Sermones de NAVIDAD

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

Nochebuena (noche)
Navidad (aurora)
Navidad (día)
2º Domingo después de Navidad
Sermones del Prólogo al Evangelio de San Juan

2000. Ciclo b

2º DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD
PrÓlogo al evangelio de San Juan
(GEP; 02-01-00)

Lectura del santo Evangelio según san Juan 1, 1-18
Al principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio del Verbo y sin él no se hizo nada de todo lo que existe. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibie­ron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino el testigo de la luz. El Verbo era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. El estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: «Éste es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo.» De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.

SERMÓN

Ya Parménides, a fines del siglo VI AC entendió que el Ser absoluto debía, entre otras cosas, haber 'existido siempre' -pues de la nada nada sale-; ser 'imperecedero' -porque no podía dejar de ser-; 'simple' -porque no podría dividirse en partes-; e 'inmutable' -porque nada podía alcanzar que ya no fuera-.

Aristóteles, dos siglos después, reelaboró y enriqueció, en su metafísica, estas cualidades del ser, pero esas afirmaciones de Parménides, uno de los primeros filósofos que nos haya dejado algo escrito en Occidente, siguen valiendo, a grandes rasgos, hasta nosotros. En el estudio de la teología, cuando se intenta en nuestro pobre lenguaje hablar del único Dios, resuenan en el pensamiento católico las ideas de Parménides.

Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, en el siglo XIII, en su tratado sobre Dios, guarda ecos del pensamiento parmenídeo cuando desarrolla las cuestiones de los atributos divinos.

Uno de estos atributos, como dijimos, es la inmutabilidad . Dios no cambia. " Dios no se muda ", dirá Santa Teresa de Ávila. " Lo que cambia, lo que se mueve -explica Tomás de Aquino-, alcanza o llega a tener lo que antes no era o tenía. Pero como Dios es infinito y encierra en si la plenitud de toda perfección, ni puede adquirir cosa alguna que ya no tenga, ni extenderse a cosas a que antes no alcanzaba, por lo cual no hay modo de atribuirle cambio o mudanza"

De esa inmutabilidad de Dios, en otro tipo de lenguaje, hablaba ya la Escritura: "Desde el principio fundaste la tierra y obra de tus manos es el cielo, pero éstos perecerán y tu permaneces mientras todo envejece como un vestido. Los mudarás como se muda un trapo, pero tu siempre eres el mismo y tus días no tiene fin ", dice el Salmo 102. Lo mismo sostiene el nuevo testamento; afirma Santiago: "todo nos viene del Padre de las luces, en el cual no se da mudanza ni sombra de alteración " (St 1, 17)

De tal manera que la infinitud plena de la riqueza y felicidad divinas no dejan lugar a carencia alguna que pueda ser llenada, no hay nada ni nadie que pueda agregarle un ápice de ser, de alegría, de bienaventuranza.

Pero, si es así, el problema estalla inmediatamente que escuchamos la lectura del solemne prólogo de San Juan que acabamos de leer: " y el Verbo -que era Dios- se hizo carne, y habitó entre nosotros ." Como ¿eso no es mundanza, mutación? ¿Y acaso no hablamos de encarnación, de que Dios desciende al hombre, que Dios 'se hace' hombre?

La respuesta es que son modos de hablar, en parte metafóricos. Más aún debemos reconocer que podrían inducir a error; como si Dios pudiera transformarse en otra cosa, o desplazarse, o que se pudiera mezclar lo infinito con lo finito, lo eterno con lo temporal, cosa a todas luces absurda. Por eso en su obra "Razones de la fe" Tomás de Aquino sostiene tajantemente "Cuando decimos que Dios se ha hecho hombre, nadie se atreva a pensar que es necesario comprender esta afirmación como si Dios se transformara en hombre. La naturaleza divina es inmutable" Y, en la ' Suma Teológica ' aclara: "Al decir que Dios se ha hecho hombre, no debemos entenderlo como si hubiera una mutación de parte de Dios, sino solo de la naturaleza humana"

Y es que el mismo texto del prólogo de Juan está mal traducido, porque no se considera el lenguaje hebreo o arameo que se oculta detrás de nuestra versión actual. El texto griego de Juan traduce una proposición hebraica que designa dirección, relación de dependencia: algo que marcha hacia, o algo que depende de. Por eso, cuando el magisterio de la Iglesia quiere expresar el hecho de la encarnación no habla de transformación sino de unión. Es evidente que si Dios se hiciera hombre, se transformara en hombre, o Dios perdería su naturaleza divina y se haría puro hombre o el hombre perdería la suya y se haría Dios. La historia de la Iglesia muestra multitud de variantes de estas dos concepciones: desde los 'docetas' que afirmaban que en Jesús Dios solo presentaba un cuerpo aparente, hasta el apolinarismo y el arrianismo que sostenían que Cristo no tenía alma humana -ya que el evangelio aseveraba que se había hecho 'carne' no estrictamente hombre- y entonces había que pensar que el Verbo en Jesús hacía de alma. En el no había pensamientos, errores y sentimientos humanos: solo divinos. Una especie de superhombre que poco traía de consuelo o de ejemplo para nosotros ya que no participaba realmente de nuestra vida. Esa frase -cuando hablamos de cruces y dolores- que algunos dicen: "Y bueno, no es lo mismo, El era Dios. Yo, humano, no lo puedo soportar". Tanto Arrio como Apolinar desconocían que en hebreo el término ' carne ' designa a todo el hombre, precisamente en lo que tiene de bien humano.

