Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1985- Ciclo B

6º domingo de pascua

Lectura del santo Evangelio según san Juan 15,9-17
Jesús dijo a sus discípulos: «Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros»

SERMÓN

Todos los que se hayan acercado algunas vez a estudiar algo de teología -aunque mas no sea en la forma divulgada que se suele denominar ' Teología para laicos' - saben bien que los capítulos más áridos y arduos son los que tratan del Ser Divino y de su Trinidad. Nos encontramos más a gusto, nos parece más inteligible y fructuoso, escuchar hablar o leer sobre problemas de teología moral o sacramental o bíblica, o de antropología teológica, o de cristología, o de doctrina político social de la Iglesia.

Hablar de Dios, en cambio, de ese Primer Motor Inmóvil a donde nos refiere la 'primera vía' de santo Tomás, de esa esencia que es existencia, de esa unidad que misteriosamente se reparte en tres, todo eso nos parece brumoso, lejano y, en el fondo, sin gravitación alguna sobre nuestra vida cristiana. Materia de especialistas, metafísicos y teólogos que no tienen nada que hacer y pueden vivir sin trabajar:

Y algo de razón hay para pensar así. Aún para los buenos cristianos más vale saber cómo comportarse para poder llegar a destino, que tener muchas noticias sobre él. Al fin y al cabo ya sabremos de Dios mucho más de lo que cualquier teólogo nos pueda decir en este mundo cuando lo veamos tal cual es. Es cuestión de esperar unos pocos años.

Pero esto solo es en parte verdad. Porque si uno no conoce, al menos, algo del punto de destino ¿cómo voy a poder quererlo de tal manera que me impela a enfrentar todas las fatigas del viaje? Una moral auténtica que no se funda en el conocimiento, aceptación y amor a Dios no puede sostenerse sino endeblemente. Es como salir a caminar sin objetivo. En cuanto me canso o llueve o tengo frío o hay mucho tráfico, me vuelvo a casa. En cambio, si tengo que ir a retirar mi inversión al 40 % en el 'interempresario', aunque haya huelga de transportes, llueva y, además, haya una manifestación del MAS, 'madres', Montoneros' y 'Franja morada' por plaza de Mayo, me voy lo mismo al centro y a pie.

Así sucede con el vivir cristiano si no conozco y amo a Dios. Mientras cumplir me haga sentir bueno y bien, satisfecho burguesamente con mi conciencia y, al mismo tiempo, no me imponga excesivos sacrificios ni renuncias -algunas sí, ¡total ayudan a mi autoestima!- todo va bien. Pero, cuando la moral me pide algo que realmente me causa problemas, me impide algo que ardientemente deseo, si Dios no está ¡adiós moral! ¡adiós principios!

Pero hay otro motivo, secundario, a lo mejor, pero importantísimo, por el cual vale la pena saber quién es Dios. Y es que el conocimiento de Dios ilumina no solo sobre lo que es Él, sino sobre lo que somos o deberíamos ser nosotros. Aunque no lo supiéramos porque nos lo dice la Escritura: que los hombres hemos sido creados 'a imagen y semejanza de Dios', lo sabríamos por nuestra razón, nuestro sentido común. Como seres creados que somos -efectos de la Causa suprema- nuestro existir no es sino una modalidad contingente, una manera finita de existencia proveniente de la Existencia misma, que llevamos, pues, necesariamente, impresas en nosotros las huellas e idiosincrasia de nuestro Autor, su firma, y, por lo tanto, de algún modo somos su lejano reflejo.

Y, si nuestro objetivo de hombres es vivir, existir lo más plenamente posible, ser felices ¿dónde aprenderemos lo que es verdadera existencia, verdadera felicidad, auténtica vida? ¿En la imitación o en lo imitado, en el ejemplar? ¿En el reflejo o en la fuente? ¿En la manifestación suprema o en sus sombras? ¿A quién le pediremos la explicación de la película, al crítico o al director?

Por eso, ya Aristóteles decía que era muy difícil tratar sobre las causas supremas, pero que el escaso conocimiento que de ellas podíamos alcanzar iluminaba muchísimo más la realidad causada que el conocimiento pleno de éstas. Y, en realidad ¿qué me interesa todo el cúmulo fascinante de conocimientos de las actuales ciencias que escrutan las profundidades del cosmos y de la materia y de la fisiología y de la psicología si no dan sentido a mi vida? ¿Si no me dicen para qué y cómo existir, cómo lograr la felicidad?

A eso ¿no contribuirá a lo mejor más ver como es y como existe Aquel que es el origen mismo del existir, de la vida, de la belleza y de la felicidad que todo lo que me pueda decir sobre el ser humano la filosofía, la sociología, la psiquiatría y todas juntas las ciencias del hombre? ¿Y no encontrarán estas ciencias, a la luz de la existencia plena de Dios, una claridad decisiva que por sí mismas no pueden hallar?

