Sermones de NAVIDAD

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

Nochebuena (noche)
Navidad (aurora)
Navidad (día)
2º Domingo después de Navidad
Sermones del Prólogo al Evangelio de San Juan

2000. Ciclo C

Nochebuena 
GEP, 24-12-00)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 1-14
En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Angel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y junto con el Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:«¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!»

SERMÓN

Ya sabemos que las ovejas, pero sobre todo las cabras, que pueden comer desde muy abajo, cortándolos con sus dientes tallos duros y secos, representan la última degradación de los terrenos. Los caballos y los bovinos necesitan, en cambio, praderas de pastos frescos y alargados que deben envolver con sus labios antes de arrancarlos. Las estepas desérticas de Judá, que comienzan justo en Belén, no son para ellos. Han de conservarse y alimentarse, en establos mejores que los cuartos de sus dueños, con pasto y pienso, como si fuesen costosos huéspedes. Las ovejas corretean entre las rocas y son capaces de desgajar alimento de los suelos más incultos.

De todas maneras las ovejas de los alrededores de Belén no son ovinos comunes. Pertenecen a las tierras ancestrales de los dávidas, los descendientes de David. Con su lana se tejieron, mientras duró la dinastía -cuatro siglos, hasta la catástrofe de la caída de Jerusalén y el destierro-, los mantos y ropaje de los reyes descendientes del hijo de Jesé. Su lana todavía servía en el tiempo de Herodes para venderse como producto snob entre la clase alta de Jerusalén y mantener con su precio a los sobrevivientes de la casta que, aún destronados, mantenían la nostalgia de sus fueros y sus privilegios. Ese mismo Belén, en donde había pastoreado sus ovejas David y había sido ungido por Samuel, se había transformado para los judíos monárquicos como en una especie de Reims para los franceses. Empobrecidos, arrinconados y perseguidos políticamente por la espuria dinastía herodiana los más distinguidos de los dávidas se aferraban a esos terruños y vivían como podían de sus oficios, o de sus ovejas.

Por más que corría por sus venas sangre de príncipes y guerreros, ya que no podían usar sus armas en defensa de legítimo rey, tenían en alta estima cuidar las ovejas de los antiguos predios reales, trabajo que el mismo David había dignificado en esas tierras. No son pastores comunes los que esta noche están reunidos alrededor del fuego, en las estepas del ejido de Belén. Quizá estén comentando con respeto la belleza y simplicidad de la mujer que José, su primo, ha traído de Nazaret. No hace tantos años que José partió, falto de trabajo en Belén, con su oficio de constructor en los papeles y la espada heredada oculta bajo el manto, hacia las prósperas regiones de Galilea. Linda moza María. De sangre aarónida digna de mezclarse con la sangre de un descendiente de David. ¿Cuándo nacerá el niño? ¡gruesa está la joven! ¿No habrá sido imprudente José traerla ciento cincuenta kilómetros a lomo de burro desde Nazareth? ¡Qué va! ¿Cómo va a nacer un dávida en tierra de paganos, en Galilea de los Gentiles? ¡En Belén ha de nacer! Y, por otra, parte ¿cómo va a empadronarse en otro lugar que Reims? ¡Que los esbirros de Herodes sepan y teman que todavía en Belén hay varones, y varones nacen. (Aunque no sepa dónde ocultamos todavía las espadas). Y la conversación deriva a sueños de futuro, a ilusiones de independencia y restauración, a recuerdos de antiguas profecías, y todos sienten bullir en sus venas hervor de sangre, apetito de gloriosas batallas, de redoblar de cascos herrados a la carga, de pífanos y tamborileos de victoria... ¡sueños! Sueño. Cabeceos. La noche avanza.

Y, de pronto, el resplandor, que no es de estrellas, la sinfonía angélica, la gloria del Señor, la buena nueva inesperada: "Ha nacido de vosotros, de vuestra estirpe, hoy, como Salvador, como Mesías, vuestro Señor en la ciudad de David"

Y se galvanizan los músculos de los jóvenes pastores dávidas puestos rápidamente en pie, fulgor en sus miradas, el báculo transformado en lanza, la mano izquierda apoyada en el pomo de la inexistente espada... El Señor, el Mesías que los llama...

Pero inmediatamente, el desconcierto, la duda ¿cómo que os ha nacido hoy? ¿cómo que lo encontraremos envuelto en pañales y acostado en un pesebre?

