Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1985 - Ciclo B

2º domingo de pascua

Lectura del santo Evangelio según san Juan    20, 19-31
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan» Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!» El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré» Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe» Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!» Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

SERMÓN

Tancredo de Almeida Neves (1910-1985)

El presidente Tancredo Neves aunque dificultosamente, 'todavía respira' -al menos esta mañana así decían los diarios- y, con eso, querían decir simplemente que 'todavía vivía'.

No hay asociación más espontánea para nosotros que de la 'vida' con el 'respirar'. 'Exhaló' el último suspiro, 'ex-piró', 'ya no respira más', "murió", se dice. Es verdad que hoy en día hay síntomas más determinantes de la muerte: el no latir más el corazón, la dilatación de las pupilas, el electroencefalograma plano. Pero, hasta las cercanas épocas en que aún los médicos acercaban un espejo a la boca del paciente para detectar su aliento en el empañarse o no de su superficie, siempre la humanidad ha distinguido entre la vida y la muerte de animales y seres humanos, por su respirar o no, por el aire que son capaces de inhalar o exhalar.

¿Qué es lo que, a ojos vistas, diferencia al vivo del muerto? Este aire que ingresa y surge de sus narices, de su boca. Es verdad que los antiguos no le entendían así tan pedestremente. El aire era, para ellos, como la señal de que había 'algo' que mantenía la vida, algo que organizaba a los elementos y le impedía disgregarse y transformarse en polvo, como sucedía cuando se dejaba de respirar. Pero a ese 'algo', en casi todas las lenguas conocidas se lo designó y aún designa mediante el símbolo de la 'respiración', del 'aire'. Así por ejemplo, en indoeuropeo, al aire se le dice " atma ". De esa raíz nos queda nosotros todavía la palabra "atmósfera": la esfera del aire. Pues bien ese mismo término ('atma' en hindú ó 'alma' en español) sirve para designar el principio vital de los seres vivos. Del " anemos ", aire, viento, en griego, del cual aún tenemos "anemómetro" -instrumento usado para medir la velocidad del viento-, provienen las palabras latinas "ánima" o en español: "ánimo", "ánima", "animado", "animal".

El término griego " psijé " -que hoy entra como compuesto p. ej. en el vocablo " psicología ", 'la ciencia del psiquismo'- viene de la onomatopeya " psi ", el ruido de algo que se desinfla y que termina por designar al 'aliento', la 'respiración'. Lo mismo la palabra, también griega, " pneuma ", de donde vienen 'neumático', 'neumotórax'. Originariamente señala al viento, al aire, pero resulta que más tarde termina por designar al espíritu. En el N T ' pneuma agion ', al 'espíritu santo'. El mismo término latino " spiritus ", espíritu, que acabamos de utilizar, originalmente también designa al viento, al aire. De allí in-spirar, re-spirar, expirar.

En hebreo al espíritu humano se lo denomina con términos que también designan al aire " neshamá " o, por sinécdoque, garganta, nariz, por donde se respira: el ' nefesh '. Esta última palabra, finalmente, es la que los griegos al traducir la Escritura verterán como ' psijé ' y los latinos como ' anima '. Otro término hebreo asociado a éstos es el de ' ruah ' o viento. Pero, claro, "viento" es mucho más que un tenue respirar humano o animal. Si el respirar simboliza la 'vida humana', el viento, el huracán, tiende más bien a simbolizar la 'vida de Dios', 'el respirar de Dios'.

Por supuesto que la vida del hombre, sostenida por su aire, alma, psique, espíritu, es incomparablemente menos vida que la Vida de Dios, que Su Espíritu, que Su Pneuma. Pneuma llamado 'santo' -' agion '-, porque 'santo' es, en la Biblia, calificativo exclusivo de Yaveh. Decir Yaveh o decir el Santo, en la Escritura, es lo mismo. Es decir lo mismo referirse al 'espíritu de Dios' o el 'viento' o 'espíritu santo'. Son sinónimos. Y se diferencian tanto el 'alma', el 'espíritu' del hombre, la 'vida' humana, del 'Alma', 'Espíritu', Vida divina, o 'Pneuma' de Dios, como el 'soplo' nuestro, que apenas es capaz de apagar las velas de una torta, de un vendaval.

Más aún: esta vida humana, este soplo o alma o espíritu humanos que simbólicamente se describe en el relato del Génesis " entonces Yaveh-Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida " es una vida pasajera. Un 'soplo', un alma incapaz de sostener indefinidamente la organización del polvo en vida. Es una vida destinada a la muerte. Semejanza lejanísima y perecedera de la Vida que es origen de todo lo que existe, la Vida de Dios. Una pequeña corriente de aire que se cuela brevemente por una rendija de la ventana, mientras afuera ruge vital, gozosa, la tempestad, el 'ruah Yavhe', el 'ruah kadosh', el viento santo. La primera pronto habrá de volver a la tierra de la que fue sacada. " Es efímera su vida ", dice el libro de la Sabiduría, hablando del hombre.

Y así es. Eso lo sabe cualquiera. La vida humana, se gasta, se deteriora, se acaba, se termina. El 'soplo' que la mantiene finalmente se apaga. " Nuestra vida no es nada más que un soplo, contados son nuestros días " dice el salmista. Soplo, vida, espíritu, alma del hombre, que, aun así, no hay que despreciar en absoluto. Comparémosla con la del animal. ¡Cuánto más rica, plena y exuberante es este nuestro ser, colocado en la cúspide de la escala zoológica! Nuestra animalidad, es bien superior a la del resto de los 'animados' o 'animales'. Somos los reyes de la tierra, al menos por ahora, ¡quién sabe si algún día no seremos reyes del sistema solar, de nuestra galaxia, del entero cosmos! Este soplo humano aunque breve, es riquísimo en posibilidades -y por eso engañarnos respecto de su grandeza. Porque, aún así, está destinado a la muerte.

