CREACIÓN, METAFÍSICA CRISTIANA Y NUEVA ERA
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

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3. El pensamiento católico

3.1. La Metafísica cristiana y su concepto de Creación.

3.1.1. La concepción de la "Nueva Era", la vieja Metafísica 1, tanto en el campo de nuestro concepto del hombre, como del cosmos, está fuertemente rechazada por la Sagrada Escritura. Más aún: podríamos decir que este rechazo es el núcleo mismo del mensaje escriturístico y, especialmente, de los tres primeros capítulos del Génesis. Es la negativa a aceptar que el cosmos sea un organismo viviente autónomo y, por lo tanto, divino. Es la afirmación de que el hombre no tiene nada de divino: es pura criatura y, si pretende considerarse divino, se equivoca trágicamente.

3.1.2.

"En el principio Dios creó el cielo y la tierra".

Conocemos la frase de memoria. Es el versículo con el cual comienza el Pentateuco, los cinco primeros libros de nuestra Biblia. Espontánea y rutinariamente tendemos a imaginar la escena en el tiempo, como si el poema de los siete días que este versículo abre, intentara describir un momento inicial, el comienzo, la largada de lo que será luego la historia de la humanidad.

Los que saben algo de ciencia tienden sin darse cuenta a identificar esta descripción con el estallar primigenio de la materia universal, con el "Big Bang" o "Gran Pum" de la astrofísica moderna, en un nuevo concordismo, similar al que algunos teólogos cristianos realizaron durante mucho tiempo cuando trataron de leer el relato bíblico desde el Fedón de Platón y no desde los propios presupuestos bíblicos.

Hoy, a veces, algunos católicos bien intencionados al leer este poema de Gn 1 no como una reflexión metafísica sino como un relato cronológico, también intentan hacer concordismo con los datos que nos presta la ciencia contemporánea. Es un flaco servicio que se presta al texto y a la enseñanza católica.

Ni la Sagrada escritura pretende brindarnos una visión "científica" -en el sentido de la astrofísica- del universo ni describirnos el proceso de formación temporal del mundo. Es -como decíamos al comienzo- una reflexión "metafísica" sobre el Ser, hecha en lenguaje poemático, mítico, parabólico, que es el que usaban las culturas con las cuales los autores sagrados se enfrentaban cuando dicho poema fue escrito, mucho antes de que apareciera el lenguaje racionalista griego.

3.1.3. Por otra parte, no hay ninguna contradicción entre la visión de la ciencia actual y el relato bíblico. Más bien podríamos decir al contrario: la ciencia moderna contradice las afirmaciones de la Metafísica 1, de la gnosis, del budismo, de la "Nueva Era", etc., al menos en lo de considerar al mundo eterno.

Pero, por más que la ciencia puede investigar el cómo de las realidades mundanas, las leyes que presiden el gestarse de la materia, de las galaxias, de la vida, de la inteligencia, esto no pasará sino por afirmaciones descriptivas que explican el funcionamiento, pero no el por qué, ni el para qué de todo ello. Es decir, la física, la química, la biología, la neurología, escrutan y explican el modo como se desarrollan los seres y los acontecimientos, leyendo en ellos las leyes que los estructuran sincrónica y diacrónicamente; pero el porqué de la existencia de esos seres, el porqué las cosas pueden ser investigadas y posean estructuras y leyes que las regulen, el para qué de la existencia, eso lo pregunta e intenta responder la metafísica.

El concepto de Creación de la Sagrada Escritura y de la tradición católica se mueve en este segundo plano, no en el primero. Responde al tipo de pregunta metafísica que también se hacen como hombres los mismos científicos. Lo que, por ejemplo, dejaba perplejo a Einstein .

"Lo eternamente incomprensible en el mundo es que el mundo sea comprensible" (13)

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3.1.4. Pero esta distinción entre las ciencias naturales y la ciencia metafísica no es algo que fácilmente haga el hombre de nuestros días. Por ejemplo, en lo que respecta a la teoría del origen del universo y, secundariamente, del hombre. A nivel, digamos, de "Selecciones del Reader's Digest" se piensa que ya prácticamente hemos develado estos problemas. El "Big Bang" y la sucesiva formación de materia, galaxias, estrellas y planetas habría ya dado cuenta suficiente del estado actual del universo y de sus leyes fundamentales. El neodarwinismo, con los aportes de las modernas teorías genéticas, aclararía ampliamente la aparición del ser humano.

Imágenes del Big Bang y de la expansión del universo, junto con homínidos barbudos y de mirada feroz, estrellas estallando y formando sus planetas o transformándose en agujeros negros, junto con Lucys y hombres de Neanderthal, pueblan definitivamente la imaginación de nuestra gente como datos incontestables de la ciencia. Y quizá lo sean.

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Frente a estas imágenes, fruto de la inteligencia contemporánea, para muchos, contrastan como infantiles y hasta increíbles los datos, también en imágenes, que nos presenta la Sagrada Escritura cuando habla del universo y del hombre. La gente se pregunta ¿qué tienen que ver los arcaicos relatos bíblicos y, más concretamente, la enseñanza de la Iglesia, con estas explanaciones coherentes y luminosas de hombres como Hubble , Einstein , Hawking , Leakey?

¿No será el momento de dejar de lado de una buena vez aquellas representaciones y quedarnos con lo que la gente seria -los "científicos"- nos enseña del universo?

3.1.5. Tal sería el caso, si lo que pretendiera enseñarnos la sagrada Escritura tuviera directamente que ver con lo que nos describe la ciencia actual. Ahora bien, la Escritura, en los pasajes en donde se nos habla del universo, de ninguna manera intenta darnos ninguna enseñanza de orden cosmológico, a la manera en que la pudiera enseñar un Hawking, un Einstein, un Lemaître. Lo que quiere transmitirnos es el sentido, el significado, de la existencia, de nuestras vidas. Es una reflexión de índole sapiencial, filosófica, religiosa, metafísica y, de ningún modo, un tratado de física o de astronomía o de botánica.

(13) Y continuaba:" Mi religión consiste en una humilde admiración hacia el espíritu superior y sin límites que se revela en los más pequeños detalles que podemos percibir en las cosas con nuestros espíritus falibles y frágiles. Esta profunda convicción de la presencia de una razón superior y potente revelándose en la inmensidad del universo he aquí mi idea de Dios." Albert Einstein , en "The Journal of the Franklin Institute", vol 221, n. 3, marzo 1936.

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