Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1982 - Ciclo B

2º domingo de pascua

Lectura del santo Evangelio según san Juan    20, 19-31
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan» Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!» El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré» Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe» Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!» Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

SERMÓN

El domingo de Pascua, alrededor de la solemne liturgia de la Vigilia, tratamos de elevar nuestros ojos hacia el triunfo de Jesús de Nazaret. Aquel que, por primera vez en la historia, saltando el umbral de la pura humanidad, se transforma en hombre divinizado, glorificado. Es como si, en otro orden de cosas, hace dos mil millones de años hubiéramos presenciado el instante solemne, en el precámbrico , en que, a partir de la química inorgánica, se crea la primera molécula viva o, en el devónico , el primer insecto o, en el pérmico , el primer reptil o, en el jurásico , el primer pájaro o, en el triásico , el primer mamífero o, en el eoceno , el primer antropoide o, en el mioceno , el primer homínido o, finalmente, en el pleistoceno , el primer hombre, con su genotipo invariable de 23 pares de cromosomas.

Porque el paleontólogo también contempla admirado estos saltos progresivos, por medio de los cuales, desde la materia inanimada, la historia del universo ha desembocado en la aparición del hombre. Saltos que, en su mecánica, podrán ser explicados científicamente, pero que, en su efectuación y sentido, proclaman la existencia de una causalidad trascendente.

Pero, lo estrictamente científico no interesa demasiado a la Revelación, a la Escritura. El mecanismo químico-biológico de esta historia ascendente de la materia y de las especies es dominio propio de la investigación positiva. La Revelación lo único que quiere, cuando ha de mencionar estos hechos, es mostrar su vertiente teológica, en parte convergente con la indagación de la razón en el campo metafísico y filosófico, pero ajena al campo estricto de la ciencia. Lo que interesa a la Biblia es mostrar cómo en toda existencia humana hay un propósito y designio divino y no mostrarnos el cómo científico de su realización. Por eso, en el relato más antiguo de la creación del hombre –que es el segundo que aparece en el libro de Génesis-, en el lenguaje del mito, para mostrar cómo de la materia sale un ser viviente humano, se habla de la intervención trascendente que organiza al barro. Se la representa en el acto de soplar del Dios artífice. “ Lo modeló con arcilla y sopló en su nariz un aliento de vida.

Allí aparece algo nuevo: el hombre, a quien, de inmediato, da el poder y el mandato de reproducirse “ sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra ”.

Así, en el relato de la creación del hombre vemos como dos etapas. Primero, el salto por medio del cual aparece el primer hombre. El polvo que es organizado por el soplo de Dios. Los científicos, a su nivel, hablarían de la aparición del primer ‘homo sapiens'. Segundo, el mandato y la posibilidad de transmitir, por generación, esa vida recibida, ese soplo vital y organizador: “sean fecundos, multiplíquense”. Porque esa aparición no bastaría si ese ser no tuviera el poder de generar otros individuos de su misma especie. El mismo código genético que define biológicamente al hombre, la estructura de ADN característica de su especie, genotipo que planifica la producción del fenotipo, es la que sirve para generar descendientes múltiples de la misma especie.

A partir de esa novedad absoluta que es la aparición en la zoohistoria del primer ser humano, este puede ahora reproducirse y transmitir estas características que le hicieron saltar toda etapa anterior. El nuevo fenotipo del animal con cerebro racional que es el ser humano, diría Monod , es transmitido por medio de un código genético estable, que es como recibido junto con el nuevo ser propio de la especie, y permite esa ‘invariancia reproductiva' esencial a los seres vivos.


Jacques Monod (1910 - 1976)

Pues bien, desde la Pascua, Dios ha llevado a su culmen insuperable todo el mecanismo evolutivo del universo. En Pascua se ha dado el último salto. El mismo soplo creador que ha elevado la materia a la vida, el mamífero al antropoide, el antropoide al homínido, el homínido al hombre, ahora, superando en magnificencia todo este lento ascenso y toda posibilidad de la materia y la naturaleza, en la disponibilidad plena del ‘sí' de María y de Cristo, ha elevado, ha exaltado, ha hecho saltar al hombre a la Vida de Dios: Cristo Jesús, el nuevo Adán, la Nueva Creatura, el Primogénito de toda la nueva creación.

Eso lo festejamos el domingo pasado. Pero, ahora, viene la segunda etapa: “sean fecundos, multiplíquense”. Ese mismo Jesús recreado por Dios en la Resurrección, lleno del Espíritu que le da la nueva Vida gloriosa, como en el relato del Génesis, también sopla sobre los apóstoles: “ sopló sobre ellos y les dijo ‘Reciban el Espíritu Santo' “. Si el domingo pasado celebramos el nacimiento del nuevo primer hombre, hoy, en el evangelio de Juan, celebramos el de la nueva especie de hombres que aquel inaugura.

Y en esta recreación de sus discípulos, en la cual su mismo fenotipo divino es como si se reprodujera, les otorga también el poder y el mandato de reproducirse y ser fecundos: “ Id y predicad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo ”.

Jesús no es el asombro de un único individuo que alcanza la gloria divina, un fenómeno aislado y estéril, un caso teratológico, un accidente monstruoso e infecundo de la evolución, es también el comienzo de la propagación de una nueva especie, la de los cristianos. También ellos llamados a la reproducción evangelizadora de la fe.

Jesús, es el ‘Primogénito' capaz de transmitir a todos sus descendientes su mismo genotipo, el ADN del espíritu santo, los cromosomas de una nueva existencia insuflada por Dios en el barro de la humanidad, conservada en el nuevo código genético de la Palabra transmitida por la Iglesia madre, recibida en nuestros corazones por la fe, y hecha fecunda en nuestra vida y testimonio.

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