Sermones de NAVIDAD

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

Nochebuena (noche)
Navidad (aurora)
Navidad (día)
2º Domingo después de Navidad
Sermones del Prólogo al Evangelio de San Juan

1998

Nochebuena 

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 1-14
En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Angel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y junto con el Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:«¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!»

SERMÓN

La belicosa tribu de Judá ha asentado sus reales, desde al menos el siglo décimo antes de Cristo, en la meseta que se levanta entre la llanura costera de los filisteos y los picos más altos de las montañas que luego bajarán hacia el Mar Muerto mediante las ondulaciones del desierto de Judá. Pero de este lado de las sierras, en dirección al Mediterráneo, la meseta, con su clima templado y sus lluvias periódicas, es bastante fértil, cubierta de vegetación y de viñedos, los lugares rocosos aptos para la cría de ovejas, y las laderas de sus colinas cubiertas de bosques. Hoy todo eso se ve seco y sin árboles por la salvaje tala de montes que sufrió toda esa zona durante la dominación turco-árabe. Pero en la época a la cual se refieren nuestros evangelios todo eso era verde y hasta florido.

Por allí, a 700 y pico de metros sobre el nivel del mar, en una loma alargada, se encuentra Belén, pequeña ciudad de a lo sumo mil habitantes, y sin embargo famosa, de raigambre nobiliaria, ya que había sido la patria del rey David, y por tanto, el solar originario de todos los reyes de Judá, de la orgullosa dinastía de los dávidas. En la zona alta, contra las rocas, se conservaban aún los recuerdos solariegos de la familia de David y probablemente allí, después del destierro, se instalaron, en noble pobreza y hasta indigencia, levantando sus casas sobre las grutas, algunos que se consideraban sus descendientes.

Hay que pensar que la fecha que se fijó mucho después, en el siglo III, para celebrar el nacimiento de Jesús fue arbitraria. Se quiso hacer coincidir su festejo con el del fin del invierno en el hemisferio norte, cuando alcanzando el sol su punto más bajo, en el solsticio de invierno, comienza a remontar triunfal otra vez hacia el solsticio de verano. La antigüedad festejaba esa fecha como la de la victoria del dios Sol; y Navidad sirvió para transformarla en una festividad cristiana.

A los evangelistas no les interesó conservar la datación exacta del nacimiento de Jesús. Sin embargo habría que decir que Diciembre no parece ser el mes más probable. El único indicio que tenemos del momento del nacimiento de Jesús es el hecho que narra Lucas de los "pastores que acampaban en la región vigilando por turno sus rebaños durante la noche". Y, se sabe, que en aquellas épocas solo se cuidaba de noche a los rebaños en campo abierto en los meses más apacibles, de junio a octubre, cuando el clima era templado y no había lluvias. Más cerca están nuestras navidades del hemisferio sur del clima del nacimiento de Jesús, que el invierno del Diciembre del norte y sus nevadas.

No, no hace frío en el establo donde María acuna en brazos a su niño. Sonido de grillos que cantan al recién nacido, titilar de estrellas, la lámpara vacilante que ilumina la escena donde las mujeres de la familia de José ajetrean alrededor de la joven madre y del pequeño. Afuera se oyen las voces de los varones palmeando con alegre pero grave satisfacción las robustas espaldas de José. Ellos no pueden entrar en el establo porque es sabido que en Israel la mujer que da a luz -y todo lo que toca- queda impuro y hay que mantenerse a distancia de ella hasta que le llegue, cuarenta días después, el día de la purificación. Corre una bota de vino entre los varones mayores de la casa de David. Los chicos aunque excitados y despiertos no pueden moverse de las yacijas de paja de la única sala que constituye la precaria habitación adosada al establo, y en donde sería totalmente inoportuno, y hasta indigno, que, en ella, la joven María diera a luz.

