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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1981. Ciclo A

32º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo    25, 1-13
«Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite;  las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas.  Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron.  Mas a media noche se oyó un grito: "¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!" Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: "Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan" Pero las prudentes replicaron: "No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis" Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo: "¡Señor, señor, ábrenos!" Pero él respondió: "En verdad os digo que no os conozco" Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora.

Sermón

Más o menos un año después de los esponsales, en los cuales marido y mujer no convivían pero ya estaban comprometidos de tal forma que recaían en ellos todas las obligaciones jurídicas y canónicas de un verdadero matrimonio, se realizaba finalmente la fiesta de las bodas y el inicio de la conyugalidad bajo un mismo techo. Los regocijos, bailes y diversiones que acompañaban la ceremonia duraban a veces varios días. Todo culminaba en el gran banquete de bodas celebrado a la noche. Antes que nada era conducida, al caer de la tarde, la novia a la casa del novio –que solía ser la del padre de éste: la pobre casi niña tendrá que soportar allí a la suegra y, a lo mejor, a sus cuñadas mayores-.

Con anterioridad a este ingreso de la esposa el novio había tenido que dejar su casa, porque era costumbre que fuera la desposada quien, entrando precedentemente, lo recibiera en ella como, nominalmente, señora del hogar. Mientras tanto el muchacho, junto con sus amigos y parientes, solía esperar en la casa de su suegro, dónde, para hacer tiempo y, a veces, alargando la espera del comienzo de los festejos, se mimaba una especie de repetición de la discusión, ya hecha hacía tiempo, por medio de la cual se había fijado la dote de la esposa.

En aquellos tiempos nadie quería una mujer si el padre no pagaba para sacársela de encima. En realidad se trataba de la misma suma que el marido debía a su vez pagar –la ‘ ketubä' - como indemnización al suegro si, luego, quería devolverla mediante acta de divorcio. Suma que los suegros trataban de que fuera lo más elevada posible para no correr ese riesgo. Manera bien judía de promover la indisolubilidad matrimonial. También se debatía largamente sobre el monto simbólico y los regalos que debían darse a la familia de la novia. Obsequios a modo de precio, como significando que la pobre chica pasaba a ser propiedad del marido que la compraba. Como una cabeza de ganado o cualquier objeto de venta.

En realidad etas discusiones eran muy complicadas, las de la dote y la ketubä ya se habían tratado hacía tiempo, pero esta simbólica de la compra se dejaba para el final.

El novio, por supuesto, no quería dar demasiado, pero, al mismo tiempo, se hubiera sentido deshonrado si el padre de la novia pedía poco, como considerando que se desprendía de algo de poco valor. A esto se añadía toda una porfía sobre los regalos. Si eran muchos, porque era muchos. Pero, si eran pocos, todos se ofendían.

Todo esto se aderezaba con grandes discursos, elogios y regateos, medio en serio medio en broma.

Mientras tanto, la novia y sus amigas esperaban aburridas. Estos diálogos orientales tenían una longitud imprevisible. Eran parte de la diversión y podían durar mucho o poco según la locuacidad y chispa de los negociadores. Todos escuchaban entre serios y divertidos. A lo mejor corría también ya algún vaso de vino.

Los varones prolongaban estos momentos de solidaridad masculina. Cuando ya las partes se ponían finalmente de acuerdo, todos se dirigían por las calles del pueblo, con antorchas en la mano, acompañando al esposo –ya frito- hacia la casa. Un adolescente se adelantaba corriendo para avisar a los que aguardaban que el novio llegaba.

Las amigas de la novia debían apresurarse a salir a unirse al cortejo, a mitad del camino, sumándose a él.as que nuestra traducción, por homonimia, llama ‘lámparas' –‘ lámpides' , en griego- no eran de ninguna manera candiles de arcilla –‘ lujnoi' -, ni faroles -‘ fanoi' -, sino ‘antorchas'. Varas en uno de cuyos extremos se arrollaban trapos o estopa impregnados de aceite.

Las que llevaban las vírgenes amigas probablemente ya habían sido usadas para el primer cortejo de acompañamiento a la novia. Mientras esperaban al esposo, tuvieron, pues, que preparar otras, o cambiar los paños, y tenerlas ya a punto de ser encendidas, porque no ardían de inmediato, ni se podían preparar a tiempo si querían hacerlo recién al recibir el aviso del paraninfo.

