ARTÍCULOS Y CONFERENCIAS
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ
S. TH. D., Prof. Ordinario de la Facultad de Teología de la UCA. Buenos Aires.

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RelaciÓn entre Teología y Ciencia

  Ponencia oral en el Seminario Intercátedras de la Facultad de Teología de la UCA del año 2004

  1.1    Dicen que Albert Einstein afirmaba, entre sus íntimos, que, de entre todos los científicos del mundo solo podía hablar de sus teorías a lo más con dos o tres físicos. Los demás no lo entendían. Más o menos como cuando los oigo conversar entre ellos a Ferrara, Gera y Briancesco. A veces uso esta afirmación de Einstein en algún retiro espiritual para referirme a la inevitable soledad de los santos: ellos son capaces de entender y amar a todo el mundo, pero pocos son capaces de entenderlos a ellos, al menos en lo profundo. 'Personalitas, ultima solitudo', decía Duns Scoto.

         En Estados Unidos corre el siguiente dicho: "En Harvard, se aprende cada vez menos acerca de una cantidad cada vez mayor de temas, hasta que uno acaba por no saber nada de todo; en el Massachusetts Institute of Technology (el MIT), en cambio, se aprende cada vez más acerca de un número cada vez menor de temas, hasta que uno acaba por saberlo todo de nada." Con lo cual, como todos nos damos cuenta, hablar de diálogo entre los seres humanos tiene sus bemoles. El diálogo, aún en la misma ciencia, exige un común denominador de conocimientos en donde, cuánta más amplia es la temática, menos precisas son las conclusiones.

  1.2     ¿Qué decir, pues, del diálogo entre las distintas ciencias, entre las cuales desde el vamos quiero incluir la teología? Prácticamente con cualquier argentino y aún latinoamericano e italiano podemos hablar de Maradona, difícilmente encontremos interlocutores para hablar más allá de generalidades sobre Albang Berg o Shostákovich; poquísimos sobre los actos nocionales que pretenden describir las procesiones trinitarias, o sobre las cadenas markovianas.

          Por eso quiero circunscribir el común denominador del saber científico objeto de diálogo o integración con la teología que me ha permitido aceptar exponer el tema de hoy.

  1.3    Mi competencia al respecto es harto relativa. Lejos de un George Lemaitre, el primer teórico del explosivo átomo primitivo al cual, mucho mas tarde, en son de burla Fred Hoyle denominó Big Bang -y nuestro compatriota Marechal rebautizó Gran Pun-. Lemaitre era a la vez físico -seguidor de Einstein- y sacerdote. Lejos también de un Teilhard de Chardin con sus conocimientos paleontológicos, o de un Stanley Jaki húngaro radicado en Estados Unidos, benedictino, doctorado a la vez en Teología y en Ciencias físicas. Mis pocos conocimientos derivan de mis estudios en el Colegio Nacional de Buenos Aires, y algunos años de Agronomía y simultáneas Ciencias Económicas que precedieron a mi ingreso al Seminario.

          Luego he explorado, si, bastante literatura al respecto, alguna especializada, otra de divulgación. Y ni siquiera en una rama del saber científico -las ciencias duras como se le ha deslizado al Dr. Fernández en su mail de ayer-, mi interés picoteó incompetentemente no solo por el campo de la física sino de la cosmología, la paleontología, la neurología, la biología, la etología, y cuanto saber a mi alcance -no excluidos los saberes humanísticos-. No solo por curiosidad gratuita, sino sobre todo por lo que me podía ayudar a entender mejor la teología y transmitirla tanto en la enseñanza como en la predicación. Desde que soy profesor, por supuesto me interesaron las que más tenían relación con las materias que he dictado, sin distinguir demasiado entre ciencias duras y ciencias blandas, ni meterme en las honduras de la filosofía de la ciencia -Poincaré, Duhem, Meyerson, Bachelard, Bertrand Russell, Wittgenstein, Popper, Charles Peirce- ni siquiera, demasiado, en las de los científicos que han hecho filosofía Bohr, Planck, el gran de Broglie, Jeans, el mismo Einstein, Heisenberg, Hawkings, Prigogine, Igor y Grichka Bogdanov y tantos otros-. Esas son investigaciones y conocimientos que cedo con total desprendimiento y alegría a nuestros colegas filósofos que, por otro lado, todavía nos deben mucho a los teólogos como puentes obligados de la reflexión, y del acercamiento y mediación de la ciencia a la teología.

  1.4     A veces, desgraciadamente, nos vemos los teólogos haciendo el trabajo que ellos no hacen. Porque dejando de lado a nuestros filósofos tomistas, a quienes globalmente la acusación podría aparecer injusta, es evidente que, en la filosofía en general, como denuncia constantemente nuestro ácido compatriota Mario Bunge, "lo que está de moda es la actitud irracionalista y anticientífica característica de la llamada posmodernidad." "En las facultades" -dice- "se enseña a Kierkegaard, Nietzche, Heidegger -a quien Bunge particularmente detesta- Sartre, Foucault, el recién fallecido Derrida, Geertz..." "En esas facultades uno se puede anotar en cursos sobre deconstruccionismo, hermenéutica, filosofía feminista, sociología anticientífica de la ciencia, antropología literaria, y asignaturas afines. O se pueden tomar cursos sobre filosofía de la mente que no requieren ningún conocimiento de la psicología ni de la neurociencia. Otros cursos populares tratan de la llamada teoría crítica, esa mezcolanza tediosa de Marx, Hegel y Freud expuesta por Habermas y sus maestros. Pero no se exigirá la lectura crítica de los textos científicos del gran economista, no se intentará descifrar los textos crípticos de Hegel, ni se intentará comprobar si los mitos de Freud tienen algún fundamento empírico. El estudiante aprenderá a leer (casi siempre en dudosa traducción), a repetir y a imitar, pero no a comprender ni, menos aún, a buscar la verdad."

          Con lo cual, aunque tampoco desdeño leerlos y usarlos, en el campo del saber científico, a los filósofos poco les debemos. Pero es claro que si como decía Rahner la antropología no es más que una 'Cristología incompleta', casi lo mismo podemos decir de la filosofía con respecto a la teología. Visto lo cual no tenemos más remedio los teólogos que, al acercarnos a las ciencias, meternos en problemas filosóficos y, si no los encontramos elucidados por sus profesionales, tratar de plantearlos desmañadamente nosotros. Al respecto no debemos dejar de silenciar que dentro de su, a veces, abstruso pensamiento Karl Rahner fue uno de los primeros que, con algo de seriedad, intentó, en una obra semiteológica, semifilosófica dialogar con un científico, sobre el problema de la evolución. Recordemos su conocida obra de los años 70, escrita en colaboración con Paul Oberhage, El problema de la hominización. Sobre el origen biológico del hombre [publicado por Cristiandad en español en 1973].

  1.5     Yo mismo no he tenido más remedio que escribir y hablar de la existencia de Dios y de la creación, en su vertiente filosófica, en diálogo con científicos que exponían la teoría de la expansión del universo, su singularidad original y su fatal evaporación final en radiaciones de Hawkings. O sobre Brandon Carter y su principio antrópico, mucho antes de verlo estudiado por ningún filósofo.

