1985. Ciclo a
EPIFANIA DEL SEÑOR
(GEP 06-01-85)
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 2, 1-12
Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo» Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. «En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel» Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje» Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.
SERMÓN
Ustedes habrán leído que la búsqueda del misil Crucero lanzado por los soviéticos y caído en la Laponia finlandesa se ve terriblemente dificultada por la oscuridad que reina en esa zona cercana al Ártico. Allí, en esta época, nunca sale el sol. Como, al revés, en este tiempo apenas existe la noche en Tierra del Fuego. Ya saben Vds. que esto depende de la inclinación del eje de la tierra en su elíptica alrededor del sol y que va conformando las cuatro estaciones del año. En este giro hay cuatro momentos importantes: el 21 de Marzo y el 21 de Septiembre, cuando el sol es perpendicular al ecuador y, entonces, la duración del día y de la noche es exactamente igual (son los dos equinoccios de primavera y otoño), y el 21 de Junio y el 21 de Diciembre (los solsticios) cuando el sol es perpendicular a los trópicos. En el hemisferio norte el solsticio de invierno (21 de Diciembre) es el día mas corto del año y la noche mas larga. Entre nosotros es al revés.
Estas breves consideraciones astronómicas tienen su importancia porque, como ustedes también saben, en todas las antiguas mitologías y religiones paganas el sol era considerado la máxima divinidad. Apolo, Helios, Júpiter, Dionisos, Aton, Ra, Baal, Amón, Marduk, Shamah, etc. no eran sino otros tantos nombres del sol divinizado. Generalmente se lo consideraba en perpetuo combate con la reina de la oscuridad y de la noche -que podía ser la Tierra o su doble la Luna-, divinidades más bien malignas, infernales, que se devoraban al sol cuando moría en Occidente (1). Durante la noche intentaban hacerlo desaparecer, alargando el tiempo de su reino de tinieblas, entre el equinoccio y el solsticio de invierno. Era el drama perpetuo de la lucha del orden contra el caos, de la luz contra la oscuridad, del bien contra el mal.
Todos estos cultos solares tenían como gran fiesta del triunfo del sol un día próximo precisamente al solsticio de invierno (como les dije, el día mas corto del año en el hemisferio norte, el 21 de Diciembre), día en que, reinando el máximo tiempo de oscuridad en la tierra, a partir de éste, lentamente, otra vez las jornadas comienzan a alargarse, como si el sol, arrinconado por la acometida de las tinieblas, a punto de perder la lucha, volviera nuevamente a tomar la iniciativa y a rechazar las fuerzas oscuras de la noche. Esas fiestas, hacia la época histórica, se habían fijado, en occidente, en Roma, el 25 de Diciembre y, en oriente, por influjo egipcio, el 6 de Enero. En Roma se le llamaba el día del ‘Natalis Solis Invicti', del ‘nacimiento del sol invicto' o, también, de la “manifestatio” o “apparitio” o “adventus solis”. En el mundo grecorromano, la epifanía del sol.
De hecho estos cultos, en Oriente –pero, desde la época de Nerón, por influjo oriental, también en Roma- tenían mucho que ver con el culto al Emperador porque, así como el sol preside el cielo y la tierra, así el emperador gobierna el mundo. El emperador era una especie de personificación o encarnación del principio paterno-solar en el mundo. Por eso, en el ámbito grecorromano, se llamaba ‘ epifaneia ' tanto a la manifestación del sol, como a las presentaciones festivas de un soberano. Cuando desde los balcones del palacio era mostrado solemnemente, recién nacido, a la corte y al pueblo, o cuando entraba triunfalmente en una ciudad después de vencer a sus enemigos, o cuando solemnemente vestía la púrpura o era coronado, a todas esas manifestaciones solemnes se las llamaba ‘epifanías' o ‘manifestaciones' o ‘apariciones' o ‘advientos' del soberano. Y, cuando el emperador hacia su solemne epifaneia o cuando el sol, en el día de su fiesta, se manifestaba esplendoroso en el oriente, sus súbditos, en señal de sumisión, se posternaban reconociendo su autoridad. Prosekinesan es la palabra que nuestra versión de hoy traduce, inexactamente, como “adoración”.
