Sermones de la epifanía del seÑor

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1974. Ciclo c

EPIFANIA DEL SEÑOR
(GEP 06-01-74)


Lectura del santo Evangelio según san Mateo     2, 1-12
Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo» Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. «En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel» Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje» Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.

SERMÓN

Isaac Newton (1663-1727) el famoso físico, astrónomo y matemático inglés, descubridor de la gravitación y sus leyes, investigador de la composición de la luz y fundador del cálculo diferencial, era, como Vds. saben, profundo creyente, pero tenía algunos amigos que no lo eran tanto. Uno de ellos especialmente –astrónomo como él- negaba obstinadamente la existencia de Dios. Newton, que era un hombre que, además de sabio, tenía una gran habilidad manual y mecánica, había construido en su casa una especie de planetario, una representación en miniatura del sistema solar con sus planetas y satélites, los cuales, al girar de una manivela, se ponían en movimiento reproduciendo en escala el girar elíptico de estos cuerpos celestes.

Un día el amigo ateo fue a visitarlo y, viendo este juguete mecánico y al hacerlo girar con la manija, exclamó “¡Qué maravilla! ¡Qué perfección! ¿Quién lo hizo?” Newton aprovechó la oportunidad y le contestó: “Nadie”. “¿Cómo nadie? Alguien tiene que haberlo hecho” “No. Nadie.” insistió Newton, “Todas esas piezas se han juntado allí por casualidad y dispuesto solas en la forma que ves”. “Me estás cargando –le contestó el otro- ¿Cómo se van a disponer todos esos elementos ahí solos para formar un aparato que se mueve con tanta perfección?”. “Hermano”, le dijo Newton “vos ves este pequeño juguete, que no vale nada e inmediatamente tu cabeza te exige que tenga que haber alguien que lo haya hecho. Con tus telescopios estás mirando todos los días sistemas mucho más enormes y perfectos, desplazándose por el espacio con armonías matemáticas mucho más complicada que esta que construyó mi inteligencia y absurdamente te negás que haya un constructor, una inteligencia que las haya planeado y hecho”. El otro no supo que decir.
Solyenitzin, el ruso premio Nobel de literatura del año pasado (1970) y perseguido en su patria por anticomunista, en un libro de cuentos, describiendo poéticamente los movimientos de un pequeño pollito, su piar, sus ojos, sus plumas amarillas, termina diciendo “y pensar que hay alguien que mirando esta pequeña maravilla emplumada plena de vida que sale de uno de esos huevos igual a los que nos comemos fritos a la mañana pueda decir que todo eso es fruto de la casualidad y no de una inteligencia maravillosa que ha dispuesto las cosas para que salgan así”.
¡Qué obcecación increíble, señores, la que puede llevar al hombre a pensar que todas esas leyes matemáticas que una a una va extrayendo la ciencia de la materia, de los astros, del submundo protónico, de la fisiología, de la biología, son fruto de la casualidad! Así dice por ejemplo Jacques L. Monod (1910-1976), otro premio Nobel.

¡Un fortuito encuentro de moléculas enloquecidas en movimiento formó a través del tiempo el huevo capaz de hacer un pollito, por casualidad; otro grupo más grande comenzó, sin motivo, a girar en el cósmico y matemático baile de las estrellas, por casualidad; otro, en una larga marcha ciega de prueba y contrapruebas, hizo surgir al hombre y, después, la novena sinfonía de Beethoven y la Divina Comedia y la Catedral de Chatres y el telescopio Hubble y el amor de una madre por su hijo y el sentimiento que lleva a morir por una causa noble. Sí: todo fruto de la casualidad.
 Como si uno dijera: ¿El Quijote? Qué Cervantes ni ocho cuartos. Se hizo solo: se descompuso una rotativa y se mezclaron los tipos y, de casualidad, salió la obra. Como si uno dijera: ¡Ma qué científicos ni laboratorios! Había un montón de transistores y cables sueltos, entró una ráfaga de viento y ahí salió calculadora. Como si uno dijera: ¿El himno de Vicente López y Planes? ¡Por favor! Había una máquina de escribir, entró un pájaro carpintero, picó las teclas y salió el poema. ¡Casualidad, muchacho, casualidad, no me vengas con supersticiones! Como si dijera, esa carta de amor que has recibido de tu novio, novia, ¿amor? No seas zonzo, un tintero goteó por casualidad sobre un papel y un sobre sueltos, la humedad del ambiente pegó la estampilla, la carta impulsada por la gravedad cayó en un buzón.

