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La decadencia de Occidente y de la Argentina (Conferencia pronunciada en Forum en Agosto de 2012) 0.1. A pesar de la crisis económica y financiera actual no vamos a desconocer de ninguna manera todo lo que, desde el medular impulso cristiano, ha logrado y sigue logrando occidente en cuanto a conocimientos científicos, desarrollo de las técnicas, mejoras de la medicina y tantas cosas que, a la vista, se nos muestran como logros de nuestro mundo contemporáneo, anunciando, a la vez, en informática, ingeniería genética, en neurociencias y en exploraciones espaciales, progresos futuros cada vez mayores. No nos ocuparemos de estos innegables progresos exteriores al hombre y, mucho menos, de su inexistente decadencia. Pero, como sabemos, no son estos bienes exteriores, por más que influyan en la vida del hombre, los que determinan el progreso o el declive de una determinada forma de ver las cosas y del auténtico vivir humano. Una de las señales característicos de la lucha escatológica, por otra parte, serán justamente los prodigios técnicos con los que asombrará a las gentes el Anticristo. "Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios de tal manera que engañarán, si fuere posible, aún a los escogidos" anuncia Jesús en el capítulo 24 de Mateo. (También están los pequeños signos de los risibles y pequeños anticristos: el prodigio de ‘la televisión para todos', los ‘ordenadores para todos', el ‘futbol para todos', el ‘matrimonio igualitario para todos', los ‘anticonceptivos para todos' …) -----------------------------------------------
1.1. La imagen que los organizadores de ‘Forum' han elegido para ilustrar el afiche del anuncio de nuestra modesta conferencia puede servirnos de introducción a ésta. Se trata de un conocido cuadro, conservado en Moscú, del artista ruso Karl Brulloff (1799- 852) pintado en 1834. La escena representa el ingreso violento en los foros de la Urbe de las tropas del vándalo Genserico , en Abril del año 455, después de haber expugnado sus ya debilitadas murallas. Aunque más destructiva que la toma de Roma del año 410 por el godo Alarico no alcanzó la celebridad de ésta. La de Alarico había sido la primera vez, desde hacía 800 años -cuando su toma por los galos de Breno en el 386 AC- que el enemigo penetraba los muros de Roma. Noticia espeluznante, la de Alarico, que motivó la encendida defensa del cristianismo y el esbozo de una nueva sociedad que compuso el genio agustiniano en su obra La Ciudad de Dios (412-426), siempre actual y digna de ser leída por todo católico que se respete. 1.2. El cuadro es llamativo. Un cierto anacronismo en la reproducción de los edificios hace difícil su identificación, pues parecería reproducir más bien la edificación de la época de Augusto (63 AC-14 DC) y no la de Trajano (53-117), quien había dado su forma definitiva a ese lugar señero de la gran Roma imperial. Seguramente nos encontramos en la Vía Sacra, entre las basílicas Julia y Emilia. Un poco más atrás, a la derecha, la Curia, el senado romano. A la izquierda, el templo de Saturno, que fungía de depósito del erario romano. Al fondo, el templo de la Concordia y, arriba, como disolviéndose en la niebla, el Monte Capitolino donde ya se batían en retirada los dioses paganos. Y, a pesar de que la figura central aparentemente es la del caudillo bárbaro Genserico sobre su corcel, la que se destaca verdaderamente, iluminada desde arriba del cuadro, y lo enfrenta no es la de ningún general o emperador romano, sino la noble e imponente estampa de un obispo cristiano, el Papa de entonces, San León Magno (440-461). El mismo que hacía tres años había impedido que irrumpiera en la Urbe el huno Atila. 1.3. Luego de la tetrarquía instaurada por el emperador romano Diocleciano –dos Augustos y dos Césares- en el año 284 d. C. el imperio fue definitivamente divido por el emperador Teodosio I (347-395) quien, hacia el fin de ese siglo, lo repartió entre sus dos hijos. Arcadio recibió el Imperio de Oriente y Honorio, un niño, el de Occidente .
Oriente, mucho más cohesionado por su antigua prosapia griega, poco a poco se fue transformando en el imperio Bizantino, recobrando su capital Constantinopla su antiguo nombre griego de Bizancio y, poco a poco, perdiendo su calidad romana. De hecho se transformará con el tiempo en adversario astuto de Occidente y hasta traicionará en su momento a los cruzados latinos, que debieron desviar la cuarta cruzada para anularlos en su perfidia. 1.4. Occidente fue otra cosa. Muchas cosas cambiaron, incluso en su ejército. Las antiguas e invencibles falanges romanas forjadas desde los tiempos de Mario (157-86 AC). se convirtieron en fuerzas pobremente armadas, en caballerías que funcionaban al estilo de los pueblos bárbaros, constituyendo el núcleo de sus tropas precisamente soldados reclutados entre esos pueblos no romanos. A pesar de ello, mal que bien, romanizados en su lenguaje y sus costumbres y, sobre todo, en su deseo de imitarlos y compartir su grandeza. Cuando se habla de la invasión de los bárbaros se desconoce la complejidad de los movimientos de pueblos en el interior del mismo imperio como pueblos ‘asociados' o ‘federados' y en la porosa filtración de su fronteras. Roma se amalgamó naturalmente con esas poblaciones que renovaban y rejuvenecían su sangre.