       De todos modos, aparte la distinción que no utilizaré demasiado entre ciencias duras y ciencias blandas, he de decir que el diálogo de un teólogo con la ciencia, salvo temas muy determinados en el campo de la bioética, ha de moverse sobre todo, no en áreas estrictamente especializadas sino precisamente allí donde las opiniones y el conocimiento científico se hacen patrimonio de las culturas.

  1.6     Al fin y al cabo tenemos en ello ilustres predecesores, nada menos -es verdad que no estrictamente en teología, al menos católica- que Platón, quien en su Timeo, dicen malas lenguas, recurrió para sus conocimientos cosmológicos a una especie de libro de Petete de su época. O Basilio el Magno que, en su comentario al Hexaemeron -en verdad primer culpable de la introducción del concordismo en la exégesis de Génesis uno- está sospechado de haber utilizado también una especie de manual, de mentor, sin recurso a fuentes directas. Y el mismo gran Isidoro de Sevilla en sus Etimologías. Pero de todos modos es el trabajo que requería a los teólogos Juan Pablo II en su famosa carta al director del Observatorio Astronómico Vaticano de 1988: (Roma, 1-6-88)

    "(...) Desde el momento en el que los descubrimientos científicos se hacen patrimonio de la cultura intelectual del tiempo, los teólogos deben comprenderlos y probar su valor al explicar algunas de las posibilidades de la fe cristiana que no hayan sido aún expresadas."

        Habla, pues, no de la ciencia de los laboratorios sino la que se vuelve patrimonio de la cultura general. Y ni siquiera exige que sea probada y verdadera.

          Algo parecido decía "A los participantes de la reunión plenaria del Secretariado para los no creyentes" (20-2-80):

    "Una catequesis insuficientemente informada de la problemática de las ciencia exactas como de las ciencias humanas en su diversidad, puede crear obstáculos a algunas inteligencias, en vez de abrirles el camino de la afirmación de Dios. Es el caso de cuando se produce un desfasaje entre la imagen actual del mundo construido por las ciencias -también sobre todo a causa de la divulgación de las ciencias al gran público- y la expresión tradicional de la fe, repetida a veces sin preocuparse de la mentalidad corriente."

  1.7     Y lo cierto es que, si bien es verdad que el objetivo de la teología es la Verdad en si misma, ella jamás prescinde del hecho que su saber es una ciencia -como diría Buenaventura- 'dans salutem' [1] . Y, en última instancia, servidora de una fe que es muerta si no va unida a la caridad y, en nuestro caso, a la predicación y a la pastoral. No estrictamente a la pastoral de los profesores de Ciencias Exactas -que por supuesto no desdeño y con los cuales varias veces he conversado- sino a la de aquellos a los cuales nuestras enseñanzas y las de ellos, a un cierto nivel medio, por diversos canales -incluso, literalmente, de televisión-, llegan y que -por malentendidos históricos y malévolas presentaciones- piensan que les resultan difícilmente conciliables los datos que suponen de su fe y los que enseñan los científicos.

  2.1     Sin de ninguna manera pretender bajar al anecdotario personal, solo para ubicar el nicho ecológico desde el cual hago estas reflexiones, he de mencionar que, en mi época de estudiante secundario en el Nacional Buenos Aires, con un catolicismo precario reducido al recibido en el catecismo de primera comunión y a alguna Misa ya sin comuniones, a las cuales, de vez en cuando, asistía, lector insaciable de Julio Verne y luego de Ray Bradbury, Isaac Asimov y de cualquier libro de fantasía científica que podía caer en mis manos, más teatro, literatura y poesía de izquierda que me acercaban mis nuevas amistades, cada vez se hacía mas lejano para mi -por ignorancia, por supuesto- el mundo católico. Precisamente fueron las clases de Astrofísica de ese gran profesor que fue Dauss y las de química y biología que recibí de Vanossi -el padre del actual prestigioso constitucionalista radical- las que me hicieron explícito el conflicto aparente entre ciencia y catolicismo. En concreto me resultaba obvio que la teoría evolucionista, que Dauss ya en ese tiempo retrotraía a la de la materia misma, no parecía pegar ni con cola a lo que supuestamente se leía en la Biblia y se enseñaba en el catecismo. Para peor los pasajes bíblicos más conocidos por el vulgo son los míticos once primeros capítulos del Génesis -por cuanto cada vez que un lego se decide a leer la Biblia lo hace comenzando por ellos y tarde o temprano detenido por la valla insalvable del Deuteronomio y el Levítico.

       Recuerdo haber hecho un intento leal de conciliación de los dos niveles de conocimiento. Yo vivía cerca del Pilar, así que me pareció lo más lógico dirigirme a un cura de allí, por otra parte un buen sacerdote cuyo nombre omito y a quien pregunté: "Dígame Padre: el relato de Adán y Eva hay que entenderlo tal cual, o permite una interpretación simbólica" -mis categorías hermenéuticas no iban mucho más allá de esa distinción- Y el hombre de Dios me respondió: "literalmente, literalmente", sin darme ninguna otra explicación. Eso me permitió por unos cuantos años librarme del lastre de una religiosidad a medias y tratar de ser coherente en otra ideología. Ideología en la cual, entre la literatura recomendada, además de filosofía supuestamente científica, acudíamos a libros tan divertidos como "La ciencia desmiente a la religión", o "Las patrañas católicas confrontadas con la ciencia". Libros, digámoslo desde ya, de una seriedad parecida al del actual Código da Vinci pero, que, para un lego como yo, aparecían suficientemente convincentes.

  2.2    Pero, si me permiten prolongar mi anecdotario personal, por otra parte no demasiado glorioso, recuerdo un episodio que, en mis estudios de la universidad, me marcaron fuertemente. A pesar de estudiar agronomía yo no era estrictamente un hombre de campo, sino de ciudad, con solo vacaciones de invierno en un campito de mis padres en el sur. Algo de caballo, yerra y vacuna en la manga, y mate. Ir todos los años a la Exposición Rural. Apenas distinguía el trigo del maíz, la lechuga de la zanahoria. Cuando tuve que estudiar botánica me atiborré de nombres, géneros, especies y subespecies, familias, subfamilias, angiospermas y gimnospermas. Tenía un complicado sistema mnemotécnico para nombrarlas y, luego, para definir a cada una de las especies: "planta peciolada cuya hoja se caracteriza por su nervadura en forma de pluma y su flor por sus estambres monadelfos gruesos y anteras carnosas". Me sabía las definiciones de memoria. Pero cuando me mostraban las distintas plantas apenas sabía distinguirlas recurriendo a mis aprendidas definiciones. "Deje los libros y vaya al jardín botánico", me dijo mi profesor. Me acordé de esto hace un par de años cuando en Upsala visité la casa de Linneo y estaba la biblioteca cerrada. No me importó, porque pude pasear por su jardín.

  2.3   De todos modos desde entonces tuve claro, que todas las ciencias tenían como objeto no las clasificaciones o ideas o fórmulas pergeñadas por los hombres, sino, en última instancia, la realidad. Y ésta me parece que es una actitud que, después de las oscuridades del 'cógito' y la fe fiducial y subjetiva del mundo moderno, es capaz de rescatar también para la teología, el diálogo con la ciencia. Y rescatar, digo, porque esa siempre fue la actitud del verdadero pensador católico, desde los inicios del cristianismo, su defensa de la posibilidad de la mente, ayudada o no por la luz -no la oscuridad- de la fe, para percibir la realidad:

  2.4    ¿Quiénes son los sabios, decía San Bernardo, sino aquellos "qui sapiunt omnia prout sunt" -'que saben de las cosas tal cuan son'- (Sermones de diversis, 18, 1 PL 183, 587)?

