Sermones de la santísima virgen maría

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1991. Ciclo B

SOLEMNIDAD DE santa María Madre de Dios
(GEP, 01-01-91)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas     2, 16-21
Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.

SERMÓN

           Hoy mirar la hora no cuesta más que un leve movimiento de brazo, arremangarse la manga de la camisa y bajar la cabeza. Está al alcance de todos el comprar aunque más no sea un digital trucha de plástico, más preciso y exacto que un lujoso Rolex de hace veinte años. El hombre primitivo, en cambio, más bien miraba hacia arriba. Porque eran los astros -y sobre todo el sol y la luna- quienes le marcaban no solo las divisiones del día sino la de los períodos más largos que poco a poco decantaron en semanas, meses, estaciones y años.

     Todas las civilizaciones de la antigüedad, desde la mesopotámica, pasando por la egipcia, la griega, la romana, la china, la india, la maya o la azteca y terminando por la nuestra, utilizaron para medir el tiempo y dar un marco al acontecer terreno las regularidades de las órbitas y fases del mundo celeste. Y no es extraño que, en la mentalidad primitiva, esta regularidad del cielo, de lo de arriba, que parecía imponer un ritmo al decurso de la vida, se viera interpretada como un gobierno, un manejo, una conducción o administración atribuido a los dioses.

     Más aún: esto de arriba, el cielo, se transforma, haciendo pareja con la tierra, en la divinidad principal, la que impone normas, leyes y determinaciones a los sucesos de abajo, a la vida vegetal y animal, a la existencia de los hombres.

     Cielo en griego se dice "ouranós". Y es así que en la mitología griega, Urano se describe como el primero y más importante de los dioses, desposado con Gea, la tierra.

     Este gobierno en principio es benéfico: el cielo, con el tiempo que concede e impone a las cosas de este mundo, es lo que fecunda a su mujer Gea y la hace ser fértil y ubérrima. Porque era claro para el hombre de la antigüedad que el tiempo es lo que hace germinar, aparecer cosas nuevas, florecer, dar frutos, crecer, multiplicar.

     Pero el mito griego no descubre solamente este aspecto benéfico, positivo del gobierno del cielo, del tiempo. Porque también se da cuenta de su aspecto nocivo. En realidad narran los antiguos relatos Gea, la Tierra, se cansa de ser fecundada constantemente por su esposo, de ser abrazada sin pausa por el cielo, de estar dando constantemente hijos a luz.

     Y entonces, instigado por sus quejas, el menor de sus hijos, Cronos, se decide a liberar a su madre. Con una hoz lo mutila bárbaramente y lo destrona ocupando su lugar. Pero Urano le predice que uno de sus propios hijos lo habrá de destronar a su vez. Cronos entonces se dedica ferozmente a devorar a su prole tan pronto nace. Precisamente uno de ella, Zeus, ocultado por su madre al nacer, será el que declarará la guerra a su padre y luego de vencerlo y encadenarlo reinará en su lugar.

     El nombre de Cronos, resulta a Vds, bien conocido: porque de allí derivan palabras como crónica, relato de tiempos idos, o cronómetro, medidor de tiempo. Y efectivamente Cronos quiere decir tiempo, pero porque antes, en su raiz indoeuropea, también quiere decir cielo.

     Y finalmente también Zeus, viene de una raiz sánscrita que significa luz, día, cielo. De tal manera que los tres nombres: Uranos, Cronos y Zeus, no son sino la personificación de tres aspectos diferentes del mismo personaje, el tiempo. Urano representa su parte positiva, fecunda: el tiempo que renueva las cosas, y hace crecer. Cronos su aspecto negativo, mortífero, degastante. Zeus un cierto equilibrio inestable entre Cronos y Urano.

     Pero para el hombre griego, finalmente, es lo negativo lo que pesa. Cronos vence a Urano y Zeus solo podrá hacer que se alternen la vida y la muerte, el otoño y la primavera. Pero los individuos, los seres humanos como personas, aunque haya nuevos hombres, aunque sobreviva la especie como individuos desaparecen, Cronos termina por devorarlos sin retorno. Por eso el griego -p. ej. por boca de Sófocles en Edipo en Colono- se lamenta frente al tiempo -"la mayor de las amenazas contra la vida" -dice- "su omnipotencia todo lo derriba".

     Frente a ésto el hombre griego no encuentra solución. Solo la de, mientras se pueda, aprovechar el tiempo lo más posible, -"carpe diem", dirán los latinos-: hacerlo rendir al máximo, "como el material -dice el poeta Antifón- que más vale la pena usar".

     Y, si hubiera algún lugar para el deseo de inmortalidad, esta solo puede alcanzarse en la fama, porque como escribía Simónides  "El tiempo que todo lo desmorona no puede echar por tierra los monumentos que, como el de las Termópilas, están dedicados a los héroes". Triste consuelo.