1.5. Cuando observamos la aparente unidad del imperio en la época de Trajano, al comienzo del siglo II después de Cristo, no podemos desconocer que, dentro de esa magnífica red o ‘net' de rutas o vías imperiales y las fronteras que la ceñían, convivía una variedad enorme de pueblos y llamaban a sus fronteras otros que ya -a la manera como los mejicanos se introducen poco a poco en Estados Unidos o los bolivianos y paraguayos en la Argentina- disolvían los límites y eran absorbidos por la cultura superior de Roma. En realidad el imperio nunca fue una unidad igualadora, aplanadora de diferencias de tradiciones. Las particularidades de los pueblos que lo integraban se respetaban, aún dentro de su administración unitaria y de sus rutas y de la providencial universalización de su derecho, el Derecho Romano. Hay que pensar, por ejemplo, que no mucho más de 300 años antes de Trajano, mis ancestros ligures, genoveses, peleaban al flanco de Aníbal y las tropas cartaginesas contra los romanos. Los ítalos eran un pueblo nuevo que había crecido a expensas de la magnífica civilización etrusca y que, con el arrojo de los pueblos jóvenes y ambiciosos, fecundados por ideas de grandeza y, en este caso de normas y de leyes que los disciplinaron y dieron alta conciencia de si mismos, conquistaron ese vasto mundo, que, en gran parte, providencialmente, ya había sido unificado militarmente por Alejandro Magno (356-326 AC), pero, sobre todo, por el Logos griego, por la inteligencia, por la razón, por la manera de pensar racional, lógica y contemplativa. Esa luz de la razón humana que había surgido rutilante en la historia milenaria del pensamiento humano alrededor del foco maravilloso de Atenas en el siglo VI AC. Mismo siglo durante el cual, en otras latitudes y meridianos del mundo, se plasmaban pensamientos desorganizados y banales como el de Confucio (551?-479? AC), o pretendidas pseudosabidurías asistemáticas, mezcladas con sueños gnósticos y demoníacos, como los de Sidarta Gauthama, el Buda (+411? AC).
Roma, pues, se había expandido sobre su península, sobre el norte de África, sobre los íberos, los cántabros, los galos, los celtas, los britanos pero sobre todo y antes que nada, hacia la cuna de nuestra civilización: los dominios helenos herederos de la gesta de Alejandro. 1.6. La parte más espléndida y rica de la civilización antigua desde Grecia a Alejandría, pasando por Antioquía y las grandes ciudades mesopotámicas había sido asimilada por los romanos, desde el siglo II AC, junto con su civilización y su modo de pensar. Ellos, que habían sido considerados bárbaros por los griegos, supieron rápidamente construir un mundo cruel, pero disciplinado y con sectores ociosos e inteligentes capaces de investigar, de pensar y de crear belleza. Amalgama de pueblos aunados por las rutas, las armas vigilantes y el Derecho Romano, iluminados por el brillo del pensamiento griego asimilando los jugos vitales de lo mejor de la herencia de las brutales civilizaciones orientales.
2.1. Pero algo antes, hacia el siglo VI o V AC, la Providencia, en un rincón oscuro del Asia Menor gobernado por los persas, agrupaba, si no en geografía, en pensamiento, religión y literatura, a un pueblo disperso entre Babilonia y Jerusalén, el pueblo hebreo. Pueblo cuyos pensadores hicieron el descubrimiento más asombroso de la historia del pensamiento humano: distinguieron a Dios de la naturaleza, lo hicieron trascendente a las fuerzas naturales, políticas y humanas. Lo afirmaron como Creador de este universo al cual todo el resto de las cosmovisiones del mundo declaraban lo ‘Único' existente, ‘permanente', ‘autónomo' y, por lo tanto ‘divino'. “La creatura no es Dios, el hombre no es divino”, canta, en cambio, en varias estrofas, el poema metafísico sublime de Génesis uno. La naturaleza, el hombre, son creados por Dios y de Él dependen en su ser, en su inteligibilidad, en su comportamiento, en su destino. Cosa que discutió siempre la falsa gnosis de la serpiente que, los mismos pensadores, hacen aparecer como adversaria de Dios y de lo auténticamente humano en el capítulo tercero del mismo primer libro de su Biblia. Pero este pensamiento singular, a pesar de caer sus portadores bajo el dominio sucesivo de los griegos y los romanos, todavía no era capaz de sintetizarse con la ciencia griega ni la disciplina romana. Algún intento frustrante llevado adelante especialmente en la diáspora judía de Alejandría y su famosa biblioteca llevó a resultados penosos -como los de Filón de Alejandría nacido en año 15 AC- que recayeron nuevamente en el panteísmo, la gnosis y la divinización del hombre. 2.2. Pero fue entonces cuando, “en la plenitud de los tiempos”, se produjo el hecho más importante de esta historia del universo, que llevaba esperándolo, hambriento, 13.700 millones de años.
Hablamos nada menos que de la irrupción de lo divino en lo humano, a través de la encarnación del Verbo, en la ‘asunción' del hombre Jesús, hijo de María, Hijo de Dios. El hombre, destinado biológicamente a la muerte; las civilizaciones, marcadas rítmicamente por sucesivos progresos y decadencias; el universo, signado por su fin natural de entropía infinita, de cero absoluto, de expansión indefinida hacia la soledad y el frío y la casi nada, eran salvados por esta inserción de la novedad pura, de la riqueza extrema, de la energía inextinguible, de la felicidad sin resquebrajadura alguna, del mismo Dios. 2.3. Es que el hombre estaba hecho para ello, para abrirse, más allá de su naturaleza, al definitivo acto creador de Dios que es su elevación a los sobrenatural. Lo hace Dios en Cristo mediante la unión hipostática; en los hermanos de Cristo, mediante la gracia santificante que surge de Cristo y se nos infunde en la fe, la esperanza y la caridad. Gracia que se nos concede en el bautismo y se cura y enriquece en el resto de los sacramentos. Promesa de la definitiva creación que se consuma en la final Resurrección.
3.1. De difundir esta ‘buena nueva' y las gracias de salvación -haciéndose ella el primero de los sacramentos- fue la Iglesia. Organizada humanamente y prontamente difundida por los caminos pavimentados del imperio romano hacia los cuatro puntos cardinales. Fueron las grandes capitales de este imperio las que se constituyeron en centros de irradiación de esta Iglesia. Antes que ninguna, Roma, la Urbe, la Urbe del Orbe. Pero también la espléndida Alejandría, antigua capital de los Ptolomeos; Antioquía, la de los Seléucidas y, tardíamente, Constantinopla, la capital postiza y orientalizada que había fundado Constantino sobre la antigua Bizancio y que jamás pudo reemplazar a la auténtica Roma. También, más adelante, Jerusalén, reconstruida por Constantino, aunque menos, envidiada por Antioquía, tuvo su prestigio. 3.2. Ya Pablo había optado por Roma y su derecho romano, rechazando la bastarda legalidad farisea del sanedrín de Jerusalén que pretendía juzgarlo. Momento histórico y definitorio el de su apelación al César ante Festo (Hech 25, 11). Y Pedro comprendió que era Roma, no Jerusalén, el lugar geográfico, pero sobre todo simbólico, donde la Iglesia debía centralizar su predicación y su magisterio al mundo entero, haciéndose universal, ‘católica'. Lugar bendito que consagró con su sangre y con sus santos despojos.