         Y el viejo Tomás afirma: "Studium scientiae (philosophiae) non est ad hoc quod sciatur quid homines senserint, sed qualiter se habeat veritas rerum" (in lib 1 de Caelo, l. 22). Porque -continuaba en su comentario a la Metafísica- "stulta est opinio, qua creditur omnes opiniones aequaliter esse veras" (in Met. L. IV; l 13, n 777)". Actitud que trasladaba sin vacilar a la mismísima teología y a los dogmas: "actus credentis non terminatur ad enuntiabile, sed ad rem", II II 1, 2 ad 2m (De Veritate 14, 8 ad 5; a 12). Realismo, pues, que la auténtica teología comparte con la actitud general de la ciencia contemporánea y que sería bueno que incluso muchos llamados tomistas recuperaran, en vez de volver incansablemente una y otra vez a los enunciados literales del Aquinate. Aquí valga otra vez la referencia a Mario Bunge, nuestro cordial enemigo del catolicismo, que afirma que "es necesario rescatar para el pensamiento contemporáneo ciertas características de la ciencia, a saber: confianza en la razón; rechazo del mito, de la superstición y, en general, de la opinión infundada; investigación rigurosa; espíritu científico; realismo, por oposición a lo mágico; respeto por la praxis y por la técnica; universalismo en el conocimiento y la moral [2] ..." Con algunos matices propuesta que podría suscribir cualquier teólogo católico o pensador auténticamente tomista. [A esta altura de mi monólogo ya debo haber cumplido plenamente con el item de la 'captatio benevolentiae' de mis oyentes filósofos.]

  2.5      Sea lo que fuere de ciertas teorías epistemológicas surgidas del mismo ámbito de los científicos sobre la posibilidad o no de conocer la realidad misma de las cosas, por su mismo oficio el más teórico y apriorístico de los científicos cuando llega el momento de la verdad sabe que es solo el contacto con lo objetivo, sea lo que sea, la experimentación, aquello que dará valor o no a sus hipótesis; y que en el laboratorio tiene que tener mucho cuidado en el manejo de sus ecuaciones ya que la realidad de sus experimentos, si no se adecua a ella su teoría, es capaz de explotarle en la cara. La famosa frase de Diógenes, si mal no recuerdo, 'solvitur ambulando', cuando se trató de redargüir la falacia sofista que pretendía probar la imposibilidad de atravesar una distancia cualquiera, por pequeña que fuese, debido a que tal distancia estaba integrada por un número infinito de partes.

  2.6      Desde estas experiencias e intuiciones fundamentales y a ese nivel intermedio es que, cuando se trato de ser sacerdote y profesor de teología, intenté mover mi intelección de la fe y su relación con los datos de la visión contemporánea del cosmos y del hombre. Tanto más que, como ya había descubierto y luego confirmé, era en ese campo intermedio donde se generaban las grandes dudas intelectuales -no, por supuesto, las menudas o grandes defecciones morales- de la mayoría de los estudiantes. Debo decir que durante más de veinte años de sacerdocio como vicedirector de una Residencia para estudiantes universitarios del interior en Buenos Aires -de la UBA no de la UCA- abordaba constantemente la problemática que, en ese estrato, se planteaba en el estudiantado.

       El contacto con ellos y sus respectivas cátedras me enseñó, entre otras cosas, que la competencia de alguien en una cualquier rama de la ciencia no implica necesariamente la competencia en otras. Un gran biólogo puede ser perfectamente nulo en astronomía o matemática o en geología. Y sin embargo es verdad que la verdadera idoneidad en una rama del saber inmediatamente habilita para descubrir la seriedad o no con la cual en otras ramas otros científicos abordan sus propias competencias. En última instancia para que un científico considere que algo es digno de asentimiento y respeto debe presentarse con el mismo ropaje riguroso, racional y aún experimentable con que él mismo estudia y analiza su saber.

  3.1    Por eso uno de los primeros equívocos que tiene que disipar la teología cuando dialoga con la ciencia es la opinión generalizada sobre lo que significa "Creer". Palabra degradada si las hay. El mismo Diccionario de la Real Academia acepta la acepción "tener una cosa por verosímil o probable. Es decir, 'creo' es igual a 'me parece', 'no estoy seguro', 'me da la impresión'... El 'creo' se usa para encabezar una afirmación poco firme, dubitativa... Es decir no científica, no razonada.

         Y así, desde la época moderna, esta idea de fe como credulidad cimentó la sensación de que existía una separación insalvable entre la razón y la fe que se extendió finalmente a la aseveración de que existía una especie de oposición entre la ciencia y la revelación.

         La razón y la ciencia serían lo único verificable, serio, digno de la inteligencia. La fe pertenecería más bien al campo de lo opinable, incluso de lo sentimental, pero que no tendría que ver demasiado con la actividad del intelecto.

         Por otro lado, este sentimiento de fe, despojado de toda posibilidad de ser verificado atañería a la intimidad de cada sujeto. De tal modo que prescindiendo o no de la realidad objetiva del objeto de esa fe, bastaría simplemente con ella: la creencia, la opción interior que uno ha hecho de determinado tipo de religiosidad. La palabra fe, ahora, designaría la adhesión a cualquier cosmovisión, idea de Dios, tipo de existencia, sentido o sin sentido de la vida. Ser católico, ser budista, ser miembro de la secta Moon, resultaría igualmente valioso con tal de que en eso se pusiera fe.

  3.2    Ciertamente ese no es el significado del verbo creer cuando encabeza nuestro Credo. Por suerte, el mismo Diccionario conserva la acepción original y primitiva de la palabra: "dar firme asenso a las verdades reveladas por Dios y propuestas por la Iglesia". Firme asenso, asentimiento. No dubitativo, indeciso, vacilante.

        De todos modos cuando se dice 'Creo en Dios', muchos piensan que están afirmando 'creo que Dios existe'. Absolutamente no, al menos cuando lo recito en comunión con el saber de la Iglesia. Yo que Dios existe. Lo puedo demostrar por la razón, es una conclusión necesaria que proviene del tratar de comprender rigurosamente la realidad creada, el universo conocido, el funcionamiento de la mente humana. que Dios existe por un proceso científico de mi razón, mi cerebro, pensando estrictamente el mundo. Y, entonces, ¿qué es lo que digo cuando recito 'creo en Dios'? Quiero sostener: 'creo firmemente en lo que Dios me dice, me revela'. Sería absurdo que tuviera que creer en lo que me dice Dios, sin antes estar seguro por la razón de que Dios existe, y que me obligaran a creer que Dios existe sin darme pruebas de ello. Eso sería ir contra los derechos de mi razón, de mi condición humana, que se define precisamente por su racionalidad, por su capacidad de conocer y entender. Dios de ninguna manera nos ha creado pensantes e inteligentes para luego obligarnos a renunciar a nuestra inteligencia.

