Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

2002 - Ciclo A

5º domingo de pascua
(GEP, 28-04-02)

Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 1-12
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No os inquietéis. Creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, os lo habría dicho. Yo voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevaros conmigo, a fin de que donde esté yo, estéis también vosotros. Ya conocéis el camino del lugar adonde voy". Tomás le dijo: "Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?" Jesús le respondió: "Yo soy el camino, y la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si vosotros me conocéis, conoceréis también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocéis y lo habéis visto". Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta". Jesús le respondió: "Felipe, hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y todavía no me conocéis? El que me ha visto ha visto al Padre. Cómo dices: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Creedlo, al menos, por las obras. Os aseguro que el que crea en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre".

SERMÓN

Este Tomás el mellizo tiene la rara virtud de cuestionarse o hacer preguntas que terminan finalmente en una frase suya o del Señor de profundidad inigualable. ¿Recuerdan? Al Resucitado, la asombrosa afirmación: "Señor mío y Dios mío". Ahora esta maravillosa respuesta de Jesús: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida". ¿Será que dudar, interrogar, preguntarse, buscar el sentido, tratar de entender, a la manera del mellizo, es mucho más católico de lo que tantos suponen? ¿qué la fe, lejos de ser un asentimiento ciego y sentimental a una afirmación incomprobable -a la manera protestante- viene, en la concepción católica, cargada de razonamiento, de inteligencia, de comprensión, de respeto al entendimiento del 'homo sapiens'?

Desde antiguo, el hombre se ha asombrado frente al hecho de que la naturaleza, la realidad -tanto humana como astronómica como terrena- esté cargada de inteligibilidad, de normas, de leyes. Nada que ver con una acumulación caótica y azarosa de materia, de átomos -como afirmaban los atomistas griegos ya en el siglo V antes de Cristo-: es un conjunto armónico, interrelacionado, holístico, ecológico, surcado por normatividades a todos los niveles que, precisamente, intentan desentrañar los que las estudian, los científicos, los sabios: normas físicas, químicas, biológicas, psíquicas, celestes, económicas y así siguiendo.

Y ciertamente que las encuentran, y llenan tomos y tomos, pizarrones y pizarrones, ordenadores y ordenadores, de fórmulas, de signos matemáticos, de coordenadas, de gráficos.... No hay estudiante que no se asuste frente a la cantidad de leyes y ecuaciones y datos que tendrá que asimilar poco a poco en su carrera, para alcanzar apenas una porción de ese saber: en ciencias exactas, en ingeniería, en biología, en economía, en cualquier rama seria del conocer...

Einstein mismo decía que "lo más incomprensible de la realidad es que fuera comprensible", que estuviera preñada de fórmulas que los sabios no hacían sino descubrir. Es decir que estaban cubiertas, pero estaban. No las pone el investigador. Como el que descifra un libro escrito en una lengua extranjera o en jeroglíficos o en chino que, al principio, parecen sonidos y garabatos y figuritas sin sentido y, poco a poco, en el estudio, van adquiriendo significado, valor. Descubrimos que detrás del signo, de la letra, de la frase, existe una afirmación, o un relato, o una orden, y que hay alguien que lo ha pensado y escrito. Un libro, una obra literaria no sale de la nada, del puro papel, de la tinta... Hay un autor, un poeta, un escritor detrás de ellos...

Esto es lo que señaló la filosofía hebrea cuando, en su poema de los siete días del Génesis, proclamó que todo el universo es un decir pensado por Dios. "Y dijo Dios: sean los cielos" y los cielos fueron, "sea la tierra" y la tierra comenzó a rodar... De tal modo que cuando el científico encuentra en la realidad sentido, matemática, ecuaciones, en realidad se está encontrando con el pensamiento de Dios, con el sabio decir divino, con el álgebra arquitectónica del Creador y con Su estética y Su generosidad y Su querer hablar con nosotros...

Es así que cada descubrimiento que hacemos respecto de la realidad que nos rodea y podemos expresarlo inteligentemente en ciencia es un encuentro con una idea o ideas pensadas, antes que nadie, por Dios. De tal manera que la realidad lleva en si una inteligibilidad, un sentido, una verdad, que es fundantemente, antes de que la realidad misma sea, una idea de Dios. En otras palabras: la verdad es la coincidencia del ser y actuar de la realidad, con lo que Dios, creándola, piensa de ella.

Es el pensamiento de Dios el que funda la realidad de las cosas y, por tanto, su verdad. Decían los escolásticos "La verdad es la coincidencia de lo que la cosa es con la idea que de ella tenemos". Si la idea que yo me hago de una cosa, un acontecimiento o una persona no coincide con lo que ellos son, es una idea errónea, no verdadera. Es así que, para que mi pensamiento sea verdadero, tiene que someterse rigurosamente a la realidad de lo que queremos conocer. En Dios, en cambio, es al revés: las cosas son lo que Dios piensa de ellas. Es el saber divino el que funda la realidad, el universo, su verdad. Como decía San Agustín: " las cosas son porque Dios las piensa; nosotros, en cambio, podemos pensarlas porque son ". Con lo cual llegamos a la conclusión de que nuestros propios pensamientos sobre la realidad son verdaderos en la medida en que coincidan con las ideas según las cuales Dios, suprema Verdad, la piensa y crea.