Pero nosotros sabemos que Dios no nos ha puesto en la existencia para este fugaz -aunque a veces magnífico- paso por la biología catabólicamente destinada a las ondas chatas del 'electro', al último suspiro.

Dios nos quiere hacer partícipes de su propia tempestuosa y permanente Vitalidad, nos ofrece su propia Biología, nos oferta su propia Respiración, su Viento, su Ruah, su Alma, su Espíritu, para que lo respiremos nosotros y, así, alcancemos, en el oxígeno divino, la Vida de Dios.

Fíjense que, para nosotros, ese es el significado más concreto de la Pascua. Dios que nos hace pasar de la muerte -la muerte a la cual se dirige nuestro espíritu humano- a la Vida, la Vida que Él nos regala.

Y esa Vida es el Espíritu, el Alma de Jesús. Porque Jesús de Nazaret lleva, en sí mismo, además de la vida humana que lo conduce a la Cruz, a la muerte, la Vida, el Alma, el Espíritu de Dios -el que hace vivir o es el mismo Dios-.

"El espíritu santo vendrá sobre ti" dice el ángel a María. No es el hombre quien da la Vida a Jesús, es el mismo Dios. Y por eso el ES, que es la Vida del Padre y del Hijo, quien, según el NT, constantemente mueve e inspira a Jesús.

Pero, vean, es ese mismo Espíritu que da Vida a Jesús el que él nos entrega en la Pascua.

Concebimos, a ves, la Redención como un sacrificio sangriento que hay que ofrecer a Dios para aplacarlo, a la manera de las divinidades de las antiguas mitologías paganas, un dios ofendido, enojado. Y hay que reconocer que algo de ello queda como rastro en la revelación incipiente del AT. No es así, la muerte de Jesús que, por un lado, es aceptación plena de la voluntad del Padre de darse totalmente, en Su Hijo, a los hombres, por la otra, es un dar su vida a los demás. Vean que no es exactamente un dar la vida 'por' -como uno que da la vida 'por' salvar a su patria-, sino que es un dar la vida 'a'. De allí que cuando Jesús muere en la Cruz -manifestación perfecta de su regalarse a los hombres-, Juan dice: " E, inclinando la cabeza, entregó su espíritu " (" paredoken to pneuma ").

Pero la Vida que él entrega, no es simplemente una vida humana, un 'pneuma', un espíritu humano; porque Jesús está animado, vive, por el Espíritu de Dios, el "pneuma santo". Lo que entrega es su 'Vida divina', su santo Espíritu. Eso es lo que vuelve hoy a expresar el Señor cuando sopla simbólicamente sobre sus discípulos y les dice: " Reciban el espíritu santo ". Reciban el 'pneuma', el alma, la Vida de Dios, para que, a su vez, hasta el fin de los tiempos, la alcancen a los demás.

¿Y cómo recibimos esa Vida divina? En la medida en que, a través de la Iglesia, nos conectamos con la 'respiración' de Jesús, con su oxigeno, por medio de nuestra fe y de nuestras obras de amor inspiradas por su actuar en este mundo. Cuando cese nuestra respiración humana, ese aire divino podrá expandirse totalmente en nuestros corazones y existiremos definitivamente, conservando nuestra personalidad única, en Dios.

Pero ese espíritu o Vida divina puede perderse. Podemos voluntariamente quitarnos la máscara de oxígeno, declararnos independientes, hacer lo que se nos antoja, instalarnos y explotar solamente nuestra vida humana, rechazar el respirar de Dios. Eso es el pecado. Morimos, entonces, a la Vida divina. Pecado mortífero o mortal: nos queda solo la vida humana destinada a la muerte. De allí que el 'recibid el Espíritu Santo' otorgado a los discípulos no solo les permite ser dadores de nueva vida al que aún no la tiene, sino de 'per-donar', dar nuevamente la Vida a aquel que la ha perdido.

En realidad eso el bebito recién nacido, un cachorrito humano que, si no es vivificado por el Espíritu a través del agua, en el bautismo, permanece como un hálito, una respiración, una vida encaminada, de por sí, a la muerte.

Vivamos pues esta Pascua -en medio de tantas tribulaciones que nos aquejan en el orden personal y político, en medio de tantos lúgubres y pesimistas pronósticos- en la alegría cristiana.

Porque todas esas cosas terribles lo único que pueden tocar contra nuestra voluntad es al espíritu humano, a la vida perecedera y caduca. A esa si la pueden hacer menos plena, más triste, acabar con ella. Pero lo que tenemos respirando en nosotros desde nuestro bautismo y que nos eleva a un nivel de Vida infinitamente superior, y en donde se decide para siempre nuestro destino y situación definitivas, nuestra felicidad de hombres plenamente realizados, eso solo lo pueden tocar nuestros propios pecados. Está más allá de todo manoseo, de todo vicio, de toda política, de cualquier catástrofe económica.

Respiremos, pues, ensanchando nuestro pecho, esta Vida de Dios que nos ha sido regalado por Jesús. Que ella inspire nuestros actos nobles, de aliento a nuestras ansias de lucha y de combate, y nos impulse, tempestuosa, hacia el heroísmo cristiano y hacia la eterna felicidad.

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