  3.3      Recordemos el caso de Luis Bautain, médico y filósofo francés, que había perdido la fe y luego la había recuperado, pero que, (por influjo protestante y kantiano,) sostenía que la fe no era una luz que iluminaba la razón sino una convicción personal concedida por Dios que no se sustentaba ni en lo que se veía ni en la inteligencia humana, el Papa Gregorio XVI , en 1840, le hizo saber:

       "El razonamiento [a partir de las cosas visibles] puede probar con certeza la existencia de Dios y la infinidad de sus perfecciones. La fe, don del cielo, supone la revelación; de ahí que a un ateo no se pueda alegar correctamente [la fe] como prueba de la existencia de Dios"(D[H] 2751).

       Lo mismo cuando digo 'Creo en Nuestro Señor Jesucristo'. Creo en lo que Él me dice, pero de ninguna manera en su existencia y en la historicidad al menos del testimonio fidedigno de su Resurrección que son precisamente las que avalan y hacen razonable el que yo pueda creer lo que me dice. Por eso el mismo Gregorio XVI le avisa a Bautain:

        "No hay derecho a esperar de un incrédulo que admita la resurrección de nuestro divino Salvador, sin haberle suministrado pruebas ciertas de ella; y estas pruebas se deducen por el razonamiento" (D[H] 2754). Y eso por más transhistórica que la Resurrección en si misma sea.

        Tampoco y 'Creo en el espíritu santo y en su Iglesia'. Sería absurdo que yo creyera en lo que la Iglesia enseña si no se me demuestra que Ella ha sido fundada por Jesús con garantía de verdad. También le dice el Papa al pobre Bautain:

        "Por muy debilitada y oscurecida que haya quedado la razón ..., posee aún suficiente claridad y fuerza para conducirnos con certeza al conocimiento de la existencia de Dios y de la revelación hecha a los judíos ... y a los cristianos por nuestro adorable Hombre-Dios" (D[H] 2756).

        ¡Hermosa defensa de los derechos de la inteligencia humana a compartir con todos los científicos! Como sabemos Bautain, que se había hecho sacerdote, aceptó humildemente lo que el Papa le pedía y, finalmente, murió santamente en París, como Vicario de dicha arquidiócesis.

       Bautain y sus discípulos, a pedido del Papa, también habían firmado, la siguiente declaración:

       "Prometemos no enseñar nunca (...) que la razón no puede conseguir una verdadera y plena certeza de los motivos de credibilidad, es decir, de los motivos por los que la revelación divina es evidentemente digna de crédito..." (D[H] 2768).

  3.4    Algo parecido enseñaba poco tiempo después el Papa Pío IX: "El razonamiento puede probar con certeza la existencia de Dios, la espiritualidad del hombre, y su libertad. La fe es posterior a la revelación; por consiguiente, no es correcto alegarla como prueba de la existencia de Dios a un ateo, ni como prueba de la espiritualidad o libertad del hombre a uno que no admite el orden sobrenatural, o a un fatalista" (D[H] 2812).

  3.5     Así que quede claro: la fe católica -no se la de otras confesiones cristianas- supone siempre el uso de la razón y de la inteligencia. Más aún la razón, si bien usada, siempre conducirá a Cristo. Y una vez alcanzada la fe, ésta seguirá exigiendo de la razón para ser entendida y profundizada. Sin esto más vale ni intentar todo diálogo con la ciencia.

       Si yo comienzo diciendo que no puedo demostrar la existencia de Dios, tengo todo el derecho de esperar la frase que en el areópago espetaron con toda bonhomía los griegos dualistas a San Pablo cuando oyeron hablar de la Resurrección: "Te escucharemos hablar de esto en otra ocasión". O tendré que esperar el reblandecimiento senil del científico en sus postreros días para acercarle mi propuesta religiosa.

  4.1     No basta, pues, para este diálogo afirmar averroístamente que ciencia y fe se ocupan de dos niveles distintos de saber y que ni la ciencia tiene que meterse en el campo de la fe ni la fe en el de la ciencia. Sería negar la afirmación a la vez profundamente bíblica y científica que, desde el primer instante de la historia del cosmos, desde la primera diferenciación de la energía en sus cuatro tipos y desde la inicial concentración de la energía en quarks o lo que fuere todo está destinado antrópicamente al hombre y  que por gracia que excede las posibilidades de la naturaleza, pero que se asientan en ésta- cristotrópicamente a Cristo. Porque lo cierto es que la perfecta intelección y comprensión de las cosas, aún las que parcialmente nos descubren las diversas ciencias, solo se alcanzará en Cristo, como dice Lumen Gentium en su capítulo VII: «"en el tiempo de la restauración de todas las cosas (Act 3, 21)" y cuando, con el género humano, también el universo entero, que está íntimamente unido con el hombre y por él alcanza su fin, será perfectamente renovado.» y la Gaudium et Spes (22) "El misterio del hombre solo se esclarece con el misterio del Verbo encarnado."Causa primera y causas segundas se coordinan en relación de dependencia real de estas respecto a aquella de tal manera que, como también decía Tomas: "Philosophus (el científico) argumentum assumit ex propriis rerum causis; fidelis autem (el teólogo) ex Causa prima".

Y aunque como decía el mismo Santo Tomás la mente humana no puede agotar ni siquiera la inteligibilidad de 'unius muscae', de una mosca, siempre hemos de afirmar que lo que no se entiende de ninguna manera no puede ser católico. Por supuesto que las luminosas verdades reveladas por Dios para enriquecer a la razón humana, a saber los misterios, los secretos de Dios ya no secretos, no pueden ser agotadas plenamente por ella, pero no por falta de racionabilidad o inteligibilidad sino por exceso de ella. Como yo no puedo entender tanto una música de un gran compositor como lo hace un director de orquesta o un verdadero y erudito melómano; ni, con mi corta preparación físico matemática comprender como lo comprendería un físico la teoría de la relatividad. Y aún en el terreno del objeto propio de la inteligencia humana que es el ser de los entes materiales ningún verdadero científico afirmará nunca haber agotado sus posibilidades de inteligibilidad, ni aún en el corto diámetro de su enfoque específico.

  4.2      Pero el científico comparte con el teólogo, y lo reafirma en sus razonamientos que, para entender y saber, no bastan los sentidos: hay que pensar y razonar. Veo que el sol sale todos los días por el horizonte y da vueltas alrededor de la tierra. Por mi inteligencia se que es la tierra la que, girando sobre su eje y alrededor del sol, produce ese efecto óptico y aparente. Y más se que lo que estoy viendo ahora solo es la emisión de luz que el sol largó hace cinco minutos -que es lo que tarda la luz en recorrer el camino que nos separa de él-. Veo que la materia de este escritorio es densa y maciza, lo cual es totalmente cierto a nivel de los efectos en mi puño de mi golpear sobre su superficie o de mi rodilla cuando tropieza en ella, pero se, con mi inteligencia ilustrada por la química y la física que esta materia es casi puro vacío surcado por campos de energía e infinitesimales protones, electrones y neutrones. Electrones y protones que jamás podré ver con mis propios ojos y sin embargo afirmo su existencia por el efecto que producen en  una placa fotográfica o un monitor.

