Sermones de pENTECOSTÉS

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1985 - Ciclo B

PENTECOSTÉS

Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y, poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con vosotros!" Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió a mí, yo también os envío a vosotros". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Recibid al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que vosotros se los perdonéis, y serán retenidos a los que vosotros se los retengáis".

SERMÓN

La última de las fiestas importantes del calendario judío en primavera es el Shavuot o ‘ Fiesta de las semanas' , así llamada porque sobreviene siete semanas después del comienzo de la Pascua. Como recae, pues, en el día cincuenta que sigue a la Pascua, también se conoce como ‘ Pentecostés ' que, en griego, significa ‘quincuagésimo'. En los comienzos de Israel ambas fueron simples fiestas agrarias. La primera, Pascua, señala el comienzo de la primavera, en la noche de la primera luna llena. Marca el resucitar de la naturaleza, el grano nuevo con la cabeza asomando a través de la tierra fértil recuerda que la vida vuelve a nacer.

Este significado se pierde para nosotros en el hemisferio sur, donde las estaciones van al revés, lo cual es una lástima.

Entre otros ritos los judíos marcaban la renovación que significaba el inicio de la primavera de un año nuevo, tirando todas las cosas viejas que tenían, y tratando de estrenar ropas y enseres, para la pascua.

Algo así como, en Italia, en la noche de año nuevo hay que ir a estacionar los autos fuera de las ciudades, bajo cubierto, porque los tanos, a las 12 de la noche, tiran cuanta cosa vieja tienen por la ventana. Yo he visto en Roma el primero de año hasta heladeras viejas estrelladas en el pavimento.

Los judíos, como buenos judíos, por supuesto que tirarían lo menos posible. En realidad, al final, lo único que tiraban, simbólicamente, era el fuego de los hogares que apagaban y volvían a prender a pedernal esa noche, y la levadura vieja, símbolo del año desgastado que se dejaba atrás: “año nuevo vida nueva”, levadura nueva.

Claro que, como la levadura en aquella época no era química sino natural, había que esperar que hongos ascomicetos y bacterias produjeran sus fermentos en cantidad apreciable, lo cual no sucedía hasta pasados unos cuantos días. Esto hacía que hubiera que usar, durante ese período de espera, pan sin levadura o sin fermentar, pan ázimo. (‘zimo' – hè zume - quiere decir ‘levadura' en griego, ‘ a', ‘sin'). Ese es el pan que usó nuestro Señor en la Última Cena celebrando la Pascua y el que usamos todavía nosotros en la Iglesia latina para celebrar la Santa Misa.

Pero si la Pascua festejaba el comienzo de la primavera, el renacer de la vida; Shavuot o Pentecostés marcaba ya el fin de la cosecha, de la siega. Los graneros están completos, la supervivencia durante el año está asegurada. En agradecimiento a Dios se le ofrecen dos panes hechos con la nueva levadura y el nuevo trigo y, desde allí, se retorna a la vida cotidiana y normal del sabroso pan hinchado de nuevo fermento. Hasta que el otoño y el invierno vuelvan a desgastar el año y a recordar la muerte.

Sí, vean, desde la más remota antigüedad se repiten y remozan los viejos temas: desde el “ hay que pasar el invierno ” de Alsogaray, hasta “ la nueva primavera de la Iglesia ”, que ilusionó a Juan XXIII.

Pero mucho más tarde, a medida que el pueblo hebreo Iba ahondando su experiencia religiosa, esas mismas fiestas primitivas fueron creciendo en significado. “No solo de pan vive el hombre” decía el Deuteronomio y no solo de falta de pan se muere. Hay inviernos mucho más terribles que los de la naturaleza o que aquellos que nos obligan nuestros ministros de economía. Y en el recuerdo de Israel quedó siempre como ancestral suprema experiencia de frio, de hambre y de muerte, la pérdida de libertad en las por otro lado cálidas, feraces y saludables tierras regadas por el Nilo. Comprendieron que no había ni pan ni calor ni tranquilidad que pudiera compensar el hambre y el frio de la pérdida de libertad, de la identidad nacional y del culto al Dios de los padres. Y ¡oh paradoja! el fértil y el rico Egipto -que de todos modos siempre tantos traidores añoraron- se transformó, para los mejores, en símbolo del invierno de la muerte que había que superar en la Pascua. Se transformó, de fiesta agraria, en conmemoración de la salida de Egipto que, por otra parte, había coincidido con dicha fecha. El fin del invierno alienante del faraón, símbolo del poder, del oro y de la vida muelle que alejan de Dios, de la libertad, de la patria y de lo propio. Pascua: conmemoración de la declaración de la independencia, del comienzo de la gesta libertadora, del paso del mar Rojo, el paso de los Andes, el paso del Rubicón. El día de la libertad.

