Sermones de NAVIDAD

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

Nochebuena (noche)
Navidad (aurora)
Navidad (día)
2º Domingo después de Navidad
Sermones del Prólogo al Evangelio de San Juan

1997

Nochebuena 

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 1-14
En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Angel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y junto con el Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:«¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!»

SERMÓN

No se puede decir que Palestina fuera un territorio riquísimo en la antigüedad, pero tampoco era pobre: la “ tierra que mana leche y miel ”, la llamaban los antiguos hebreos. Aún en las montañas de Judea inmensos bosques adornaban sus laderas. Recién después de las guerras judías de los años 70 y 110 el sistemático talado de los bosques para construir máquinas de guerras y aislar a las ciudades, al mismo tiempo que el incendio de las cosechas agostó y desertizó el pais que, reverdecido en parte durante la administración bizantina y las cruzadas sucumbió definitivamente al atraso durante la dominación islámica y vuelve a levantarse lentamente en nuestros días con el Estado de Israel y la masiva ayuda occidental.

En la época de José, de todas maneras, el país se dividía en dos grandes porciones: al norte, como cuenta el historiador Flavio Josefo, a lo largo del lago de Genesaret, el núcleo fértil de la Galilea, “ tierra de admirable naturaleza y hermosura. La fertilidad del terreno permite -dice - toda clase de vegetación. Abundan los nogales, las palmeras, las higueras y el olivo. Dado el clima, uvas y olivos se recogen durante los diez meses del año .” Todo abundantemente regado por los manantiales de Cafarnaún. La agricultura, asociada con la pesca y la ganadería, hacían de esas regiones lugares prósperos, necesitados de obreros y artesanos, donde confluían a trabajar desocupados del resto del país.

El sur, más agreste -aunque también poseía pastizales, campos de labranza y huertos- vivía más bien de la artesanía y del comercio. Especialmente Jerusalén, con los inmensos ingresos de su templo, sostenía a una rica clase pudiente con poder político y apetencias financieras. Todo ello necesitado de múltiples oficios: sastres, fabricantes de sandalias, maestros albañiles -el oficio de José-, carniceros, curtidores, panaderos, queseros, herreros, alfareros.

Ya más al sur de Jerusalén el paisaje se volvía quebrado y bastante menos fértil. Sin embargo sus habitantes, preferentemente dedicados a la crianza de las ovejas, se consideraban los más prestigiosos y verdaderamente aristocráticos, aunque empobrecidos, de los judíos. Se trataba efectivamente del territorio de Judá; pero, más aún, se trataba especialmente de los territorios y feudos pertenecientes a los dávidas , los descendientes del Rey David, cuya dinastía había permanecido ininterrumpidamente en el trono durante 400 años hasta la caída de Jerusalén, y cuyos descendientes habían vuelto a asentarse en el lugar -según cuentan Esdras y Nehemías- al regreso del exilio en Babilonia. Es verdad que ya la mayor parte de las tierras pertenecían a terratenientes, nuevos ricos que vivían en la ciudad, pero los dávidas, aún en condiciones austerísimas, se aferraban orgullosamente al lugar de sus antepasados.

La rama más directa de la descendencia davídica había optado por asentarse en Belén. Belén era casi una ciudad sagrada para los nostálgicos de la monarquía y de los viejos blasones; una especie de Reims para los franceses: nada menos que el lugar donde había nacido el Rey David y donde había sido ungido rey por el profeta Samuel. Los reyes dávidas siempre se habían sentido ligados al lugar y, alguna vez en su vida, después de la coronación, iban a reivindicar su señorío sobre Belén y a realizar la ceremonia del juramento de vasallaje de los pastores de los rebaños reales. Incluso el rey Roboám había amurallado la ciudad, como construyéndole una especie de relicario.

Aún muchos siglos después de desaparecida la monarquía los más aristocráticos de los dávidas insistían, a pesar de su digna pobreza, en habitar la tierra de sus ilustres antepasados.

La rama de más alcurnia reivindicaba y mantenía a duras penas unas pocas casas en la zona oriental y más alta de Belén, donde se conservaban los mayores recuerdos de David. Aprovechaban las cuevas allí existentes como infraestructura para cuadras, servicios y despensas.