Pero el mundo moderno, engendro de la filosofía del conocimiento luterana, ha querido negar la existencia de Dios para poder afirmar la independencia y, por lo tanto, la divinidad del hombre. " El hombre, la humanidad, la razón humana, es Dios ", afirman a consuno el idealismo hegeliano, el iluminismo, el positivismo, el marxismo y, de una u otra manera, casi toda la filosofía moderna y contemporánea llevada a la práctica política por la revolución francesa, el código napoleónico, la declaración universal de los derechos humanos, la revolución marxista, la pseudodemocracia liberal...

Las cosas, la verdad -afirman- no existen sin que el hombre las conozca y las plasme a su guisa según sus ideas, ya que, en el fondo no es la realidad lo que el cerebro humano percibe, sino sus propias reacciones o ideas o palabras sobre las cosas que, aún cuando pudieran llegar a existir en si, en cuanto tales permanecen incognoscibles. La verdad ya no será entonces la sumisión de mi pensamiento a la realidad, como hace cualquier auténtico sabio, sino simplemente mi pensamiento en cuanto tal, el tuyo, el de aquel, el de este otro... Todos iguales, todos valiosos e igualmente respetables porque provienen de ese pequeño dios que es el yo humano. Cuánto mucho se calificarán de pensamiento 'sincero' o 'auténtico' o 'sentido', nunca de 'verdadero' o 'falso'.

De ahí que no habiendo una realidad objetiva mentora de la verdad de mi pensar porque antes de que yo la pensara la ha pensado Otro, Alguien, Dios, como mi propio pensar se transforma en verdad -una de las tantas- para ponernos de acuerdo, hacemos encuestas, estadísticas, y, si se trata de cuestiones religiosas o de política o aún de economía, juntamos a todos, sepan o no sepan, y los ponemos a votar. Total en esos campos los efectos de los errores son menos inmediatos que en la química o la física o la medicina que casi sin espera explotan y, aunque a la larga inexorables respecto al andar del mundo, podemos jugar durante un tiempo con nuestras utopías y opiniones ignaras, sin que la realidad se declare en rebeldía. Y así, multiplicando opiniones, necedades, mediante el voto elegimos ideologías, tendencias, hombres que no conocemos... y el mayor número de ignorancias, sacramentalmente, a las ideologías las declara verdades y a los hombres los unge autoridades y los hace doctores y les da poder sobre vidas y haciendas de todos...

Ellos, lamentablemente -en nuestros sistemas partitocráticos-, tampoco son pocos y, además de que hay que pagar su peso en oro y tolerar sus incompetencias, también piensan que su voto parlamentario, más o menos comprado, más o menos opinado, en sendos y onerosos congresos y cámaras, pueden legiferar sobre cualquier cosa y, a puras manos levantadas y a pura orden del partido y a puro soborno y a puro voluntarismo, aún los más honestos, fabrican normas irracionales que, vulnerando la realidad y los más elementales principios objetivos de la moral o de la ciencia económica, pretenden cambiar las leyes naturales, las leyes que están inscritas por Dios en el corazón de la realidad política, moral o económica, llevando la sociedad al desastre. Como en cualquier ciencia sucede cuando desconocemos, por incompetencia, sus leyes, tal las leyes de la física o de la química o de la fisiología o de la estrategia.

Claro que nadie es tan tonto como para, cuando construye su propia casa, reunir a todos los vecinos para solicitarles que voten los planos de su departamento o, cuando se trata de su salud, reunir a todos los que pasan por la calle, para preguntarles qué remedio tomar -en ambos casos vamos al que sabe: al arquitecto, al médico...- y aún tratamos de averiguar y optar por el mejor: no nos interesa el voto o el parecer de los que nada saben de esas cosas...

También en el negocio más grande que puede hacer el hombre en este mundo, que es el encontrarse con el amor de Dios y acceder a la vida eterna, rigen los mismos principios revolucionarios. Dios es según yo lo pienso. Antes que nada: existe o no existe según lo que yo opine de ello. Si decido que existe existirá. Ahora bien, decidiendo que existe -y si eso me importa algo- o existirá a mi modo -" yo soy religioso o católico a mi manera ", oímos decir a diario- o como me lo presente cualquiera de las amplias ofertas pseudoreligiosas que alegremente inscribe en sus listas la Secretaría de Culto o se permiten rondar por allí con su sellito o su lugar de reunión. Todas lo mismo dan, tanto más si gozan del prestigio de grandes masas adherentes, como las llamadas religiones 'históricas', por más que en su historia hayan sido enemigas acérrimas del cristianismo o hayan sostenido abominaciones, sacrificios humanos, esclavitud, sometimiento de la mujer, poligamia, espantosas tiranías, sistemas aberrantes de castas, infamias homosexuales y peores aberraciones...

