Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1997 - Ciclo B

VIGILIA PASCUAL

SERMÓN

Hemos encendido a pleno las luces de nuestra iglesia; Cristo resucitado inunda de luz nuestros corazones. Las tinieblas que inauguró Judas al salir de la última Cena a perpetrar su traición -"era de noche" enfatiza el evangelio-, las tinieblas que según Mateo taparon el sol del mediodía de ayer, las tinieblas del sepulcro sellado por la piedra, esta maravillosa noche han sido aventadas por el fulgor de la Resurrección.

Hoy con la luz eléctrica ciertamente podemos alumbrar con más brillo que en otras épocas nuestras casas y nuestros templos, pero eso mismo hace que en nuestras ciudades apenas se note la diferencia entre el día y la noche, siempre vivimos entre luz; en cuanto la tarde cae, permitiéndolo Edenor, la encendemos. Solo cuando dormimos -es decir, cuando no la percibimos- tenemos algo de oscuridad; despertarse es siempre prender la luz...

Ya casi no experimentamos, sino ocasionalmente, la alegría y el placer que sentía el hombre de antes -y quizá, todavía, en algunos lugares, el hombre de campo- cuando en medio de la negrura de la noche aparecía un fuego, una fuente de luz. Yo todavía recuerdo en mi niñez, las vacaciones de invierno en el campo, la ceremonia alegre que era en esos anocheceres tempranos, al volver a la casa, el encendido de las lámparas de kerosén, las viejas Primus, con sus camisas de red que tan fácil se rompían y había que cambiar..., bombeando para dar presión al combustible, y la luz brillante que daban, con ese ruido amigo del kerosén gasificado al salir, y el calorcito también que despedía. Después los llamaron 'sol de noche', pero ya eran a garrafa, y no tenían la misma gracia.

Y por eso tampoco tiene la misma gracia y la misma sensación la iglesia que se enciende desde el tablero eléctrico, que la que, en las Pascuas antiguas, reverberaba de centenares de cirios y de velas juntados cuidadosamente durante el año para esta ocasión, incluido el pesado cirio pascual. Porque hasta el invento de la estearina tampoco era tan fácil prender la luz: o era el aceite con su mecha humeante, su luz vacilante y su rancio olor, -o, peor, la vela de cebo-, o era el luminoso cirio de cera, sacado del panal de las abejas, pero que, por eso, escaso y caro. Y de allí la costumbre de los fieles -que todavía perdura- de llevar velas al templo: era, en aquel tiempo, el mejor regalo que se podía hacer a la parroquia.

Y si en la Iglesia antigua todas las vísperas eran ocasión ufana de la ceremonia del 'lucernario' -prender la luz- simplemente para poder rezar, mucho más lo fue la ceremonia del encendido del fuego y del cirio pascual en esta noche de gloria. Allí se prendía y se gastaba lo que no se tenía.

Era costumbre, tanto en Roma como en Jerusalén, que el jueves santo, después de la última Cena, se apagaran todos los fuegos. En las Galias, aún en las casas de la gente se extinguían los hogares. Los cristianos quedaban realmente, por la muerte de Cristo, sumidos en verdadera oscuridad. Es allí que nace la ceremonia de prender el fuego nuevo, cosa que se hacía con yesca y pedernal. De allí pasaba al Cirio Pascual, y de allí, después de la ceremonia, a todos los hogares que volvían a relucir en luz y en calor, con el fuego nuevo que traía la Resurrección.

Eso es lo que hemos tratado de representar en la entrada con nuestro pequeño brasero, aunque hayamos usado fósforos y no piedra.

Pero ¿quién no sabrá que, más allá de su necesidad funcional, la luz ha sido siempre, para la humanidad, uno de los grandes símbolos con que se ha filosofado sobre la vida? ¿Quién no sigue asociando la idea de la vida con la de la luz? Esa luz que permite moverse sin tropezar, que descubre fácilmente al enemigo que acecha, que da color, calor, belleza a nuestro mundo, reflejándose en el plateado azul del mar, en el centelleo alegre del colibrí entre las flores, en el celeste de los cielos amigos, en los rostros identificables, descubiertos, en la seguridad de saber lo que pasa a nuestro alrededor, poder manejar nuestras manos, nuestros pinceles, nuestras herramientas, poder trabajar...

¿Quien, en cambio, no teme la oscuridad? Desde los cucos de nuestra niñez, pasando por las fieras paleolíticas que apenas reflejaban en sus pupilas verdes, hambrientas, desde la espesura nuestros fuegos protectores, hasta el sendero imperceptible que puede llevar al abismo, la trampa que no se ve, el asaltante que espera en la encrucijada oscura, nuestras manos que no encuentran la llave, el mapa, mudo por falta de claridad...

No por nada los más antiguos mitos oponían irreductibles al dios de la luz -decían- y al dios de las tinieblas. Esa misma oposición que el evangelio de Juan declara entre Aquel que se ha dicho "yo soy la luz", y el príncipe de la oscuridad.

Pero para la sagrada Escritura -lo hemos escuchado en el primer relato del Génesis , las tinieblas en realidad no son nada- son simplemente carencia de luz, y justamente el primer influjo de Dios en el ser es la luz: "y Dios dijo que exista la luz, ... y la separó de las tinieblas". Ven, Dios no crea las tinieblas, las separa; ellas no son sino el residuo de la nada sobre la cual el Señor asienta con poder al ser finito. Y que vuelve a querer aflorar en la ignorancia y por la tontera del pecado.

