Sermones de NAVIDAD

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

Nochebuena (noche)
Navidad (aurora)
Navidad (día)
2º Domingo después de Navidad
Sermones del Prólogo al Evangelio de San Juan

1999. Ciclo b

NAVIDAD
(GEP, 25-XII-99)

Principio del santo Evangelio según san Juan 1, 1-18
Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan.
Vino como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de él.
El no era la luz,
sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo,
y el mundo fue hecho por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron,
a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre,
ni por obra de la carne,
ni de la voluntad del hombre,
sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él, al declarar: «Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo» De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre. Os anuncio una gran alegría, que es para todo el mundo: ¡Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, Cristo el Señor!

SERMÓN

Hay palabras hirientes, duras, que salen de la boca como filosas saetas envenenadas, capaces de herirnos, de causar llagas en el alma;

Hay palabras banales, que solo sirven en los salones de sociedad y se usan para halagar, para cumplir, para quedar bien, para demostrar que uno está al día, para exhibir que uno esta informado de los chismes del ambiente, para agrandar o deformar los hechos o las palabras de los demás...

Hay palabras formales que se dicen en las reuniones diplomáticas, comerciales, visitas de pésame, encuentros en el ascensor, en el supermercado, en la vereda... manifestaciones de buena educación,...

Hay palabras de propaganda que saben usar los políticos -vendedores de ilusiones y resentimientos- y los comerciantes -vendedores, la mayoría, de cosas que no necesitamos-, palabras para acercarnos a sus ofertas tantas veces engañosas: vocablos que suscitan nuestra simpatía, términos cargados subliminalmente de asociaciones capaces de atraernos o producirnos estudiados rechazos, voces compaginadas estudiadamente como telas de arañas sutiles y que se llevan nuestras ansias, nuestros votos o nuestro dinero... Ambos, ayudados por las palabras de los periodistas -vendedores de noticias manejadas por ellos sobre acontecimientos con los que ocupan nuestra atención, poco nos dicen de lo que realmente pasa y nos distraen de las cosas que realmente importan en el ámbito cercano y manejable de nuestra vida-...

Está también la palabra del profesor que nos enseña el tamaño de las estrellas y el diminuto diámetro del átomo, la lógica difícil de las matemáticas y las inapelables leyes de la física, la tediosa facción de la gramática y el geográfico inventario de continentes, ríos y montañas... y las palabras con que nos transporta el catedrático de historia a la época de la construcción de las pirámides, a las carabelas en el Río de la Plata, y a los generales ganando y perdiendo las batallas...

El ruido de la voz que se hace portador de sentido, de conocimiento, que, botando en nuestros tímpanos -o fijando el dibujo de sus letras en los ojos-, despierta mágicamente ideas en nuestro cerebro, en nuestra mente.... De palabras sonoras en el aire se hacen palabras impalpables en el alma. Alígeras transmisoras de noticias, de saberes, organizadoras de nuestras ciencias, acumuladas en libros, bibliotecas, en archivos de ordenadores y neuronas...

Pero hasta allí la palabra no ha calado hondo todavía en la vida de los hombres. La palabra se hace realmente humana cuando recrea la realidad en los labios del poeta, en la declamación del drama, en el lenguaje tinto en sangre de la tragedia, en las preguntas que abren al hombre a lo grande y a lo profundo de la filosofía... En esas palabras el hombre se describe y se pinta a si mismo; se descubre distinto al resto de los seres del universo que, aunque emiten sonidos, temblores, rugidos, trinos, maullidos, no tienen palabras para preguntarse sobre ellos y sobre los demás...

En la palabra que transmuta en versos las esencias y escudriña el significado y el sentido, el hombre se hace hombre...

Aunque ¡todavía no del todo!, porque la palabra aún no ha adquirido la plenitud de su designio: es cuando se transforma en palabra de ternura, cuando susurra su consuelo en el oído del hijo o del hermano que sufre, cuando se hace declaración de enamorado, cuando se exalta de alegría en la bienvenida y el abrazo, cuando se hace diálogo de amistad entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas, cuando se modula en requiebro, en afecto, en apoyo, en perdón, en promesa, cuando en ella se devela el corazón del amante, cuando desnuda el interior al amado y se hace vínculo de querer, de afecto, de cariño, allí es cuando la palabra muestra para qué ha sido creada en el entrevero de amores que sobre ella nadan...

También el interior de Dios eternamente se desgarra en palabra, en Verbo, y en el ventarrón potente del Amor Espíritu... Y más allá...

'Y dijo Dios'... 'y dijo Dios'... 'y dijo Dios'... -comienza el Génesis- y la creación surge de la nada poderosamente recitada, apalabrada, cantada por Dios en las seis primeras estrofas de los siete míticos días... El aleluya de la luz rompiendo las tinieblas y creando el día; la pincelada impresionista de los cielos brillantes reflejándose en el espejo del mar, el gran escenario de la tierra emergiendo del agua primigenia coloreándose de verde de prado y arco iris de frutos y de flor... 'Y dijo Dios',... y empezaron a cantar los cristales de las estrellas y, bien alto, para iluminar toda la escena, se encendió el gran reflector del sol y a la nocturna vela se dibujó la luna pensando en los futuros enamorados... 'Y dijo Dios'.... y tierra, mares y cielos bulleron de vida, armaron sonidos de lucha y, sobre todo, canciones de amor, arrullos de nido, clamores de cría, todo, todo, dicho, cantado, ¡palabra de Dios!. Y, finalmente, todo preparado, el mundo dispuesto como palabra de amor, poema y melodía, "Dijo Dios"... ¡y el hombre surgió! Para él eran las palabras, los 'dijo Dios' que el Creador había sembrado en el universo. Cada rincón del mundo, cada aletear de ave, de insecto, cada palpitar de estrella, cada matemática ley de la materia, todo era palabra de Dios, a su amigo el hombre, 'Dijo Dios'.

El hombre pudo leer en su mundo y en las cosas la grandeza y la ciencia de Dios, aprendió poco a poco a descubrirlo en los renglones de las seres, en las letras de los ríos, los lagos y las montañas, en los acentos de las mariposas y en los signos de admiración de las jirafas... Todo quería hablar de Dios al hombre...

¡No le bastó!: que Dios quiso seguir hablando desde el mismo hombre y en su historia y en su lenguaje... Y se hizo describir en la voz de los profetas, en los textos de los libros santos, " en muchas ocasiones y de distintas maneras ",... y cantó y contó sobre si y sobre el hombre, trató de seducirlo con tierra prometida y con leyes sabias, con amenazas de castigo y con sonoras promesas...

Hasta que no pudo esperar más y, finalmente, abrió su corazón de lado a lado y pronunció en el mundo esa misma palabra con la cual Él mismo se había dado, Padre al Hijo en el Espíritu fuego, en el interior de su trinitario Ser.

Esa misma palabra, Verbo, infinito requiebro de amor pronunciado eternamente en el corazón de Dios se hace hoy vagido de niño, llanto de bebe, carne sonrosada y palpitante en los brazos de María.

Jesús de Nazaret es la palabra de ternura que Dios nos dice. El es el definitivo verbo, palabra, que ilumina y da vida al mundo. El es la suprema declaración de amor suspirada finalmente de una sola vez en el silencio elocuente de la columna sonora de la cruz.

A ese Dios que en todo te habla, te llama, te susurra, y que hoy por ti y para ti se hace mudo clamor de niño en el pesebre de Belén, escúchalo, respóndele, tómalo de los brazos de María y mécelo en tu propio corazón.

¡Feliz Navidad!

Menú