El clan de los dávidas, orgullosos aunque pobres descendientes de David, sangre de príncipes y guerreros, tienen motivo de sobra para estar satisfechos. Un nuevo varón viene a enriquecer a la menguada familia. El abuelo de José, ya no se acuerda bien cuantos nietos y bisnietos tiene. Con sus ojos, que ya apenas ven, clavados en el fuego que se ha encendido para calentar el agua con la cual las mujeres lavan al niño y a la joven madre, sentado en su banqueta con su espalda todavía recta de viejo soldado, piensa en cuantos buenos oficiales saldrán de toda esa prole y quizá hasta fantasea con que alguno, llegada la hora de Dios, puede volver a ocupar el trono de David. El venerable anciano ni se imagina la tragedia que se avecina, cuando los soldados de Herodes, llevados por el insano temor del ilegítimo monarca idumeo, tomen uno a uno a sus pequeños inocentes y los masacren sin piedad, terminando para siempre con casi toda la sangre de David. Pero por ahora el anciano puede soñar. La abuela de José también se siente orgullosa; al fin y al cabo ella fue la única que sostuvo, contra lo que afirmaban las otras mujeres, que el que nacería sería varón. Lo había reconocido, aseguraba, en la curva angulosa del vientre de María. Y María, a pesar de que no decía nada, parecía asentir con su mirada, como si llevara adentro un saber secreto.

Cumplidos los ritos de la purificación, José ya podrá ocupar su nueva casa, comentan sus hermanos y primos. Porque todos colaboran en la familia para levantar las viviendas de los que contraen matrimonio. Es verdad que hay mucho que hacer en las vides, en las sementeras y con las ovejas, pero, desde que llegó José desde su lejano Nazaret con su mujer embarazada, todos han prestado sus ratos libres para la construcción.

Pero ¡cómo ha cambiado José! Apenas muchacho, ya hace cuatro años que había dejado el caserío de Belén buscando mejores horizontes. Los romanos prohibían a los judíos ser soldados. Pero lo mismo un dávida tiene que vivir y en Galilea sobraba el trabajo, según contaban los caravaneros que viniendo del norte pasaban por Belén camino a Egipto.

Y allá, hacia Galilea, fue el joven José, que, ya que no puede ser soldado como lo exige su casta, ha aprendido el oficio de albañil.

También hay que casarse le ha dicho el abuelo, que los solteros son mal vistos en Israel. Y no lo ha hecho mal. Su sangre de dávida le prohibe casarse con cualquiera, pero su pobreza le impide apuntar demasiado alto. Y sin embargo la providencia lo ha llevado vaya a saber cómo -que los evangelios de ello no nos cuentan nada- en el desconocido pueblito de Nazaret, cerca de la ciudad donde trabaja, a encontrar una joya: una aarónida, una descendiente de Aarón, también por extrañas circunstancias pobre como él.

Pobre es un decir. Es verdad que la desposada no tiene plata, pero su estirpe sacerdotal la ha hecho formarse en el estudio de la ley, en el respeto a Dios, en la integridad de la conducta, en la modestia de sus costumbres, en la delicadeza de su trato, riqueza frente a la cual los ricos de este mundo parecen harapientos y desnudos. José ha quedado para siempre prendado de ella, en una veneración casi religiosa que su sólido corazón de guerrero sabrá llevar, cuando se de cuenta del misterio que María gesta en su seno, hasta heroicos grados de renuncia. Pero ¡qué maravilla poder enlazar a la casa de David, con la casa de Aarón, progenie real con progenie sacerdotal!

Y así ha vuelto José, garrido mozo, con sus 23 años bien cumplidos, ya adulto, a su ciudad de Belén. Que un descendiente de David, no puede nacer en cualquier parte: ha de nacer en la ciudad del Rey. José ha trabajado duro: no va a llevar a su mujer a pie por los 140 kilómetros que median de Nazaret a Belén. En Israel los reyes y las reinas viajan a lomo de burro. Aunque para el combate usen corceles, montados en burro entran los reyes en Jerusalén. Así entrará un día Jesús ben José, ben David, en Jerusalén. Y así, aunque no lo sabe, dormido como está inconsciente, hecho un ovillo en el seno de María, ingresa Jesús también en Belén, en el burro que con el sueldo de seis meses ha comprado José para ella y para Él.

