Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1996 - Ciclo A

4º domingo de pascua

Lectura del santo Evangelio según san Juan     10, 1-10
En aquel tiempo, Jesús dijo: «Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz» Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió: «Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia»

SERMÓN

Los cuartos domingos de pascua, aprovechando que se lee siempre un trozo del evangelio de Juan que trata del buen Pastor, el Papa Pablo VI ha instituido la "Jornada de Mundial de Oración por las vocaciones".

En verdad que tal conmemoración -harto justificada por la penuria de vocaciones de la cual adolece la Iglesia- no parece tener que ver demasiado con dicho evangelio, a no ser por la mención general del título de pastor que, en la antigüedad, era fácilmente atribuible a cualquier tipo de dirigencia.

Pero lo cierto es que nuestro evangelio de hoy, lejos de referirse a estos pastores en general, salvo para criticarlos, quiere rescatar la exclusividad absoluta de Cristo como pastor de su rebaño.

Quizá a alguno le resulte sorprendente saber que en las iglesias fundadas por Juan, en el Asia Menor, -a diferencia por ejemplo con las de Pedro o las de Pablo- no existían autoridades. Juan soñaba con una sociedad cristiana estrictamente igualitaria en donde no existiera la mediación de ninguno que ocupara en la iglesia un cargo distinto al de los demás. No había entre ellos una autoridad que impusiera sus normas a los otros. Se suponía, al contrario, que dado que el Paráclito, el Espíritu de Cristo se había derramado sobre todos, nadie debía recurrir más que al señor resucitado y a su espíritu para encontrar la inspiración de sus actos.

En esto Juan está fuertemente influido por su posición antijudía, o, mejor, antifarisea. Le produce rechazo esa organización leguleya rabínica, farisaica, que pretende introducirse en la conciencia de la gente y en los actos más minúsculos de su vida privada y le quita libertad y al mismo tiempo los hace dependientes de los que son capaces de desenmarañar los preceptos y añadirles nuevos. El evangelio de Juan es el evangelio de la libertad del espíritu en donde todos tienen a un único maestro: Jesús. Por eso Juan ni siquiera utiliza el término de apóstoles para referirse a los doce: ellos son los discípulos, tan discípulos como cualquier otro cristiano.

El evangelio que acabamos de leer pierde mordiente porque la traducción castellana hace desaparecer las alusiones sutiles del texto original. Así escuchado da la impresión de que Juan está hablando de cualquier corral, de cualquier puerta. Se trataría solamente de una alegoría de la vida pastoril.

Pero no es así. Como es sabido este discurso Jesús lo está pronunciando en el templo de Jerusalén, en el patio de los varones, y el término que nuestros traductores vierten como corral en realidad se refiere en griego a ese patio. Patio al cual, como Vds. saben, no podían entrar los paganos, ni las mujeres, solo los varones judíos y, por eso, era considerado el sitio por antonomasia donde se reunía el pueblo de Dios, tantas veces considerado, en el antiguo testamento, como el rebaño de Dios.

Pero más aún, a ese patio los varones ingresaban por una puerta llamada "shaar ha-tzón", en hebreo, literalmente "puerta del ganado pequeño", dado que por allí los hebreos podían entrar con sus ovejas, cabritos y palomas para los sacrificios. Por razones de comodidad en cambio el ganado mayor ingresaba directamente al lugar de los sacrificios por otro lugar. Es así que la traducción "puerta de las ovejas" en realidad se refiere claramente no a una puerta de madera de un corral cualquiera, sino a la puerta de mármol por la cual el pueblo de Dios ingresa en su lugar exclusivo del Templo de Jerusalén para ofrecer su oración y sacrificios.

De allí que lo que en este pasaje Jesús está afirmando cuando dice "yo soy la puerta" es que él es el verdadero templo donde poder encontrar a Dios y formar el verdadero pueblo. Un pueblo de hombres y mujeres libres, ya no sometidos a las prescripciones infinitas de la ley ni a los absurdos rituales de los sacrificios sangrientos, sino encaminados hacia la vida, esa vida en donde Cristo va delante nuestro, haciéndonos salir con su voz de las estrecheces de la ley y las imposiciones del mundo y en donde podemos entrar y salir libremente sin estar sujetos a los dictámenes de los rabinos ni a las leyes de pureza e impureza de los sacerdotes del templo: todos iguales, judíos y paganos, varones y mujeres, religiosos y laicos...

