Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1986 - Ciclo C

2º domingo de pascua

Lectura del santo Evangelio según san Juan    20, 19-31
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan» Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!» El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré» Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos Acerca tu mano: Métela en mi costado En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe» Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto ¡Felices los que creen sin haber visto!» Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre

SERMÓN

¡El Señor ha resucitado! anuncia alborozada la Iglesia a los cuatro vientos en estos días. Y su alegría proviene no sólo del espectáculo del triunfo de Cristo, sino de lo que ese triunfo significa para cada uno de nosotros. Y eso es lo que pretende Juan: mostrarnos, en esta tarde del día de la Resurrección que, prolongada ocho días después con la escena de Tomás, pone punto final a su evangelio. (El capítulo 21 que viene después es una especie de apéndice añadido posteriormente.) Así, pues, termina Juan: " todo esto ha sido escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios y, creyendo, tengan Vida en su nombre ".

Porque de Vida se trata. En realidad, toda la Buena Noticia , el Evangelio, consiste en anunciar la Vida. Mateo , Lucas, Marcos hablan de anunciar el 'Reino', la Utopía celeste. Juan, más contundentemente, prefiere hablar simplemente de 'Vida'.

El hombre, aún con todas las dichas, bellezas y realizaciones que pueda darle su existencia en esta hermosa tierra, embretado por su naturaleza en la caducidad, al límite, al choque con los otros, a las angustias de afuera y de adentro, y llamado, finalmente, a la muerte. Es así el hombre absurdo de Camus, la pasión inútil de Sartre, de Simon de Beauvior, el 'ser para la nada', 'para la muerte', de Heidegger; el 'hombre ideal' futuro de Marx -hombre inexistente al cual cabrían todas las críticas que Feuerbach reserva a lo divino y en aras del cual los hombres reales de carne y hueso se van volatilizando uno a uno en la nada esfuminada del recuerdo proletario-. Ese hombre -anuncia el heraldo regio de Nazaret- el de carne y hueso, muy por el contrario, a pesar de todo eso, está llamado a al Vida.

Y no a una vida simplemente imperecedera, extendida en tiempo y distancias galácticas, como podría quizás alguna vez obtener la ciencia biológica. No la extensión indefinida de mi existir humano en cuyo cauce navegarían no solamente alegranzas y placeres sino también inextinguibles e insaciadas mesticias y congojas; mucho menos la prolongación sádica de decrepitudes y sufrires sin esperanza, en los ombligos de plástico de las terapias intensivas...

No tampoco la mítica ilusión de absurdas reencarnaciones sucesivas, ni la dualista hipótesis de no sé qué etérea y desencarnada inmortalidad de un alma fantasmal; ni la infantil proyección de soñados paraísos a la medida humana -música de flauta y ondulante huries-...

No. No tampoco la vida recuperada, por unos años más, de Lázaro o por el hijo de la viuda de Naím, ni aún cuando la hubieran recuperado para siempre.

El hombre está llamado por Dios a la Vida que es fuente y origen de todas las vidas y en quien se subliman en orgasmo eterno todas las bellezas, felicidades, amores y éxtasis que en esta vida no son sino pálido reflejo, preanuncio, arroyo, de la catarata tumultuosa de vitalidad pulsante trinitariamente en Dios.

Y porque acceder a esa vitalidad divina supone superar, exceder, salirse de lo humano, la muerte no es simplemente el accidente dramático que Cristo hace retroceder para recuperar la vida humana, sino que es la condición necesaria del vuelo, de la transformación, de la 'metamorfosis' por medio de la cual el hombre, sin dejar de ser hombre, sin dejar de ser su propio yo - 'les mostró sus manos y su costado', dice Juan, precisamente para señalar la continuidad en la discontinuidad del ser humano de Jesús-, aceptando su muerte, se lanza en la fe hacia la verdadera Vida.

Y esto es lo que nos cuenta Juan hoy. Ya hemos hablado de la Resurrección del Señor, lo hemos leído y festejado el domingo pasado y toda esta semana de la octava de Pascua, -' en este día en que Resucitó el Señor ' hemos escuchado todos estos días en el Prefacio de la Misa -. El ser humano de Cristo no ha simplemente revivido, sino que ha accedido plenamente a lo divino, la encarnación, gestada en Navidad, roto el límite humano por la muerte, ahora desarrolla todos sus efectos, Cristo resucitado es el Verbo plenamente encarnado, la unión hipostática totalmente desplegada.

Pero esa vitalidad divina de la cual está lleno Jesucristo ahora va a ofrecerse a todos los hombres. Y, como ese su ser transformado está más allá de las posibilidades actuales de nuestros sentidos y de nuestro cerebro, no tendrá más remedio que hacerse aceptar por la fe, por la confianza en el testimonio, en las palabras, en los escritos, en los símbolos y acciones, por medio de los cuales los hombres normalmente se transmiten los unos a los otros los conocimientos, las formas de vida y las culturas. Esa vida se transmitirá hasta el final de la historia de acá abajo por mediación de los que aceptan ese don de vida y lo manifiestan en palabras y en obras y en cultura y que son los cristianos de todas las épocas y lugares, la Iglesia. " Como el Padre me envió, también yo los envío ".

