Sermones de NAVIDAD

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

Nochebuena (noche)
Navidad (aurora)
Navidad (día)
2º Domingo después de Navidad
Sermones del Prólogo al Evangelio de San Juan

1987. Ciclo A

NAVIDAD

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 1-14
En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Angel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y junto con el Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:«¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!»

SERMÓN

En Méjico, en las noches navideñas, existe una liadísima costumbre, la de las “posadas”. Grupos de muchachos, con faroles y velas, armados de sus guitarras, mariachis que, cantando, van de casa en casa haciendo el papel de José y María pidiendo albergue.

Se establece, entonces, un diálogo entre los cantores y los de adentro de la casa que, al principio, se niegan a abrirles. El texto de estos diálogos se improvisa, como una especie de payada.

Yo aquí tengo, sin embargo, uno que recogí, una nochebuena en Roma, de unos estudiantes mejicanos. Claro que, leídos, pierde toda gracia. Yo ahora no recuerdo ni el ritmo ni la música -¡y aunque me acordara!-. Pero, créanme, era algo bellísimo y emocionante.

Los versos son sencillos

En nombre del cielo te pido posada, -ya que no puede andar mi esposa amada

Aquí no es mesón, sigan adelante. -Yo no puedo abrir no sea algún tunante ”.

No seas inhumano, danos caridad -que el rey de los cielos te lo premiará

Ya se pueden ir y no molestar, -porque si me enfado los voy a apalear

Venimos rendidos desde Nazaret, -yo soy carpintero, de nombre José

No me importa el nombre, déjenme dormir. Porque ya les digo que no hemos de abrir ”.

Posada te pide amado casero -por sólo una noche la Reina del cielo

Pues si es una Reina quien lo solicita -¿cómo es que de noche anda tan solita?

…. y no quiero cansarlos, al final los cantores dicen:

Mi esposa es María, es Reina del cielo -y Madre va a ser del divino Verbo ” y de adentro por fin responden: “¿Eres tu José? ¿Tu esposa es María? -Entren peregrinos, no los conocía.”

Y todos entran en la casa, seguidos por los chicos del barrio, donde son recibidos con bebida, comida y golosinas para todos. Y así van de casa en casa hasta que no pueden más.

Pero la imagen de José y María golpeando puertas y buscando albergue para refugiarse, finalmente, en un establo quizá no se ajuste del todo a la realidad histórica que nos pinta nuestro evangelio. A pesar de que ciertamente se ajusta a una realidad mucho más profunda y trágica, que es la de tantas Navidades y venidas de María con Jesús, intentando entrar en los corazones de los hombres, y quedando siempre afuera.

Y ya que estamos con versos:

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí!” ¡Cuántas veces me decís: ‘Alma, asómate agora a la ventana; verás con cuánto amor llamar porfía'! Y ¡cuántas, Hermosura soberana, ‘Mañana le abriremos', respondía, para lo mismo responder mañana! ” (Lope de Vega)

Por lo que se puede reconstruir a partir del texto evangélico y los datos extrabíblicos, las cosas habría que entenderlas como sigue.

Empadronamientos, censos, se hicieron desde muy antiguo. Los gobernantes tenían el doble interés de saber con cuántos varones para la guerra podían contar y, también, con qué cantidad de impuestos. El orden y fiscalismo del imperio romano fueron proverbiales. De Augusto se conocen, por lo menos, los empadronamientos que hizo en España, Galia, Egipto y Siria. Para más aproximación, recientemente, se ha encontrado un papiro egipcio que contiene un edicto del gobernador romano de Egipto, en el 104 después de Cristo, ordenando un censo por familias, y estipulando que cuantos se hallen fuera de sus distritos, regresen a su propio lugar de origen.

El historiador judío Josefo alude, inclusive, a uno de los censos hechos por Cirino , el mismo legado de Siria que menciona Lucas.

Las cosa habrían sucedido de esta manera: José, oriundo de Belén, y con su familia paterna allí residente, con motivo de sus esponsales con María -ese compromiso que se hacía un año antes de llevar la esposa a la casa y que ya valía como el matrimonio, puesto que para romperlo había que labrar acta de divorcio y, si alguno moría, el otro era considerado viudo- se habría trasladado a Nazareth o, a lo mejor, ante la noticia del embarazo de la Virgen.

El censo lo hace volver a su casa de familia. Ciento cuarenta kilómetros de Nazareth a Belén.

Hasta no hace mucho, en esa zona montañosa, se conservaba la costumbre de edificar las casas aprovechando las cuevas o cavernas que, desde tiempos prehistóricos, existían en las laderas de las colinas. Frente a ellas se construían tres paredes saledizas, techadas, que hacían de habitación principal. En el fondo quedaba la cueva que, normalmente, era utilizada para guardar los animales. En la habitación principal vivía, en cambio, toda la familia e, incluso, allí se colocaba a los huéspedes.