3.3. Providencialmente, justo cuando Constantino se convierte y concede libertad a la Iglesia a comienzos del siglo IV, abandona Roma para instalarse en su nueva capital, que nunca logrará ser el centro del mundo, Bizancio, Constantinopla. Los obispos de las grandes capitales históricas arriba mencionadas se llamaron patriarcas y presidían a los obispos que estaban dentro de su territorio. Pero aún en estos ámbitos cristianos se jugaban factores humanos y ambiciones de riqueza y de poder. El patriarca de Alejandría, poderoso y riquísimo, disputaba la primacía al resto de los demás patriarcas. Su poder y su riqueza fueron tan grandes que, no mucho antes de caer bajo la cimitarra musulmana, era llamado ‘el faraón cristiano'. Antioquía no soportó nunca los desafueros del poderoso patriarca advenedizo de Constantinopla. El de Constantinopla, bajo la sombra del emperador bizantino, soportaba a disgusto la primacía indiscutible del patriarca de Roma. 3.4. El Papa vivía, ciertamente, en una capital espléndida pero en decadencia que no solo había sido abandonada por Constantino sino que, cuando Teodosio dividió al imperio, el débil emperador de occidente la dejó para instalarse en la ciudad de Milán, primero y, luego, en la de Rávena. Es así que el patriarca de Constantinopla, a pesar del prestigio de las riquezas de la nueva capital semiromana y semioriental, no fue nunca mucho más que el capellán privilegiado del emperador. En cambio, en Occidente, el patriarca de Roma, el Papa, vivía de la propia autoridad de Vicario de Cristo, en una ciudad con toda la ascendencia de su pasado de ‘ombligo del mundo', y con la ascesis y la disciplina que le imponía la pobreza de un pueblo asediado por las calamidades y los generales semiromanos y semibárbaros que lo empobrecían y querían despojarlo. 3.5. Genserico, el de nuestro cuadro, había sido, precisamente, uno de los factores decisivos de la estrechez de Roma. Jefe de los vándalos, su pueblo había luchado del lado de los romanos contra los visigodos, a su vez tropas federadas sublevadas contra Roma. Un gran general romano, Aecio Flavio, con la ayuda de las tropas del rey visigodo Teodorico I, había vencido a Atila en el 451 en la histórica batalla de los Campos Cataláunicos en el norte de Francia, librando a Europa para siempre de ese flagelo y cambiando así el destino de Occidente. Este general visceralmente romano era un búlgaro, hijo de un bárbaro escita pariente de los vándalos. Flavio Estilicón (359-408), otro gran general al servicio de Teodosio, vencedor de Alarico -antes de la toma por éste de Roma- , era hijo de un vándalo. Es que todos esos pueblos de origen bárbaro, en distintos grados, se habían romanizado en espíritu, aunque ninguno descendiera biológicamente de la estirpe itálica. Como yo, por ejemplo, que reivindico con orgullo mis raíces romanas aunque genéticamente sea una mala mezcla de vasco y de ligur. 3.6. Genserico, al que vemos en el cuadro, era medianamente instruido e incluso cristianizado, aunque arriano , -herejía promovida por los judíos, demuestra el Cardenal Newman en su ‘ Historia del arrianismo' (1841)-, como los primeros visigodos y godos cristianizados, hasta la conversión total al cristianismo católico de Recaredo en el 589, creador del reino católico godo de España, barrido luego por la invasión musulmana. Genserico con sus vándalos había atravesado España y, requerido por el conde Bonifacio -para oponerse a un emperador Bizantino con el cual no estaba de acuerdo-- y a quien San Agustín dedica célebres cartas, había pasado al norte de África.
3.7. El norte de África, civilizado primero por los fenicios, por Cartago (825-146 AC) y luego por los romanos, era también una de las regiones más esplendidas del imperio, la cual, luego, y hasta hoy, fue sombra de su pasado, pauperizada y empobrecida por el Islam. En aquel tiempo, empero. era el granero del mundo civilizado. Sede, luego de su cristianización, también, de numerosos obispados y escenario de cantidad de célebres concilios locales y cuna de teólogos de la talla de Tertuliano (160-220), Cipriano (+258), Agustín (354-430).
3.8. Genserico creó allí el reino vándalo de África. Tomó a Cartago cuando Bonifacio, reconciliado con Bizancio, le opuso resistencia, e instaló allí su trono. Con esta conquista segó el flujo de trigo y cereales que de ese granero fluía a Roma y a Bizancio, contribuyendo a las dificilísimas condiciones de la Urbe. Para peor decidió, con la flota bizantina que había confiscado en su conquista, dirigirse a la península itálica. Cosa que hizo, irrumpiendo en Roma. En su romanofilia, quería hacer de su capital también una especie de ‘nueva Roma' y, para eso saqueó cuidadosamente todas sus estatuas y objetos transportables con el objeto de llevarlas al África. Lamentablemente los barcos que transportaban todas esas riquezas fueron hundidos por una tempestad en el Mediterráneo.
Por la autoridad que impone solo con su figura el Papa León Magno al ánimo del vándalo, a pesar de su arriano odio a los católicos, respeta a los templos cristianos y a todos los que encuentran refugio en ellos. En el cuadro observamos figuras de moros, de negros, que se han juntado a las tropas de los vándalos.
