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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1982. Ciclo B

28º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Marcos   10, 17-30
Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?» Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre» El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud» Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme» El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!» Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: «Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios» Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?» Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, por­que para él todo es posible» Pedro le dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» Jesús respondió: «Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna»

Sermón

“¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!”

Después del paso de Gelbart , Rodrigo , Martínez de Hoz y Wehebe , aquí en la Argentina, la mayoría no corremos peligro.

Pero, es claro, las cosas no son tan sencillas, porque si de lo único que se tratara es de tener o no tener plata, tampoco podrían entrar en el cielo ni el Papa, con el Vaticano y Marcinkus , ni el Opus Dei . Ni hubieran sido santos san Luis Rey, ni santo Tomás Moro , ni san Enrique Emperador.

Los bienes de fortuna no son un mal en sí mismos. Todo lo que ha sido creado por Dios es bueno. De ninguna manera aquellas cosas –la ‘libertad', el ‘sexo', los ‘bienes materiales'- a las cuales aconseja renunciar la Iglesia a través de los tres consejos evangélicos –‘obediencia', ‘castidad' y ‘pobreza'- son malos en sí mismos sino que, por la debilidad o maldad del hombre, son ‘ocasión' de perversidad o claudicaciones. Lo malo no son las riquezas, lo malo es el hombre que tiende a utilizarlas mal. De allí que con desearlas desordenadamente, aunque no se tengan, llevan al mal. Y utilizarlas ordenada y desapegadamente, aunque se posean, llevan al bien.

En realidad el tener bienes, el poder contar con los bienes que la ciencia, y la técnica modernas han puesto al alcance de tantos, de por sí sería bueno, si dichas posesiones, desprendiendo al hombre de la sujeción a las urgencias materiales, sirvieran a la liberación de sus potencia superiores, para encaminarlas hacia las cosas bellas y altas, hacia el bien del prójimo, hacia Dios.

Lo malo es que casi todos los objetos comprados en la gran feria del intercambio comercial moderno y el mundo de los shoppings, en lugar de liberarnos, la mayoría de las veces nos esclavizan.

El tiempo que ganamos con el auto, lo perdemos en el mecánico, en el engrase, en el lavado, en los embotellamientos, en nuestras coronarias resquebrajadas por los nervios del tránsito, en las bocinas y la imposibilidad de estacionar. El televisor, que podría servir –no estoy seguro- a la cultura, nos hace perder infinito tiempo en programas bobos, en informaciones que no necesitamos, en desencuentro con nosotros mismos, con los nuestros y con la auténtica cultura del libro y la reflexión. No digamos nada del costo en tiempo de oración. Cada nuevo aparatito, potencialmente liberador, suele transformarse en fuente de dolores de cabeza y de ‘services' y de gastos, creando dependencias que nos aherrojan cada vez más. Y el tiempo y las fuerzas que aparentemente con ellos ahorramos lo dilapidamos en cien necesidades más.

¿Quién tiene tiempo para nada, hoy, a pesar de los mil aparatitos? ¿Quién lee, quién habla con sus amigos, con sus hijos, con su mujer? ¿Quién hay que nos escuche si no le pagamos, como al psiquiatra?

Y todo eso, traducido a dinero, significa que tenemos que trabajar más. Porque las nuevas necesidades, el último grito, el último modelo, el último invento, nos sumergen en la búsqueda alocada del aumento, del ascenso, de la cuota.

Y no hablemos del dinero subordinado al placer, al vicio, al lujo, al confort que castra y debilita, a la diversión intrascendente, al sexo. Nunca acabaríamos.

Aún sin su traducción a realidades, el dinero nunca alcanza. Porque, en si mismo tiene el extraño poder –aunque no existiera la inflación- de exigir ser aumentado cada vez más. Nunca ganamos lo suficiente, nunca tenemos demasiado. Nuestras necesidades van creciendo con nuestras posesiones. Cada nivel o bien que alcanzamos, sin virtud, crea diez necesidades más.

El tener se va convirtiendo, cada vez más, en objetivo principal de nuestra vida, de nuestro trabajo. Este ya no importa como tal, como vocación, como realización personal en lo bien hecho, sino según cuanto nos rinda, en desmedro de otros objetivos más serios, religiosos, humanos, profesionales, culturales. Esclavos del dinero, pendientes de los negocios, forzando nuestras coronarias, arruinando nuestra salud.