Pero los mismos judíos saben que la liberación, la independencia, la libertad son fuerzas que, en todo caso, han de recuperarse ‘para algo'. Hay que darle algún sentido para que no quede solo en el movimiento de negación, de sacudir cadenas y dependencias. Tirar la vieja levadura significa comenzar a fabricar una nueva. Salir de Egipto quiere decir avanzar al ataque, a la conquista de la tierra prometida. Dejar los dioses paganos, los falsos ídolos, conlleva congregarse alrededor del verdadero Dios. Bajar la bandera dominadora y extranjera es para enarbolar una nueva, celeste y blanca. La liberación no es para el caos, el libertinaje, el mástil sin bandera, ni la patria sin Dios y sin ley.

Por eso Shavuot, Pentecostés, también se carga de un nuevo significado: ya no solo el fin de la cosecha, la nueva levadura. Dios no libró a los israelitas de Egipto solamente para rescatarlos de la alienación egipcia, de la esclavitud. Dios libera a Israel para que, como hombres libres, en una nación definida y distinta, pudieran servir a Dios y al resto de los pueblos con sentido de grandeza y, a la vez, de servicio y de misión.

De allí que Pentecostés será el festejo del renacimiento del pueblo en el Sinaí. Renacimiento que se hace no en autonomía anárquica ni en las convulsas opiniones de los individuos masa, sino en la aceptación de la ley de Dios, en el caudillaje legítimo de la espada y el tribunal de Moisés y de Josué y en el amor tozudo a la propia y sagrada tierra, para expulsar de allí hasta el último de los fenicios y filisteos. Eso conmemoraba para los judíos Pentecostés.

Pero todo esto no era ni es, sino el preanuncio simbólico de presagios y significados más profundos. Porque a pesar de todo, otoño, invierno, vuelven y llenan con su carga de frio y de muerte una y otra vez. Naciones e imperios se destruyen y desaparecen. El mismo Israel vuelve a perder su libertad y su ley y su tierra por su apostasía, aunque los mejores se aferran desesperadamente a lo único que les queda, Dios.

Más aún: todos los sueños, utopías e ilusiones tarde o temprano se desvanecen y caducan, en cada uno de los hombres, en el invierno negro y congelado de la muerte. Más: el hombre se da cuenta de que, aún en el mejor de los casos, persisten alienaciones y esclavitudes productos de fuerzas de afuera y de adentro indomeñables. Que la prosperidad tiene transitorias y ambiguas significaciones; que los mejores propósitos suscitan pobres realizaciones; que nuestras buenas intenciones y planes no encuentran fuerza para llevarse a cabo; que, al final, todo pasa, envejece y muere.

Como si todo aquello, aún siendo bueno y legítimo, fuera el último horizonte y, para sobrevivir y poder ser realizado, necesitara todavía una instancia superior, un ahondamiento y profundización definitivos. Y eso es, finalmente, Cristo, nuestra verdadera Pascua y Su espíritu, nuestro pentecostés.

Vean, no es que el significado agrario y el significado hebreo liberador y fundante de pascua y Pentecostés deban ser dejados de lado para sumergirnos en actos desencarnados, de pura devoción personal y espiritualista que nos desconecten de nuestra realidad humana para elevarnos a una estratósfera aséptica de pura religión.

No: es verdad que, en última instancia, Pascua y Pentecostés representan la significación última, perentoria y definitiva de nuestras vidas individuales y nacionales –y digo ‘nacionales' porque podrá existir un ‘individuo' sin familia y sin patria, pero nunca una ‘persona' sin ellas y Cristo viene a salvar no a los ‘individuos' sino a las ‘personas'-. Si es verdad que lo único que finalmente importa es la liberación que significa morir a uno mismo0, al egoísmo, a imagen de Cristo muerto por Dios y por los suyos en la Cruz, para renacer a la Nueva Vida llenos del nuevo fermento que nos eleva, en el Espíritu que animó a Jesús y que hoy el nos sopla en esta fiesta de Pentecostés, para vivir la misma Vida de Dios. Pero es verdad también que esa nueva vida aún no la gozamos del todo, porque debemos hacerla nuestra en el ejercicio caballeresco de la vida cristiana, introyectándola cada vez más en nuestra conciencia y en nuestra pasión, para que, un día, sea cosechada definitivamente para la eternidad.

Mientras tanto esa vida ha de ser alentada y regada en nuestros corazones en oración y disciplina, en sacramentos y penitencia, en silencio y estudio. Pero no para quedar relegada al rincón de nuestras sacristías y de nuestra interioridad sin carne, sino que sea levadura, para que explote en grito y en combate, se derrame en plazas y en fábricas, en aulas y en campos, para que brille en ríos de tinta y filos de espada, en vuelos de justicia y de coraje, en búsqueda de caudillos y de Patria. Y que cante en canciones de cuna y de amor y de epopeya y de duelo. Y que marche en estandarte de cruz y en argentina bandera.

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