Pues bien, estos cultos tardaron mucho en desaparecer, aun bien pasados tres siglos después de la muerte y resurrección de Nuestro Señor. La Iglesia, entonces, recurre a un expediente que usará frecuentemente en el transcurso de su historia para tratar de cristianizar ciertas fechas paganas, para darles, por medio de una celebración, contenido cristiano. Es así como, no hace mucho, Pío XII instituyó para el primero de Mayo –día del trabajo- la fiesta de ‘San José obrero'. Con este burdo culto al sol que tanto tardaba en morir, la Iglesia primitiva hizo lo mismo. Ya en el 321 Constantino había decretado la ‘feriación' del primer día de la semana –que era a la vez el día del sol- Sunday, Sonntag como día del Señor, ‘Dominicus diei', Domingo, Domenica, Dimanche.
Pero, ahora sí, la Iglesia comienza a festejar, cerca del solsticio de invierno -el 25 de Diciembre en Occidente y el 6 de Enero en Oriente- el día del ‘Natale Christi Invicti' o del ‘adviento', ‘manifestación' o ‘epifanía' de Cristo.
Como la Escritura no nos dice nada respecto del día de su nacimiento se fijan estas fechas para festejar las diversas epifanías de Nuestro Señor con la intención de erradicar los mitos paganos y el culto al sol y al emperador. Y digo ‘las' epifanías porque, en realidad, lo que inmediatamente se festeja no es ‘la encarnación' sino ‘la manifestación pública', el ser dado a luz, la epifaneia de Cristo. La encarnación, de hecho, sucedió en la Anunciación, nueve meses antes de su nacimiento.
Por eso, para tapar las fechas paganas, las diversas liturgias de Egipto, de Jerusalén, de Antioquia y de Roma, usan distintos acontecimientos epifanicos. En Egipto, por ejemplo, el 6 de Enero se festeja el bautismo de Jesús -que es cuando el Padre y el Espíritu Santo lo presentan, lo coronan, lo visten de púrpura y comienza su vida pública-. En Antioquia se celebran, en cambio, las bodas de Cana, donde Jesús hace su primera manifestación de poder. En Jerusalén el 6 de Enero se conmemora el nacimiento y la primera manifestación, ya de pequeño, a los pastores y a los paganos de Jesús. Es la ‘mostración' del emperador al pueblo judío y a los paganos representados por los magos-.
En Roma, en cambio, la fiesta se hace el 25 de Diciembre. Pero, siglos más tarde, el 25 de Diciembre también comienza a festejarse en Jerusalén y, al revés, el 6 de Enero también en Roma. Entonces el significado de la fiesta se desdobla: el 25 más bien se fija en el nacimiento, en el cumpleaños. El 6 de Enero más bien en la manifestación, la epifaneia, asimilando también la epifanía de los coptos, de los egipcios.
Ustedes verán que el domingo próximo festejaremos el bautismo de Jesús. También las bodas de Cana eran festejadas en la antigua liturgia durante este tiempo.
Bien, ese es, a grandes rasgos, el origen de nuestras fiestas navideñas y de nuestra Epifanía.
No es, pues, simplemente que el Verbo se haya encarnado, que se haya hecho hombre como un acontecimiento histórico más frente al cual podamos ser nosotros prescindentes observadores objetivos, curiosos investigadores. No: se trata de una “manifestación” de Dios. Jesús nos es presentado solemnemente como el verdadero sol y emperador del mundo. Allí está presentado en brazos de la Reina al pueblo y a ustedes; allí está proclamado por el Padre como Su Hijo; allí está entrando en triunfo a mi mundo; allí está surgiendo, a lo mejor, en el horizonte de mi vida como deslumbrante luz.
¿Qué haré? ¿Me inquietaré como Herodes y Jerusalén porque puede disputar mis derechos soberanos, mi independencia, mi poder hacer lo que se me de la gana? ¿Lo dejare pasar indiferente por mi vida, en esta fe lamentable y exangüe que apenas gobierna mi existencia, en esta esperanza mezquina que apenas me despega de mis egoísmos y apegos terrenos, en esta caridad tibia que apenas se diferencia de mis cambiantes sentimientos? ¿o me ‘postraré' y lo reconoceré como mi soberano, mi jefe, mi inspiración y mi luz y, de tímida estrella, lo transformaré, en mi alma, en brillante sol que guíe mi existencia por los caminos de sus combates, y de su epifanía y triunfo final?
(1) Occidente, viene, precisamente, del verbo latino ‘occidere', matar.