En el otro extremo están aquellos que vacían a Cristo de Dios, de su ser y su actuar divinos, y lo transforman en puro hombre: desde los adopcionistas que sostenían que Jesús solo había sido adoptado como Hijo por Dios en el bautismo, hasta los que lo consideran solo un profeta, un gran hombre, un maestro de vida. Dios, al transformarse en Cristo -apuntan otros-, se ha anonadado totalmente a Si mismo, hasta tal punto que ha dejado de ser tal. O: Dios se manifiesta tan plenamente en el hombre Jesucristo que se pierde en él. Hemos vuelto a oir estas afirmaciones, sostenidas en campo protestante, de labios de la teología de la muerte de Dios -de la cual quizá alguno de Vds. haya oído hablar por los años setenta, ochenta-, y, entre los que se llamaban católicos, de la teología de la liberación.

Ambos extremos se confunden en la antigua herejía de Eutiques, el monofisismo, o mononaturalismo, que defendía, en el siglo V, que en Cristo la transformación era tal que lo divino y lo humano se habían amalgamado, sintetizado, mezclado, en una sola naturaleza. En el fondo esta herejía coincidía con las antiguas y constantemente recidivas doctrinas panteístas, gnósticas, orientales, que sostienen que la naturaleza es el Todo, lo humano lo divino, y que la apariencia de la historia es el constante y cíclico mutar y evolucionar de lo divino a lo humano y de lo humano a lo divino. Así el hinduismo y el budismo, y, en Occidente, Pitágoras, Heráclito, el mismo Parménides y, en nuestro tiempo, Hegel o Marx y casi toda la modernidad....

La doctrina católica, en cambio, -que sostiene muy claramente la diferencia esencial entre lo absoluto y lo contingente, el Creador y la creatura, Dios y la naturaleza, lo divino y lo humano-, sabe muy bien que es imposible y absurda toda transformación de uno a otro nivel y toda mezcla de ambos: ¡agua y aceite!.

El saber católico afirma paladinamente que la creatura no es un momento degradado del ser de Dios ni una etapa en no se qué evolución definitiva, sino realidad querida por Dios, consistentemente buena, y destinada, de una u otra manera, no a ser aniquilada sino a permanecer, aunque sublimada, para siempre. El catolicismo no habla de ninguna transformación que suprimiría la naturaleza, sino en todo caso de su redención, de su rescate, de su resurrección, de su nueva y definitiva creación en victoria final sobre la entropía y la muerte...

De allí que, frente a todas estas doctrinas erróneas, prontamente la Iglesia de Roma reaccionó fuertemente mediante el Papa Dámaso que, en el 387, declaraba: "Anatemizamos a quienes dicen que el Verbo hizo las veces de alma del hombre, cosa imposible siendo Él el Hijo y Verbo de Dios, sino que asumió y salvó todo nuestro ser " ["... cum ipse Filius et Verbum Dei non pro anima rationabili et intelligibilie in suo corpore fuerit, sed nostram (id esta rationabilem et intelligibilem) sine peccato animam susceperit atque salvaverit...] Ven, el vocabulario ya es cuidadoso, no se habla de 'descendió', 'se encarnó', -términos poco precisos, metafóricos- sino 'asumió', es decir: 'se hizo cargo', 'elevó a si', 'tomó' y salvó.

Sesenta años después, contra el monofisismo de Eutiques, otra vez Roma, por medio de San León Magno, se pronuncia en un texto admirable que los que se interesan por estas cosas deberían leer íntegramente y yo voy a leer en parte:

"El nacimiento temporal del Verbo en nada menoscabó su nacimiento divino y eterno; nada le añadió; sino que totalmente sirvió para reparar al hombre; para vencer la muerte... Pero no hay que entender esta generación (...) como si la novedad de esta creación quitara algo a la condición de nuestra especie. (...) Conservando intactas las propiedades de las dos naturalezas y sustancias... el Dios verdadero ha nacido en la naturaleza íntegra y perfecta de verdadero hombre, todo él en lo suyo, todo él en lo nuestro..."

Finalmente el concilio de Calcedonia, del año 451, zanja inequívocamente la cuestión: "hay un solo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre (...); consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad; nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempo de María la Virgen, la Madre de Dios, según la humanidad..." Y continúa: "un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único, en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. Porque la diferencia de naturalezas en ningún modo queda suprimida por la unión..." Sin embargo -recordando a Nestorio que sostenía que entre lo humano y divino de Jesús había solo una unión accidental o moral, Calcedonia aclara- "no partido o divido en dos personas, sino que uno solo y el mismo ".

