Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1983 - Ciclo C

3º domingo de pascua

Lectura del santo Evangelio según san Juan  21, 1-19
Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar» Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros» Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tenéis algo para comer?» Ellos respondieron: «No» El les dijo: «Tirad la red a la derecha de la barca y encontrarán» Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!» Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: «Traed algunos de los pescados que acabáis de sacar» Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: «Vengan a comer» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres?», porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?» El le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero» Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos.» Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» El le respondió: «Sí, Señor, sabes que te quiero» Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas» Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero» Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras» De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme»

SERMÓN

Todos sabemos que, cuando hablamos de Cielo o de Paraíso o de Ascensión o de “ estar sentado a la derecha ”, estamos utilizando, imaginativamente, expresiones de altura, de espacio o de lugar, para simbolizar algo que la mente humana es incapaz de representarse, ni en figuras, ni en conceptos. Porque, al fin y al cabo, ni Cielo ni Paraíso es un lugar sino que es sencillamente Dios. Y Dios no ‘está', sino que simplemente ‘Es', más allá de toda ubicación, de todo espacio y de todo tiempo.

Que Jesús de Nazaret haya resucitado –ya lo hemos dicho tantas veces- no quiere decir que haya vuelto a la vida del tiempo y del espacio que lo ubicaban hace dos mil años en un estrecho lugar de territorio palestino –como sucedió con Lázaro-, sino que quiere decir mucho más. Eso trata de sugerir el NT por medio de expresiones como ‘fue glorificado', ‘fue exaltado', ‘fue enaltecido', ‘se sienta a la derecha del Padre',' ascendió', ‘recibió el nombre que está sobre todo nombre', ‘se le dio la primacía en todo'…

¿Ven? Todas expresiones que, pobremente, tratan de simbolizarnos el cómo el hombre Jesús, el carpintero de Nazaret, el hijo de María, alcanza rango divino. Y no hablo de lo que en Cristo es Dios, el Verbo, que, como tal, es inmutable desde toda la eternidad. Hablo de lo humano, de lo que ha recibido de los cromosomas y de la sangre de María. Eso humano es lo que es resucitado, transformado, elevado, -‘llevado al cielo' dirá Lucas en su relato de la Ascensión-. A saber, ‘metamorfoseado' y hecho ‘partícipe del Vivir divino'.

Decir pues que Jesús está en el cielo es afirmar no que está ubicado en algún lugar del aquende, sino en cuanto que ‘es' hombre reubicado ‘en cielo y tierra nuevos', está, es, frente a Dios y con Dios, sin estar, siendo, más allá de toda ubicación y de todo espacio que nosotros podamos imaginar, a la lejana manera del mismo Dios.

Y ¿por qué este Jesús puede verse? Podremos verle, sí, un día, pero ahora no. Porque, precisamente, el poder verle será estar en con Él en el Cielo. Nosotros mismos transformados, resucitados, ‘divinizados', en los nuevos cielos y nueva tierra que, como primogénito, conquistó. Ahora somos tan incapaces de ver el cuerpo de Cristo resucitado como de conocer a Dios. Y así como se dice en teología que es más fácil “decir de Dios lo que no es, que lo que es”, para los discípulos y los evangelistas fue más fácil hablar de la tumba vacía que del Cristo Resucitado. Es que, mientras estemos aún en esta etapa terrena de nuestra vida, ni podemos conocer a Dios tal como es ni ver al Resucitado.

Lean Vds. los relatos de las apariciones de Jesús y notarán la dificultad que tienen los evangelistas de reflejar estas experiencias. Lo raro de todas las aperciones. Entra, estando cerradas las puertas, pero, al mismo tiempo, muestra sus cicatrices y come con sus discípulos. Magdalena o los discípulos de Emaús están con él pero no le reconocen. Hoy, lo mismo: saben que es el Señor, pero, al mismo tiempo. no del todo.

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En el Altar de Basilea de Konrad Witz “La pesca milagrosa”, pintura al temple sobre madera de 132 x 154 cm. Se destaca por ser uno de los hitos de la pintura del Prerrenacimiento. Por primera vez en el arte occidental un cuadro representa un paisaje claramente identificado (las orillas del lago Leman, el monte situado por encima de la cabeza de Cristo representa al Dle).

Es casi como si la Resurrección fuera algo inexperimentable; sí la tumba vacía. La presencia de Cristo resucitado escapa al campo de lo puramente histórico. Se necesita, para darse cuenta de que es Él, la luz de la fe. Es preciso que Jesús quiera aparecer y que nosotros queramos verlo. Mejor, creer.

Y, así como Dios ‘es' y está ‘en Sí mismo' y también en todas partes, sosteniendo el ser de hasta lo más minúsculo y remoto o cercano del universo. Así Cristo está, porque resucitado, elevado a Dios, y de manera análoga, mucho más presente a todo y a todos que cuando, antes de la Resurrección, se paseaba restringido en el tiempo y el espacio por su tierra natal.

Claro; todavía no podemos verlo, porque verlo será el cielo, pero los ojos de la fe deben descubrirlo constantemente en nuestras vidas. Saberlo cerca, aún en las noches estériles y largas, aún en la infructuosa pesca, porque, tarde o temprano, despunta el alba. y Él se hace reconocer en la orilla y nos da su pan y nos llena las redes. Quizá para luego volver a ocultarse.

Hasta que, por fin, un día, también nosotros resucitados, en Dios, en el cielo, podamos exclamar alborozados, los unos a los otros, eternamente: “¡Es el Señor!”

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