Es ésta habitación la que Lucas, en griego, llama katalima y que la Vulgata latina tradujo erróneamente como ‘diversorium', ‘posada', albergue público.

De todos modos, es real que, en ese cuarto lleno de gente que no podía o no quería irse a otro lado, María no podía dar a luz. José la lleva pues al fondo, a la gruta.

Y es curioso que el evangelio destaque que fue la misma María la que envolvió al niño en pañales, porque ésa era una tarea que solían cumplir las mujeres que ayudaban. Vaya a saber porqué razón o por qué dura hostilidad no hubo ninguna mujer de la familia de José que ayudara a la Virgen.

El mismo Lucas juega, en este relato, con el contraste del nacimiento de Juan Bautista. En aquel la misma Virgen ha ido a ayudar a Isabel; todos los vecinos festejan el nacimiento y ayudan y, luego, por todas las montañas de Judá se extiende la fama de ese nacimiento.

Aquí no: humanamente no ha pasado nada, un nacimiento oculto, solitario, pobre, sin periodistas. Nadie se entera, excepto unos pocos del estrato social más pobre y despreciable de la población, según las pautas rabínicas de la época: los pastores. “Tramposos y ladrones” –decían los rabinos– “llevan a pastar sus rebaños a propiedades ajenas y roban parte de sus productos”. Estaba prohibido, en las leyes fariseas, comprarles lana, leche o cabritos.

Sólo ellos, pues: un niño en un pesebre, un padre y una madre, sin nadie que les de una mano y, en vez de la fama que se extiende por las montañas, el corazón de María guardando estas cosas en su corazón.

Pero no es lo humano aquí lo que importa o, mejor dicho, no es lo que la gente considera importante como humano lo que aquí importa. Porque “humano-humano” hay muchísimo. Lo más importante que pueda haber en el mundo de lo verdaderamente humano. Hay el amor viril y templado y correspondido de un hombre por su mujer y por su hijo. Y hay la responsabilidad, oscura a los ojos del mundo y paciente y cotidiana, que les ha sido encomendada a favor de su patria y de todos los hombres.

Ni siquiera el revestimiento pobre de esta escena puede ocultar la grandeza y la vivencia de los valores fundamentales de la vida del hombre que ello representa: amor de familia, misión y patria. Frente a lo cual -y sobre lo cual- el resto es puro abalorio y vanidad. Valores fundamentales en donde, en la alegría o en el sufrimiento –generalmente más en el sufrimiento, porque estas cosas son las que nos dan las grandes alegrías, pero también los grandes dolores-, es allí, en lo más profundamente humano del hombre, en donde se abren las puertas del encuentro con Dios.

Amor a la familia, al deber cotidiano, a la nación de uno. Éstas no son las cosas que salen en los diarios, o en la televisión, o que la gente envidia o aplaude; pero, en su humildad sólida, son el entretejido de la verdadera existencia. Pasible de ser vivida en cualquier situación social histórica o política o económica y, por eso, abierta a todos y cada uno de los hombres, ricos o pobres.

Y es allí, en esos valores a los que nadie hace propaganda ni paga, en donde lo más noble del hombre puede surgir como respuesta a la oferta gratuita de Dios: el compartir la propia vida en amor y misión.

Esa potenciación de vida que Dios regala al hombre y que, en combate y amor, apunta hacia una Patria definitiva, se infunde como algo que tampoco se ve, ni atrae bombos, ni votos, ni inversiones, ni periodistas y hay que vivirla en la fe.

Ese es el papel que juega la escena de los ángeles en este relato. Función que siempre cumplen en los lugares donde aparecen en los evangelios: proporcionar la clave para descubrir, en la humildad del acontecimiento visible, la grandeza del suceso invisible –invisible, por supuesto, para nuestros ojos aún no transformados-.

Miro la blancura del pan, y los ángeles dicen a mi fe que, en ella, he de ver el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Veo al bebé en el pesebre, y los ángeles cantan a mi fe la alegría y la paz que me da el saber que Dios se ha reglado a mí.

¡Pesebres muertos de tantas casas y vidrieras en donde no se escucha el aleteo de los ángeles, sino sólo el descorchar de las botellas y las campanas de las cajas registradoras!

Haga silencio esta noche tu corazón, presta oídos al mariachi de los ángeles, para que realmente te encuentres con Dios, con el bebé Jesús, y con María y con José que te lo traen. Dales posada en el amor de tu familia, en el esfuerzo de tus deberes cotidianos, en el dolor por tu país.

Abre, sí, la puerta de tu corazón a Dios.

Y los mejicanos finalizaban sus “posadas” poniendo en labios de José

“Dios pague, señores, vuestra caridad, -y os colme el cielo de felicidad”

“Dichosa la casa que alberga este día -a la Virgen pura, la hermosa María.”

¡Feliz Navidad!

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