     Hoy, por una convención del almanaque occidental, gran parte de la humanidad comienza otro año. Para algunos, los más jóvenes, será una nueva promesa o reto de metas a alcanzar. Para otros, los más viejos, será un año más que lo alejará de la fecha de su nacimiento y encerrará hacia atrás muchas ilusiones vencidas, mucho trabajo desgastante, algunas realizaciones, varios fracasos y, en todo caso, tiempo que ya se fué, irrecuperable, que ya se gastó para bien o para mal. El tiempo ya habrá mostrado su doble aspecto: el positivo, uránico, en la faena cumplida, en los objetivos alcanzados, en los hijos y nietos que vienen a rejuvenecer la familia y llenar la vida con nuevas risas y esperanzas; pero también el negativo, el crónico: las personas y las cosas que quedaron en el camino, las fotografías amarrillentas del pasado, la vejez que arruga nuestras caras y despuebla nuestra cabellera; tantas amistades perdidas, la salud disminuida, muchas desilusiones, el fin que se aproxima.

     Y si prolongamos nuestra reflexión hacia el futuro, sabremos que finalmente prevalecerá este segundo aspecto, porque aún las risas de la gente joven que nos reaniman sabemos que también un día serán convertidas por el tiempo en cascadas risas de ancianos, en muecas de calaveras. Y si, más allá de nuestra pobre filosofía, les preguntamos a los sabios, también ellos nos dirán que el tiempo terminará por carcomer el universo; que todo envejece: desde los diminutos átomos a las inconmensurables galaxias y que cuanto existe tarde o temprano se gastará, envejecerá, perecerá.

     Pero la Iglesia sabe que el tiempo no es solo la herrumbre que corroe o la polilla que carcome. Es, si, el síntoma más notorio y por eso más convincente de nuestra caducidad y, si en él estuviera encerrado el hombre y la creación, sin más que Cronos, el devorador canibal de la vida, terminaría haciéndose una panzada de muerte. Y eso no tiene solución natural alguna. Ninguna ciencia o técnica humana podrán liberar al individuo, ni tampoco a la sociedad o a la humanidad ni al universo, de su destino de desgaste y crónica decrepitud final.

     Solo el que está más allá del tiempo pueda hacerlo, salvando al mundo desde fuera. Solo el que mira la temporalidad desde la plenitud sin desgaste de lo eterno: Dios. La fuente de la vida y del existir. El Autor de la vida como dijo nuestra oración de la misa de hoy.

     Pues bien, en este día, principio del año nuevo, la Iglesia quiere poner al tiempo del hombre bajo el patrocinio de aquella mediante la cual Dios se hizo hombre, lo eterno se hizo tiempo. Aquella que en su libre respuesta a Dios hizo posible que en la temporalidad se plantaran semillas de eternidad. Para que el tiempo no fuera solo dimensión crónica de entropía, sangría y dispendio, sino de incremento uránico, de medro, de elevación.

     Desde Marìa el presente no es solamente el evanescente instante en el cual, si jóvenes, miramos ilusos al futuro; si viejos, añorantes al pasado: cada momento de la vida es inversión fecunda y de ningun modo perdida, recuperable, si miramos a lo eterno. Más que recuperable: cada instante vivido desde el bautismo en amor a Dios y a los demás es germen de la vida muy superior que conseguiremos cuando nuestro decurso por esta vida mortal acabe, e iniciemos nuestro vivir definitivo.

     Porque a través de María Dios, la eternidad, se ha introducido en el tiempo, a través de María nosotros podemos ingresar en la eternidad.

     El año que comienza se presenta dificil, -una posible guerra en medio oriente, confusos y ambiguos episodios en el este europeo, pronósticos económicos nacionales e internacionales reservados, la creciente disolución de la moral pública y privada, mayor activismo de las izquierdas-. Y cada cual sabe de sus problemas y perspectivas personales. Pero seamos cristianos y vivamos con optimismo, no solo porque aún en este mundo y en nuestra vida las cosas pueden mejorar si nos empeñamos en ello, sino porque lo único que importa, crecer en gracia, en santidad, en amor a Dios y a los demás, eso lo podemos hacer en cualquier circunstancia que sea, favorable o desfavorable, en paz o en guerra, en salud o en dolencia, en hambre o saciedad, en juventud o en vejez.

     Pongamos esta año que se inicia bajo el cuidado materno de María, no de palabra ahora con una frase dicha por mi y que enseguida olvidaremos, pongámoslo en serio, -en piedad mariana, en rosario cotidiano, en consagración a ella, en recuerdo frecuente, en conducta filial y caballeresca- pongámoslo. Ella, que hoy festejamos como madre no solamente del hombre Jesús, sino como Madre de Dios, ella nos engendre, más allá de lo humano que nos dieron nuestros padres; ella nos haga nacer, renacer y crecer a la gracia, a lo eterno, a lo que realmente importa, a lo que no se pierde, ni se gasta, ni se enfría, ni es devorado por Cronos, por el tiempo. Que no permita que el pecado produzca en nosotros el único envejecimiento que cuenta, la única muerte.

     Que ella que unió lo mortal a la inmortalidad, lo temporal a lo eterno, lo humano a lo divino, nos ayude a hacer de nuestro propio tiempo proyecto de eternidad.

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