Sermones de la santísima trinidad
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1994 - Ciclo B

SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 28,16-20
Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo".

SERMÓN

            Una de las sorpresas más notables de la industria editora moderna, ha sido el éxito notable del "Catecismo de la Iglesia Católica". Más de tres millones de ejemplares vendidos desde su aparición en Noviembre del 92. Uno de esos millones vendidos en América Latina.

            Por supuesto que tres millones de ejemplares comprados no quieren decir tres millones de libros leídos, pero hablan, sin duda, del hambre, no solo de espiritualidad o religión en general, como se dice por ahí, sino de doctrina, de formación, de enseñanza de una gran proporción de nuestra población católica. Harta quizá, de una cierta catequesis o prédica sin contenidos doctrinales, sin razones, puras exhortaciones a lo social, o a lo sentimental, o a lo puramente humano, transitando lugares comunes, cuando no lo cursi o lo chabacano... El católico quiere o necesita algo más que eso.

            Pero, dicho esto, a nadie se le puede ocultar lo curioso de que a estas alturas de la aparición del Catecismo en francés, español, italiano, alemán, polaco, filipino, croata, eslovaco, japonés, chino, vietnamita, árabe y suajili... recién ahora esté por aparecer la versión inglesa, en Norteamérica y en Gran Bretaña.

            En realidad el motivo es público. La Congregación para la Doctrina de la fe, es decir el llamado antes Santo Oficio, presidido por el Cardenal Ratzinger, no ha aprobado las traducciones presentadas, al detectar divergencias importantes en la traducción de algunos pasajes.

            Me detendré solo en una de estas divergencias -y no ciertamente la más importante- porque -aunque algo risueñamente- tiene que ver con la fiesta de la santísima Trinidad que hoy festejamos.

            Resulta que en los países anglosajones el feminismo es tan fuerte que los traductores se pusieron de acuerdo -como ya lo han hecho en varias versiones inglesas de la sagrada Escritura- para eliminar sistemáticamente todas aquellas expresiones en donde a Dios se lo presenta en género masculino. "¿Porqué va a ser Dios varón y no mujer?" afirman las feministas. Eso sería solo producto de la visión de una sociedad machista.

            Es así que por ejemplo la expresión "God became man", Dios se hizo hombre, la sustituyeron en el Catecismo por "God became truly human", Dios se hizo verdaderamente humano. Se sacó "man" porque discriminaría al sexo débil. (Aquí no habría problema, porque el "che man" lo usan tanto los chicos como las chicas; o lo usaban, ya a mis sobrinos se los escucho menos)

            En fin, según estos traductores, Dios se equivocó al hacer a Jesús bien varoncito.

            Pero no solo eso, sino que tantas veces hacía su aparición la palabra father, Padre, para designar a Dios, los traductores la eliminaban, y reemplazaban por el más neutro "God".

            Bien, no me detendré más en estas tonterías. ¿Quien no se da cuenta de que Dios está mucho más allá de nuestros humanos conceptos y de nuestras realidades finitas y, por lo tanto, también de cualquier diferencia de tipo biológico?... Es sabido que en El se sublima todo lo que de bueno, bello y rico hay en su creatura -nada más que pálido reflejo de la infinitud plena de su ser- y, por lo tanto, también en Él, de modo perfectísimo y eminente, se dan todas las perfecciones que puedan atribuirse a lo paterno o a lo materno.

            Por otra parte es obvio que en la sagrada Escritura a Dios se lo presenta como masculino. En una cultura patriarcal como era la israelita era lo lógico prestar a Dios el género del patriarca, del pater-familias, del padre de familia, del jefe de la tribu, del rey de la nación... una figuración espontánea... Puede ser que la gramática y sus géneros masculino y femenino no hayan sido siempre justos con las mujeres, pero eso no ha sido culpa precisamente del antiguo y del nuevo testamento que han siempre reivindicado la igualdad substancial de la dignidad de los dos sexos, sino de un lenguaje que encontraron hecho y que, como todos los lenguajes y culturas, por más correcciones que haya hecho la revelación, lleva abundantes sedimentos de pecado e ignorancia.

            Por supuesto que el Padre de Jesucristo, el mismísimo Dios, es indiferente a que se lo denomine en masculino o en femenino; y más aún, que aunque Jesús como hombre es claramente varón, como Verbo -y por lo tanto, como Dios- también supera infinitamente esta distinción. Pero sustituir la palabra Padre por el término Dios es precisamente hacer perder toda la riqueza que en el concepto de paternidad quiere hoy solemnizar la Iglesia en esta fiesta de la santísima Trinidad.

            Estas polémicas torpes solo pueden darse en esta civilización cretina donde solo se habla de la pareja, y no del matrimonio, ni de la paternidad.

            Y hablamos de paternidad, en el seno de lo divino -esa paternidad que engendra al hijo y con el hijo al Espíritu Santo- para hablar de una cualidad, de un timbre de honor, que en realidad comparten tanto el padre como la madre: la dación, el regalo, el don de la vida.

            En eso, tanto el padre como la madre, pueden hacerse por igual signos, imagen, de esa generosidad en el darse que es el distintivo, la definición misma del ser divino.

            Aquí ni siquiera entra en juego la distinción de los arquetipos freudianos: el papel paterno y el papel materno, que como se sabe, en Freud, no son exclusivos de uno y otro sexo. Aquí el símbolo de lo paternal, el significado, apunta a lo esencial: a esa prolongación de si mismos, esa procreación, esa progénesis, que, en el verdadero matrimonio, se hace en el padre y la madre una sola paternidad, una sola creación de vida, un solo don de existencia.

            Paternidad que en la intimidad de Dios realiza a las personas en puro don; porque en la Trinidad el ser del Padre -y no nos importaría tener que decirle Madre- es engendrar al hijo, darse al hijo. No existe, como entre nosotros, alguien que antes de ser Padre es hombre, y después, en segundo instancia, es padre, en Dios, el Padre no existe antes de engendrar al hijo, es engendrando al hijo (y tampoco me importaría decirle Hija); ni ambos existen antes de espirar al Espíritu Santo. Ninguno de ellos es antes de darse. Son dándose, entregándose.

            Estos no son problemas abstrusos, ni ajenos a nuestra vida. El que ignora las verdades de su fe pierde consistencia en su acción, en sus convencimientos, en sus razones para creer, y en las pautas que seguir.

            Saber que lo más íntimo del ser divino es entrega, mutuo regalo, que eso es lo que fecunda el único existir de las tres personas y se desborda en el regalo de la creación del universo, del hombre y de la gracia, eso hace a nuestra realización, a nuestro norte, a nuestro concepto cristiano de la vida. Porque ese Dios que es persona dándose nos muestra también a nosotros cuál ha de ser la manera de ser nosotros mismos personas: No reservándonos, no guardados en nuestra cajita fuerte del ego, no siguiendo el consejo de realización personal y de independencia que tanto les gusta indicar a ciertos psicólogos, sino en la medida misma en que, dándonos, entregándonos, otorgando o haciendo más plena la vida a los demás, nos hacemos -varones o mujeres, célibes o casados, según nuestra vocación- progenitores, procreadores, regaladores de existencia, paternamente, maternamente, a imagen de la Santísima Trinidad.

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