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Nicolás Poussin (1594 - 1665) El rey Midas y Baco

Pero esta mentalidad se nos infunde insensiblemente en el ambiente. ¿Quién no se da cuenta de la primacía de los económico en todo los niveles? ¿Qué decir de un país en que más importante que pelear una guerra con honor es no perder el crédito y que paga puntualmente intereses a los mismos que han matado y mutilado a sus hijos y ocupan su territorio? ¿Qué pensar de una país en donde el primer ministro es el de economía y no el de cultura y educación o el de defensa o de relaciones exteriores? En el fondo, y para nuestra vergüenza, están todos al servicio del primero.

Cuando la política se degrada a la pura economía, cuando las plataformas partidarias hablan solo de proyectos y utopías económicas, cuando las únicas reivindicaciones que se agitan son las de los bienes y el sueldo y el dinero, cuando la justicia social se reduce a la del reparto de bienes materiales, no a la verdadera justicia del respeto a la persona, a la ética, a la religión y a la verdad, no a la justicia en la defensa de la familia, del verdadero amor, de la auténtica cultura, del patriotismo y de la fe ¿qué esperar?

La fe funda a la patria; la verdadera política a la nación; la virtud al ciudadano. La economía solo funda la factoría y el establo.

Y más cuando, aún a nivel individual, desde que es pequeño, el hombre de hoy de lo único que oye hablar en el seno de su familia, a sus padres, entre malhumor y peleas y caras crispadas, es de problemas de plata. Y toda la educación va encaminada a hacer elegir al nene el oficio o la profesión más rediticia, no la que más responda a sus talentos y vocación y, a veces, a costa de la misma honestidad.

Pero, vuelvo a insistir, ni los bienes materiales ni el dinero son malos en sí mismos. Vean, ni siquiera al nivel de los ricos. En un auténtico orden cristiano y natural, aquel que posee y administra más bienes de los que él y su familia necesitan para mantenerse según su condición, cumplen una auténtica función social. Es mentira, en las economías modernas, decir que siempre “lo que le sobra a los ricos se lo debe a los pobres” o lo ha sacado a los pobres. No hablo, por supuesto, del que solo guarda la plata debajo del colchón –aunque a veces esto resulte necesario-, pero el que, en una sociedad normal, invierte, el que crea industrias y fuentes de trabajo, el ejecutivo que maneja una empresa con eficacia, el que con su dinero gasta en consumos de arte, de cultura, promoviendo lo bueno y lo superior, cumple una honesta y necesaria función social.

No todos son capaces de manejar una empresa, de hacer fructificar un capital promoviendo progreso y bienestar y, ni siquiera, de gastar el dinero en consumos dignos de ser promovidos.

Lo abominable es cuando, fuera de todo orden ético y político, sin frenos superiores ni divinos ni humanos, la riqueza y el capital se transforman en fuentes de poder, en objetivos finales. O cuando la ganancia, el beneficio, de motor lícito y necesario, se torna en finalidad última, de tal manera que no respeta ningún límite, en desmedro de la calidad del producto o en la promoción de bienes inferiores pero más rediticios, en propagandas desbocadas que crean ficticias necesidades, fomentadas en los programas más bastos y groseros pero de mas ‘rating', subordinando todos los valores morales a las ventas y la ganancia.

Peor, en el campo de las finanzas –el mundo de la entelequia de los pesos, el dólar y el oro que no se comen y por tanto producen hambres que no se sacian nunca-. Abominable cuando flota en la corrupción, en la coima, en la compra de funcionarios, en la lotería del voto, en la avidez sin fondo de los ‘políticos', en la traición a la patria.

O, en el ámbito del Estado -cada vez más empresario e intervencionista- en el juego del poder, de la alianza con los grandes, de las trenzas, de la rapacidad e ineficiencia de la burocracia, del impuesto confiscatorio.

¿Quién no sabe hoy que las grandes decisiones que tocan el destino de tantos se fabrican a estos niveles?

Y ¿quién no se da cuenta, entonces, de que, en este mundo sin Fe ni Esperanza ni Caridad, sin verdadera política, sin virtud y sin ética, es verdad que, aún cuando las riquezas pudieran y debieran ser bien usadas, es más fácil, con ellas, perderse que salvarse?

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