3.9. Pero, además de la obra de destrucción de los templos paganos, vemos, en el cuadro de Brulloff, otro objeto protagónico, el candelabro judío de los siete brazos, la Menorah , representada también en el arco de triunfo de Tito cuando la toma de Jerusalén y que había sido conservado desde entonces guardado, cautivo, en el templo de Saturno. Dice la leyenda que, por disputas entre los depredadores vándalos sobre la propiedad del pesado objeto de oro, el candelabro cayó al Tíber desde el puente Emilio. Y cuentan los viejos judíos que, en las noches muy oscuras, si alguien se asoma al rio desde la zona de la sinagoga, puede ver aún el resplandor del oro hebreo que, desde el fondo del limoso lecho, clama venganza contra los cristianos y las leyes de Roma. El cuadro es, pues, un buen esbozo de lo que serán los protagonistas constantes de lo que llamamos aproximadamente ‘el occidente cristiano'. El Papa dominando al bárbaro desde su tremendo poder espiritual, la gnosis judaica y las falsas divinidades paganas reclamando sus supuestos fueros, el esplendor y el recuerdo de la antigua Roma y su derecho, subordinados al Vicario de Cristo y a la gracia administrada por su Iglesia. 3.10. Pero ahora intervendrá otro protagonista que no se integra todavía del todo en esta escena de Brulloff o quizá esté preanunciado por las figuras de los moros. El islam . Este será el ariete bélico de la gnosis judaica que se comerá rápidamente las dos terceras partes más ricas y cultas del viejo imperio. Con el aplauso y la ayuda judías y aún de cristianos que pensaban se liberaban así del despotismo de Bizancio, caerán sucesivamente como langostas sobre Alejandría, Jerusalén, Antioquía, el norte del África, España. 3. 11. Solo sobrevivirán los nuevos reinos europeos aunados por su ancestral respeto a Roma y su fe cristiana. El Papa liderará la resistencia y la vigencia de la verdadera civilización. El faraón cristiano de Alejandría, el envidioso Antioqueno, los reinos africanos vándalos reocupados en pírrica victoria por los bizantinos conducidos por Belisario, la renacida Persia desangrada por sus luchas contra Bizancio, caerán todos bajo la férula de la media luna. A ésta le costará, pero lo logrará por fin, sepultar todas esas antiguas civilizaciones y cristiandades bajo la pobreza y la ignorancia, de la cual no resurgirán sino hasta el descubrimiento contemporáneo de los lagos de petróleo ocultos bajo las arenas y desiertos en que habían transformado esos territorios donde pastaban finalmente su cabras y sus camellos. Con esos petrodólares, administrados por la banca internacional, volverán a invadir en nuestros días a Occidente que, suicidamente, le abre todos sus puertas y aún los apoya con sus bombas, para que tomen el poder los más extremistas de lo sarracenos, en brutal guerra santa que intenta, como siempre, imponer las inhumanas leyes coránicas de la ‘sharia' y eliminar a los cristianos. Pero, en aquel entonces, en sus nuevos estrechos límites europeos el papado hará resurgir en Occidente la civilización greco romana barrida por el Islam y traicionada por Bizancio sobre la sangre nueva de los bárbaros, todo bautizado por la gracia cristiana.
4.1. Y es que, volviendo a lo nuestro, sin ese bautismo, sin esa elevación, sin la gracia, la naturaleza humana librada a si misma vuelca su ‘apetito natural de ver a Dios' sobre si misma, en la inmanencia, transformando ahora ese apetito de infinito en concupiscencia desordenada, innata al hombre y asomada en lo que la Iglesia reconoció siempre como la' triple concupiscencia
o libido'. La ‘libido dominandi ' o ‘superbiendi' , la ‘libido delectandi' , la ‘libido possidendi'. Pretendidos descubrimientos de la filosofía o el psicoanálisis moderno, en Rousseau (1772-1778), Adler (1870-1937), Nietzsche (1844-1900), Freud (1856-1939), Adam Smith (1723-1790), Marx (1818-1883), Marcuse (1898-1979), Horckheimer (1895-1973), Fromm (1900-1980), hasta el muy contemporáneo René Girard (n 1923), pero que habían sido, mucho antes, señalados por los primeros pensadores cristianos, los Padres y Doctores de la Iglesia, cuando hablaban de la ‘soberbia', la ‘lujuria' y la ‘avaricia' innatas al hombre ‘des-graciado'. 4.2. Esa concupiscencia o libido triforme, aunque se atenúa con la gracia del bautismo, como dice el concilio de Trento , nunca desaparece del todo y tiene que morigerarse no solo con las virtudes cardinales -prudencia, justicia, fortaleza y templanza-, sino con los consejos evangélicos –obediencia, castidad, pobreza- vividos al menos, por todo cristiano, ‘ in praeparatione animi' , a saber, ‘en disposición de asumirlos si Dios lo pide'.
4.3. Es decir que, incluso para cumplir la ‘ley natural' con plenitud, es necesaria la gracia. Con lo cual una sociedad de ‘humanismo integral', acordada solo sobre la ley natural, como postulaba Maritain (1882-1973) -y, por desgracia, muchos clérigos modernos o modernistas- sería imposible de ser llevada adelante sin graves desórdenes. De todos modos, esta concepción del hombre como ser inacabado y llamado, por gracia inmerecida, a la participación de la Vida Divina exige, en su vivir terreno, una subordinación integradora de los planos o niveles de su ser. Su estar en el mundo material y aprovecharlo por medio del trabajo , debe estar en función de su vivir biológico . Ni su trabajo ni el fruto de su trabajo tendrían que ser antagonistas de de su sensibilidad y su salud. A su vez, estos dos niveles de su ser hombre: su circunstancia material y su vivir biológico –“ si non est animal non est homo ”, decía el Aquinate- deben subordinarse a su racionalidad , a lo que lo hace persona, en relación a otras personas y, sobre todo, a las Personas divinas, a las cuales, por otra parte, le es imposible llegar sin la gracia de Cristo.