Sus rudos pensamientos se descalabran. Las enseñanzas de sus padres y de los rabinos preanunciaban otra cosa. Estaban muy lejos de imaginarse un Mesías niño. Lo corriente era creer que la manifestación del Mesías habría de tener lugar en su edad madura y sin que se supiera de dónde venía. La duda de los judíos que en el evangelio de Juan se resisten a aceptar a Jesús: " Este sabemos de dónde es; mas el Cristo, cuando venga, nadie sabrá de donde es " (7, 23). Lo que dice el judío Trifón a Justino: " El Cristo, suponiendo que haya nacido y esté en alguna parte es desconocido y ni siquiera se conoce a si mismo ni tiene poder alguno, hasta que venga Elías a ungirlo y manifestarlo a todos ". Había judíos que sostenían que en realidad ya había nacido el mismo día en que Nabucodonosor había destruido el templo y estaba oculto, preservado en perenne juventud, hasta la fecha en que saldría a la luz. Otros retrotraían ese nacimiento al principio del mundo: estaba escondido en el Paraíso, donde a pesar de todo sufría, porque los pecados de Israel retrasaban su aparición. Otros lo hacían habitar vagamente en el Norte. Otros afirmaban que el Mesías esperaba su momento escondido en Roma.

De allí que Lucas, a propósito, rompe los esquemas comunes cuando transcribe el anuncio angélico a los pastores insistiendo en el "ha nacido hoy", "lo encontraréis recién nacido, envuelto en pañales".

Decepción para los pastores guerreros. ¡Un niño! ¡envuelto en pañales! ¡Cuánto habrá que esperar para la acción! Cuando crezca y pueda comandar sus tropas ellos tendrán cuarenta, cincuenta años ¡demasiado viejos para sus fantasías de gloria, para blandir la espada, para arrojar la lanza!

Pero inmediatamente piensan en el hijo de José. ¡Claro!, las cosas coinciden:, " de entre ustedes ha nacido el Mesías, el salvador "... ¡María ya ha dado a luz! Por eso ahora que se apagan las voces de los ángeles y ha desaparecido su esplendor, oyen a lo lejos gritos de urgencia y de alegría y ven encenderse antorchas y lámparas de aceite a lo lejos en lo más alto de la aldea de Belén. Sí, el bebe de María y de José. El Mesías, claro, ¡de los nuestros, descendiente de David! Y dejando al más joven -que por supuesto protesta- a cargo del rebaño, juntan sus cosas y vuelven apresuradamente a Belén.

"Pañales", "pañales", insiste Lucas. Atado en pañales encuentran a Jesús, niño, inerme, lejos de la luz de los ángeles.... Solo los brazos de la mamá. Solo la mirada orgullosa de José. Paja, vaca, buey... La pobreza serena de la casta desheredada de David. No había lugar digno para ellos en la única sala donde todos duermen y comen: han encontrado pulcro refugio en el establo de los preciados asno y buey.

¡Pobres nobles soldados, zurcidos hidalgos, perfumados de oveja y chivos, los que vienen a rendir pleitesía a su bebé Señor! Duerme, duerme, bebe Dios: quince oxidadas espadas, una reina doncella, un padre sin fortuna velan tu dormir.

La gloria del Señor allá en la estepa -y solo por un instante- envolvió a los pastores. Ahora en la penumbra del establo a Jesús solo lo envuelven pañales, como un simple, regordete, precioso mortal.

Sí, el es Salvador, es Cristo, es el Señor, -todos epítetos que Lucas dará al glorioso Resucitado, ya definitivamente envuelto en gloria, como lo será brevemente en la transfiguración, como envolverá al Hijo del Hombre que vuelve y al exaltado a la derecha del Padre. La misma gloria que otro día, como a los pastores, también rodeará a Pablo con luz intensa camino de Damasco.

Pero hoy, como cualquiera de nosotros, está envuelto en pañales, del mismo modo que cualquier niño frágil, vulnerable, necesitado de cuidados, de protección. ¡Qué contraste! "¡Tu tomas forma de hombre! -exclama una antífona bizantina- ¡Tu que eres de naturaleza divina!... ¿cómo es que estás aprisionado en pañales como un infante ?"... "El hijo del hombre se muestra recostado como un mortal en un pobre pesebre; el Señor de gloria está ligado con pañales"

Nuestros pesebres hogareños nos han acostumbrado a representar a los ángeles cantando el Gloria sobre la gruta de Belén. Pero no es esta la escena que sugiere Lucas. La gloria de Dios ilumina brevemente a los pastores, si, pero no al Mesías acostado en el pesebre. La gloria de Dios se esconde en la pobreza. El Verbo que estaba junto a Dios se ha hecho el hombre que se llama Jesús y llora en los labios del recién nacido.

