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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1991. Ciclo B

29º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Marcos     10, 35-45
Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir» El les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?» Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». Jesús le dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?» «Podemos», le respondieron. Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bau­tismo que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados» Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud»

Sermón

En nuestros tiempos, en la jerga internacional, cuando se trata de definir si un gobierno es bueno o malo, se suele recurrir a la distinción simplista de si es democrático o no. Desde la Revolución Francesa la democracia es el paradigma de la buena forma de gobierno: en cambio la monarquía o el gobierno aristocrático serían abusos intolerables. Y si hoy en día aún se admiten ciertas formas de estados monárquicos, es porque dichas monarquías solo son figurativas, folklóricas, sin poder real, a la manera de Inglaterra, de Suecia, de España...

Los gobiernos en nuestros días podrán ser incompetentes, corruptos, voraces, pero si salvan las formas democráticas con periódicas elecciones y permiten la existencia de los clubes partidarios, recogerán el aval de los poderes internacionales y el aplauso de los medios.

El espíritu occidental en sus grandes pensadores juzgaba las cosas de muy distinta manera. Lo que permitía un juicio de valor sobre las distintas modos de gobierno no era su forma sino su intencionalidad, su fin. De tal manera que -afirma Aristóteles en su libro sobre la Política [Lib. III, c. 5, pag. 1460]-: " ya que el gobierno debe constar o bien de un solo gobernante o bien de unos pocos o bien de todos los ciudadanos, en el caso en que el gobernante, los pocos que gobiernen o los muchos, lo hagan con la mira puesta en el bien común -'to koinon sunferon'-, estas formas de gobierno son necesariamente justas, mientras que aquellas que orienten su administración con la mira puesta en el interés privado, de uno, de pocos o de muchos, son desviaciones ."

Y, a continuación, Aristóteles da nombre a cada uno de estos tres pares de formas de gobierno, según busquen el bien común o el bien propio. Sostiene: " Nuestra manera de designar el gobierno de uno solo que tiende al bien común es "realeza" o "monarquía". Para el gobierno formado por más de uno, aunque solamente sean unos pocos, usamos el nombre de "aristocracia" -sea porque los que gobiernan sean los mejores =recordemos que 'aristós' es en griego el superlativo de bueno=, sea porque ellos gobiernen con la mira puesta en lo que es mejor para su nación y para sus miembros-, mientras que cuando es la multitud la que gobierna el Estado con la mira puesta en el bien común, se denomina con el nombre genérico de "república "".

Pero, casi a renglón seguido, Aristóteles enumera las deformaciones de estas formas, en cuanto se apartan de la búsqueda del bien común. Dice: " Las desviaciones de las constituciones mencionadas son: la " tiranía ", que corresponde a la monarquía; la " oligarquía ", que corresponde a la aristocracia y la " democracia " que corresponde a la república". Y continúa: "La tiranía, en efecto, es una monarquía que gobierna en favor del monarca; la oligarquía, un gobierno que mira los intereses de los ricos; la democracia, un gobierno orientado a los intereses de la masa. Ninguna de estas formas gobierna con la mira puesta en el provecho de la comunidad. "

Siguen luego consideraciones muy atinadas respecto al concepto de bien común y de la diferencia que existe entre un mero pacto o alianza entre hombres, solo para no hacerse daño mutuamente ni engañarse en las transacciones comerciales, lo cual de ninguna manera forma una nación y una comunidad, en cambio, auténticamente política en donde hay una búsqueda amical y solidaria del bien común, en el cual también está comprendido el fomento de la virtud de los ciudadanos y la erradicación de sus vicios y por lo tanto la búsqueda de la verdadera felicidad.

Pero en esto hoy no nos podemos extender. Quedémonos simplemente con la primera distinción: la diferencia fundamental que existe entre un gobierno, cualquiera sea su forma unipersonal, colegiada o masiva, si busca el bien común o si busca el bien propio y personal.