Es esta unidad, empero, la que ha constituido y sigue constituyendo el motivo de reflexión y admiración del magisterio y los teólogos. ¿Cómo se unen -para poder ser uno Cristo- sus dos y distintas naturalezas humana y divina? El magisterio, en sus dogmas, afirma y sostiene esta unión; pero son los teólogos quienes tratan de comprender. Uno solo, una sola 'persona' ( prósopon ), una sola 'subsistencia', una sola 'hipóstasis', afirman los pronunciamientos magisteriales. Pero, con eso ¿qué queremos decir? se preguntan los teólogos. Estos terminajos, persona, hipóstasis, subsistencia... o poco se entienden o se entienden mal. Por ejemplo: 'una sola persona'. Para nosotros una persona es alguien que tiene una sola naturaleza, una sola conciencia, una sola voluntad. En este sentido decir que Cristo es una sola persona lleva al error, porque en él no hay una sino dos naturalezas -naturalezas que no se mezclan-, dos conciencias, dos inteligencias -¡que tampoco se mezclan!-, dos quereres, dos voluntades... Y decir, en lugar de 'una sola persona', 'una sola hipóstasis' tampoco aclara demasiado: la palabra hipóstasis a la mayoría de la gente no le dice nada. Ni tampoco 'subsistencia' (en sentido filosófico) ...

Tomás de Aquino, que tenía estas cosas clarísimas, descarta toda imaginación, toda idea fácil y sostiene que la persona -en sentido metafísico- no es la conciencia o la libertad -como hoy la consideramos nosotros-, sino que, antes de toda conciencia, es el último fondo y sostén de nuestra existencia. Estamos mantenidos por el acto creador de Dios: este nos monta sobre la nada en una existencia propia, exclusiva e incomunicable que constituye el último fondo de nuestro ser y sostiene todos nuestros pensamientos, todas nuestras acciones, fundando lo exclusivo e inédito e irrepetible de nuestro yo. Eso sería la persona. El hombre Jesús en cambio es creado por Dios sosteniendo en última instancia su existir exclusivo no en si mismo, en él mismo, sino en la profundidad de la persona del Verbo. Eso que a nosotros nos hace cerrados e incomunicables y únicos, que es nuestra persona, en Cristo está asumido y sumido por la persona del Verbo. El Verbo Dios, piensa eternamente como Dios y quiere como Dios, hubiera o no habido encarnación, pero, al mismo tiempo, por acto libérrimo de creación y redención, sin confusión alguna, sostiene el ser y el pensar y el amar humanos de Jesús, perfecto hombre, con similares sentires y sufrires, pesares y pensares, oscuridades y verdades que nosotros.

Dios, en el Verbo, no cambia, no muta, no trastoca su eterno pensamiento, su eterno amor. Todo el cambio, todo el crecer, todo el sufrir y el resucitar se da en el íntegramente humano Jesús. Entre Dios y el hombre Jesús hay una unidad no física , como diría Eutiques, tampoco puramente moral o accidental , como defendía Nestorio, sino relacional -dice Tomás de Aquino-. Dios crea al hombre Jesucristo no definido y cerrado en si mismo, sino en relación esencial al Verbo -no solo moral como nosotros que nos relacionamos con Él accidentalmente mediante nuestra inteligencia y voluntad-. Él es relación al Verbo desde su mismo ser, caracú, médula, profundidad humana. Por eso, señalando con el dedo a Jesús, el hijo de María, podemos decir: "El es Dios", porque, señalado en su profundidad última, el hombre Jesús está unido hipostáticamente, hace referencia esencial al Verbo de Dios.

Toda la creación es un crecer hacia Dios, una dirección hacia él, una relación tendencial y mendicante que se hace conciencia y amor en el ser humano. Empero la creatura, lo humano sigue siendo creatura. Es impotente para concretar esa su relación tendencial a Dios. Por sus solas fuerzas no solo no puede transformarse en Dios, como afirmaban Parménides, Eutiques, los hindúes, Hegel, Marx, la nueva era, sino que ni siquiera puede llegar a verlo, con esos ojos que solo le sirven dentro de los límites de la naturaleza: Pero Dios rompe en la persona de Cristo, en la encarnación, el límite de la creaturidad haciendo que Jesús sea, no relación tendencial, sino esencial, abertura radical y constitutiva de lo humano a Dios, permitiéndonos así participar también a nosotros, unidos a Cristo mediante la gracia de la fé, de ese su ser puente entre el cielo y la tierra.

Por eso nacemos en el bautismo "no de la carne y de la sangre, ni de la voluntad del hombre, sino que somos engendrados por Dios, porque el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros y nosotros hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad ".

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