Sermones de NAVIDAD

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

Nochebuena (noche)
Navidad (aurora)
Navidad (día)
2º Domingo después de Navidad
Sermones del Prólogo al Evangelio de San Juan

2001. Ciclo c

NAVIDAD
(GEP 25-12-01)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 1-14
En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Angel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y junto con el Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:«¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!»

SERMÓN

La nochebuena ha llegado (y ha pasado) con su ráfaga de alegría, con sus regalos -aunque más modestos que otros años-, con el encuentro de la fiesta... Y pocos habrán sido los que no hayan recibido, de una u otra manera, los ecos de esta festiva noche...

Cierto que estuvieron también los tristes, los solos, los que recordaron con nostalgia otras navidades más felices... Tristezas ocultas en el esbozo de una sonrisa, en el dolor de la ausencia de aquellos que no estuvieron este año para brindar... Y habrá habido también los que, en el tronar de los cohetes de medianoche y el ruido de fiesta de los vecinos, descubrieron, abrumados, de golpe, su nostálgica soledad. Y el esfuerzo de algunas enfermeras y almas caritativas no habrán podido sino remedar alegría entre las camas de los hospitales... Y hubo los que, después del fracaso del año en sus estudios, en sus negocios, en sus carreras, en sus amores, han tenido que forzar su ánimo para no ser aguafiestas y mostrar jovialidad...

Pero, lo mismo, y a pesar de las circunstancias difíciles que todos estamos viviendo en este pobre país asaltado por los peores ¿quién dudará del balance positivo de la fiesta?: el árbol iluminado, la impaciencia por la distribución de los regalos de los chicos -gracias a Dios ajenos a los acontecimientos de los diarios-, las figuritas del pesebre, la comida, el pan dulce, el abrazo con la familia, la proximidad de la vacaciones y, para disipar nuestras dudas y temores por el futuro, el achisparse alborozado de la sidra o el champán...

Y ¡bien por la alegría! ¡bien por el júbilo! ¡Sean todos tan felices los días como los de Navidad! Y es satisfacción para la Iglesia el que, a pesar de la falta de fe católica de las mayorías y del alejamiento de los hombres de Dios, todavía no haya ninguna fiesta como la de Navidad para encender la alegranza entre los hombres y rescatar sus instancias más humanas.

Pero, para el cristiano, para el que realmente cree, todo este ambiente festivo de las navidades no es sino el signo, la cáscara externa -legítima, por supuesto, y buena, pero externa- de una alegría mucho más vital y profunda que solo puede gozarse en la fe.

Porque, precisamente, el significado más hondo de la Navidad no quiere sino llevar a su colmo, a su plenitud, esta hambre de buenaventura de la cual todos anoche, hoy, mal que bien, hemos gozado o querido gozar.

Porque ¿quién no sabe que, en el ámbito de lo puramente humano, las alegrías son perecederas, finitas, incompletas? La fiesta de anoche es hoy una pila de platos sucios, de manteles manchados, de ceniceros llenos, de papeles de envolver tirados por el suelo, de restos de buscapiés quemados, de jaquecas, Hepatalgina y acidez...

Las vacaciones siempre terminan en la desazón del retorno. Detrás de los domingos terrenos siempre reaparece el laborioso lunes. Cada fin de una etapa es el ilusionado en incierto comienzo de otra. Los bienes obtenidos no satisfacen nunca nuestra avidez; lo poseído puede írsenos en cualquier momento de las manos. Nada es seguro, nada es definitivo, nada es pleno: ni dinero, ni amores, ni salud, ni posesiones... Y el compañero silencioso, imperturbable, implacable de nuestras vidas: el tiempo, que, uno a uno, va devorando nuestros minutos, nuestros días, nuestros años...

Justamente, en la fe, eso es Navidad: el instaurarse de la eternidad en el tiempo, de la juventud divina en la vetustez humana, de la alegría permanente en medio de las zozobras de nuestros gozos perecederos.

Dios se ha hecho hombre. El Verbo se ha transformado en un pedazo de carne humana en su propio yo divino y la ha hecho puente entre lo definitivo y lo que pasa. Por medio de ese cuerpo humano, de ese hombre, Jesús; por medio de sus gestos humanos prolongados en la Iglesia y los sacramentos, yo, vos, aquel, todos los que quieran, en la fe, pueden vencer al tiempo, derrotar a la caducidad, vencer a la muerte, llegar a perpetua fiesta.

En Cristo tus acciones de hombre, tus vivires terrenos, tus bregas y tus trabajos, tus dichas y tus éxitos, no van a hundirse en la neblinas del pasado, sino que se inscriben para siempre en la eternidad. En Él nada es pasado, nada se pierde, ni envejece, ni caduca; todo se construye para siempre... Y en Él, que no solo ha asumido nuestras dichas, sino -y privilegiadamente- nuestros dolores, nuestras penas, nuestras derrotas y caídas, nuestra muerte, todo, aún lo más terrible, lo más horrendo, lo más frustrante, es capaz de hacer hueco donde Él derrame el oro de su divina felicidad...

Por eso Navidad es alegría. Porque Dios acaba de hacerse hombre para que vos puedas remontarte a la definitiva felicidad. Si te tomás de la mano de ese hombre -todavía de ese niño- entonces sí podrás acceder a ese júbilo intocable al cual aspirás...

Allí está, en los brazos de la virgen. Te sonríe, te llama. Dios se te entrega. Quiere darte vida.... Tómalo en tus brazos ¡es tan fácil acunar a un niño! Cree; y dile simplemente que sí.

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