Sí, allí está Cristo resucitado, al atardecer de ese mismo día, rebosante de Dios, saturado de espíritu divino, pletórico de vitalidad trinitaria, enviado del Padre. Y repite el gesto bíblico del Génesis (2, 7) cuando Dios, en su modelo de arcilla, sopla al hombre en su nariz, un aliento de vida. ' Y así -dice la Biblia - se convirtió en un ser viviente '. Viviente, se entiende de vida humana, de por sí encaminada a la muerte. Del mismo modo, pero mucho más plenamente, ahora Jesús sopla sobre la arcilla de sus discípulos y les da Su propia Vida, su propio espíritu: ' Reciban el Espíritu Santo' .

Y viene enseguida esa mención al 'perdón de los pecados' que puede ser reductoramente entendida como si acá Jesús preparara solamente el sacramento de la confesión y la potestad de los apóstoles y sus sucesores de perdonar los pecados tal cual hoy nosotros los entendemos.

La cosa es mucho más profunda que lo de la lista de normas éticas violadas y propósitos fallidos que solemos enumerar cuchicheantes al oído del cura.

El pecado es más que eso: es la tragedia del hombre librado a sí mismo, a sus propias fuerzas, luces y determinaciones. El pecado, o mejor aún el 'estado de pecado' -que es a lo que apunta nuestro texto- es el estado del hombre que no ha accedido aún o que ha perdido la conexión con la vida divina, con el soplo de Cristo, con el Espíritu Santo capaz de hacer de la muerte no el estadio final y definitivo propio de lo humano sino el paso -la 'pascua'- a la Vida de Dios. Ese soplo -la gracia , también la llamamos- es la mano extendida de Cristo que, aferrada por nuestra fe, nos permitirá saltar el abismo de la muerte y llegar a la orilla palpitante de vida y de luz del Reino de Dios.

Estar en pecado es haberse desprendido de esa mano que, a la vez que nos conduce y ayuda en este mundo, nos abre el acceso a la Vida. O no haberla aferrado todavía. Por eso decimos esa frase, que suena aparentemente tan mal, de que todos al nacer estamos en estado de pecado. Evidentemente: aún no nos hemos aferrado, en la fe y el bautismo, a la mano de Jesús; somos puramente humanos y destinados, si dejados en ese estado, a la muerte ¡horrible, infernal destino para aquél que hubiera podido, en la fe y el bautismo, acceder a la vida!

Si: en la Iglesia , está el soplo, el espíritu de Jesús, capaz de vivificar lo humano y que El, en esta escena que hemos escuchado, dejó, soplándoles, a sus discípulos.

Los pecados de los cuales nos confesamos tienen importancia en la medida en que además del daño humano que hacen a los demás y a nosotros mismos son capaces de hacernos caer nuevamente en el estado de pecado, es decir en lo puramente humano, destinado a la muerte. Estado, por añadidura, incapaz, de realizarse como corresponde aún en lo humano, plantando así, en la historia social y personal, semillas de injusticia, de odio, de angustia, soledad, enfermedad, desdicha y frustraciones sin número, como bien lo demuestran sociedades y hombres sin Cristo.

Sí: hay que aferrarse, en la fe, a la mano de Jesús, recibir Su soplo, salir de nuestro yo y de nuestro pecado y, para eso, es necesaria, como para Tomás, la fe.

Pero fíjense que no basta simplemente la fe del catecismo, la fe del Credo. La fe no es solamente la aceptación de una serie de verdades que la Iglesia Católica nos transmite y que debemos creer. No es ni siquiera la proclamación solemne del núcleo más profundo de la verdad católica y que Tomás confiesa tan claramente hoy: "Señor mío y Dios mío".

["Cristo es el Señor". Señor es la traducción del Kurios , griego, del Adonai hebreo, que reemplazaba, entre los judíos, por respeto, el sagrado nombre de Yahvé .

"Cristo es Dios" y Dios traduce el griego Theos , el hebreo Elohim , otro de los nombres del Creador de Cielos y de Tierra y paladín de los hebreos en el Antiguo Testamento.]

Pero no. No es solamente eso: una fórmula dogmática, una exquisita conclusión de nuestra metafísica, una inteligente consideración de la Suma Teológica. Eso solamente no sería la fe que nos pide Jesús.

Tomás no proclama solemnemente : "Tú eres el Señor", "Tú eres Dios". Tomás dice, conmovido, emocionado, transportado, enamorado: "Señor mío y Dios mío ".

Y el mío cambia toda la cosa, porque ya no se trata solamente del reconocimiento de una verdad abstracta y lejana, sino que es la afirmación de una pertenencia, de una relación inmediata y vital, de un compromiso entre el hombre Tomás y el Señor Jesús. Mío, mío. No en el sentido de la apropiación egoísta; sIno en el sentido maravilloso que el mío adquiere en frases como 'amada mía', 'amado mío'..., relación de tú a mí que se adentra y adueña de lo más profundo de mi ser y me hace entrar en comunión profunda con el objeto de ese "mío".

Sí: mientras allí esté Dios, el Señor, Jesucristo proclamado y respetado como tal, y vos allá, con tus cosas, con tus problemas, con tu propia vida, con tus recuerdos esporádicos a su lejana majestad, con tus miedos freudianos a tus pecados de morondanga, pero incapaz de acercarte verdaderamente al Señor... todavía no has asido la mano de Cristo. Quién sabe en qué estado estarás.....

Sólo cuando, desde el fondo de tu corazón, porque El ilumina toda tu vida, porque tu existencia es trabajo, lucha y combate con El y para El, en tus estudios, en tu familia, en tu trabajo y en tu patria, solo si, con Tomás, podés confesarle, desde el fondo de tu corazón, "Señor mío y Dios mío", sólo así estarás creyendo. Y, creyendo, tendrás Vida en su Nombre.

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