Justamente esta conexión entre el ser de Dios y nuestra felicidad, eso es lo que hoy, en sencillas pero sublimes palabras, hemos escuchado en la pluma de Juan. Desde el Dios cuyo existir es amor de la epístola, terminando, en el evangelio, en el amor que, en nosotros, nos lleva a la plenitud del ser y del gozo.

Resulta ineludible recordar, empero, que las palabras 'amor' y 'amar' son traducciones defectuosas del texto original griego de Juan. Ya en su época el término 'amor' era capaz de significar cualquier cosa. Los vocablos usuales que vertemos como 'amor' eran ' filía ' y' eros ', algo así como 'amor' y 'deseo'. Ninguno de los dos quiere usar nuestro evangelista para designar a lo que apunta la enseñanza de Cristo y, entonces, inventa una palabra nueva: 'agape'.

La frase que nosotros traducimos 'Dios es amor', en griego suena así: ' Zeós estín agápe '. Y a los griegos les sonaba tan raro, casi, como les acaba de sonar a ustedes. Era un neologismo total.

Juan lo hace a propósito, para mostrar la novedad del amor que predica Jesús. En latín la palabra 'agape' se tradujo como 'cáritas', 'caridad', término inconsueto, también, en latín. Así que la traducción correcta de la frase al castellano sería: ' Dios es caridad' . Y, el mandamiento del amor -' agapate alélus '-: 'ténganse caridad unos a otros'. Pero, como los traductores de nuestros textos afirman que la palabra 'caridad' también se entiende mal -'dar limosna', o algo así-, han traducido expresamente -como Juan no quería- 'agape' con el término profano 'amor'.

Gracias a Dios, basta leer el contexto con atención para entender lo que para él es el 'amor'.

Y ¿Qué es el amor? El amor. ¡es Dios! Porque, vean, Juan no está diciendo solamente que 'Dios es bueno', que al Omnipotente, al Creador de todas las cosas, a la Sabiduría increada, no le tenemos que tener miedo porque 'en el fondo es bueno', sino que nos está afirmando que la existencia misma de Dios, su vivir profundo, su misma esencia, es 'agape', 'Amor'.

¿Y qué es este amor en Dios? ¿Un estar enamorado de sí mismo? ¿Un mirarse complacido en el espejo? ¿O, quizá, simplemente, un tener buenos deseos y propósitos frente a nosotros? No. La cosa es mucho más esencial y maravillosa. Dios es amor, 'agape', porque su misma existencia íntima es 'éx-tasis'. De tal manera que el existir mismo de Dios es un darse total que se llama Padre y que, recibido en el Hijo, se devuelve y aúna en el Espíritu Santo. Un movimiento 'extático' tan perfecto que, como no es 'parte' de Dios lo dado y recibido sino 'Todo', Dios sigue siendo Uno solo y, en Él, hay un único existir divino, a pesar de ser 'convivido' por tres, llamémosles, 'Personas'.

Aunque de Dios no supiéramos más que esto, que su existir es 'agape', que su felicidad es darse, salir de Sí mismo, éxtasis y que ser persona es no conservar nada de si para entregarlo al 'tu' y al 'ustedes', morir al egoísmo para afirmar al otro, y que existir es convivir y darse, ¿no nos está diciendo esto mucho más que tantos consejos, tantas morales, tantas psicologías?

Y, desde allí ¿no comprendemos ya mejor que la creación y nuestra existencia sean una prolongación de este ser de Dios que es, en Sí mismo, puro darse, 'agape'? ¿y que el darse mismo del Padre, que es el Hijo, se transforme en don para nosotros en Jesucristo? ¿y que la máxima expresión de este 'agape' hacia nosotros es que Jesús da la vida -nada se reserva, nada afirma de si- por nosotros sus 'amigos'? ¿y que nuestra misma vida y aún búsqueda de felicidad y de personalización y de sentido han de pasar en nuestro interior y exterior no por la afirmación individualista y centrípeta de nuestro yo, como nos enseña el mundo moderno, con lo que obtenemos un conglomerado, tanto en la sociedad como en la familia, que no parece ser a veces más que una suma de egoísmos?

¿Qué tiene que ver todo esto con el crudo deseo, con el sentimentalismo, con el puro sexo, con el amor bobo que hoy a veces se predica?

Porque no se trata simplemente de 'amar', amar sin rumbo ni cauce, sino 'cumpliendo los mandamientos'. Más aún a imagen de Cristo: " Amaos los unos a los otros no de cualquier manera, sino como yo os he amado" .

Menú