Llegada más o menos la hora supuesta las tenían ya prendidas, rociándolas de vez en cuando con aceite. Pero si el tiempo pasaba, era inevitable que parte de la tela se carbonizara. Al llegar el anuncio, si querían que la antorcha brillara bien, había que quitar prestamente las partes ennegrecidas y darles una nueva buena rociada de aceite.

Ese es el contexto real de nuestro cuento. Jesús siempre sacaba siempre sus parábolas de la experiencia de sus oyentes. Estos, fácilmente podían comprender la imprevisión de las que, no teniendo en cuenta que la discusión podía prolongarse, no llevaron suficiente aceite de repuesto.

Bien. El sentido de la parábola es bastante manifiesto. No se necesita mucha explicación. Aunque quizá habría que decir que el último versículo, añadido por Mateo -“ Estad prevenidos ”, -‘ gregorèite '- “ Estad despiertos ”, “ Vigilad ”, no corresponde exactamente al sentido original de la parábola. Fíjense que en ella no solamente las tontas sino también las prudentes se adormecen.

El problema no es estar o no despiertas, sino el haber o no sido previsoras y acumulado suficiente aceite.


Las vírgenes necias y las prudentes – Barroco flamenco - Lisaert III Peeter 1574/1630

Es verdad que uno tiene que estar preparado, joven o viejo, porque el Señor puede llamarnos en cualquier momento, Pero la parábola, más que de una llegada repentina, nos habla de un largo tiempo más o menos previsible y para el cual las necias no se preparan.

Siempre cuento el caso de mi viejo amigo, el Padre Cullen, quien, habiendo entrado de grande al Seminario, fue compañero mío y nos ordenamos más o menos juntos. Hace dos años lo encontraron muerto, caído de rodillas delante del sagrario donde había estado rezando. Y también el caso de aquella monja -de esas congregaciones modernizadas- que, en esa misma semana, encontraron muerta, pero sentada frente a un televisor.

Aunque la verdad es que la cosa no quiere decir mucho, porque lo decisivo no es si estaban o no atentos cuando les advino la muerte y se encontraron con Jesús, sino si tenían o no suficiente aceite en sus almas para encenderse frente a Él.

Una vez le preguntaron a San Luis Gonzaga, mientras estaba jugando en un recreo, qué es lo que haría si en ese momento recibiera la revelación de que estaba por morirse. Él respondió, con piadosa sencillez: “Seguiría jugando”. Su aceite era el saber estar haciendo la voluntad de Dios en cada momento.

Porque, es claro, nuestro destino eterno no se juega en el último momento, como piensan aquellos que especulan “ Bueno, cuando sea más grande, o antes de morir, o todavía no, el año que viene, voy a volver a Dios, me voy a convertir, voy a confesarme; llamo al cura y ¡chau!, ¡a las bodas! ” Habrá que ver si, para esto, tenemos suficiente aceite, o si lo podemos ir a comprar a última hora. Ya al atardecer o a la noche de la vida ¿no estaremos demasiado duros, bichocos o cansados para querer salir a comprar? Si nunca hemos ido al mercado de los aceites ¿sabremos entonces cómo hacerlo?

Es verdad que Dios, en Su misericordia, es capaz de esperarnos hasta el último momento de nuestras existencias terrenas. Pero lo que decide nuestra verdadera existencia, la eterna, no es el último momento, sino la suma de todos los momentos de nuestra vida.


Vírgenes insensatas, Catedral de Estrasburgo

Cada instante es último momento. Porque nunca vuelve a repetirse jamás. Y así lo hayamos aprovechado, mal o bien, así va a clavarse para siempre en lo que seremos sempiternamente.

Todos los minutos y días y años de nuestra vida son el mercado o negocio donde podemos comprar aceite. Cuanto más adquiramos por medio de nuestra entrega cotidiana a Dios, en la oración, el servicio a los demás, en el cumplimiento de nuestros deberes de estado, en la búsqueda de la santidad y la sabiduría, en nuestras humildes tareas cotidianas hechas por Dios, en nuestras legítimas y necesarias distracciones y alegrías, tanto más arderá nuestra lámpara frente a Él.

Porque la eternidad, aunque pueda llegar de improviso, no se improvisa.

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