CREACIÓN, METAFÍSICA CRISTIANA Y NUEVA ERA |
3. El pensamiento católico 3.8. Creación y Cristo 3.8.1. Pero es claro que el concepto de Creación no se agota con lo que sobre él puede decirnos el Antiguo Testamento. Sin embargo, ya el Antiguo Testamento nos muestra la creación como un estatuto permanente, sí, de la creatura, pero abierto a un futuro, a un sábado de bendición y plenitud, a una realización plena escatológica que, en esa etapa de la revelación o de la reflexión metafísica, aparece como poco clara, obscura, hasta contradictoria. Es el Nuevo Testamento quien recién da plena respuesta a la pregunta del porqué y el para qué de la creación en marcha, en gestación. Detengámonos solo y brevemente en ese otro gran poema metafísico y teológico que es el Prologo al Evangelio de Juan . Que aquí viene especialmente a cuento porque, a propósito, quiere remedar o parafrasear el poema de Génesis uno. " En el principio creó Dios los cielos y la tierra " " En el principio era el Verbo " Si Juan, en lugar de escribir en hebreo o en griego, hubiera escrito en chino, probablemente, en lugar de la palabra verbo, hubiera utilizado la palabra Tao: " En el principio era el Tao ". Pero, así como Juan, utilizando el vocabulario estoico, corrige su significado desde el bíblico ' dabar ' -'decir', 'palabra, 'cosa'-, así también hubiera corregido el sentido de la palabra Tao. 3.8.2. Porque, para Juan, de ninguna manera el Verbo, el Logos, el Tao, se identifica con el cosmos ni con ninguna de sus partes. Juan, en la línea de la revelación véterotestamentaria, de ningún modo dice que el universo es divino. Al contrario: lo declara creado , dependiente , de ninguna manera eterno: temporal, finito, caduco. Ni el hombre es una partícula de espíritu o de dios sumergida en la materia; ni la materia o el mundo son engañosos o malos, simplemente son imperfectos, en vía de perfección, de transición, de camino. El prologo joánico nos muestra la distancia abismal -que empero por amor Dios franqueará en la encarnación- entre el Creador y lo creado, entre Dios y el mundo, entre el Verbo y lo humano. " El Verbo era Dios y todas las cosas fueron hechas por medio del Verbo ". Esto no lo podría aceptar ni Capra, ni el New Age, ni el taoísmo, ni los estoicos; porque para ellos el Verbo es parte del universo, es parte de nosotros mismos. Para Juan y la Iglesia, el Verbo no es el ‘orden del cosmos' ni la unidad del universo, ni la inteligibilidad y expresión del todo; el Verbo es, antes que nada, la expresión e inteligibilidad de Dios, su propio decir, la infinita luminosidad y sabiduría eterna, anterior a toda creación, con la cual se entiende, dice y extrovierte el mismo Dios en la fecundidad plena y sin desgaste del convivir trinitario. Por supuesto que, sin confundirse con el orden del mundo, el Logos es quien pone ese orden, quien da unidad al universo y hacia quien hay que mirar, o recibir su palabra, para poder entender el mundo. Por eso, contrariamente a lo que dice Capra o el taoísmo o la gnosis, por más que el hombre se entienda a sí mismo, por más que descubra todos los enigmas del cosmos, todas sus leyes y su estructura, nunca conocerá a Dios, sino solo a su obra, a su creatura y, aún ésta, sin su referencia al Creador, imperfectamente. En sí, el hombre -por más ejercicios yogas que haga, por más control mental, psicoanálisis, meditación trascendental- solo encontrará caducidad, límite, imperfección, mortalidad. 3.8.3. Es lo que quiere designar Juan cuando se refiere al universo y al hombre como mundo o carne o sangre. En estos términos la sagrada Escritura no ve, como los griegos, una parte del hombre, sino a todo el hombre. Decir que el hombre es ‘carne', para la Biblia, es simplemente decir que es solo eso: hombre. Y en ello no hay nada de despectivo: la carne o el cuerpo no es -como entre los gnósticos- perverso, contrapuesto al espíritu o al alma, sino simplemente creatura : querida por Dios y por lo tanto buena, pero solo eso, creatura, sujeta al desgaste, al tiempo y a la muerte. Tampoco es engaño, ilusión, ni la fragmentación ni decadencia del Todo, del Uno. Es real, verdadera, distinta, concreta, aunque no divina y, de por sí, caduca, destinada a acrecerse y plenificarse, mediante el hombre, por la gracia, en la trascendencia divina. Por más que el hombre bucee en la profundidad de su ser o escrute lo infinitesimalmente pequeño o alucinantemente grande del cosmos, allí no encontrará sino límite, entropía, finiquitamiento... 