  4.3      El científico, como el teólogo, pues, están habituados a afirmar la existencia y especular sobre objetos que, estrictamente, no pueden ver, pero que se deducen, a partir de sus efectos.

           Sea lo que fuere de la historicidad de la escena joánica, los discípulos no creyeron en Jesús porque lo vieron con los ojos, sino porque, ante esa vista y recordando todo lo que Jesús había hecho, dedujeron con su razón, y finalmente creyeron, que era el mismísimo Jesús viviente. Y si Tomás el Mellizo pudo llegar más lejos y afirmar "Señor mío y Dios mío" es porque se tomó toda una semana más para pensarlo.

            Por eso el Señor le dice muy bien: "Bienaventurados los que crean sin haber visto", sin tener apariciones, ni, mucho menos, alucinaciones. No le dice "Bienaventurados los que crean sin pensar, sin usar sus sesos".

  4.4    Lamentablemente, aparte los teólogos que hoy niegan la posibilidad de una Teología fundamental racional y positivamente expuesta, aún entre católicos avisados se suele confundir la certeza racional que es capaz de adquirir el hombre respecto de la existencia de Dios, el hecho de la revelación, y la razonabilidad de adherirse a lo que enseña la Iglesia, con la fe salvífica, la justificación, que ella si es pura gracia y solo viene de Dios. Esa fe solo la da Dios. La fe que salva, la filiación divina, la certeza sobrenatural e inconmovible, ciertamente, pero la certeza racional, previa y aún posterior al don teologal de la fe, esa la puede y debe encontrarla tu caletre.

  5.1     De allí que Pío Nono en continuidad con toda la tradición católica "... aun cuando la fe está por encima de la razón, sin embargo, no puede darse jamás entre ellas ninguna disensión o conflicto real, puesto que  ambas proceden de la misma y única fuente de verdad eterna e inmutable: Dios (D[H] 2776). Ni mencionar la 'Fides et ratio' que ha dado lugar a tantas exposiciones y clarificaciones y los tantos textos, algunos de los cuales se les han hecho llegar por mail.

  5.2      Es verdad que no faltan científicos católicos sumamente serios en el campo de su saber que empero son creyentes sin conflictos con su catecismo de primeras nociones en materia de religión. Pero es verdad que lo suelen hacer en la confianza de que los teólogos por algo decimos lo que decimos y la Iglesia, inspirada por el Espíritu, mucho más. Nuestro cerebro muchas veces parece tener compartimientos estancos en donde la coherencia lógica no unifica todos los saberes. De todos modos aunque no lo haré en esta exposición suele impresionar a la gente enumerar la cantidad de científicos importantes cuya ciencia no les impide ser católicos. Aunque ello no sirva demasiado a nuestros propósitos porque podrían darme otra lista de igual longitud de científicos ateos, o agnósticos o peor New Age como los enucleados en la famosa Gnosis de Princeton.

  5.3    Tampoco incluiré en esta ponencia recorrer la historia de los malentendidos reales y supuestos que se achacan a la Iglesia y que los no simpatizantes de ella han descripto con horripilantes reflejos rojos de hogueras y calabozos inquisitoriales. Aparte uno o dos problemas anecdóticos basta leer cualquier historia seria de la ciencia para darse cuenta de que la gran ciencia contemporánea ha nacido en el seno de la Iglesia Católica y del Occidente formado por ella. Más aún sería bueno recoger la tesis ya vieja de Duhem y más recientemente de Roqueplo, respecto a que el 'humus' del nacimiento de la ciencia actual fue nada menos que la visión del mundo del judeo cristianismo y específicamente de la Iglesia Católica, la idea de creación. No por nada el primer relato que intenta acercarse a una visión del universo despojada de demonios, genios, elfos, brujos, ensalmos, hadas, dioses y magia es el de Génesis uno.

  5.4    Pero, ya más que promediado el tiempo que se me ha asignado, quiero llegar a un texto que aunque harto conocido me parece básico para condensar el tema que hoy se nos ha propuesto.

El del Concilio Vaticano I que reza: (Dz 1797) "Aunque la fe esté por encima de la razón; sin embargo, ninguna verdadera disensión puede jamás darse entre la fe y la razón, como quiera que el mismo Dios que revela los misterios e infunde la fe, puso dentro del alma humana la luz de la razón, y Dios no puede negarse a sí mismo ni la verdad contradecir jamás a la verdad. Ahora bien, la vana apariencia de esta contradicción se origina principalmente o de que los dogmas de la fe no han sido entendidos y expuestos según la mente de la Iglesia, o de que las fantasías de las opiniones son tenidas por axiomas de la razón"5.5      Desde esta verdad indudable: que todo ha sido creado y por lo tanto pensado por Dios, tanto la realidad presente como la futura; la que indaga la ciencia en sus objetos propios y la ciencia teológica en el suyo, es decir respectivamente lo pensado y dicho por Dios en la naturaleza y lo pensado y dicho por el mismo Dios en la Revelación, a priori hemos de sostener que toda esa realidad adecuadamente entendida no puede entrar nunca en mutua contradicción. Por lo cual y a pesar de Bunge, no hay más remedio que introducirnos en el problema hermenéutico, ¿los datos aportados por la ciencia respecto de la realidad son correctos, han sido razonablemente entendidos y valorados? Del otro lado ¿he entendido y expuesto correctamente según la mente de la Iglesia los datos de la revelación?

  5.6      Y aquí no hay más remedio que alabar la Providencia divina que ha hecho coincidir la aparición de los nuevos paradigmas científicos del mundo contemporáneo con los escrituristas que, tanto del lado católico como protestante, se han empeñado y empeñan en tratar de desentrañar con una hermenéutica cada vez más científica lo que realmente dice la Escritura. Ellos son los primeros que no han vacilado en recurrir para hacerlo a ciencias profanas. En primer lugar, como queda dicho, a la ciencia hermenéutica -¡por los manes de Hermes Trimegisto!-, pero también a la historia, a la arqueología, a las religiones comparadas, a la semiótica, y otras ciencias afines, incluso a las duras, al menos en sus aplicaciones, cuando se trata de datar documentos y monumentos de la antigüedad... Es desde esta hermenéutica que el teólogo dogmático, asentadas firmemente sus convicciones en lo que realmente dice la Escritura, puede desplazarse por la Tradición y por el Magisterio de la Iglesia, y aplicando a su vez esa hermenéutica, intentar desentrañar en cada caso -lo que no siempre es fácil- qué es lo que enseña la Iglesia, tal cual lo pide el texto del Vaticano I recién mencionado.