4.4. De alguna manera ya lo presentía Aristóteles cuando afirmaba que la inteligencia técnica o ‘ poietica' , debía subordinarse a la inteligencia práctica , a la moral, y ambas, finalmente, a la inteligencia teórica ávida de fines y de verdad. A Aristóteles le faltaba saber que esa verdad que es capaz de alcanzar la teoría solo podía encontrarla en Cristo y con la inteligencia potenciada por la luz de las virtudes teologales. 4.5. De esta triple subordinación no puede prescindir el hombre si quiere perfeccionarse como tal. Porque lo natural sin lo sobrenatural se transforma en antinatural y lo humano sin la gracia de Cristo se vuelve inhumano. Adán, el hombre viejo, es el Adversario del hombre nuevo, de Cristo. Tal dice San Pablo. En eso estamos. 4.6. Esta concepción del hombre, ya que el hombre persona es por esencia un ser ‘relacional', ‘político', ‘conviviente', debe darse también en las sociedades en las cuales se integra. Para el pensamiento griego la individualidad no integrada en familia, en polis, en ‘ ekklesia' , era deterioro de la persona. El que vivía fuera de la polis, el solo, el ' idios ', en idioma ático, era precisamente eso, un ‘ idio -ta'. O como hoy lo sabemos, el que vive fuera de la comunidad humana, pierde en la práctica su condición de hombre, como lo demuestran los niños ‘ferales', esos cachorros humanos que por accidentes de su niñez son criados por fieras. No digamos nada si son criados por degenerados. 4.7. Porque no cualquier sociedad, no cualquier cultura, corresponde a la verdadera dignidad y, por lo tanto, realización del ser humano. Si a la realización individual pertenece la mencionada triple o cuádruple subordinación de valores o bienes, así una sociedad que influya positivamente en esa realización debe subordinar el trabajo a la economía, la economía a la política –no la partidaria, ni la eleccionaria ni la latrocínica, como la actual, sino la que forma parte de la moral-, y la política al saber, al conocer la verdad, que imprescindiblemente exige la ciencia de Cristo, las virtudes teologales. El mundo del trabajo debe estar regido por los fines parciales que le propone la economía, la economía debe estar en función de la política que busca la justicia, la defensa de la sociedad y el bien común y la política , finalmente, debe ajustarse a la enseñanza de las cosas y los caminos de Dios que le sirve el magisterio de la Iglesia y las fuerzas sobrenaturales que le presta el sacerdocio católico. Y digo católico por decir cristiano, porque no hay genuino cristianismo sino en el catolicismo.
5. 1. Hubo una época paradigmática de la historia, surgida del humus de la fusión del espíritu cristiano, la ciencia helena y el derecho romano, unido al bullir de la sangre de los antiguamente llamados bárbaros en donde, precisamente en ese Occidente arrinconado, se conformaron sociedades que, aunque más no fuera como concepción holística, como cultura, como concepción ideal, vivía, en la conciencia de los hoy diríamos ‘formadores de opinión', ‘la esfera pública' –como la llama reductivamente Habermas (n. 1929)-, o en su ‘noósfera', de acuerdo al vocabulario de Vladimir Vernadsky (1963-1945) -luego plagiado y deformado por Teilhard (1881-1955)-, hubo una época, digo, cuando se tuvo clara esta subordinación y se plasmó en jerarquías institucionales. La reyecía y aristocracia , tanto gobernante como necesariamente militar, hipotéticamente ejemplar y virtuosa y promotora de la virtud, se subordinaba a la autoridad de Cristo expresada en el Papado y la Santa Iglesia , buscadora de Cielo, sí, pero iluminadora del camino y providente de los medios para alcanzarlo. El estamento económico, burgués si así quieren llamarlo, compuesto de comerciantes, de médicos, de arquitectos, abogados, maestros, estaban liderados, sostenidos y defendidos por los estratos superiores. Finalmente las fuerzas creadoras del trabajo servían -y eran sostenidas por ellos- a la economía, a la política y a lo sacro que corona la vocación del hombre y las sociedades. 5.2. No se trata de la concreción perfecta de esta jerarquía en este o aquel lugar o tiempo. El hombre viejo, Adán, la concupiscencia, la debilidad y el pecado humanos siempre coexistieron con el impulso y la edificación de lo cristiano. Se trata de eso que en la concepción de Niklas Luhmann (1927-1998), opuesto a todo reduccionismo ‘habermasiano', estudiaba en su ‘Teoría de Sistemas Sociales'. Con ideas tomadas de Ludwig von Bertalanffy (1901-1972) quien afirmaba que las culturas tenían algo de ‘holístico' y orgánico, más allá de lo puramente cuantitativo o fáctico de las bases individuales de la sociedad; posición que desarrolló en 1968 en su Teoría general de sistemas, la TGS. Esta ‘noósfera', o ‘cultura', o ‘pensamiento holístico' es mucho más que la sumatoria de los pensamientos individuales pero, de alguna manera, es ‘atmósfera' de la cual todos los individuos se impregnan y son, en mayor o menor medida, nutridos. 5.3. Una verdadera atmósfera cristiana de este tipo, o ‘noósfera católica', expuesta por los teólogos de la escolástica se vivió en lo que hoy podemos llamar el Occidente Cristiano, que comprendía fundamentalmente esa porción no tan grande de la tierra que se llama Europa y durante un lapso de tiempo, que puede medirse al menos desde el Renacimiento Carolingio, a comienzos del siglo IX, iniciado con Carlomagno y Alcuino, y con punto final en la brutal extinción de los últimos bastiones de cristiandad en las dos últimas guerras mundiales y en el despótico dominio de los medios que crean esta ‘noósfera' o ‘cultura contemporánea' que es, toda junta, enemiga del cristiano; ya se llame ‘mundo', ‘demonio' o ‘carne'. 6.1. Lo que si podemos identificar -con un cierto simplismo que nos ayuda a la comprensión de esta demolición del occidente Cristiano- son por un lado, los grandes enemigos y, por otro, algunos grandes acontecimientos que, como peldaños de decadencia, han terminado por pulverizar al occidente cristiano. 