Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1972 - Ciclo A

3º domingo de pascua
16-IV-1972

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 24, 13-35
Aquel día, el primero de la semana, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. El les dijo: «¿Qué comentabais por el camino?» Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno, llamado Cleofás, le respondió: « ¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!». «¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto, ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado, porque fueron de madrugada al sepulcro y no hallaron el cuerpo de Jesús. Al regresar, dijeron que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él esta vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron». Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, como os cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo a donde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: «No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con, ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y como lo habían reconocido al partir el pan.

SERMÓN

             Aunque las lecturas escuchadas no nos den mucho pie para ello ¿cómo no referirnos a los terribles acontecimientos que estamos viviendo en nuestros países rioplatenses? ¿Quién no siente, en estos días, una indefinible sensación de angustia frente al desolador panorama que nos describen los diarios (1)? ¿Quién no se da cuenta de lo incierto y tenebroso del futuro con que tendremos que enfrentarnos en los próximos años?

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Porque nadie se llama a engaño con el espejismo de elecciones que nunca fueron solución de nada. Que lo digan nuestros hermanos uruguayos que, a pocos meses de aparentemente perfectas elecciones, vive la virulencia de una subversión sanguinaria que no respeta ninguna regla de juego y recurre a cualquier arma para conseguir designios perfectamente calibrados. Y no será la debilidad corrupta de las democracias liberales quien ponga remedio a estos males que viene de muy lejos.

La suma de mil opiniones equivocadas nuca hará una verdad. Ni del diálogo entre necios podrá surgir ninguna a luz. Como ni cien barberos hacen un médico; ni los contertulios del café un economista; ni quinientos soldados u obreros un general o un empresario; ni un millón de votos una solución política. Ninguna sociedad, aunque sus miembros voten todos los días, puede subsistir, lejos de la Ley de Dios, de Cristo y de su Iglesia.

Y si hablo de estas cosas no es porque me interese excesivamente la política –y mucho menos me interesan los políticos- sino porque estos episodios aún capaces de conmover nuestra adormecida conciencia, no son nada más que las crestas más altas y aparentes de una tempestad que desde hace tiempo está agitando al mundo y en medio de la cual nos hemos acostumbrado a vivir como si nada.

Porque lo que está en juego no es solo una cuestión de justicia social o de subdesarrollo o de pobre y ricos o de dictadura y democracia. Lo que está en juego es toda una concepción de vida forjada por el cristianismo y que viene siendo sistemáticamente destruida desde hace más de cuatro siglos, cuando comenzó la gran rebelión de occidente contra Cristo y su Iglesia.

Las balas asesinas de los guerrilleros adolescentes no son más que el síntoma grotesco y más notable de una sociedad en rápida disolución.

Pero estas balas que tronchan pérfidamente vidas inocentes causan menos daño que el veneno de la corruptela moral e ideológica en el cual gran parte del otrora cristiano occidente se encuentra sumergido. Diarios, cine, radio, modas, revistas, arte, escuela, universidad, política, costumbres, todos más o menos cómplices, conscientes o inconscientes, de erradicar los pocos restos de cristianismo que aún permanecen. Más perniciosa que una bomba Molotov incendiando un colectivo es un siniestro programa de televisión introduciéndose hasta el corazón de nuestra propia casa, cargado de ponzoña y, tanto más deletéreo, cuanto disfrazado de la sonrisa esterilizada del locutor o de la actriz de renombre.

En guerra estamos, señores. Guerra tanto más difícil e insidiosa cuanto que el enemigo se presenta casi siempre como amigo, se alía con nuestras propias debilidades, no presenta nunca frente, nos hace tragar su tóxico gota a gota, insensiblemente, se infiltra detrás de nuestras filas, se disfraza de modernidad y de cultura.