A esta nobleza empobrecida, empero, le cuesta subsistir. No se crea que sus casas eran mansiones como las de las grandes ciudades: muy por el contrario. A menudo constaban de una sola habitación de paredes de barro en la que estaba alojada toda la familia, y en ella hacía la vida y dormía. Cuando había algo de ganado, éste podía estar alojado también dentro de la casa -al fin y al cabo una vaca valía casi más que una persona- aunque generalmente lo estaba en un ámbito junto a ella, tan o más cuidado que el espacio común.

Sangre de guerreros la de los dávidas. Durante la monarquía todos ellos habían formado parte de los cuerpos de elite de la nación. Muchas viudas dávidas amamantaron vástagos de sus hombres caídos en batalla. Pero los romanos habían prohibido a los judíos tomar las armas. Solo podían hacerlo como mercenarios de ejércitos extranjeros. Y un dávida jamás armaría su brazo para pelear por nada que no fuera la libertad de Israel. Conservan su orgullo de soldados; pero eso no impide que, para no tenerse que poner al servicio de nadie, aprendan oficios independientes. José ha practicado el de carpintero o, mejor, de albañil, que eso significa la palabra teknon, griega, con la cual se lo califica. Era un poco de todo: maestro mayor de obras, talabartero, fabricante de manceras de arado y de vigas, y también de empuñaduras de espada y astiles de lanza... Eso hacía José.

Pero en Belén ha tenido poco trabajo. Es posible que haya ido a intentar fortuna entre los 18.000 obreros que empleaba Herodes, para paliar la desocupación, en la reconstrucción del templo de Jerusalén. Quizá no se sintió allí a gusto y pasó más al norte, a las fértiles praderas y tierras de Galilea, donde también abundaba el trabajo de construcciones que emprendían los romanos y en los que estaba obsesionado Herodes el Grande. Precisamente una de las ciudades que mandó levantar fue Séforis, a 4 kilómetros de Nazaret. Es probable que en sus obras José haya encontrado trabajo y, en algún rato de ocio paseándose por los alrededores o, quizá, alojándose en la casa del algún pariente en Nazaret, haya conocido a la joven más bonita de la zona, María, por otra parte de sangre también noble, aarónida, sacerdotal. Cuando pidió su mano, no le habrá costado trabajo al bueno de Don Joaquín, respaldado con las miradas fulminantes y algún puntapié disimulado en los tobillos de la robusta Ana su mujer, decir que sí al apuesto joven, aristócrata venido a menos, pero al fin y al cabo independiente y con oficio, que María apenas se atrevía a mirar detrás de su velo, tan alto, buen mozo y joven que lo veía.

Es difícil que José entonces pudiera sospechar todo lo que sobrevendría después; y que acabaría honorablemente su vida, pocos años luego, en la sublevación de Judas el galileo contra los romanos, defendiendo con la espada, a fuer de guerrero dávida, ese misma ciudad de Séforis que ahora estaba construyendo como carpintero-albañil.

Pero claro que todas esas obras que se hacían por orden del emperador Augusto a lo largo del imperio, y de este rey Herodes con ínfulas faraónicas en Palestina, no se hacían gratis. Impuestos tras impuestos se abatían sobre la gente. Es verdad que desde la época de César la ley ‘ de pecuniis repetundis' o sea de malversación de fondos -una especie de juicio de residencia que se hacía a todos los gobernadores romanos- había cortado algo la avidez con que éstos exprimían a sus gobernados, pero así y todo Roma consideraba como de su propiedad los territorios conquistados. Además pues de los aranceles cobrados por los “publicanos” que eran, por contrato, administradores de aduanas, cobradores de derechos de peaje y de mercado, el emperador se reservaba, por medio de administradores, el cobro directo del tributo sobre el terreno y el de la capitación o sea sobre los individuos ( tributum agri et capitis ). El impuesto de capitación estaba graduado según el nivel social. Y para determinarlo, se realizaban habitualmente censos. Es uno de estos censos el que obliga al migrante José, recién casado, a viajar a Belén. Los grandes no saben como con sus decretos son capaces de influir en la vida de los pequeños.