6.2 Antes que nada, hablemos de lo que Brullofff quiere significar con la presencia, en su cuadro, del candelabro del Templo de Jerusalén. No hablemos de pueblo ni de raza, porque sabemos bien que Jesús judío y muchísimos judíos se convirtieron y siguen convirtiéndose a El. Aquí lo que hay es una deriva que se produce en el pensamiento judío que, por supuesto, sostuvieron y sostienen personas determinadas aunque no siempre identificables y que no podemos confundir sin más con este o aquel buen judío que se profesa tal. Es una cuestión a la vez histórica e ideológica. Jerusalén, agitada por falsos Mesías estalló, a comienzos del primer milenio, en dos levantamientos contra Roma que terminaron ambos con la toma -y, finalmente, la destrucción- de Jerusalén. Uno en el año 70 por las tropas de Tito ; otro en el 130 con la cuidadosa demolición de los restos de la antigua ciudad por las tropas de Adriano . Sobre la antigua Jerusalén Adriano mandó construir una ciudad totalmente nueva a la cual llamó Aelia Capitolina, donde tanto los judíos como los cristianos tenían prohibido el ingreso. Los únicos judíos sobrevivientes de esas masacre fueron los fariseos, que habían rechazado la lucha y huido de la ciudad antes del ataque final. Los fariseos, ni mucho menos, representaban lo más auténtico de la tradición del AT. Por el contrario, según el mismo Cristo, lo deformaban con sus reglamentaciones y tradiciones humanas. Los nobles, los saduceos, los zelotes, los esenios desaparecieron con la espada en la mano o convertidos, los pocos que quedaron vivos, en esclavos del imperio perdiéndose en la oscuridad. En el célebre conciliábulo de Jamnia (70. 90?) a fines del siglo l, bajo la dirección del rabino Yochanan ben Zakai (30-90) se declaró único representante legítimo del judaísmo e interpretación auténtica del AT al partido fariseo. Habiendo perseguido a todos los no fariseos –entre ellos a los cristianos- y hecho hogueras con sus libros, con el tiempo juntaron todas sus tradiciones legales vituperadas por el Señor y sus exégesis rabínicas en las dos versiones del Talmud : el de Babilonia y el de Jerusalén -escrita éste en la provincia romana de Palestina-. Ambos terminados de compilar, en su forma actual, hacia el siglo V. 6.3. El Talmud, ‘pelagianamente', convencía a los judíos que podían perfeccionarse, divinizarse, ellos mismos, no por la gracia, sino mediante el cumplimiento de la ley mosaica, de la pura moral natural, deformada y abrumada por sus leyes positivas. Peor, cuando esta obra fue leída e interpretada, por un lado, mediante diversas gnosis plasmadas en el libro de la Cábala -conjunto de varios libros esotéricos ya rejuntados en una sola obra hacia el siglo XII- y, por otro, por filosofías neoplatónicas y neoaristotélicas de corte panteísta.
6.4. El Cardenal Danielou (1905-1974) ubica el origen de la gnosis judía en el rechazo de muchos hebreos -después de la decepción de las dos destrucciones de Jerusalén consumadas por Tito y Adriano- al Dios, al Yahvé, del Antiguo Testamento. Según ellos, Dios había traicionado a su pueblo condenándolo a la muerte, a la dispersión o a la esclavitud. Apelaron entonces a la falsa divinidad de la gnosis, de la autoconciencia de la propia divinidad del pueblo judío, destinado a liberar al mundo de la alienación que significaba declararse creaturas de un Dios que no fueran ellos mismos. Había que erradicar a ese Dios trascendente, humillantemente distinto del hombre y de la naturaleza, que, en el mundo, solo defendían claramente los católicos. Por eso, éstos fueron objeto de toda su inquina. Esta ideología de la cual no siempre, decíamos, podemos señalar a los sostenedores o sujetos constituyó y constituye la ‘noósfera' –para seguir utilizando el neologismo- de gran cantidad de autoconfesados judíos, aunque no siempre lo manifiesten, al modo de los marranos españoles. 6.5. Los otros adversarios, aunque no siempre en el interior de la cristiandad, eran y son los pueblos paganos que adoran a la naturaleza como divina y, en su justificación esotérica, no tienen más remedio que identificar al Uno –oculto- y el Múltiplo –aparente-; el ‘ser' -inefable, apofático e incognoscible- y la ‘doxa', -la opinión, la aparientica-; el bien y el mal; finalmente, el ser y la nada. Al modo de las doctrinas orientales, del yoga, del budismo, del zen, de las doctrinas sufíes, de la Nueva Era. En el plano del pensamiento griego fueron también adversarios de los cristianos, el neopitagorismo, el neoplatonismo, el estoicismo y todas las filosofía griegas que, de vez en cuando, resucitaban con cambiantes y serpentinas formas. Incluso fue adversario de lo cristiano el más potable aristotelismo que, bien interpretado en su panteísmo por el musulmán Averroes, finalmente pudo bautizar y llevar al cristianismo Santo Tomás de Aquino . No es casualidad que Juliano el Apóstata (361-363), poco antes de que Teodosio, con su edicto de Tesalónica del 392, declarara al catolicismo religión de estado, intentó, junto con la de los templos y academias paganas, reconstruir el Templo de Jerusalén. A estas doctrinas hay que añadir las gnosis ‘herméticas' que pulularon por Europa y fueron resucitadas sobre todo a partir del mal llamado Renacimiento. 6.6. Fue este tipo de judaísmo, que no quería compartir sus privilegios con nadie y no tenía prosélitos, el que forjó el engendro perverso de la doctrina islámica para vacunar a los pueblos contra el cristianismo. Fue él, junto con los sufíes y los neopitagóricos, quienes malparieron la secta masónica con el expreso propósito de acabar con la Iglesia Católica. El relato es largo. Solo menciono todo esto para afirmar que toda simplificación de la historia es mendaz y que vivimos en un mundo muy complejo en donde las falsas doctrinas se entreveran y renacen en sectas que sufren mutaciones y contradicciones, atacan desde fuera y desde adentro, y se alían con nuestro propio hombre viejo, con el Adán que todos llevamos dentro resistiéndose a dejarse recrear ni redimir por Cristo. 7.1. Como mojones de la demolición del occidente cristiano siempre resulta pedagógica la triple revolución que todos conocemos.