  5.7      Y lo cierto es que harto pretencioso resultaría que nadie se atreviera a hablar adecuadamente de esa enseñanza y ni siquiera de lo que enseña la teología católica. Todos los que intentamos adentrarnos en el campo de la teología sabemos perfectamente qué poco abarcamos cada uno de su objeto material. Cuán apenas capacitados estamos para hablar del campo necesariamente especializado en el cual nos movemos y cuán condicionados estamos por nuestros aprioris epocales y culturales. Si uno tuviera que preguntarse dónde se encuentra la teología católica ciertamente se vería en figurillas para señalarlo. En líneas generales sabemos que teología católica es la que utiliza como andariveles de su reflexión los datos de la Revelación, transmitidas por la Sagrada Escritura, la Tradición, propuestas por el Magisterio. Pero, como hemos señalado, todos sabemos cómo la hermenéutica contemporánea nos hace cautelosos respecto al saber exactamente qué es lo que estas fuentes nos dicen y mucho menos qué verdades se nos imponen como indubitables. Mal método es blandir indiscriminadamente el Denziger y, mucho menos, el Catecismo de la Iglesia Católica del 94 para determinar precisamente y en todas sus partes qué es lo católico. Hemos visto en la historia de la Iglesia abundantes muestras de católicos fervientes que han sostenido posiciones teológicas que luego se revelaron erróneas y hasta fueron condenadas 'post mortem' por el Magisterio. La mayoría de los teólogos de hoy, si tuvieran que volver al uso de las 'notas teológicas' de nuestros viejos manuales, cambiarían muchísimas de ellas; y algunas de las que alegremente se tildaban 'de fide' hoy pasarían al archivo de las curiosidades.

  6.1    Pero, para no quedar en el campo de la generalidades, alguno recordará aquel episodio que aparecía en algún libro de ejemplos catequísticos, de la discusión de la monja enfermera que ayudaba al cirujano trepanando el cráneo de su paciente y diciéndole a la Hermana: "Reverenda, mire he abierto la cabeza de este hombre y no veo su alma por ningún lado..." No me acuerdo qué respuesta piadosa le daba la monja que supuestamente redargüía al galeno. Pero obvio que el cirujano tenía razón y razón católica, ya que rechazaba la existencia de un alma distinta y separada utilizando al cerebro como una antena o instrumento, a la manera platónica y, sin saberlo, coincidía con las afirmaciones del Concilio de Vienne. Como ven ya esta pequeña anécdota tiene que ver con el diálogo de la teología y la ciencia, si bien, en este caso, teología errónea y monjil.

  6.2    Pero estas generalidades, sobre todo las hermenéuticas, no son ajenas a nuestro tema. El teólogo que ha de dialogar con la ciencia, antes de saber ciencia, tiene que saber bien su propia teología y, al menos en campos específicos, comprender qué es lo que la Iglesia enseña. No puedo hablar con un biólogo, un neurólogo, un psicólogo, un antropólogo -y bajo a temas concretos- si, cercano al tema del cirujano y de la monja, no comprendo las enseñanzas del Concilio V de Letrán y entiendo torpemente que allí se define como dogma la visión dualista de un alma independiente, naturalmente inmortal en acto, destinada a flotar eternamente en el espacio o falta de espacio a menos que milagrosamente Dios la reencarne en un cuerpo ya sea de amianto para que no se haga ceniza en el infierno, ya sea uno parecido al nuestro pero dotado de dones preternaturales para ubicarlo en el limbo, ya sea pneumático para llevarlo al evo y el empíreo y permitir que desde allí el alma se asome a la eternidad. No necesito de ningún científico, me basta mi propia saber bíblico y ciencia teológica, para darme cuenta que aún corrigiendo lo burlesco de mi presentación esa tesitura no la puedo seguir sosteniendo. El espíritu del cirujano me habrá llevado pues también a intentar leer mejor el Concilio de Letrán. Lo que el Concilio de Letrán quiso decir, por supuesto, no la adaptación forzada que pueda hacer de él empujado por el cirujano.

  6.3      Pero no acusemos tan rápidamente al científico de estar en contra de la verdad católica. ¡Pobre el cirujano que, a lo mejor buscando honradamente la fe, se encontró solo con los piadosos conocimientos de la monja; como yo, en mi lejana juventud, con un cura ignorante! Porque no están solamente los adversarios conscientes del cristianismo que, para enfrentarlo, antes deforman su doctrina y luego fácilmente la demuelen. Yo recuerdo, al respecto, hace unos años, en la Academia Nacional de Medicina un ciclo de conferencias bastante ecléctico sobre la evolución. Uno de los expositores era un médico que se decía judío quien, sin decir agua va, la emprendió directamente contra la Biblia recurriendo a la conocida comparación entre las obras de la creación del relato de Génesis 1 y el de Gn 2. Dibujó en el pizarrón la lista de obras del primer relato y, en paralelo, la del segundo. "¿Ven?" concluyó triunfalmente "los predicadores" -nunca mencionó el nombre de cristianos o católicos o judíos, solo hablaba de 'los predicadores'- "los predicadores enseñan necedades y ni siquiera, para refutarlos, es necesario recurrir a la ciencia, bastan las contradicciones de su propia Escritura."

        El auditorio, por supuesto, estaba plenamente convencido. Yo, venciendo mi timidez, al final de su exposición, me atreví a levantar la mano, e intenté, antes que nada, distinguir la enseñanza católica de la de los que él llamaba confusamente los predicadores. Más aún le dije que, como médico judío que era, para hablar de estas cosas a lo mejor le convenía conversar con el rabino de su sinagoga. Intenté hablar del género literario del relato, y, como en ese entonces todavía se aceptaba, la teoría de las cuatro fuentes, de la tradición yahvista y de la sacerdotal... Para mi sorpresa el hombre se ve que había hablado con su rabino porque en seguida se puso a demostrarme que sabía lo de las tradiciones y las subdividía en P1, P2, P3, J 1, J2, J3... con lo cual mostraba patentemente su mala fe en la exposición infantil que había hecho del tema, no obstante lo cual terminó con una frase rimbombante rubricada con algo así como, "dígase lo que se diga, ahí está en el pizarrón, la Escritura se contradice y los predicadores no tienen razón." Lo cual fue recibido con un estruendoso aplauso por parte del auditorio y yo, como mal predicador que soy, tuve que irme humillado, chiquitito, con la autoestima por el suelo y dudando poderosamente de mi aptitud para el diálogo.

  6.4      Pero es verdad que si este médico era un ateo militante, como hoy está de moda serlo para llegar a la Corte Suprema, hay otros hombres de ciencia que quisieran tener un diálogo proficuo con la teología, a lo mejor no por la ciencia misma -que en realidad lo mejor que puede hacer es quedarse ceñida en los límites de su objeto formal y material- sino como hombres y, tristemente, se encuentran no con la teología católica, sino con la de la monjita, o la del catecismo de primeras nociones, o las que les expone cualquier católico de buena fe pero de supina ignorancia.

  6.5      Para citar un caso conocido, es sabido que Carl Sagan, quizá no un gran científico pero si un excelente divulgador de la ciencia contemporánea, discutía ásperamente contra lo que el consideraba la religión y especialmente el cristianismo. En la lectura de sus obras, cuando se pone a hacer afirmaciones que, a su opinión, desdicen afirmaciones religiosas, tantas veces uno hubiera deseado poder ir y decirle 'querido Carl' -'querido Carlos'- "eso que Vd. ataca no es lo que enseña la Iglesia". Y el hombre no deformaba a propósito las enseñanzas cristianas porque, en ciertos libros, demuestra haber leído extensos pasajes de San Agustín. Pero ¿cómo se iba a dar cuenta Sagan que lo estaba entendiendo mal? ¿Que Agustín quería decir todo lo contrario de lo que a Sagan le parecía leer en su texto? Y por suerte nunca llegó a saber de la tan mal entendida frase de Tertuliano, 'credo quia absurdum'. En sus últimos años Sagan hizo sinceros intentos de acercarse a Dios y eso se supo. Al asalto se le aproximaron nubes de -ahora sí asumo el terminajo- 'predicadores'. Entre esos múltiples ningún católico, o al menos ningún católico a su altura. Así que hasta una fracción antes de su encuentro o desencuentro definitivo con el Señor, el pobre Sagan en esta tierra no tuvo la más mínima oportunidad de encontrarse con Él.