Porque el fundamento mismo de la obra creadora es luz. Y no hablamos solo de las radiaciones y ondas a las cuales los físicos modernos reducen el consistir de la materia, sino de su significado simbólico, mítico, al cual se refiere el autor del Génesis: la luminosidad de un universo no caótico, no oscuro en sus intenciones, no desordenado, azaroso, fruto de la casualidad, sino pleno de sentido, de significado, de fines, de senderos fluorescentes que no llevan al abismo, sino a la vida, al existir denso y lleno de coruscante alegría.

Precisamente desde la obra primera de la luz, el mundo avanza hacia el aparecer del hombre en el mágico sexto día, pleno de luz paradisíaca, que es la intención última del Dios, que crea al hombre para la luz...

Y también por la luz quiere llevarlo hacia la libertad y la adultez. Egipto, símbolo bíblico de la esclavitud, del pecado y de la muerte, es también tierra de tinieblas -la novena plaga-; y hacia la tierra prometida es llevado Israel guiado por nube resplandeciente, como hemos escuchado en el relato del Exodo , que mientras alumbraba la noche para ellos, era tenebrosa en cambio para los egipcios. Dios se pone al frente de su pueblo precisamente como una columna de fuego relumbrante.

Esa luz es, según Isaías, su palabra: "prestad atención -hemos oído recién- escuchad y viviréis, buscadlo mientras haya luz". Esa soberana luz que a veces es tan potente que ciega nuestras retinas y se hace difícil de entender: "porque vuestros pensamientos no son los míos, ni vuestros caminos son mis caminos ..."

Esa luz que es la palabra de Dios y que Baruc proclama "fuente de la sabiduría"; y que el hombre pecador abandona para " contaminarse con los muertos, para contarse entre los que bajan al abismo ", a las tinieblas. Por eso lo hemos escuchado proclamar: " Aprende donde está el discernimiento, dónde la longevidad y la vida, donde la luz de los ojos y la paz.... ¡Este es nuestro Dios, el que envía la luz y la llama .... Vuélvete, Jacob, y tómala, camina hacia el resplandor, atraído por su luz!"

Son las vestiduras deslumbrantes del joven que al salir el sol anuncia a las tres mujeres que el Señor vive.

Es la luz fulgurante que enceguece los ojos de Pablo camino a Damasco; es la luz de Cristo, que ha proclamado el Padre Uda, haciendo entrar triunfalmente a Madre Admirable el cirio pascual. Ese Cirio del cual todos nosotros hemos tomado la luz en nuestras candelas y volveremos a encender para proclamar ahora nuestra fé y renovar nuestras promesas del bautismo; ese Bautismo que la Iglesia primitiva también llamaba la 'iluminación'...

La luz eléctrica ha esfuminado en nuestro tiempo los linderos del día y de la noche, a la manera como el pensamiento moderno ha difuminado los límites del bien y del mal. ¡Triste parábola de nuestro tiempo el que nuestra juventud quiera vivir de noche y dormir de día!

¡Que necesitados de verdadera luz estamos! Este mundo -postmoderno que le dicen- sin ideologías ni ideales, ni siquiera aquellos falsos pero que algo hacían para henchir el corazón de tantos hombres como banderas y horizontes.... Ya sabemos de los desastres, crímenes y pobreza que trajeron las falsas ideologías; pero, mirando a su alrededor, uno no sabe si no es peor -para el ser humano, que se define, por su razón, como oteador de horizontes y animal de intenciones- la falta total de ideales que el tenerlos equivocados: el dejarse arrastrar, el vivir flotando en el remolino, el ser juguete de los vientos, el agitarse en el ritmo psicodélico de la imprevisión, en el 'viví tu vida y tu placer', en las luces giratorias y locas que no apuntan a ningún lado de las discotecas... Más vale un camino errado que ninguna dirección...

Es la gran enfermedad de nuestro tiempo, según el gran psicólogo judío Viktor Frankl, el vacío existencial, el Sinnlosigkeitsgefühl, "el sentimiento de falta de sentido", y el paralelo sentimiento de vacío o "complejo de vacuidad", como le llama él.

Vacío de luz.

Pero hoy Cristo viene a ofrecerte luz, definitiva luz. Esa luz que dio sentido a su vida y la transformó a toda ella en servicio y ofrenda de amor; esa luz que iluminó sus cansancios y sus debilidades, su servicio a los demás y su oración, y que se hizo relámpago de luz aún en el supremo fracaso de la cruz.

A este mundo vacío de sentido, que conoce demasiado bien las tinieblas que envuelven a su tierra en infortunio y congoja, hoy, la Pascua le proclama que es posible -aún en oscuridades, desdichas, y penas- vivir en la luz. Pero que, aún en la salud y en la prosperidad, el único sentido de la vida es gastarla en ofrenda a Dios y en amor.

Y así Jesús viene a dar significado no solo a tus éxitos y alegrías, a tu vida de gracia y tu virtud, a tu familia bien constituida y a tus hijos sanos, a tus exámenes aprobados y tus noviazgos felices; también viene a dar sentido a tus frustraciones, a tus soledades, a tus penas, a la traición de tus amigos, al abandono, a la desilusión; a tus años jóvenes y pujantes y a tus decrepitudes de viejo; a tus pujos de santo y a tus arrepentimientos de pecador...

Jesús viene hoy a decirte, yo he vencido al mundo, yo he vencido al pecado, yo he vencido tu debilidad, yo ilumino tus oscuridades y tinieblas, yo te enseño por qué y para que vivir -y morir- yo soy Luz y quiero llevarte a la luz. Apaga las gastadas luces de tu hombre viejo, enciende otra vez, nuevo, brillante, tu cirio bautismal, haz luz en tu corazón y se luz para los demás.

Felices pascuas.

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