Y hay algo más: la envoltura en pañales, el fajamiento de Jesús, remite a otro fajamiento igualmente recordado por Lucas: el de su cuerpo exánime, preparado para la tumba. María envuelve al niño en pañales y lo acuesta en el pesebre. José de Arimatea envuelve el cuerpo de Jesús en una sábana y lo acuesta en el sepulcro. Desde el principio hasta el fin de sus días el Mesías se hace lealmente partícipe de nuestra suerte. Los pañales de la cuna. Las vendas de su sepultura. "Tu yaces envuelto en el sudario, tu a quien yo un día envolví en pañales", hace exclamar a la Virgen una secuencia del siglo XII.

Ese es el signo que han de ver los parientes de José según el anuncio del ángel: el Mesías esperado no poderoso guerrero en rutilante áurea armadura, sino niño recién nacido envuelto en pañales, signo de la debilidad que Dios asume para llevarla un día a la gloria de la Resurrección. Por eso también serán signo aquel día de Pascua las vendas abandonadas en el sepulcro vacío cuando, ya sí, Jesús, Invencible Guerrero, haya adquirido las armas transfiguradas de la inmortalidad. Los pañales funerarios quedarán en la tumba, mientras Jesús resucita con su humanidad empapada por los fulgores de la gloria de Dios.

Pero hoy la gloria del Señor apenas fulgura un momento en el cielo del desierto, en los ojos alucinados de los pastores descendientes de David quienes, ahora, con asombro, con orgullo de casta, pero a la vez con decepción llena de ternura, miran a su Mesías bebé. Ellos que durante generaciones se habían preparado para seguirlo, adalid invicto, capitán indomable, jefe irresistible, ayudado por ejércitos del cielo, solo ven a un vulnerable niño, a quien ellos tendrán que cuidar. Y lo cuidarán si, hasta la muerte, cubriendo las espaldas de José llevando al Mesías con su madre a Egipto, cuando ellos caigan en Belén espada en mano, junto con sus hijos inocentes, masacrados por los mercenarios de Herodes. Dos travesaños de madera del establo sobre los cuales se apoya una lámpara de aceite proyectan ya sombra de cruz sobre la cuna del niñito Jesús.

Tu, grandote hombre, hombre serio, que nunca quieres mostrar tus lágrimas; tu, mujer que a pesar de tus risas y tu esmalte de uñas y tu rimel, siempre paqueta, guardas oculta tu grande pena en tu corazón; tu, que aguardas con temor el nuevo año que viene y no tienes blindajes financieros ni demasiados ánimos; tu, que ves sufrir a tu hijo -por lo que sea-; tú, que extrañas al que se fue; que miras en las canas y arrugas de tu espejo los años que huyen y los achaques que crecen; tu, que te crees menos linda o menos inteligente y ocultas tus complejos en contestación, hosquedad o timidez y eres incapaz de mostrar tu linda alma; tu, que estás solo o sola; tu, que tienes tantas cosas que hacer y estás pensando en las vacaciones y en tu trabajo y en el futuro de tus hijos y no tienes tiempo de reflexionar ni de rezar; tu, cuyo apellido no significa ya tantas hectáreas como antes; tu, que enfrentas exámenes, desdenes de la chica que te atrae; tu, que no sabes que hacer de tu vida; tu, que te han hablado gravemente de tu enfermedad; tu, que dudas en confesarte y volver a Cristo; que luchas con tus problemas de fe o con tus pecados, tu, hombre, tu, hijo de Adán, tu también envuelto en pañales, reconócete otra vez niño en el pequeño Jesús, cierra los ojos y abrázate a tu madre, descubre muy cerca de ti a Dios... Él comienza hoy, en el establo de Belén, a recorrer tu mismo camino de alegrías y dolores, de asombro frente a la vida, de alborozadas mañanas y cansancios de tarde, de ilusiones y desencantos, de risas y de lágrimas... nada de lo que puedas pensar, sentir o penar será ajeno a Jesús, Dios hombre, Dios adulto, Dios muchacho, Dios adolescente, Dios niño, bebe en pañales, en brazos de su mamá.

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