  7.1    Porque se trata de un caso paradigmático y porque por otra parte ha sido un punto importante en el diálogo de la ciencia con la teología, quiero referirme brevemente al tema de la evolución y del pecado original. La teoría de la evolución de la especies hasta su aceptación como teoría científica que no contradecía la fe por parte de Pío XII, en realidad no había sido objeto de ninguna intervención importante del magisterio, salvo algún libro en el Index o algún pronunciamiento episcopal. El problema no vino de la teoría de Darwin en si misma y de los científicos que la perfeccionaron, hoy ya en el campo de la genética, sino de la utilización anticristiana que de ella hicieron algunos pensadores como Aldous Huxley o últimamente Monod. Muchos cristianos cayeron en la trampa, sobre todo en el campo protestante desde donde muchos católicos se contagiaron. En lugar de preguntarse si lo que Huxley mostraba como enseñanza bíblica y aún católica era la verdadera y no una deformación o caricatura de ésta, se pusieron a la defensiva y creyeron que la evolución de las especies contravenía gravemente la doctrina cristiana. Todavía, a pesar de las frecuentes intervenciones al respecto de Juan Pablo II y la elucidación escriturística y aún tomista del problema por parte de teólogos y filósofos católicos, hay muchos que piensan que la evolución ha de considerarse como contraria a la doctrina de la fe y, si no, que ha habido una especie de arrepentimiento con respecto a ella de parte de la Iglesia. No se hable del fundamentalismo de ciertas sectas que en Norteamérica exigen la enseñanza falsamente literal del Génesis como optativa a la de la evolución.

  7.2    Si, pues, todavía sigue habiendo necios entre nosotros, quienes -no en nombre de la ciencia, lo cual sería atendible, sino en nombre de la religión- se oponen al evolucionismo ¿cómo no van a estar confundidos algunos hombres de ciencia respecto a las posibilidades racionales y científicas de la religión? Y en eso es importante tener en cuenta que el diálogo interreligioso puede, desde afuera, mostrarnos en la misma bolsa con la opiniones anticientíficas o acientíficas de diversas otras creencias.

  7.3    Pero, lamentablemente, más allá del encuentro con la necedad a bajo nivel, el hombre de ciencia se topa de buenas a primeras, aún aparentemente al más alto nivel magisterial, con proposiciones, desde sus disciplinas, prácticamente inadmisibles, al menos en su estado actual. Quien de buena fe, por ejemplo, quisiera acercarse a la doctrina católica, leyendo el Catecismo de la Iglesia Católica, traspuestos los capítulos referentes a Dios que podrá digerir o no, pero no le despertarán grandes dudas intelectuales, tanto más cuanto que se encuentran fuera del campo de sus competencia, tan pronto se enfrenta con los temas referentes a la creación y al hombre, poco halla que pueda aproximarse a su manera de pensar. Y si, carente de toda hermenéutica, comienza a leer la historia de Adán y Eva recogida allí tal cual expuesta por Trento en las categorías de su época y el estado de justicia original y sin la menor pista para aproximar la doctrina a sus conocimientos científicos, difícilmente seguirá leyendo y, mucho menos, aproximándose a la fe. Es una desgracia que el Catecismo haya ignorado olímpicamente no solo otros catecismos nacionales que andaban por allí, sino la multitud de teorías alternativas que, respetando los datos fundamentales del dogma y el sentido auténtico de la Escritura y la Tradición -incluso a San Agustín-, admitan la posibilidad de una explicación aún en la hipótesis del origen poligenista del ser humano. Puerta que incluso Pío XII en la Humani Generis se había ocupado de no dejar del todo cerrada. Y estas teorías alternativas resultan a la postre que no son solo una adaptación vergonzante al avance triunfal de la ciencia, sino que ayudaron a descubrir el sentido auténtico y más profundo del dogma y excitar en él riquezas que la presentación 'tradicional' velaba.

  7.4      En todo este asunto hay, pues, un juego de equívocos que es importante develar: 1) lo que en nombre de la ciencia se ataca como supuestamente católico, 2) lo que yo, entonces, porque mi adversario me lo muestra como católico, sin distinguir me pongo a defender, 3) la interpretación de la doctrina científica que es presentada por algún pensador que, más allá de lo científico, como contraria a la fe; 4) la aceptación acrítica, de mi parte, de que dicha doctrina científica se opone a la fe y no puedo entonces asumirla.

           Pero esto se está haciendo excesivamente largo. Me disculpo, porque el Señor Vice Decano me dijo, ante mi profundo horror, que tenía que hablar una hora.

  8.1    Termino con algunos puntos en los cuales pienso que las ciencias duras o blandas tienen que ser asumidas u observadas con atención por los teólogos. Hay y habrá en el futuro, ciertamente muchos más. Indudablemente en todo lo que se refiere a lo natural que la teología ha de tocar como intrínsecamente 'salvandum': el universo, el hombre, el actuar del hombre en esta tierra. Con la cosmología, la antropología, la geografía, la medicina, la historia de su época hubo de expresarse, en sus distintos libros y fuentes, la sagrada Escritura. Con la ciencia de su época -no con 'las religiones'- dialogó desde el primer momento la teología católica, y aún su magisterio, asumiendo al contexto de la fe paradigmas hoy en parte superados.

  8.2   A la manera de los grandes teólogos de la antigüedad, desde Orígenes, pasando por los capadocios y los Alberto, Buenaventura, Tomás, los teólogos contemporáneos tienen la obligación de asumir el contexto que presta a las enseñanzas católicas la visión de la ciencia de nuestro tiempo. Y si legítimamente recurrimos a aquellos grandes pensadores no tenemos más remedio que desbrozarlos, cuando sea necesario, de sus obsoletas -cuando lo son- visiones científicas e intentar asimilar integradoramente las comprensiones nuevas, justamente para continuar con su espíritu. Creación, sí, antropología, sí, moral, por supuesto. No puedo seguir usando cosmovisiones y visiones científicas ya superadas. Una moral, por ejemplo, que volviera una y otra vez a argumentos aristotélicos sin utilizar los aportes de la psicología, la sociología, la etología, la sociobiología contemporáneas, ciertamente perdería mordiente y apenas argumentaría nada al hombre de hoy. Ya eso lo han comprendido perfectamente los estudiosos de la bioética, pero esa actitud hay que extenderla a todos los campos de la moral.

  8.3      En la antropología, aún para entender el hombre en su estado de pecado y sus incongruencias, al menos en su aspecto material, concupiscente -no el formal, estrictamente teológico- no puedo dejar de acudir, a pesar de Bunge, a los aportes del psicoanálisis, también de la sociología, de los promisorios estudios respecto a la composición de nuestro cerebro en sus estratos reptílico, límbico y cortical; así como las aproximaciones informáticas a lo humano que desglosan su ser en gestación de acuerdo a la acumulación de información a nivel genético, somático y cultural...

