Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1994 - Ciclo B

5º domingo de pascua

Lectura del santo Evangelio según san Juan     15, 1-8
Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos»

SERMÓN

Aún quiénes no son afectos al vino, saben que las más renombradas marcas y sabores son los franceses, Tomar un buen vino o champán francés es siempre un acontecimiento. Pocos han de saber empero, que de los antiguos viñedos que dieron renombre a Francia en realidad no queda nada. En 1863 en Inglaterra, probablemente polizón en algún barco que venía de Norteamérica, apareció un temible insecto, llamado luego "filoxera vastatrix", la 'filoxera devastadora ', que terminó con los viñedos, sucesivamente, de las islas británicas, Francia, Alemania, Italia y finalmente, en 1878 España. El hemíptero se instalaba en las raíces de la planta y le impedía llevar la savia hacia el tronco y las hojas, con lo cual ella moría agostada, marchita, enjuta, reseca...

Fueron años terribles para los europeos, salvo para los bebedores y fabricantes de cerveza.

Hubo que volver a plantar cepas venidas de América, resistentes a la filoxera, e injertarlas con algunos restos sobrevivientes de la antigua vid europea. Así que es posible que algunas de nuestras viñas, importadas a Santiago del Estero por el padre mercedario Juan Cidrón en 1556 y extendidas seis años después por Don Juan Jufré , teniente de gobernador de Cuyo, a San Juan y Mendoza, tengan más prosapia que muchas de las actuales europeas.

El asunto es que aquellas cepas previas a la filoxera eran realmente antiguas. Sabemos de su cultivo, en el Mediterráneo, por lo menos desde las postrimerías del neolítico. Posterior, por supuesto, al cultivo del trigo: por eso Dionisio o Baco es una divinidad más joven que Deméter o Ceres , la diosa madre de las espigas.

Y desde que existe, tanto su porte como su delicioso fruto, han dado lugar a múltiples simbolismos.

Su tronco retorcido, con la impresión que da en invierno de sequedad y vejez, su aspecto precisamente sarmentoso, y su repentino reverdecer en primavera con sus largos zarcillos trepando por los emparrados, sus pámpanos abundantes, sus flores agrupadas en panículas y sus brillantes frutos arracimados, eran todo un símbolo de vitalidad, de renovación de la vida, de hambre de inmortalidad. Es por ello que, en muchísimos mitos, el árbol de la vida, custodiado por el dragón o la serpiente, es precisamente una viña.

Pero sobre todo su mosto embriagador, la savia vital que circulaba por sus vasos y se depositaba como gotas de sangre en la uva madura, y se transformaba en fuego, en zumo etílico, dentro de la cuba y el tonel; la savia, madre del delirio y del arrebato, de la exaltación y el desenfreno, era entendida como no se qué torrente sanguíneo de los dioses, capaz de elevar la vida del hombre de la prosaica y sufriente tierra a la morada alada del olvido, de la ruidosa alegría, de la ausencia de leyes e inhibiciones, de una especie de beoda y beata sabiduría...

Si, también era la vid símbolo del conocimiento: el falso conocimiento, por supuesto, de la gnosis, del hinduismo, del budismo, del teosofismo, en la confusión temulenta de los límites del bien y del mal. La ebriedad destroza la distinciones de lo bueno y de lo malo, nos concede como una falsa y precaria libertad. Por eso para la tradición talmúdica, cabalística, el árbol del conocimiento del bien y del mal era una viña.

Pero, en fin, el rojo vino que pisado, martirizado en el lagar, destila la uva, era isomorfo, símil, a la sangre y, por eso, no es extraño este simbolismo vital, este paralelismo, entre sangre, vida, vino, inmortalidad y sabiduría.

El vino era, pues, como la ambrosía, el néctar, escanciado por Hebe y Ganimedes , que daba inmortalidad a los dioses, que renovaba su sangre y les daba perenne juventud.

Tanto es así que la letra, el ideograma o jeroglífico sumerio de la vida, estilizado en cuneiforme, era originariamente una hoja de parra, un pámpano. Y en las recensiones más antiguas del poema acádico de Gilgamesh es a una tal Siduri a quien éste se dirige para pedirle la inmortalidad. Y Siduri, la muchacha capaz de dar esa inmortalidad -que por supuesto le niega a Gilgamesh- lleva como apodo el nombre de 'sabitu', 'la mujer del vino', parada junto a una cepa de vid.

Siduri, en Oriente, es la ninfa Calipso de los griegos, descripta en la Odisea rodeada de racimos de uva; y que ofrece a Ulises precisamente la ambrosía, capaz de conferirle la inmortalidad. Y Calipso no es más que una de las tantas representaciones de la antiquísima Gran Diosa Madre, -madre cepa de la vid, la llamaban- que vive en el centro del mundo junto con el árbol de la vida. En realidad la personificación de la naturaleza divinizada.

Hasta que punto esta simbología influye en la sagrada Escritura es difícil decirlo. Pero el tema ciertamente aparece.

Muy prosaicamente, al principio, la viña es simplemente la propiedad que hace al hombre rico y alegra su corazón después de la cosecha. Tener una viña para el antiguo Testamento es signo de opulencia, promesa de dicha y embriaguez. " Una buena esposa es para su marido como una viña fecunda " dice el Salmo. " Como la vid he hecho germinar la gracia, y mis flores son frutos de gloria y riqueza " canta la sabiduría, en el Eclesiastés.

Pero así como la viña da alegría a su propietario, así Israel alegra el corazón de Dios. Naturalmente se pasa así al simbolismo de Israel como la viña de Jahvé, la propiedad del Señor. "Voy a cantar a mi amigo una canción de amor por su viña" dice Isaías "Pues bien, la viña de Yahvé Sebaot es la Casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantío de uvas exquisitas".