La primera y fundamental -porque se asienta en el caracú de nuestras soberbias y los deseos prometeicos del hombre- es la Revolución Protestante – Lutero (1483-1546), Zwinglio (1484-1531), Calvino (1509-1564), sumados a los asesores y seguidores del penoso gordito Enrique VIII (1491-1536)-. Ella se levantó contra la Santa Iglesia y proclamó el derecho del hombre en general y de las autoridades políticas en particular de decidir por su propia cuenta lo que estaba escrito en las Escrituras y, por el otro, de ser ellos mismos, por medio de su fe sentimental o ‘fiducial', quienes darían valor a los pocos sacramentos que aceptaron. Al mismo tiempo declararon a la razón humana inepta para conocer nada de Dios, solo para abajar la mirada al propio yo y constituirse en sujeto autónomo de veracidad, de moralidad, de política. Ya los príncipes no debían someterse más a la autoridad divina. La autoridad les venía directamente del Dios que eran, en el fondo, ellos mismos. No existe una verdad o realidad objetiva contenida en las Escrituras o en los Sacramentos y que debe llegar al hombre mediante la Iglesia, sino que la verdad la fabrica el propio hombre con su lectura fideísta y personal de la realidad.
7.2 La verdad no es lo contenido en la Escritura, sino lo que el yo, confundido con el espíritu divino, lee en ella. Kant (1724-1804) será el traductor laico de la concepción luterana y todos sus émulos modernos y contemporáneos, quienes afirman que es imposible conocer la realidad sino solo lo que yo conozco de ella, si es que existe fuera de mi mente, de mi conocer y sentir. Nacimiento del mundo del sujeto, de la opinión, del sentimiento, de la gnosis de la serpiente rediviva en Hegel (1770-1831) en Marx , en Freud , en Lacan (1901-1981), en el ‘pensamiento débil' contemporáneo –Gianni Vattimo (n 1936)-, en el desconstructivismo letal de la actualidad. Pensemos como detalle ilustrativo que el famoso Fromm , de origen judío, freudiano y marxista, que tantas cosas interesantes nos ha dejado, propone no a Dios sino a la serpiente como la verdadera liberadora del ser humano. 7.3. Quienes piensan que lo que separa al catolicismo del protestantismo –no digo a ‘los' católicos de ‘los' protestantes- es cuestión de dogma más o menos, de sacramento más o menos, no se dan cuenta de la revolución copernicana que significó la difusión de su pensamiento en los ámbitos de la vieja cristiandad con su trueque de lo objetivo por la pura subjetividad. Por supuesto la lucha y empresas de los protestantes fueron y son sufragadas e impulsadas por la gnosis judía y la masonería. Pensemos en el apoyo de su banca en Francia para sostener a los hugonotes. 7.4. La segunda revolución es la que se adorna de todos esos aspectos de la rebeldía, pero ahora en el seno de la burguesía del dinero, de la producción, del confort y del consumo. Rebeldía contra las autoridades más o menos legítimas en la Revolución Francesa y sus sucedáneos. Lo político y lo moral despojado de fines trascendentes, y aún de fines ‘ut sic', de la nueva dirigencia blasonada, de una manera u otra infiltrada de protestantismo, por falta de auténtica teoría, de metafísica, no pudo sostenerse con ningún ‘imperativo categórico' ni ética autónoma. Por eso lo económico se desmadró impulsado por la siempre hambrienta ‘triple libido' y abominó de toda autoridad. 7.5. La antigua noósfera cristiana, las viejas virtudes, los restos de sentido común aguantan, empero, un tiempo, el edificio. La Iglesia reacciona en Trento (1545-1563) y podrá prosperar todavía en medio de este caos ideológico, de esta ‘noósfera' borrascosa. Y vendrán los siglos de las nuevas misiones, la colonización liderada por guerreros todavía cristianos, la conversión al catolicismo de la porción de América y muchos pueblos más colonizados por España, Francia y Portugal al catolicismo. Lamentablemente siempre insidiados por la masonería, por el acompañamiento venenoso de las misiones protestantes, por las conquistas brutales de países occidentales pasados al anticatolicismo. 7.6. Pero los restos de ética y de autoridad legítima que detentaban aún muchas monarquías y principados católicos, se fueron degastando por la omnipotente masonería - Pombal (1699-1782) en Portugal, el duque de Rivas (1791-1865) en España- y las tropas reclutadas entre civiles, llevadas a verdaderos mataderos, de la falsa monarquía del diabólico emperador Napoleón (1769-1821). La misma burguesía, finalmente, a pesar de sus clubes secretos, de su poder económico, de su ética impostada, envuelta en sus principios protestantes y liberales, en la prédica del imposible modelo democrático roussoniano, desde su ambición de confort y de molicie, de falsas libertades sexuales, de desconocimiento no solo de las leyes divinas sino del rechazo de la ley natural, será desbancada por el ‘homo faber', por el hombre que se fabrica a si mismo, por la figura del proletario sin raíces, sin patria y sin leyes. Creador de si mismo por medio de la técnica, de la destrucción de lo natural para la construcción a partir de la nada del pseudo ‘hombre nuevo' marxista o del que, en los pañales del psicoanálisis freudiano, se libera totalmente de su supuesta naturaleza creada para endiosarse en su ‘libido de muerte'. 8.1. Estas etapas anticristianas coexisten hoy tumultuosas y mortíferas en nuestro occidente y, bajo diversas ideologías, han invadido el mundo o han acentuado el anticatolicismo de las ideas paganas o de la hidra islámica. El pronóstico futuro de la posible restauración de la cosmovisión cristiana es reservado. Aunque, por caridad, debamos luchar por él, pensamos que, a nivel de las sociedades, el diagnóstico es de enfermedad terminal. Nos superará el jolgorio del libertinaje, del consumo, de la droga, de la delincuencia defendida por los inefables ‘zaffaronis', de las apetencias a veces payasescas de figuración de ambición de poder y de poseer, de la antinatura y de todos los males que Vds. bien conocen. 