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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1987. Ciclo A

28º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 22, 1-14
En aquel tiempo: Jesús habló otra vez en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: «El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero éstos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: "Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: venid a las bodas".Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores:"El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salid a los cruces de los caminos e invitad a todos los que encontréis". Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta."Amigo -le dijo-, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?" El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: "Atadlo de pies y mano, y arrojadlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes". Porque muchos son llamados, pero pocos elegidos».

Sermón

A pesar de que no tenga demasiada importancia habría que señalar que la traducción argentina "un rey que celebraba las bodas de su hijo" es incorrecta, el término 'gamos' que, en griego clásico, quiere decir 'boda', en griego bíblico significa simplemente 'fiesta', 'comida', 'banquete'; traducción de un término hebreo cuya raíz es el verbo "beber" -beber vino, se entiende-. (Más adelante está, en cambio, bien traducido, porque se habla de "vestido de fiesta" y no "vestido de boda" como, literalmente, dice el texto griego)

Porque de fiesta se trata; como se trata generalmente de fiesta cada vez que Cristo quiere simbolizar el fin último de la existencia cristiana y, aún, los momentos en esta tierra de gozosa comunión con sus amigos. Y, en realidad, habría que decir que de fiesta se trata en evangelio, la 'buena noticia' de Jesús.

Y la parábola de hoy -junto con su doble del capítulo 14 de Lucas- plantean, con extremada profundidad, cómo, en última instancia, el rechazo de Dios, de la oferta de Jesús, pasa por el rechazo de la fiesta, o por no vivir festivamente -vestido de fiesta- el 'llamado a la fiesta'.

Pero quizá sea mejor ponernos de acuerdo en qué significa la palabra 'fiesta', nosotros, que estamos acostumbrados al rumoroso falso jolgorio de las escuálidas fiestas que quiere vendernos nuestro mundo contemporáneo, en dónde se pone el disfraz de la fiesta en lugares y acontecimientos donde no hay nada que festejar, a imagen de las serpentinas, matracas, y papel picado con que, inútilmente, las animadoras maquillan la tristeza de los viejos en los sanatorios geriátricos.

No: la fiesta, en toda la cristiandad y la antigüedad clásica, significó otra cosa: ' el festejo de lo inútil '. Inútil en el sentido en que utilizaba la palabra Aristóteles, cuando, justamente, afirmaba que la filosofía era una 'ciencia inútil', porque no servía para nada y, en eso, radicaba su mayor timbre de gloria: no era un medio para obtener otra cosa distinta de ella. Era un fin por sí misma, valía de por sí, no era servil , no se pone al servicio de otra cosa .

Los días comunes en cambio, son el ámbito de lo 'utilitario', del trabajo cumplido en función de algo que está más allá del trabajo: el sueldo, el producto, lo realizado. El día de fiesta , por el contrario, no está encaminado a nada, no se pone al servicio de nada. Está en función de aquellas actividades del hombre no serviles, no asalariadas, no contabilizables, no útiles. Actividades que constituyen un fin en sí mismas y que la antigüedad conglobaba en el término 'contemplación', en la cual está también presente 'el juego', la actividad lúdica, que, también, en su esencia, cuando no se profesionaliza ni comercializa, comparte la dignidad de la inutilidad de los actos contemplativos. De allí que algunos hablen hoy del "homo ludens" como otra posible definición del "homo sapiens", aunque ésta sea, en realidad, una reducción.

Pero si la fiesta está ordenada a la contemplación, será bueno detenernos brevemente en su significado. 'Contemplación', 'teoría', 'sabiduría', son términos paralelos, que hablan, como decíamos hace dos domingos, de la actividad superior de la inteligencia humana que, en su clásica división, comprende tres: junto con la teoría, luego, la praxis , que atañe a la actividad ético-política y, después, la tekné -de donde viene nuestro término 'técnica'-, en orden al trabajo. Las tres actividades, todas, necesarias teoría , praxis , trabajo, pero en decreciente orden jerárquico.

Pues bien la 'fiesta' es el tiempo en el cual se excluye totalmente el trabajo (al menos el trabajo servil, remunerado, no el necesario para la fiesta y que, por lo tanto, es inútil, porque no se cobra). Es el tiempo en el cual el hombre, sobre todo, 'contempla'.

Pero también esta palabra exige definición: ¿qué es 'contemplar'? ¿mirar? Por supuesto que es mirar: su equivalente griego que es 'teoría' viene del verbo 'teorein': quiere decir 'mirar'.

Pero, ciertamente, no se trata solo del significado etimológico: el 'mirar', el 'contemplar' clásico, habla, sobre todo, de esta actitud del espíritu humano por medio de la cual el hombre se pone en comunión con las cosas y las personas. No soy yo manipulando la materia, transformando mi entorno, agrediendo quizá su equilibrio ecológico, ni usando a mi prójimo, ni sirviéndome ni de su cuerpo ni de sus talentos, sino yo abriendo mi espíritu a la belleza de un paisaje, a la estética de una obra de arte, al misterio de una poesía y, sobre todo, al gozo de la pura amistad, al disfrute de mi encuentro inútil con mis hijos, mis amigos, mi mujer.

