara, podía transfor­marse en una tintura cuyos colores variaban del amarillo al violeta y al rosado. Como dicho molusco y su procesamiento suponían métodos costosos, las telas -generalmente lana- teñidas de púrpura, solo podían ser adquiridas y utilizadas por la gente pudiente. De hecho, en Roma, la púrpura era señal de dignidad. Una banda de púrpura sobrepuesta a la túnica, indicaba, si era estrecha, 'angusticlavium', pertenencia al orden de los caballeros; si era ancha, 'laticlavium ', al orden de los senadores.

El único problema de este tinte era que, para disolver la secreción del gasterópodo se usaba orina humana. Había incluso establecimientos que tenían caños colectores que desde los retretes u orinales públicos llevaban a la fábrica directamente tan preciado producto. El hedor que despedían los barrios donde se instalaban estas tintorerías, sus obreros y, finalmente, el producto terminado era proverbial. De allí la comparación de Marcial.

A pesar de ello, maloliente y bellísima, de reflejos cambiantes y diversas tonalidades, terminó por designar al color que, por muchos siglos, caracterizó las altas jerarquías: cónsules, emperadores, reyes y, aún hoy, cardenales.

Entre los hebreos, la púrpura era utilizada, sobre todo, litúrgi­camente. Sus telas formaban, junto con los manteles y cortinas de lino, el ajuar del Santo de los Santos y de los lugares más sagrados del templo. También los sacerdotes de elevado rango se revestían de púrpura y lino. Costumbre por otra parte común al Oriente de la época. El profeta Baruc menciona que los ídolos de las religiones babilónicas eran vestidos con estos géneros: "Por la púrpura y el lino que se pudre encima de ellos, conoceréis que no son dioses", clama en el capítulo 6 de su libro.

De tal modo que, cualquier hebreo habituado a las escrituras, al oir la combinación de las palabras púrpura y lino , espontáneamente volvía su atención al templo de Jerusalén y a la casta sacerdotal.

Otro detalle curioso respecto a nuestro evangelio de hoy es que el nombre Lázaro o Eleazar fuera el gentilicio de una familia de sumos sacerdotes de las más importantes de la época.

Flavio Josefo , historiador judío del siglo I, menciona como los más conspicuos linajes de la primera mitad de ese siglo, precisamente el de los Lázaros o Boetos -en griego-, el de Anás, el de Alejandro, el de Kamith y el de Phiabi, que proporcionó al templo seis sumos sa­cerdotes, todos hermanos entre sí .

Estas familias sacerdotales, como Vds. saben, formaban el pode­roso y aristocrático partido de los saduceos -supuestamente descen­dientes todos del sacerdote Sadoc, de la época de David, de allí su nombre-. En el Sanedrín se repartían el poder, en la época de Jesús, con los fariseos, partido de clase media y más abierta a las noveda­des doctrinales. Los saduceos en cambio, conservadores, solo aceptaban de la Biblia los cinco primeros libros, es decir a Moisés y algunos profetas. No creían, por ejemplo, en la resurrección.

Cuando Cristo comenzó su vida pública, los Boetos o Lázaros ya habían perdido influencia, y no accedieron más al sumo sacerdocio, dejando empero, parece, un buen recuerdo detrás de sí. El primer sumo Sacerdote de su prosapia había sido precisamente un tal Simón, también llamado Lázaro, suegro de Herodes, que había ejercido el cargo durante dieciséis años.

El asunto es que cuando, más tarde, tanto en los Hechos de los Apóstoles como en los evangelios, se dan algunos nombres de saduceos y familias sacerdotales complotándose contra Cristo o la Iglesia, aparecen los nombres de Anás, de Caifás, de Alejandro, de Jonatán y otros miembros de otras familias sacerdotales, pero nunca se mencionan como enemigos a los Lázaros o Boetos. Como sabemos que algunos pocos saduceos siguieron a Jesús, podría ser que los Lázaros fueran de sus simpatizantes y por eso era un nombre amable al cristianismo. Hasta es posible que alguno de ellos, por sus convicciones cristianas, haya sido radiado del poder y perdido sus bienes. Y de allí que su apodo fuera usado por Jesús o por Lucas, en esta fábula o parábola, para designar al pobre bueno.

Otra conexión posible del cuento es con el Lázaro, hermano de Marta y de María. El evangelista Juan relata, en el capítulo 11 de su evangelio, que es precisamente a partir de la resurrección de Lázaro que los sumos sacerdotes, las familias pontificias, los saduceos, presididos por Caifás, no solo deciden acabar con Jesús sino también matar a aquel, que le servía de propaganda viviente.

Esta aristocracia saducea, las familias de los sumos sacerdotes, según las crónicas de la época apegados al poder y a la riqueza, admi­nistradores de las cuantiosas entradas del Templo y dueños del negocio de las peregrinaciones, politiqueros corruptos y capitalistas poco es­crupulosos, vestidos de púrpura y lino, aún frente a la vuelta a la vida de Lázaro y luego de la Resurrección de Jesús, no solo no cree­rán, sino que se convertirán en inmisericordes perseguidores de la Iglesia, hasta que la caída final de Jerusalén en manos de los romanos termine con ellos.

