Sermones de la santísima trinidad
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1989 - Ciclo C

SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD

Lectura del santo Evangelio según san Juan 16, 12-15
Jesús dijo a sus discípulos: «Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero no las podéis comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él os hará conocer toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. El me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso os digo: Recibirá de lo mío y os lo anunciará»

SERMÓN

         

Uno de los más antiguos credos, formulados hacia el siglo V, de gran autoridad dogmática y que, hasta el año 1954, recitaban todos los sacerdotes los domingos, en el oficio de Prima del Breviario Romano, así decía:

  “Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe católica; y el que no la guarde íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre. Ahora bien, la fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad , y a la Trinidad en la unidad; sin confundir las personas ni separar las sustancias. Porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu Santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad. Cual el Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu Santo; increado el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo; inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu Santo; eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo. Y sin embargo no son tres eternos, sino un solo eterno, como no son tres increados ni tres inmensos sino un solo increado y un solo inmenso. Igualmente, omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el Espíritu Santo, y sin embargo, no son tres omnipotentes, sino un solo omnipotente. Así Dios es el Padre, Dios es el Hijo, Dios es el Espíritu Santo; y sin embargo, no son tres omnipotentes, sino un solo omnipotente. Así Dios es el Padre, Dios es el Hijo, Dios es el Espíritu Santo; y sin embargo no son tres dioses, sino un solo Dios. Así Señor es el Padre, Señor es el Hijo, Señor el Espíritu santo y sin embargo no son tres Señores sino un solo Señor; porque así como por la cristiana verdad somos compelidos a confesar como Dios y Señor a cada persona en particular; así la religión católica nos prohíbe decir dioses y señores.” …y un poquito después… “Hay consiguientemente un solo Padre, no tres padres; un solo Hijo, no tres hijos; un solo Espíritu Santo, no tres espíritus santos; y en esta Trinidad nada es antes ni después, nada mayor o menor, sino que las tres personas son entre sí coeternas y coiguales, de suerte que, como ante se ha dicho, en todo hay que venerar lo mismo la unidad en la Trinidad que la Trinidad en la unidad. El que quiera, pues, salvarse, así ha de sentir de la Trinidad”.

Bien. Clarísimo…

A algunos esto les hará recordar el catecismo de su niñez y la catequista con los tres fósforos o el triángulo con los tres lados. En todos deja, empero, el regusto de un no se qué enigma matemático de casi imposible comprensión y de poco significado para la vida de cada uno.

Y el desconcierto se hace mayor si uno lee la Biblia tratando de buscar en ella algo semejante a estas formulaciones: “tres personas”, “una sola substancia” (o, como también está definido dogmáticamente: “tres hipóstasis en una sola naturaleza”). No solo no aparece este lenguaje por ningún lado sino que la concepción de un Dios ‘tri-personal' tal cual ahora lo confesamos los católicos no es literalmente de ninguna manera evidente en la Escritura.

Lo que en el nuevo Testamento encontramos es que los autores que nos escriben esos libros, al tratar de transmitirnos la experiencia de la Pascua , de la Resurrección del Señor, nos afirman que Jesucristo, hombre resucitado y sentado a la derecha de Dios, recupera lo que de alguna manera ya tenía desde toda la eternidad como “ Hijo –con mayúscula– de Dios ”, vivificado por la vitalidad misma de Dios, por su espíritu, llamado precisamente Santo porque proveniente del mismo nivel divino del único Santo: Dios.

Y tenían el convencimiento, también, estos autores neotestamentarios -y es lo que nos transmiten en sus escritos- que esa filiación singular de Jesús de Nazaret, resucitado y sentado a la derecha de Dios, era la que, de alguna manera -adoptiva, participada, como de hermanos menores- recibíamos también nosotros, los cristianos. Porque ese mismo espíritu de Dios de semejante modo nos vivificaba pentecostalmente en el bautismo.

Por supuesto que, en el nuevo Testamento, la cosa es mucho más rica y compleja de lo que acabo de decir pero, en resumen, ese era el convencimiento de esas primeras comunidades cristianas. En otras palabras: que con la Resurrección de Jesucristo se producía la efusión del espíritu de Dios sobre los hombres que en Él creían y se bautizaban y, por lo tanto, se lograba superar la biología puramente humana y alcanzar el Vivir divino o, más claramente aún, se obtenía la divinización. Tal como diría más tarde San Basilio: “ soy una creatura que ha recibido la orden de transformarme en Dios ” (…) “ el hombre que porta el Espíritu se hace él mismo espiritual y de allí le viene la ciudadanía celeste, la danza con los ángeles, la alegría sin fin, la duración en Dios, la semejanza con Dios, el colmo de lo deseable: llegar a ser Dios ”.

Esto lo vivió la Iglesia -es decir, la comunidad de los creyentes- desde la Resurrección de Cristo y la efusión del Espíritu de Pentecostés. Se vivió –digo– antes de que sobre ello se pensara demasiado.