Por supuesto, y sobre todo, con Dios. Y ¿no será por eso que Jesús no desdeña utilizar para la fiesta que centra el sentido de la existencia humana un término que habla de beber, del vino, esa gota de fruto de la vid que ayuda a romper tensiones, las frías actitudes mercantiles y pueden ayudar a la transparencia no estereotipada de la verdadera amistad? Y ¡ojo! que hablo del buen vino latino y no del whisky beodo de las brumas sajonas y protestantes -y un solo vaso los domingos, (pueden ser dos)-.

Pero vean: cuando estoy hablando de 'contemplación' en este sentido festivo y pleno de encuentro con los auténticos valores -los inútiles, los que no están al servicio de otra cosa porque valen en sí mismos, mis amigos mi tierra, mis libros, mi bandera, mis flores (y, otra vez, por supuesto y antes que nadie Dios)-, cuando estoy hablando de contemplación -digo-, de 'fiesta', pues, estoy hablando del sentido último de mi existencia, de lo que presta significado al resto de mis días de trabajo, de mis 'praxis' y de mis 'técnicas'.

Sin la contemplación, sin el encuentro gratuito con los fines, la praxis y el trabajo enloquecen, pretenden adquirir sentido propio, ser fines en sí, como en el liberalismo y el marxismo. Pero así se deshumanizan trágicamente, como vemos en las pervertidas civilizaciones creadas detrás de estas ideologías. O en aquellos que deben enfrentar su vida y su trabajo y su estudio sin fines, sin motivos, sin amores, sin fiesta.

Porque el liberalismo, padre del marxismo, es, justamente, el primer negador de la auténtica fiesta, de la contemplación. La contemplación exige respeto a lo que está frente a mí, al prójimo, a Dios, a la naturaleza, al estar en situación de humilde receptividad; exige el reconocer que no es mi yo, mi ego, el señor del mundo, ni de los demás, sino que debo vivir en comunión con ellos, en receptividad inteligente y amante. De tal manera que esa contemplación deba transformarse en praxis no violadora del ser, ni del otro, sino sometida a los principios y fines de la realidad descubierta en la ella.

Pero a esto se niega precisamente la soberbia del iluminismo liberal, surgido del 'libre examen' protestante. No se me ha dado una inteligencia y una voluntad -dice Lutero- encaminada a conocer y querer fines que iluminarán el sentido de la praxis movida por la libertad. No: es la praxis -y la libertad que la mueve- la única actividad digna del hombre. No una libertad cristiana autocreándose en el sentido de sus verdaderos fines, captados en la contemplación sometida al ser y la verdad, sino una libertad prometeica, creando sus propios fines , sin sometimiento al ser, ni a la verdad, ni a la moral ni a la ley.

Praxis que, despojada de fines -excepto el del puro ejercicio extraviado de la libertad- decae prontamente en pura técnica de hacer y de placer, y de política sin Dios y sin mandamientos, a la pura economía. Y, de allí, al marxismo, en su exaltación de la pura técnica, del puro trabajo, apenas un paso.

Que el hombre, volcados todos sus esfuerzos a estas actividades, pueda crear sociedades más ricas en bienes materiales, es algo que se puede llegar a admitir a aquellos que suelen afirmar que las sociedades protestantes y liberales han alcanzado más progreso que las de la tradición católica. Pero habría que ponerse primero de acuerdo en qué significa realmente 'progreso', en si la mera acumulación de inventos y bienes materiales constituye el ámbito idóneo de una vida humana y sana y festiva.

Haber convertido 'la fiesta' en un paréntesis servil, útil, para acumular fuerzas y seguir trabajando, haber subordinado los valores de la familia, de la amistad y de la patria a la eficiencia, el confort, y el progreso de las multinacionales, haber perdido la alegría sana del vivir cristiano alimentado en la contemplación, para sustituirla por la de la droga y el sexo y el alcohol, para correr luego la carrera de la eficiencia o, si no, de la marginación o del suicidio, el resto de la semana, haber trocado la fiesta de Dios, rechazando su invitación y, yéndose al campo, a su negocio. esta es la tragedia de este mundo liberal y marxista -y que empieza a ser ya nuestras tragedia-.

A menos que reaccionemos y entremos a la fiesta, a la alegría del encuentro con Dios y con el prójimo, al vino de la verdad y la belleza, a la música de los fines últimos y de las acciones inútiles, a la luz de Cristo.

Porque, sin eso, sin Dios, sin verdad y sin auténtico amor, sin 'fiesta', la vida es pura semana de trabajo, que, ineluctablemente, termina en las lóbregas pseudofiestas de nuestro mundo, en donde apagado los ruidos y las luces artificiales, solo quedan tinieblas y llanto, y rechinar de dientes.

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