3.8.4. Par la New Age, para Capra, para el taoísmo, para los estoicos, para el budismo, el hinduismo, etc. el hombre ya es Dios o hijo de Dios por naturaleza. Basta que, con el conocimiento, la contemplación, el yoga, llegue a esa parte divina, inmutable, eterna, simple, de su ser y la reconozca, para transformarse automáticamente en Dios. Para Juan, para el cristianismo, el hombre como tal es solo hombre, creatura, pero puede llegar a ser hijo de Dios , no porque tenga nada adentro capaz de hacerlo crecer como tal, sino porque el Logos, el Verbo, la luz verdadera, la Vida, ' se hizo carne y habitó entre nosotros '. El Verbo, el Tao, no se identifica con el mundo ni con el hombre, pero vino al mundo y se hizo carne y ' los que lo reciben, a los que creen en su nombre, les da el poder de llegar a ser hijos de Dios '. ' No de la sangre ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre ', sino por pura gracia . La Encarnación, coronada por la Resurrección que inaugura el tiempo definitivo, es lo que, desde la Trascendencia de Dios Creador, permite al Universo alcanzar verdaderamente al Uno y obtener su glorificación, su acabamiento último y definitivo. Eso no lo puede sacar de sí mismo, de la inmanencia. Porque la sencilla verdad es –repetimos- que ni el universo, ni el hombre, ni ninguna de sus partes, son divinos, eternos, inmortales... Tanto el mundo como el ser humano son creaturas, seres finitos, limitados -protones y electrones, quarks, energía-, que han tenido comienzo en el tiempo y tendrán fin en él. Todas las estrellas del cosmos, que gastan toneladas y toneladas de materia para dar luz y calor, finalmente se apagarán; toda la materia se desintegrará; toda vida cesará; todo hombre, -como todo animal, y, si existen, todo marciano o ET-, también morirán. No porque lo diga ningún profeta, ni iluminado, ni escritura sagrada, sino simplemente porque es un dato de la ciencia, una constatación experimental, observable, computable, calculable... Si el universo y el hombre, pues, quedan encerrados en sí mismos, ineluctablemente perecerán. 3.8.5. Pero en cambio sí existe el Ser que no necesita creador, que no ha tenido inicio ni tendrá fin, que nunca se apagará, y siempre, espléndido, será pura luz, color y calor, verdad y vida, donación y amor. Ese es Dios, distinto del universo, de ninguna manera parte de nada, ni alma del cosmos, ni alma del hombre. Él es el que crea el universo y le da su masa y su energía, sus leyes físicas y sus normas psíquicas; Él maneja el nacimiento de las estrellas y los planetas, la evolución de la materia y de la biología y, finalmente, Él es el Señor de la historia de los hombres. Y de ninguna manera Él quiere que todo termine en el cataclismo final del universo previsto por los astrofísicos, ni en la muerte biológica que firman los médicos en nuestros certificados de defunción. Él ofrece, en la Encarnación y Resurrección del Señor, la posibilidad de salir de la encerrona de estos límites. 3.8.6. Ese es el símbolo que usa, p. ej. Marcos 1, 7-11, para decirnos lo que significan Cristo y el bautismo para nosotros cuando describe que se abre el cielo sobre las aguas del Jordán. Mediante la Encarnación, Dios expugna, fuerza, abre brecha, en las murallas cerradas de este mundo, en el confín humanamente invadeable del morir, e introduce en el universo su propia Vida, su mismo Espíritu; y, a quienes aceptan -en las aguas primordiales, germinales, amnióticas del bautismo- esta intrusión recreadora, este nuevo génesis, los declara hijos suyos. " Tú eres mi hijo muy querido ", nos dice a cada uno, " en ti tengo puesta mi predilección ." " Tú ", nos dice. No dice: " ahora los dos somos yo ". " Ahora vos te confundís conmigo ". No: " Tu ". Él permanece Dios frente a nosotros; con nosotros, pero distinto de nosotros. Por eso se pone el nombre en el bautismo. Ese nombre que es signo de una personalidad no intercambiable, única, que jamás será trocada por otra, ni desaparecerá, ni se confundirá con el todo, ni -más absurdamente aún- podrá transformarse en otro ser. El bautismo, pues, es la extensión a nosotros, de la Encarnación. Precisamente porque rompiendo el límite de lo creado Dios ' acampó entre nosotros ' -como dice la Escritura- en el ser humano de Jesús; por eso mismo nuestro caduco ser humano puede, por gracia, elevarse a vivir la misma Vida de Dios. Ahora sí, no por naturaleza -como dice la Nueva Era-, sino por gracia, el hombre puede alcanzar lo divino, saberse desde ya hijo de Dios. No por ser hombre, sino por ser cristiano soy pleno hermano de Jesús, llevando en mí ser intransferible, único, personal, el germen de la vitalidad divina que me hará llegar al existir inmortal y feliz de Dios, una vez roto totalmente el involucro del límite, al atravesar la muerte. Esa será la culminación de la obra creadora. 3.8.7. Pero allí no seré alma flotante, espíritu fantasmal, ni tampoco una gota más que vuelve a sumergirse en el océano del Todo; sino que conservaré mi nombre, mi persona, mi ser único, abrazado en lazos de amor; no en el único yo del todo, sino en el "yo" y el "tú" de la perfecta amistad, que transforma a todos en el 'nosotros' del pleno compartir. No somos divinos porque hombres, sino porque cristianos. Porque también para nosotros, un día, en la pila bautismal bajó el Espíritu, se abrió el cielo, y Dios nos hizo su solemne, irretractable, paterna declaración de amor. |