Todo su conocimiento de Moisés y los profetas, y aún la resurrec­ción de Lázaro y, luego, el hecho más apabullante todavía de la Resurrección del Señor, no les ha valido a estos aristócratas para someter, no su inteligencia -que para ello había sobradas evidencias-, sino su orgullo y sus privilegios y su negativa a la conversión y al cambio; someterlos -digo- al nuevo y definitivo señorío de Jesús.

La historia de Lázaro y del rico no es, pues, en realidad una diatriba contra la riqueza, ni una especie de concesión a ninguna dialéctica social. De hecho el relato de un rico y feliz que luego era castigado en la otra vida y de un pobre y sufriente que luego era recompensado, era una historia muy común y conocida en diversas literaturas de Oriente y también en el judaísmo. Jesús toma un tema tradi­cional y lo transforma, dándole un sentido más concreto y a la vez más profundo y permanente.

No es tanto pues aquí el contraste del rico y del pobre lo que se destaca, sino el del creyente y el increyente, el de los saduceos que rechazan a Cristo y el de los que lo siguen.

El nombre de Lázaro, único nombre propio que aparece en todas las parábolas de Jesús, evidentemente quiere asociar al cuento la figura de estos Lázaros que he mencionado, tanto los Boetos como el hermano de Marta y de María, prototipos precisamente de los creyentes.

Por eso, en la fábula, Lázaro es recibido, como dice nuestra ab­surda traducción, en el seno de Abrahán, paradigma de los hombres de fe. ¡Seno de Abrahán!: es un disparate. ¿Qué puede entender hoy un ar­gentino común con esto de 'seno de Abrahán' sin matarse de risa? Lo que pasa es que se traduce mal el término 'kolpos ', griego, que designaba al espacio curvo que va desde las costillas a la rodilla cuando uno en un banquete se recostaba -como se hacía entonces para comer- en un sofá, apoyándose en el codo izquierdo. Reclinarse a la derecha del que estaba a la cabecera de la mesa era un puesto de honor. Ese es el puesto, por ejemplo, de Juan en la última Cena de Jesús. La expresión griega utilizada para señalarlo era que estaba en el kolpos de Jesús. Traducirlo literalmente como 'en el seno de Jesús' suena ridículo. Estar, pues, en el seno de Abrahán no significa sino estar reclinado en un banquete en el puesto de honor a la derecha de éste.

Y como Vds. saben, desde el Antiguo al nuevo Testamento, Abrahán es considerado como el Padre de los creyentes, precisamente porque él había creído en la palabra de Dios y, sin vacilar, abandonó su tierra natal y se encaminó, sin saber adonde iba, por el camino que Dios le indicaba.

Eso es exactamente el problema de fe que plantea Jesús: no que los saduceos no tuvieran las evidencias necesarias para prestar una plena adhesión intelectual a Cristo: los hechos y las pruebas eran más que suficientes, y estaban en las promesas de la Escritura y en los acontecimientos de la resurrección de Lázaro y, luego, la de Jesús. El problema estribaba en el orden de la moral, de la obligada conversión, del para los saduceos imposible cambio de actitud y de vida. Ese era para ellos el obstáculo insalvable; y una nueva evidencia, como la de la aparición de un muerto, no añadía nada a lo intelectual, ya sufi­cientemente claro, ni ayudaba un adarme al cambio que los saduceos se negaban a realizar.

La dificultad de los saduceos y familias sacerdotales no era pues de falta de razones, sino de falta de convicciones y decisiones.

Así la parábola explica a los oyentes el escándalo de que preci­samente estos sacerdotes y peritos en escritura, que deberían haber sido los primeros en seguir a Jesús, en cambio lo han rechazado. No se trata de un problema de la razón: "dos más dos son cuatro". Es que, en el caso de Cristo, si dos más dos son cuatro, había que transformarse, cambiar de vida, dejar muchísimos agradables privilegios y vivir en serio a Moisés y los profetas, la misericordia y el evangelio.

Porque, desde siempre, el gran problema de los ateos no es probar o no la existencia de Dios y la divinidad de Cristo, sino el tener que convencerse y perder la tranquilidad y adquirir conciencia de pecado y, a lo mejor, tener que convertirse.

Es este cambio moral que no desean hacer los saduceos en su mayo­ría, lo que los lleva a rechazar a Jesús. Y es así como, entonces, su púrpura, finalmente, retorna a su origen maloliente, y sus banquetes caducan en sed. En cambio las hediondas llagas de Lázaro y su hambre, se mudan en vestido de fiesta, y él es sentado a la mesa, a la derecha de Abrahán.

Los hermanos del rico eran cinco.

Es una técnica usada por Jesús: los oyentes, de tanto oir el mismo cuento, ya conocen bien su argumento y su final. Son los cambios que hace el Señor a la narración tradicional los que les llama la atención y va derivando el sentido del relato al mensaje que Jesús pretende dar. En este caso los oyentes se habrán divertido viendo como, poco a poco, la figura del rico va adquiriendo los rasgos de los saduceos.

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