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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1983. Ciclo C

27º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Lc 17, 5-10
Dijeron los apóstoles al Señor; «Auméntanos la fe» El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: "Arráncate y plántate en el mar", y os habría obedecido» «¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: "Pasa al momento y ponte a la mesa?" ¿No le dirá más bien: "Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?" ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer»

Sermón

Ese piadoso israelita y sereno filósofo que fue Martín Buber –hace doce años fallecido- sostenía –erróneamente, por supuesto- que la diferencia entre la creencia judía y la fe católica era que aquella se caracterizaba por la actitud de ‘confianza' en Dios, mientras la nuestra tenía, como signo distintivo, el hecho de aceptar como verdaderas determinadas enseñanzas.

 

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Martín Buber (1878 – 1965)

Y digo ‘erróneamente' porque, para el católico, en realidad, ambos conceptos se incluyen y son imposibles de separar. El de ‘confianza' y el de ‘verdad creída'. Ya San Agustín había distinguido estos dos aspectos del acto de fe. Afirmaba que una cosa era la fe ‘mediante la cual' algo se creía –la ‘ fides qua' - y, otra, ese ‘algo', es decir las afirmaciones o fórmulas de la fe –la ‘ fides quae' -.

Pero quizá sea verdad que, en la historia de los católicos y durante mucho tiempo, en épocas en que toda la sociedad era cristiana, la atención de los pensadores de la Iglesia más se detuvo en las ‘verdades de fe', para determinarlas, tratar de entenderlas e iluminarlas, que en el ‘acto de confianza' que todos, casi naturalmente, tenían, por el mero hecho de nacer en la cristiandad. Tener fe o no significaba, en aquel tiempo, de modo principal, profesar íntegramente las verdades católicas o no. El que recusaba algunas o las deformaba era hereje, no tenía la verdadera fe.

La fe era, pues, una constelación de verdades, una cosmovisión intelectual, un mundo organizado de ideas naturales y sobrenaturales profundamente trabado. Fe era igual a ortodoxia.

Eso no estaba mal, pero solo, afirmado unilateralmente corría el riesgo de transformarse en un concepto de fe a medias. Y, entendido así, llevó a Lutero , por reacción, a renegar de este aspecto intelectual de la fe. La fe era para él el mero ‘acto subjetivo de confianza' sin reservas en el Dios incomprensible, al que no conducía ni llegaba ningún camino del pensamiento humano. La famosa ‘fe fiducial' luterana. El ‘sentimiento de dependencia absoluta' de Schleiermacher .

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Friedrich Schleiermacher (1768 – 1834)

Frente a estas posiciones, muchos teólogos católicos se esforzaron aún más por recalcar la objetividad de la fe y mostrarla como auténtico conocimiento. Con lo cual los dos aspectos de la fe parecieron como distanciados.

Pero, fíjense que hoy, en el vocabulario común los dos aspectos de la definición de fe católica, el subjetivo y el objetivo, viven casi independientemente. Por un lado se habla de fe para designar solamente el ‘acto de confianza' incluso para lo profano. “Tengo fe en Luder o en Alfonsín”, “tengo fe en las elecciones”, “tengo fe en la constitución o en la Difunta Correa”, “tengo fe en mi marido”. ¿Ven? Todas ‘fe' sin el más mínimo contenido intelectual.

Al revés, entre muchos católicos supuestamente de derecha, la fe como coto cerrado de verdades, pura ideología, sin calor, ni afecto, ni caridad, academicismo integrista, purismo noético de ortodoxia -gestor de solicitadas 1 sin amor por el que yerra ignaro-, cenáculos de perfectos e iluminados. Todos los demás a las tinieblas exteriores y al crujir de dientes.

En realidad, ya desde el antiguo testamento los dos aspectos se complementan.

“Fe” traduce un término hebreo “ aman ” que significa ‘ser sólido', ‘fuerte', ‘compacto', ‘estable' y, por lo tanto, ‘confiable', de lo cual se deriva ‘tener confianza', ‘poder apoyarse en'.

De allí viene nuestro “Amén”, con el que sellamos todas nuestras oraciones. Que es como decir ‘creo', ‘tengo confianza de que así será' o, mejor dicho, ‘de que ya es'. Por eso algunos, algo ingenuamente, querían traducir “así es” y no “así sea”, como se decía antes.

Amén es, también, lo que respondemos cuando nos presentan “El Cuerpo de Cristo”. ‘Amén', ‘así es', ‘creo'.

Y ese ‘Amén', esa fe que tenían los israelitas en Dios, significaba, antes que nada, el acto de entrega y de confianza que depositaban en Dios como protector y salvador de su pueblo. Pero confianza que se traducía inseparablemente no solo en descansar en Él, en Su poder, sino también en aceptar como verdaderas todas las palabras que les decía por medio de sus profetas. La confianza en Yahvé llevaba aneja indisolublemente el reconocer como correctos Sus caminos, Sus leyes, Sus consejos y como verdadera Su revelación.

Esta línea del ‘Amén' se continúa y plenifica en el Nuevo Testamento. La fe sigue siendo un acto de confianza, un fiarse en Dios. Un Dios, empero, que ahora se revela y ofrece plenamente en Jesucristo y con el cual me encuentro –no como recuerdo, no como maestro pretérito, no como lejano fundador de una doctrina o de una moral- sino vivo y presente en la Iglesia, en la comunidad de los creyentes, en la voz de la Escritura, en la enseñanza del Magisterio autentico. Y cuya vida y enseñanzas interiorizo, en personal contacto, en oración y meditación, en sacramentos de gracia, en acciones de caridad.

Es evidente que este Magisterio estructura una serie de verdades y de normas éticas formuladas dogmáticamente, fuera de las cuales la visión se deforma y la vida sobrenatural y humana se desvía y marchita.

De allí que el celo por la ‘orto-doxia' dogmática ha de mover a todo católico. Pero lo que en última instancia interesa es la realidad hacia la cual las fórmulas nos llevan y la vida a la cual empujan las normas.

Esa realidad es Cristo. Y esa Vida es, también, Cristo. “ Yo soy el camino, la verdad y la vida ”.

El Cristo conocido a través de la Revelación, en la ortodoxia de la Iglesia. Pero no solo el Cristo recordado, o estudiado, fotografiado y radiografiado por mi teología y mis grandes pensamientos sino el Cristo vivo, conocido y amado, seguido e imitado, y al cual las fórmulas y los sacramentos y los curas y los cánones deben llevarme y hacerme amar.

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Digamos, pues, con los discípulos: “Señor auméntanos la fe”, “aumenta nuestra confianza en ti”. Confianza que nos lleve cada vez más a aceptar y comprender tu palabra luminosa, tu palabra verdad configuradora de mis ideas y de mi filosofía. Pero sobre todo que me lleve a los actos de amor cristiano, a los campos de batalla, a la búsqueda del Bien del prójimo, a la verdad pronunciada en las alas de la Caridad 2.

1 Solicitada de ‘La Nación', I-X-83; CIC 844. § 3

2 Aparentemente falta algún párrafo o página de la carpeta original.

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