Y lo peor es que nuestras defensas están caídas. Nos hemos acostumbrado al escándalo de un mundo alejado de Dios, donde la religión es ya casi como un elemento folklórico. Nos parece normal ver por las calles y en los cines espectáculos frente a los cuales hace no más de quince años hubiéramos reaccionado violentamente. Es de todos los días una familia que se destruye; gente que se recasa veinte veces; parejas que hacen ‘experiencia'; puestos que se venden, coimas que se aceptan; robos que se toleran; irresponsabilidad burocrática; casinos, carreras y prodes; pornografía; drogas…

Hasta hace un tiempo todo eso nos tocaba desde lejos. Lo leíamos en los noticiarios como nuevas de otro mundo extraño. ¿A quién, hoy, algo de esto no le ha tocado alguna vez de cerca, entre sus amigos, en su propia familia? El mal nos acecha cada vez más de cerca con su carga de desgracia, de frustración, de pecado.

En guerra estamos, a pesar de que pocos se dan cuenta de ello. Ese es el mayor éxito del enemigo: dormir al adversario.

Pero, si esto es verdad ¿querrá decir que la Iglesia está en decadencia, que los cristianos hemos fracasado, que estamos perdiendo, que Dios nos ha abandonado, que debemos arrojar nuestra fe por la borda?

No tal. No es posible medir los éxitos o fracasos de las cosas de Dios con mensuras humanas. Un solo santo pesa más en la balanza que un millón de drogados o de marxistas.

Y, amén, he de decir con alegría yo veo multiplicarse matrimonios jóvenes que quieren vivir en serio su cristianismo, sin compromisos con el mundo, sin concesiones a la mediocridad y a la estupidez, sin falsos diálogos bobos, sin tolerancias cómplices, sin complejos de modernidad. Y por todos lados surgen grupos de varones y mujeres, aislados, callados, silenciosos, que se arman en la oración y la disciplina para la batalla.

Y aunque estos grupos no existieran, aunque estas almas santas no proliferaran y el más negro fracaso humano se cerniera sobre la Iglesia, ni aún así sería lícito perder la confianza y el optimismo. Como no es lícito perderlos frente a ninguna desgracia o amargura de la vida, porque siempre resonarían en nuestro oídos las palabras del Señor a los discípulos de Emaús, desalentados por el fracaso de la Cruz:

“¡Hombres duros de entendimiento! ¡Cómo os cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era acaso necesario soportar estos sufrimientos para entrar en la gloria?

1- Asesinato del Comandante del Segundo Cuerpo de Ejército, General de División Juan Carlos Sánchez.

El mismo día 10 de abril de 1972, en la ciudad de Rosario, en una acción terrorista conjunta del ERP y las FAR asesinaron al Comandante del Segundo Cuerpo de Ejército, General de División, Juan Carlos Sánchez. Cuando, en horas de la mañana, se dirigía a la sede de su comando como lo hacía habitualmente, con algunas variantes en su recorrido. El vehículo transitaba por la calle Alvear conducido por un suboficial y al llegar a la calle Córdoba fue abordado por un automóvil Peugeot, mientras que otro móvil se cruzaba en su frente, lo que obligó al vehículo que transportaba al general a disminuir la velocidad. Del automóvil agresor (Peugeot) con su techo corredizo abierto, apareció un individuo armado con un fusil automático liviano (FAL) que disparó una ráfaga contra el general Sánchez que, alcanzado por varios disparos en la espalda, cayó tendido en la parte trasera del vehículo, falleciendo en el acto. El conductor, Juan Barreneche fue herido de gravedad.

Los disparos efectuados por los elementos terroristas alcanzaron también a la Sra. Dora Cucco de Ayala que atendía un puesto de ventas de diarios y revistas en la esquina donde se produjo el asesinato del General Sánchez , quien falleció días después como consecuencia de las heridas recibidas.

Las organizaciones terroristas mencionadas precedentemente dejaron un comunicado en el monumento a la Bandera, adjudicándose el asesinato del General Sánchez. Que también publicaron en el órgano de prensa del ERP: “Estrella Roja Nro 12”.

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