Lo importante es la sinceridad, el sentimiento. Si Dios realmente existe o no existe no importa: lo que interesa es lo que yo piense de ello. Si Dios ha querido manifestarse en Cristo me da igual, ya que yo opino que es más lindo lo que dice el Dalai Lama o el gordo Moon o ese gurú fantástico al que no podés, no podés, dejar de oír porque me hizo tanto bien y me liberó de tantas represiones y de tantos mitos y de tantos compromisos y me dio tanta, tanta paz ... (aunque me haya transformado en tan tan estúpido).

Claro: porque una de las cosas más importantes es quedar liberado de los mandamientos, de la ética cristiana, del plan de Dios sobre mi, para cambiarlo por mi albedrío, por mi omnímoda libertad, por hacer lo que me gusta, lo que siento, lo que a mi me parece... (salvo, por supuesto, fumar en lugares públicos o extinguir al oso panda o a la ballena...)

Al fin y al cabo, según Freud , Dios no es sino la proyección del castrante superego que me impusieron mis padres y la sociedad, o, según Marx o Feuerbach , la idea alienada que la humanidad tiene inconscientemente de si misma y que hay que recuperar para nosotros.

Pero como lamentablemente nada funciona según nuestras opiniones sino según las leyes objetivas que Dios ha impreso en el ser de la realidad, si nuestras opiniones son erróneas, por más sinceras que sean, terminan produciendo efectos a la postre pavorosos. Por ejemplo: años y años de gobernantes y funcionarios del Estado interviniendo con sus opiniones voluntaristas en la economía y sin respetar una de las más sencillas de las leyes y mandamientos de Dios, a saber, el derecho de propiedad, el no robar... sacando arbitrariamente a unos para darlo a otros, premiando a los holgazanes, incapaces y corruptos y no a los ahorradores, trabajadores, honestos y lúcidos, finalmente, por más voluntarismos, populismos, exhortaciones episcopales y truchas elecciones que haya habido, nos han llevado al desastre actual y, si de una vez no empezamos a respetar la realidad y la ley de Dios -por más duro que ahora sea-, quién sabe hacia donde nos llevarán.

Por supuesto que la cosa es mucho más grave que lo económico -aunque la gente recién reacciona cuando les tocan la realidad muy objetiva de sus bolsillos-. A fuerza de leyes permisivas ajenas a la realidad de lo humano, se ha terminado por destruir la familia, la educación, la verdadera libertad de nuestros hijos, el concepto del amor y, a nivel de nuestros últimos fines -en la cocina del libertinaje religioso y del pseudoecumenismo- la noción de Dios, el modo verdadero de encontrarlo, de hallar su palabra, de vivir sus gestos de amor en los sacramentos, comprometiendo así la salvación eterna de las desorientadas masas que no tienen el caletre suficiente para investigar la verdad, y conmoviendo el orden evangélico de la sociedad y del comportamiento de las personas.

Solamente el conocimiento de lo que las cosas son, de la verdad, de lo que el hombre es y el para qué existe y cuales son las leyes naturales y sobrenaturales de su realización y plenitud, puede llevarnos a crecer, no solo como seres individuales, no solo en nuestras familias, sino en sociedad, en patria. Por más que votemos, el error, la ignorancia, solo son senderos al desastre, a la oscuridad y a la muerte. No es únicamente la maldad de nuestros dirigentes lo que nos ha llevado a lo que estamos viviendo, -insisto: no solamente en el campo económico, sino psicológico, moral y trascendente- sino el desconocimiento, la falsedad, la soberbia de pensar que las cosas son o deben ser como nosotros las pensamos o deseamos, no como son o deben ser según las leyes y la verdad que llevan inscritas en sí mismas por su Creador, origen de toda realidad, de toda verdad: la verdad misma. Esa verdad que es Dios, que es el Padre y que se ha manifestado en Cristo, Su Palabra creadora, uno con el Padre.

Mientras no se comprenda esto, mientras que tanto a nivel individual o familiar o social no queramos entender y aceptar inteligentemente que solo el Señor es "el camino, la verdad y la vida" por más que votemos o hablemos de derechos humanos o de democracia o dialoguemos o se pongan de acuerdo sindicalistas, gobernadores, clérigos, lobbies, diputados y senadores, o multipliquemos elecciones tras elecciones, derivaremos extraviados, por senderos que no llevan a ninguna parte o conducen al desastre, en lo falso y, por lo tanto, en la miseria de lo humano que termina en la muerte.

Pero "no os inquietéis. Creed en Dios y creed también en mi" "yo os aseguro que el que crea en mi hará también las obras que yo hago, y aún mayores".

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