Lenta, posteriormente, se fue reflexionando sobre ‘el hecho', sobre ‘el acontecimiento', desde las primeras predicaciones de las cuales nos quedan algunas huellas en las epístolas y en los Hechos de los apóstoles, hasta el meditado evangelio de San Juan, escrito en las postrimerías del siglo primero. Aún así, tal cual hoy la entendemos, la Trinidad no aparece mencionada explícitamente en la Escritura. ¿Quiere eso decir que es un ‘invento' de la Iglesia Católica? Eso solo lo podría sostener quien defendiera que solo lo ‘escrito' en la Escritura es lo que hay que creer. No es así.

La Iglesia, viviendo la Pascua de Jesús y transmitiendo el espíritu a sus miembros, divinizándolos y llevándolos hacia la Vida eterna, existió bastante antes que la Escritura.

Más aún, de todo lo que en este tiempo se escribió, recién hacia fines del siglo IV en Occidente y del siglo VII en Oriente se reconocen como Sagrada Escritura los libros del Nuevo Testamento tal cual hoy los tenemos. Y solo en el Concilio de Trento se zanja definitivamente la cuestión de cuáles son sus libros auténticos.

Es decir, que es la Iglesia viviente la que recibe como sagrados a los libros del nuevo testamento; y no los libros, la Escritura , los que fundan a la Iglesia , como sostienen, por ejemplo, los protestantes. Ellos dicen que solo creen en la Escritura , pero ¿quién les dice que esa Escritura es Sagrada? ¿Por qué creen en ella? Nosotros, en cambio, creemos en la Escritura porque la Iglesia la ha recibido como inspirada . Porque somos cristianos leemos la Escritura ; no es que seamos cristianos porque leemos la Escritura.

Cristo no escribió ningún libro. Cristo fundó una comunidad de hombres transformados por el Espíritu y desarrollándose -vivificados por ese mismo Espíritu- a través de la historia. Los protestantes viven pues, de la Escritura que nosotros escribimos y les guardamos.

Sin duda que la Iglesia ha definido, como modo normativo de transmitir y pensar el misterio de Cristo Resucitado y de nuestra propia divinización, lo que escribieron y pensaron en esas primeras generaciones de cristianos los autores de lo que hoy es nuestro Nuevo Testamento. Pero eso no quiere decir que la Iglesia no haya seguido luego creciendo y reconociendo cada vez mejor –o por lo menos adaptado a cada tiempo y lugar– el misterio Pascual que la vivifica y diviniza. Como hemos escuchado hoy en el evangelio de Juan: “ cuando venga Él, el espíritu de la Verdad , los guiará hasta la verdad completa ”.

Y así es como, después de mucho rezar y reflexionar, pero también de mucha confusión y de mucha lucha, en medio de negaciones y errores, bajo la guía de ese espíritu de Verdad, se afirmará –recién en el 1er Concilio ecuménico de Nicea, año 325– la plena divinidad de Cristo, igual a la de Dios el Padre. Y se acuña el célebre término técnico homoúsios consubstancial ”: una sola substancia, palabra que no estaba en la Escritura.

Y solo años después, el 381, en el Concilio de Constantinopla, se afirma la plena divinidad del Espíritu Santo.

Poco a poco, pues, la Iglesia va entendiendo que la divinización del hombres solo es posible y que la coherencia del mensaje cristiano y del Nuevo Testamento sólo se salva, si, además de hablar de Dios y de Jesús y del espíritu vivificador, se reconoce, en la misma naturaleza divina siempre única (pero no solitaria como pensaba el Antiguo Testamento y la filosofía griega), una misteriosa intercomunión de tres –un tres no matemático, no aritmético –que resume infinitamente en sí todas las riquezas interpersonales de los hombres y que conjuga el ‘yo' y el ‘tú', el ‘nosotros' y el ‘vosotros', en comunión vital de un único mutuo conocerse y amar expresado en la plenitud del Tres. Luego vendrá el dar nombre a esos Tres y mostrar cómo se diferencian y que son.

¿Qué son esos tres? Un solo Dios. Pero, entonces, ¿qué o cómo tres? San Agustín, en el siglo V, dudaba de llamarlos ‘personas', porque temía que esta denominación podía llevar a la gente a creer que existían tres dioses. Por fin, la palabra ‘persona' se impuso (como en el Credo que leímos al principio). Pero, cuando la Iglesia dice en el ámbito trinitario ‘persona', ciertamente no entiende lo que vulgarmente se designa con éste término.

Y la teología intenta dilucidar lo que este vocablo –o su equivalente griego “ hipóstasis ”– pueda significar a esos niveles infinitos y alucinantes de lo divino. Así como de qué manera proceden las otras dos del Padre y cómo se distinguen realmente por sus relaciones.

Pero, hoy no hagamos teología. Digamos solo que, cuando esa Trinidad –que existe desde siempre y existiría aunque no hubiera habido ni Creación ni Encarnación– digamos que, cuando esa Trinidad abisal se quiere manifestar al hombre, no puede sino hacerlo en Jesucristo entregado en la Cruz , resucitado por el Espíritu y sentado como Hijo a la derecha del Padre.

Y, en la Iglesia peregrina, como la comunidad santa gestante de los futuros resucitados, creciendo en la imitación de Jesús de Nazaret e inspirada, fortalecida y preñada de amor al Padre y a los hermanos, en el Espíritu Santo.

El que quiera, pues, salvarse así ha de sentir de la Trinidad”. Y, sobre todo, vivirla.

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