¡Oh Dios mío! ¡Que no seamos capaces de ver tu carta de amor escrita en las letras de oro de las cosas que nos rodean! ¡En ese sol con que me acaricias, en esa lluvia con que nos refrescas, en esa enfermedad que me hizo por fin pensar en Ti! ¡Oh mi Dios, que no reconozcamos tu alma de poeta y de artista en el arroyo cantarino que baja de las sierras de Córdoba, en las azulencas aguas que espejan los cerros de Bariloche, en el piélago inmenso a los atardeceres de Mar del Plata! ¡Pintor divino que, de tu paleta de arco iris, iluminaste las rosas y los lirios, perfumaste los jazmines, hiciste estallar los aires de mariposas y llenaste de melodía el trinar de mirlos y jilgueros!
Y no quieren escuchar tu mensaje, admirar tu arte, sonreír a tu belleza reconocer tu matemática. ¡Ciegos, ciegos, Señor! ¡Y Tú que modelaste con infinito amor nuestras almas de arcilla y terciopelo! ¡Y ellos afirman que somos descendientes de no sé qué mono que se indispuso el cerebro y enfermó de inteligencia porque en sus genes una molécula equivocó su rumbo! ¡Casualidad, casualidad!
Pero, Dios mío, ¿cómo pueden vivir? ¡Qué horrible tener que pensar que he nacido por casualidad! Cadena de casualidades: casualidad el mudo desplegarse ciego de materia, casualidad la vida surgida de un choque de electrones en el fondo del mar, casualidad el hombre, pitecántropo simiesco contrahecho, engendro de una madre irracional y, al final, casualidad yo, fruto del azar y de las probabilidades. Porque, según ellos, nadie me quiso, como Tú, desde la eternidad, con infinito amor. Pude nacer o no haber nacido; ser así o distinto; aquí o allá; hindú o argentino; hombre o mujer. ¡Casualidad! Casualidad mis sentimientos, casualidad mi yo, casualidad que yo, Señor, quiera amarte para no sentirme fruto de la casualidad…

Porque ¿no es verdad Señor que me has querido desde siempre y quisiste que yo -yo, no otro- naciera para Ti, así como soy, ¿Tú, hurgándome hasta lo más profundo de mi ser, amando hasta la última entretela de mi alma?
No casualidad, no, ¡amor! Amor de un Dios, amor de un Dios mi vida, amor los cielos, amor las novas y las estrellas, amor la brisa del campo, amor tuyo el polen que se hace miel de las abejas.

Dios, sabio Dios amor, que has escrito tanta inteligencia cariñosa en los planetas y en los átomos, que me hablas desde la savia de los bosques y en el aire que insuflas en mi pecho. Dios amor que me saludas con el brazo de las ramas que mueve el viento y en la cola de tus comentas. Dios amor que mendigas mi amor en los ojos tristes de los ancianos, en el llanto de los niños, en la palidez de los enfermos.
Todo carta de amor, Señor, que no quieren leer. No saben escuchar. Se niegan a mirar el remitente.
Epifanía.

Hoy es la fiesta de la Epifanía. Y epifanía, en griego, quiere decir ‘manifestación’, ‘aparición’, ‘declaración’, ‘mostración’. Dios que se muestra, Dios que nos habla. Dios que nos escribe. Y toda la creación, señores, más: todas las cosas que suceden y nos suceden son epifanía de Dios, mensaje de Dios. No solo la estrella de Navidad que siguieron los magos. Todas las estrellas nos llevan a Dios. Y las montañas y los ríos y las flores y las cosas que nos suceden. Basta tener el alma sencilla y los ojos límpidos que tuvieron Gaspar, Melchor y Baltasar y no el turbio espíritu de Herodes y los judíos.


Pietro Cavallini, 1296-1300. Mosaico. Santa Maria in Trastevere, Roma

Pero Él bien que nos conoce y sabe que tenemos más de Herodes que de magos y, por eso, no le bastó espejarse en las cosas creadas, escribirnos su carta de amor en estrellas y montañas, con arena y flores. Bajó a nosotros y se hizo niño en Belén de Ephrata y esa es la epifanía por antonomasia que hoy celebramos, la manifestación definitiva de Dios en el tierno hijo de María.

Hombre ciego y sordo ¿cómo más puede Dios hablarte>? ¿Qué otra cosa ya puede decirte? Herodes, Herodes que tiemblas por tu reino, por tus vicios, por tu pereza, por el gusto de tus pecados, por el miedo al compromiso. Escúchalo. Dios te ha hablado a gritos desde siempre. Hoy viene a buscarte otra vez. Deja tu comodidad, deja tu patria de oriente, tu espacio de egos, tus innegociables egoísmos, cruza el desierto del silencio y, de rodillas, llévale el oro de tu alma, el incienso de tu plegaria, la mirra de tu amistad.

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