También ha comprado pañales. Solo los reyes y los nobles eran envueltos en pañales al nacer. Los rústicos eran apenas protegidos por telas o por paños o por nada. Un dávida será pobre, pero lo mismo tiene que nacer como un rey, "criado entre pañales" como Salomón (Sab 7, 3-5). ¡No se diga que un descendiente de David entrará en el mundo carente de ellos! Allí se le ha ido otro sueldo a José. Y María, dice el evangelio, ella misma "lo envolvió en pañales y lo recostó en el pesebre". Ella, la reina, no dejará a la partera que refaje al rey.

Mala fama tienen los pastores en Israel: la mayoría de las veces 'tramposos y ladrones', dicen los rabinos, 'conducen sus hatos por propiedades ajenas', y además 'roban parte de los productos de los rebaños'. Prohibido está comprarles lana, leche o cabritos. Y afirma el Talmud: "Un padre no instruye a su hijo para que sea pastor, pues ese es oficio de ladrones" Pero ¿quién va a confundir a los pastores de Belén con cualesquiera pastores de Israel? Desde que David, antes de ser rey, fue allí pastor y luego señor de esas tierras, los pastores de Belén saben que son distintos. Son nada menos, por tradición, que los pastores del rey. Durante mucho tiempo uno de los actos de asunción al trono de los monarcas judíos había sido ir a Belén a recibir el tributo de vasallaje de los pastores de Belén, en recuerdo y memoria del rey David.

Y allá van los pastores. Aunque ahora los dueños de las tierras y los rebaños sean nuevos ricos de Jerusalén, ellos siguen siendo leales a sus viejos aunque empobrecidos señores, y hoy no dejarán de rendir su homenaje, con queso y leche de cabra, con corderitos y miel, al último descendiente de David.

Mientras los grillos van ya dejando de cantar, las mujeres y chicos se han dormido, los hombres poco a poco en silencio se retiran, el silencio de la noche se hace imponente y las estrellas parecen brillar como nunca en el cielo. Desde el desierto de Judá sopla una brisa cálida trayendo lejano murmullo de aleteo de ángeles. María vela a su niño. Apenas intuye, joven madre, la magnitud del misterio que ha de custodiar: la palabra de Dios que enmudece en la pausada respiración de su niño y que un día cambiará el curso de la historia y será capaz de transformar la vida de los hombres.

Ni Herodes, ni el gobernador Quirino, ni Augusto el emperador, firmando apenas sin mirar sus decretos saben que han sido instrumentos del acontecimiento más importante de todas las épocas. Tampoco nosotros solemos darnos cuenta como Dios va llevando nuestras vidas por sus caminos de amor mediante acontecimientos que no manejamos.

José y María han sabido ver, en cambio, allende la voluntad de los poderosos y de los hombres, el querer de Dios; al fin y al cabo las grandes acciones son las que pasan por el corazón del ser humano y en el entorno pequeño de los amigos y de la familia y no en los gabinetes y antesalas de los poderosos, adonde la voz de los ángeles no sabe llegar. Los que parecen el eje del mundo y ocupan las primeras planas de los diarios no son más que circunstancias puesta por Dios para la verdadera vida de cada uno, de su familia, de los que ama.

Navidad viene a mostrarnos el camino de la verdadera realización del hombre, que apenas depende de las condiciones materiales -riqueza o pobreza-, y si mucho tiene que ver con el cariño y amor de la familia y los amigos; y al mismo tiempo nos revela el amor hasta el extremo que Dios nos tiene, tanto como para darse a si mismo hecho niño, para que nosotros, retornando amor, podamos acceder a la plenitud de la vida verdadera.

Que esta noche sea para todos momento de encuentro feliz, con los de casa, con los nuestros, presentes a nuestra mesa, presentes en nuestra Misa desde el cielo, y que en la alegría de la esperanza de vida que María nos ha traído en su pequeño bebe, surja, de nuestro alborozo, cantar con los ángeles: "gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres amados por él".

Feliz Navidad.

Menú