Pero esta viña decepciona a su dueño: "Esperó que diese uvas -dice el mismo Isaías- y dio agraces . Esperaba de ellos justicia, y hay asesinatos; honradez y hay alaridos..." Algo similar clama Jeremías: "Yo te había plantado de cepa selecta, toda entera de simiente legítima ¿cómo te has mudado en sarmiento de vid bastarda?"

Y, por eso, amenaza el mismo Isaías: "Ahora, pues, voy a haceros saber lo que hago yo a mi viña: quitar su seto, y será quemada; desportillar su cerca, y será pisoteada. Haré de ella un erial que ni se pode ni se escarde, crecerá la zarza y el espino, y a las nubes prohibiré llover sobre ella"

Ya sabemos cómo, en los sinópticos, Mateo, Marcos y Lucas, la viña, que es el reino de Dios, es quitada a los judíos, que son expulsados de ella, y dada finalmente a los cristianos para que la cultivan, no ya para una raza, sino para todos.

Pero la imagen alcanza toda su fuerza en el evangelio de Juan . La viña ahora no es un terreno que se cultive. Aquí no se trata de una viña, sino de la planta de una vid. Hay algo mucho más íntimo y profundo que la de ser arrendatarios de un campo, plantadores de una viña. Aquí el mismo Cristo se identifica con la planta, y los suyos son aquellos que unidos a él por la fé participan como los sarmientos de la vida del tronco.

Mientras tanto, a pesar de las invectivas de los profetas los hebreos siguen considerándose la viña. Todavía en el Templo de Herodes uno de los adornos más notables que lo enriquecían era una vid de oro, con racimos del tamaño -según Josefo- de un hombre. Y las monedas acuñadas bajo la sublevación judía llevan en una de sus caras la figura de una vid y sus sarmientos.

Precisamente, cuando a causa de esta sublevación, en el año 70 cae Jerusalén en manos de Tito y es destruido el templo, y la población hebrea aniquilada, muerta o vendida como esclavos, los únicos que quedan, como se sabe, son los fariseos. Ellos se han negado a luchar: mientras los nobles, los saduceos, los esenios, los zelotes y los sicarios dan su vida defendiendo la ciudad santa, los fariseos, encabezados por el Rabí Johanan Ben Zaccai , huyen vergonzosamente. Este último metido, escondido, en un cajón de muerto. Después de haberse presentado a Vespasiano, general del ejército de Nerón, y haberle rendido homenaje ben Zaccai -como Vds. saben- se refugia, con sus seguidores, en Jamnia , en la costa, 20 kilómetros al sur de Jaffa. Es allí donde vuelve a reunir al Sanedrín, ahora compuesto solo por fariseos, y excomulga definitivamente a los cristianos. Es allí donde comienzan a reunirse por escrito todas las leyes fariseas, deformadoras del mensaje bíblico, del antiguo testamento, y que constituirán el núcleo del Talmud -junto con la Cábala uno de los tres libros sagrados del judaísmo moderno-.

Por eso no es raro que en el Talmud se nos de la noticia de que Johanan ben Zaccai y los suyos se daban a conocer a si mismos como "la viña", la vid. Pretensión desmesurada, ellos, deformadores del mensaje divino, desertores de los suyos, llamarse la viña.

Es este el contexto de nuestra lectura de hoy. Hay que pensar que el evangelio de Juan se escribe cuando los judíos fariseos ya han excomulgado en Jamnia a los cristianos y le han declarado una guerra implacable. Por eso, Juan pone en labios de Jesús la frase paladina que hemos escuchado: "Yo soy la verdadera vid", la simiente legítima, la cepa selecta, no la vid bastarda.

Y aquí entramos de lleno en el simbolismo de la existencia cristiana. Esa existencia que es antes que nada, no mandamientos, preceptos, ritos, plegarias, sacrificios, cumplimientos o incumplimientos, sino sobre todo vida .

Esa vitalidad que no puede dar la naturaleza, la Gran Diosa Madre, ni la medicina, ni la droga, ni el alcohol, ni ambrosía o néctar alguno surgido de manos humanas: de la técnica, de sus realizaciones políticas, científicas o económicas, sino la vitalidad del mismo Dios .

Ese Dios que realmente se ha hecho sangre humana en las venas y arterias de Jesús, plasmadas en el seno de una Virgen; ese Dios que, más allá de sus dones temporales, de su prodigalidad en la naturaleza y sus frutos, ha querido regalar al ser humano su propio existir trinitario, su vivir de sempiterna dicha...

No se trata, pues, solo de cumplir o no cumplir mandamientos, de portarse bien o de portarse mal: se trata, antes que nada, de estar en comunión vital con aquel capaz de hacernos participar de su carne y de su sangre resucitadas, en la comunión de amor que -establecida en la fé- se vuelve, en la oración, diálogo de enamorados y, en los sacramentos, transfusión de savia, de vino, de sangre de Dios...

Que ninguna falsa ambrosía o néctar o mosto que puedan darnos los hombres, en placeres inmediatos, en promesas vanas, en esperanzas de vida ilusorias, en soberbias utopías inconsistentes, en embriagueces del cerebro o de la piel, nos aparte de la verdadera vida, de la verdadera vid...

Que la filoxera del pecado, de la estupidez, de la frivolidad, de la opinión de los medios, del ejemplo de los de arriba, de lo que hacen los demás, no agoste nuestras ramas, no reseque nuestras hojas, no vuelva pasas o agraces nuestros frutos, y, unidos al tronco, añejos o reinjertados, vástagos lozanos, sarmientos resistentes, carguemos racimos plenos, jugosos, y podamos brindar siempre, aquí y en el cielo, con el buen vino de Jesús.

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