8.2. Pretender frenar la debacle desde cualquier hito anterior de este tobogán de lo humano y lo divino es esfuerzo inútil, como ha sido sangre inútil, en nuestra Patria, aunque quizá martirial, la derramada por nuestros soldados, apuntando sus líderes estólidos a una ‘democracia sana', a un liberalismo contradictoriamente más o menos ético. Esa sangre que se ha derramado de las venas de tantos de nuestros soldados cristianos, a los fines de Dios no será ciertamente inútil. Ni la que los verdugos siguen secando en sus arterias en las mazmorras de la gobernante subversión. 8.3. Inútil, sí, será buscar aliados en el ecumenismo protestante, mucho menos en la interreligiosidad con las divinidades paganas, menos aún en la complicidad de las sectas masónicas y las supuestas derechas liberales. Pero, en fin, es hora de ir terminando y redimensionando, al menos desde lo cuantitativo, este periplo trágico de nuestro extinto occidente católico. -----------------------------------------------------------------
9.1. Es probable que en este momento estén viviendo en el mundo más católicos que todos los que han vivido en la tierra desde las épocas apostólicas. Sabemos que la población humana ha registrado en los últimos tres siglos un aumento exponencial. Está calculado que ahora está vivo en la tierra más del diez por ciento de todos los seres humanos que han existido en la historia. Siete mil millones de almas. Ciertamente, desde principios del siglo XIX o de la Revolución Industrial a nuestros días, han vivido muchos más seres humanos que los que vivieron desde los hace 50 000 años que se presume tiene más o menos la humanidad. Al menos ¡las cuatro quintas partes! Han de pensar Vds. que, en la época de la vida terrena de Cristo, bajo el imperio romano, vivian solo 50 millones de personas. Sumadas al resto de zonas por ellos desconocidas, no llegarían a los 150. Algo como el cuatro por ciento de cuantos hoy están vivos. En la época de las cruzadas serían mas o menos 200. Cuando el descubrimiento de América, cuanto mucho, quinientos. Nada comparado a los 2000 millones con los cuales se comenzó el siglo XX y aumentaría a los 7000 actuales. Si la medimos en cifras humanas, en censos numéricos, la cristiandad occidental ha regido en una porción relativamente minúscula de la humanidad global, sin contar lo que aún viene. 9. 2 La importancia, empero, de la civilización occidental cristiana no es reducible a cifras, sino a influjos de orden mas sublime en paradigmas de santos, de guerreros, de gobernantes, de científicos, de verdaderos seres humanos en general, en realizaciones de arte, en sabiduría y en ciencia y en la comprensión de la verdadera justicia, la belleza, la verdad y el bien. 9.3 Y su importancia es tal que, incluso dialécticamente, como decíamos, hoy podríamos decir que la civilización no cristiana no puede dejar de definirse implícita o explícitamente sino por su ‘anti' cristianismo, es decir por el ‘anti' catolicismo. Ya no queda casi nada neutro en las sociedades, si alguna vez lo hubo: o católico o anticatólico. O con Cristo o contra Cristo. O con la verdadera Iglesia, la de Roma, o contra ella. 10.1 Otra premisa necesaria, para no caer en un pesimismo que desconoce el señorío absoluto de Cristo Rey sobre la historia de los hombres, es que, como tal, la historia no tiene ningún fin inmanente que deba realizarse necesariamente en este mundo. Si hubo un fin ese fue el de la Encarnación del Verbo en la plenitud de los tiempos, en el séptimo día y en el octavo que señala su Resurrección. Desde entonces la finalidad de la historia es proporcionar las cambiantes circunstancias que Dios gobierna con infinita sabiduría, poder y amor, para permitir completar el número de los elegidos. San Pablo nos lo ilumina cuando afirma en su epístola a los romanos, capítulo octavo: ”28 Sabemos, además, que Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio . 29 En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos” Son esos ‘muchos' hermanos, bajo la reyecía de Cristo Señor y María Señora, los que, a medida que se añaden a la Iglesia Triunfante, al octavo día, configuran el fin de la historia, los “cielos nuevos y la tierra nueva” en la que perdurará para siempre la nueva y definitiva creación. 10.2. Si es verdad que, como dicen las estadísticas, a partir del año dos mil ha habido un mártir cristiano cada cuatro minutos, sumados a los innumerables católicos en familias católicas que viven ‘dendeveras' su condición cristiana, no podemos decir de ninguna manera que, desde el punto de vista de Dios, este tumultuoso ya no tan nuevo siglo no será especialmente fecundo. Y ya afirmaba San Buenaventura, cuando se preguntaba, en su cátedra de teología de París, qué convenía más al cristiano, si una sociedad que favoreciera al catolicismo o una que lo persiguiera, respondía: “ para las mayorías seguramente es mejor la primera. Pero, para los héroes y los santos, seguramente la segunda. ” El mismo doctor franciscano, en su pequeña suma teológica que es el Breviloquio , sostenía la doctrina de siempre: “El hombre y la historia serán consumados y llevados a plenitud cuando en la gloria se complete el número de los elegidos” Brev p 7 c 4 n 7. 10.3. Lo decía indicando, a la vez, que entonces, completado ese número, el mundo acabaría, -como sabemos, por las prognosis de la ciencia, que un día acabará-. San Agustín, quizá más realista, opinaba, en cambio, que el mundo podría continuar su existencia, e incluso también la humanidad, pero, completado el número de los elegidos, el universo ya habría perdido su verdadero sentido. Y el del nacimiento y muerte de los hombres y sus obras ciclópeas y faraónicas, también. Ninguna utopía ni siquiera cristiana, como fin inmanente, nos está esperando como fin de la historia. 10.4. No estará pues demás, terminar esta conferencia, sabiendo que “muchos son los llamados y pocos los elegidos” (Mt 22, 14), diciendo: “¡Oh señor Jesús de quien llevo en mi alma la marca candente del bautismo! ¡Oh Señora Reina Nuestra, de quien llevo tu uniforme de combate -tu escapulario-¡ ¡Tened piedad de mi!” |