Y no es cualquier arenga ni sermón lo que mueve a las verdaderas ovejas: sus discípulos solo escuchan la voz de Jesús: "las ovejas lo siguen porque conocen su voz". Esa es la voz que el cristiano debe aprender a conocer; no la de los predicadores, ni de los vicarios, ni la de cualquier intermediario, ni falso profeta que se presente como representante suyo, por más que lleve estola o mitra. Juan insiste en la inmediatez del contacto del cristiano con la palabra de Jesús en la experiencia del Espíritu. Juan sueña con cristianos que oran y que aman, que viven la alegría del seguimiento y la victoria de la caridad, no solo que cumplen preceptos ni practican ritos, sino que respiran amistad con Cristo y la vivencia amorosa y sacrificada de su espíritu.

Pero la historia de las iglesias fundadas por Juan que deja traslucir el nuevo testamento -tanto en su evangelio, como en el Apocalipsis, como en sus tres epístolas- nos muestra que este ideal no pudo ser llevado adelante. A la muerte del apóstol, cuya envergadura moral y prestigio compensaba la falta de estructuras de esas Iglesias, prontamente se presentaron en ellas disensiones, enfrentamientos, divisiones. El puro espíritu, el puro amor fraterno no logró controlar las fuerzas centrífugas de toda sociedad humana -en esta Iglesia tan humana- por mejor adoctrinada e inspirada por el Espíritu que estuviera.

Finalmente las Iglesias de Juan tuvieron que aceptar las estructuras, más cercanas al judaísmo, que poco a poco se habían ido imponiendo en las fundadas por Pedro y por Pablo: la autoridad de los apóstoles y sus sucesores en las primeras; la organización alrededor de presbíteros y diáconos en las segundas. Así lentamente se va forjando la Iglesia tal cual la conocemos hoy con sus obispos, presbíteros y diáconos.

El acta de aceptación de esta estructura petrina por parte de las iglesias de Juan, es el famoso pasaje de ese evangelio, el último añadido a su redacción definitiva, en donde Jesús pide a Pedro delante de Juan que apaciente a sus ovejas, pero, bien juaninamente, lo hace habiéndole hecho declarar antes tres veces que lo amaba más que los demás. Finalmente las iglesias de Juan no pueden sino aceptar en ellas la autoridad, pero renuentemente, y siempre en función de un servicio de amor y en donde los ministros no tienen otra cosa que hacer sino ayudar servicialmente a los cristianos, de los cuales forman parte, a encontrarse en el espíritu con Jesús, a vivir la ley del mutuo amor y a reconocer en meditación y plegaria la voz amiga y cercana del Señor.

Pero quizá haya sido a propósito que Pablo VI eligió este evangelio para apoyar el día de oración por las vocaciones. Porque la Iglesia necesita si obispos, sacerdotes y diáconos, pero no para fundar una jerarquía a imagen de las autoridades temporales, alimentadas de contactos con el poder, declaraciones, pantallas televisivas, demagogia, privilegios, viajes, vedettismo, suficiencia y soberbia, sino de hombres de servicio, que entregados a Dios en amor a él y del prójimo, sirvan para encaminar a los cristianos al contacto con Jesús, a la vivencia del Espíritu, al amor a los demás, al heroísmo, al compromiso...

Si el ideal de la iglesia de Juan con su único pastor Jesús, es en la práctica irrealizable, que sea siempre corrector de la tendencia de los hombres a establecer predominios, diferencias injustas, manejos despóticos de la verdad, usos ilícitos de privilegios que solo son legítimos en razón del servicio, ritos y leyes que terminan por ahogar el espíritu...

En este día de las vocaciones pidamos a Dios que nos envíe muchas, que tengamos apóstoles, presbíteros y diáconos en abundancia, pero sobre todo que ellos mismos, reconociendo a Jesús como el único pastor, la verdadera puerta, sepan ser antes que nada sus discípulos.

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