Cuando esta concepción de los buenos gobiernos se encontró con el cristianismo, inmediatamente fué adoptada por éste, con el añadido del evangelio de hoy de que gobernar debería ser un servicio. "Servidor de los servidores de Dios", se llamará desde muy temprano el Obispo de Roma. Pero este título no fué exclusivo del Papa, porque este era el concepto que de su autoridad monárquica tenían un San Luis Rey, un San Fernando, un San Enrique y tantos otros emperadores, reyes, reinas y gobernantes, que la Iglesia canonizó precisamente por el desempeño eficaz y cristiano de sus funciones de servicio en la autoridad. Y si no todos los gobernantes de la cristiandad fueron santos y algunos ciertamente malos, la realidad es que la enseñanza de la Iglesia y la liturgia de la coronación y el concepto general de la autoridad movía a todos a entender a ésta como un servicio a Dios y al prójimo y a darse cuenta culpablemente cuando no se ejercía así.

Este concepto de autoridad empieza a cambiar allá por el Renacimiento, cuando la política se independiza, mediando Lutero, de cualquier significado o tutela religiosos. Se comienza a ver la autoridad no como una regencia subordinada a Dios, a su amor y a su ley, en servicio de los súbditos; sino una actividad autónoma del hombre. El gobierno se constituye en autoridad suprema, sin ninguna instancia superior y los que lo detentan, sean uno, pocos o muchos, dueños de hacer lo que se les antoje.

Es allí cuando surge -en 1532- esa obra que hará historia en el pensamiento de occidente y que es "El Príncipe", de Nicolás Maquiavelo , dedicado al Magnífico Lorenzo di Piero de Médici. Todos conocemos aunque más no sea el término maquiavelismo y sabemos que consiste en legitimar siempre en el gobernante, por la famosa "ragione di stato", "razón de estado", cualquier medio, por deshonesto que sea, para obtener sus fines. Una de sus frases más conocidas es " Cuando sea necesario para mantener el poder podrá el príncipe usar de la fuerza, fingir, faltar a la palabra dada , robar, asesinar " y otras expresiones por el estilo.

Pero en realidad lo grave de esta frase no es tanto que en ella se cohonestan medios perversos para lograr los fines, sino el fin mismo que Maquiavelo propone. Porque si Vds. prestaron atención, no es que Nicoló haya escrito "Cuando sea necesario para el bien común , podrá el Príncipe ..." sino que ha dicho: "Cuando sea necesario para mantener el poder ". Mantener el poder o mantenerse en el poder, ese es ahora el fin de los que llegan al gobierno. No que mantener el poder no sea condición necesaria de gobierno y por lo tanto no sea necesario cuidarlo, pero de ninguna manera puede éste constituirse en el fin exclusivo del accionar político. Cuando la política se transforma en el arte de las astucias requeridas para acceder a los altos puestos, medrar en ellos y aferrarse lo más posible a sus prebendas y no en el arte de gobernar para el bien común, allí se acabó la verdadera política. He ahí la perversidad del maquiavelismo.

Al fin y al cabo, excepto en ésta y alguna otra frase, Maquiavelo se mostraba bastante moralista, tanto es así que Napoleón , del cual se conservan las anotaciones al margen que hizo en sus frecuentes lecturas a las obras del florentino y que no sufría de escrúpulos, a cada momento, cuando aparece alguna indicación moral y de un cierto freno a las acciones del príncipe, escribe en el margen: "tonterías", o "preocupaciones pueriles", "escrúpulos de moralista", "este Maquiavelo no es suficientemente maquiavélico". Y estas cosas están escritas de puño y letra de Napoleón. Imagínense lo que escribirían allí Manzano o Jaroslavsky. Pero no escribirían nada, porque supongo que ni siquiera han leído a Maquiavelo. La verdad es que lo que menos se nota es que hayan leido nada; les basta haber sido educados en la escuela del piolismo argentino.