Sin embargo en este caso podemos sospechar que José no se dejó manejar solo por las circunstancias. En esos censos no había ninguna necesidad de llevar con uno a la mujer; pero José cree que su viaje es una buena oportunidad no solo para presentar a María a su parentela, sino para que el retoño que ya hace latir en ella su vida divina, nazca en el lugar que le corresponde: la cuna misma de David. El viaje durará diez días a lomo de burro, por caminos no siempre seguros. Pero José se siente muy tranquilo con la corta espada heredada de sus antepasados bajo el manto, y sujetando fuertemente el ronzal del asno. No habrá bandidos que fácilmente querrán arriesgarse a enfrentarse con semejante muchachón en el camino de Nazaret a Jerusalén y Jerusalén a Belén. Además no parecen tener muchos bienes excepto el animal y, por un jumento, no vale la pena arriscar la vida. María ha viajado bien segura custodiada por tan aguerrido caballero.

¡Cómo se habrá emocionado el abuelo de quien estaba por nacer, Jacob, padre de José, y la abuela, de quien no conocemos el nombre, al reencontrarse con su hijo mozo! y habrán aprobado su elección y recibido a su joven nuera como a una hija.

Cuando finalmente llega el momento del parto, la humilde sala común ciertamente no es lugar adecuado para dar a luz. La palabra albergue o posada que tanto lugar ha dado al flolklore navideño es una mala traducción del término griego katálima que simplemente quiere decir sala.

El pesebre adosado a la humilde casa solariega de la familia davídica es casi lugar más digno que la hacinada pieza común.

Ciertamente Cristo nacerá pobre, pero de ninguna manera miserable, en la casa solariega de sus antepasados ilustres de la casa de David.

En el siglo IV el primer emperador cristiano Constantino adornará con oro y plata la gruta del nacimiento de Jesús. San Jerónimo que, por devoción al Señor, se construyó para entonces una gruta cercana a la del nacimiento se lamentaba de esta iniciativa: “... por honor a Cristo hemos quitado el barro y hemos puesto la plata y el oro. No repruebo a los que para honrarlo hicieron esto, pero admiro mucho más al Señor que, siendo el creador del mundo, no ha nacido entre oro y plata, sino en el barro .”

El antecesor de Constantino, el emperador Augusto ni sospechó que uno de sus tantos y prosaicos edictos de censo firmados en su lujoso palacio del Palatino iba a tener la consecuencia de hacer nacer en Belén y luego huir a Egipto a uno de sus desconocidos súbditos. Los grandes no tienen tiempo de ocuparse de pequeñeces. Augusto prestó atención a sus ejércitos y sus fronteras, a administrar y llevar cuentas, a su política y sus juegos de poder. Murió sin saber que una de sus decisiones a las que menos había prestado atención cambiaría los destinos del mundo y se haría instrumento del acontecimiento más espectacular de la historia del universo: la llegada del hijo de Dios al tiempo y al espacio, y el inicio de la redención que habría de desarrollarse en la azarosa historia de un pequeño niño que acababa de nacer.

La mayoría de nosotros tampoco es importante para los que manejan los destinos de las naciones, ellos se mueven en su mundo, aunque, a veces sin quererlo, son capaces de afectar profundamente nuestra vida; pero el misterio de la Navidad nos enseña que detrás de todo, lo pequeño y lo grande, el que maneja las cosas es Dios. Ninguna circunstancia material, pobreza obligada, condición, desocupación u oficio, por difícil que sea, puede afectar nuestro orgullo de cristianos, nuestro sentido de pertenecer a la noble estirpe del hijo de David. Ninguna pena ni adversidad hacernos pensar que Dios nuestro padre no conduce todo para que, bien dentro nuestro, crezca nuestro ser de hijos de Dios.

Esos hijos que hemos llegado a ser, porque hoy, en Belén, ha nacido nuestro hermano mayor: Jesús, hijo de Dios, hijo de María e hijo de José.

¡Feliz Navidad!

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