  8.4     Es obvio, también, que el papel de la mujer y todas las imágenes de lo activo del varón y lo paterno y lo pasivo de lo femenino y materno habrá de cambiar no solo por las revelaciones modernas de que el varón y la mujer prestan la mismas cantidad de información en sus gametos -no es el hombre el que pone su semillita en la barriguita de la mamá- sino en sus papeles tal cual descubiertos por el psicoanálisis, o en las diferencias que los neurólogos apuntan a cada sexo en cada uno de sus hemisferios cerebrales. ¡Cuánto falta empero por averiguar respecto a la programación cultural extrínseca de sus roles es evidente! Cuánto deben, sus respectivas especializaciones, a las programaciones que nos vienen de los primates, es otro punto a estudiar. Todo ello no dejará de influir en la teología feminista; en la intelección -no digo la discusión- de la verdad definitiva, 'tenenda', de la prohibición del acceso del sacerdocio a las mujeres; en la acentuación de la 'analogía inaequalitatis' cuando se trata de llamar Padre y no Madre no solo al Padre de Nuestro Señor Jesucristo, sino al llamado Padre del Verbo, primera persona de la Trinidad Inmanente; en la Mariología...

  8.5    Fíjense que, aún en materias que son de por si ajenas totalmente a la competencia del estudioso de las ciencias naturales, como el tratado de la Santísima Trinidad, es imposible escapar a los nuevos descubrimientos de la ciencia. A la comprensión de Dios, en la teología de Santo Tomas, solo se llega mediante la analogía y a partir de datos de la realidad creada. La Trinidad basa su comprensión tomista sobre los fundamentos de la analogía psicológica. Es ella la que da base, en el aquinate, para fundar el realismo de las 'relaciones opuestas' que constituyen a las 'personas'. Pero, entonces, el teólogo trinitario no puede dejar de estar preocupado por lo que a la teoría filosófica del conocimiento puedan aportar como correctores la fisiología y neurología del conocimiento. ¿Es posible seguir sosteniendo que la ideación, por ejemplo, el acto nocional del 'dicere', sea 'acto de acto'? ¿Habrá que seguir utilizando esa analogía a pesar de que su correlato objetivo sea sumamente dudoso? ¿No obligará al teólogo trinitario, o a permanecer en analogías superficiales sacadas de la sociología, la filosofía personalista, la imagen de la familia, a la manera como los antiguos hablaban de la fuente, el arroyo y el lago, o las raíces, el tronco y las ramas, o a refugiarse cada vez más en la genial categoría de relación prescindiendo de precisar sus fundamentos?

  8.6    Lo mismo: yo supongo que cuando en el microscopio se descubre que el pan no es estrictamente una substancia ni aún en el sentido filosófico, pues ni siquiera es un mixto, sino un conglomerado desorganizado sin unidad, de moléculas sueltas de almidón, sal, celulosa, ... la teología sacramental, sin cambiar el fondo de la doctrina, habrá de preguntarse sobre el sentido objetivo del ser y la substancia del pan y de la teoría de la transubstanciación y precisar allí qué quiere decir, para la teología, substancia y accidente. Aunque esto quizá sea solo un problema de lenguaje filosófico. ¿Y no tendría que agregar a los significados del pan, no solo los que hacen a su constitución química sino a su papel en la historia de la humanización, como permitiendo el paso del nomadismo a la ciudad, en la revolución neolítica, a la socialización, a la división del trabajo, tal cual lo muestra la arqueología contemporánea? ¿No le servirán al teólogo los estudios sobre los espacios multidimensionales, el hiperespacio de Wheeler, para suplir análogamente las categorías de 'empíreo' y de 'evo' con el cual los teólogos medioevales pretendían defender la tangencia a todo espacio del cuerpo de Cristo, de la Virgen, del habitat angélico?

  8.7    Pero, sin duda que, en el campo del diálogo con la ciencia -vía la antropología teológica- los que llevarán el peso del esfuerzo serán los moralistas, la bioética, que se enfrentan no solo con problemas teóricos sino bien concretos y cotidianos. A este respecto me cabe señalar ahora precisamente desde mi cátedra de antropología, la necesidad de afinar la puntería cuando se trata de hablar de la 'ley natural', en la cual la etología contemporánea, a saber, por ejemplo, la sociobiología de Wilson, tiene que ocupar un lugar mucho más importante que el que hasta ahora se le ha prestado. Al mismo tiempo sin caer en el biologismo. Porque más allá de sus programaciones genéticas y somáticas el hombre es un animal esencialmente 'cultural' que debe ser programado desde fuera, con un 'soft' que no surge de sus genes. Y porque, además, su especificidad, lo que le hace hombre, es precisamente su 'racionalidad', su capacidad de entender usar y ¡hasta modificar! la natura.

  8.8     Mientras no se toque el llamado personal de cada embrión ya individualizado a la vida eterna, poner límites a la ingeniería genética, por ejemplo, es como insistir en las famosas acusaciones de Focio a los católicos porque se afeitaban y no dejaban crecer naturalmente sus barbas.

  8.9     En el tema del hombre y la muerte, y sus consecuencias en la escatología, las relaciones del cerebro y la mente, via el hilemorfismo tomista, deben volver a la definición del Concilio de Vienne. No podemos seguir, por ejemplo, definiendo la muerte, como lo hace el catecismo de la Iglesia Católica, con la vieja definición platónica "separación del alma y del cuerpo".

  9.1     Para terminar y resumiendo, digamos que, dejando de lado el aspecto fraudulento de ciertas investigaciones científicas, o el peso sobre la investigación de los intereses de los laboratorios e industria bélica -que en realidad no siempre son obstáculo, sino al contrario, para la investigación-, la ciencia, de por si aporta a la teología su curiosidad permanente por la realidad. A una teología algo exhausta y que parecía contenía verdades definitivas en todos los campos, le contagia el deseo de adentrarse cada vez más en la inteligibilidad de su objeto. Reaviva el espíritu de las 'questiones disputatae' que, en la manualística de la primera mitad del pasado siglo, había quedado reducida a objeciones con letras chiquitas que se enumeraban casi a modo de ejercicios y complementos para rodear la imponente contundencia de la tesis demostrada en las letras grandes del artículo, encabezadas con su inquisitorial nota teológica.

  9.2     Y esta será perenne y caritativa labor de la teología: integrar todos los conocimientos verdaderos con la gran verdad revelada por Dios en Su Hijo Jesucristo y en su Iglesia, aunque en ello tantas veces pueda el teólogo equivocarse. Al fin y al cabo, todos los teólogos, afirmamos de todo corazón: "creo lo que enseña la Iglesia", a pesar de qué no siempre estemos seguros de qué es lo que enseña, y respecto a nuestras pobres aproximaciones a la infinita realidad de lo divino y su creación, podemos decir, junto con todo verdadero científico, como decía San Agustín en el De Civitate Dei: "Si enim fallor, sum". Y yo añadiría: "si enim fallor, catholicus sum".


[1] "Scientia dans sufficientem notitiam de primo Principio seuncum statum viae, secundum quod est necessarium ad salutem" Brev P I c 1 n. 2.

[2] Bunge, Mario, Las ciencias sociales en discusión, Sudamericana (Buenos Aires 2000)

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