Pero a lo que voy es que aún a nivel político lo que importan no son las formas de gobierno, las constituciones y las leyes escritas, lo que importan son los fines virtuosos de los que tienen las redes del poder. No nos interesa que este poder sea hereditario o electivo; perdonamos incluso que tengan que encaramarse a los puestos estatales por el mecanismo perverso de la partitocracia y del voto, lo que nos importa es que pongan su intención en lograr el bien común, un mínimo sentido de servicio, un no estar pensando constantemente en como poder perpetuarse en los sillones y bancas que les dan prestigio, mando y pingües entradas. Ni siquiera queremos que sean totalmente desinteresados y no nos importa tampoco que se aumenten las dietas con tal de que quieran hacer las cosas bien.

Pero es claro, siempre es fácil criticar y además, así, recoger el asentimiento de los que me escuchan. El asunto es que la cosa tiene que empezar, por casa. Por cada uno.

Aristóteles puede ser que no sea más que una teoría con la cual poder juzgar la realidad. El evangelio nunca quiere ser teoría, y menos, jamás debemos escucharlo como "¡que bien les vienen estas palabras a los otros!". La palabra de Dios siempre me ha de interpelar a mi , es para mi examen de conciencia, no para examinar la conciencia de los demás.

En el evangelio de hoy Cristo no viene a proponer al menos directamente ninguna teoría política, sino que viene a enseñarnos a cada uno el cómo hemos de utilizar en bien de los demás cualquier tipo de superioridad, cualquier talento, cualquier puesto, cualquier conocimiento, cualquier habilidad, riqueza, salud y aún belleza física que yo pueda tener en la más mínima medida mayor que los demás y que no habrán de servirme solo para la pura afirmación de mi ego, sino para de alguna manera ayudar a los que no soy yo. Porque no solo el que gobierna en el estado, en la burocracia, tiene ese poder del cual habla Jesús y que ha de ponerse al servicio del bien del prójimo, también mi mayor aplomo, mi mejor conocimiento, mi estar detrás de una ventanilla de correo, al frente de una oficina, mi ser padre o madre o hermano mayor, mi tener una empleada en casa, mi atraer más o menos a los del otro sexo, mi tener influjo sobre los que me rodean, ¡tantos sutiles poderes y superioridades que solemos usar para halagar nuestro ego y que deberíamos poner al servicio de Dios y de los demás!

Desde allí mismo nacen las actitudes que luego se exteriorizarán más o menos prepotentemente según la importancia del centro de poder al cual accedamos. No critiquemos por pura envidia lo que nosotros mismos haríamos, de estar en tal lugar, pensemos más bien en examinar que es lo que yo mismo hago con mi mayor o menor porción de autoridad: con el compañero tímido, con el hermano menor, con mi mujer, con mis subordinados, con mis alumnos, con mis pacientes, con mis penitentes...

Allí tenemos que intentar ir cambiando las cosas. Antes que nada en nosotros mismos, pero también, buenamente, en aquellos a los cuales de alguna manera u otra hemos de educar. No como hace la escuela de hoy diciéndoles que todos son iguales y por ello mismo engañándolos y promoviendo la mediocridad e impidiendo así que lo inferior pueda ser ascendido y ayudado por lo superior. Porque el tonto al que lo convencen de que es igual al sabio, quedará en supertonto. Pero el que al menos sabe reconocer al que sabe más que él podrá aprovechar de su saber y así será mucho menos tonto. No diciéndole al que barre que tendría que estar en el lugar del que preside e incitándolo a que deje de barrer, porque solo si barre bien facilitará que el que preside lo haga mejor y pueda ayudarlo más eficazmente también a él. No: la educación cristiana es hacer que cada uno descubra sus propios talentos y superioridades, es promover la excelencia, es enseñar a tener verdadera autoridad, pero enseñar a ponerla al servicio de Dios y de los demás.

Y ya que estamos, reivindiquemos en su día a esa profesión tan intrínsecamente servicial y tan naturalmente autorizada que es la de la madre. Dios premie a todas aquellas que han optado por la maternidad en misión de servicio y verdadera autoridad. Que entre los cristianos jamás se produzca el triste espectáculo de madres que, casi solo sirvientas, sirven sin autoridad y, casi solo damiselas, quieren mandar sin servir. Maria Santísima, Reina y Señora del universo, y a la vez humilde sierva, nos enseñe a brindar siempre con el cáliz de servicio de su hijo, el Señor.

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