2000- Ciclo B
LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
(GEP; 04-06-00)
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 16, 15-20
Jesús dijo a sus discípulos: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán» Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.
SERMÓN
La solemnidad de la Ascensión , en casi todas partes del mundo se celebra -según el cómputo de los cuarenta días que sugiere Lucas , el autor de los Hechos, en la primera lectura que hemos escuchado- el jueves de la sexta semana después de Pascua. El episcopado argentino ha querido que se corriera su celebración al domingo para que no se perdiera su festejo en un día laborable. Esta bien. Aunque hay que decir que, como tal, la liturgia de la Ascensión no pertenece, de por si, a las más antiguas y venerables celebraciones del ciclo pascual, que son sencillamente Pascua y Pentecostés. Recién en el siglo cuarto se extiende su celebración por todo el mundo, aunque siempre con una categoría inferior a las de las grandes solemnidades pascuales. Más aún, a decir verdad, la Ascensión, ubicada a los cuarenta días luego de Pascua, tiende a confundir la idea de la Resurrección. Quien no leyera las escrituras y se quedara solo con el viejo catecismo, tendería a pensar que, después de la madrugada de Pascua, en saliendo Jesús del sepulcro, habría convivido familiarmente con los discípulos todas esas jornadas, en aspecto puramente humano, hasta su ingreso definitivo en los cielos, en donde, finalmente, recién allí, habría adquirido de modo pleno su condición gloriosa. Algo de esta concepción queda todavía en el nuevo Catecismo de la Iglesia, cuando explica el sexto artículo del Credo.
Pero lo que hay que decir es que, de la Asunción, hablan solamente Lucas -tanto en su evangelio como en los Hechos de los Apóstoles- y el apéndice final de Marcos . Por otra parte, solo en los Hechos de los Apóstoles se hace mención a los cuarenta días. En los evangelios, Lucas y Marcos ubican la ascensión el mismo día de la Resurrección.
Los demás autores apostólicos no mencionan nunca una escena de ascensión: hablan de una exaltación que ya es definitiva en la misma Resurrección. Ya sabemos que la Resurrección no es una vuelta a la vida, una mera victoria sobre la muerte biológica, sino una promoción y metamorfosis de todo el ser de Cristo a su estado glorioso. Es, al mismo tiempo, la meta final de la creación, llevada adelante por Dios en el tiempo cósmico, en cuya duración la materia se ha ido plasmando hacia la vida, la vida trepando hacia el hombre y finalmente el hombre, microcosmos, representando a todo el universo, elevándose hacia su encuentro con Dios. Ese encuentro se ha realizado finalmente en el darse a si mismo del hombre Jesucristo sostenido por la hipóstasis del Verbo, y la aceptación de esa ofrenda que hace Dios al recibirlo junto a El.
Es esta aceptación, consagración, que Dios hace de Cristo ofrendado en la cruz lo que le hace ingresar en la esfera divina, en la gloria, transformándolo. Esta transformación está más allá de nuestra experiencia y de nuestros conceptos. Nuestras ideas solo sirven para pensar unívocamente lo que sucede en nuestro espacio tiempo. El cerebro del hombre, para referirse a todo aquello que esté en otra dimensión que la de nuestro mundo, solo puede servirse de términos aproximativos, de comparaciones, de sugerencias, de símbolos, de analogías.
En nuestro estado actual, el acontecimiento de la Resurrección en si mismo no puede ser alcanzado por nuestra mente. Sí, en cambio, puede percibir la tumba vacía, los efectos temporales de esa resurrección en la Iglesia, las 'apariciones' del Resucitado... Pero éstas eran solo adaptaciones, hechas a la medida de nuestros sentidos, de su inalcanzable estado glorioso...
No podemos decir con ninguna precisión como es, como está, qué cualidades tiene Jesús en su estado resurrecto. No lo pudieron decir tampoco los que nos legaron el testimonio de lo visto, oído y vivido en aquellos históricos días. Para explicar la inefable experiencia que habían conocido y tocado, usaron términos e imágenes sacados de la experiencia de Israel o del lenguaje común, y los aplicaron análoga, metafóricamente, a esta inconsueta irrupción de los sagrado en el tiempo. ¿Qué pasó con Jesús? 'Resucitó ', afirman. Aunque la palabra se prestaba a confusión porque podía pensarse en un retorno a la vida como el de Lázaro, o del de la hija de Jairo. Entonces acumulan expresiones complementarias, ninguna de ellas adecuada, todas aproximadas, figurativas: 'fue exaltado' o 'fue glorificado' , 'exaltado sobre todas las cosas' , 'subió al Padre' , 'subió a lo alto' , 'fue elevado' , ' ascendió ', ' pasó ' o 'fue al Padre' , 'está ' o 'se sienta a la derecha de Dios' , 'se le dio el nombre que está sobre todo nombre ', 'se lo hizo Señor' ... No alcanzan las palabras; no hay experiencias conocidas que puedan expresar esta novedad absoluta de la recreación de Jesús... Lucas y Marcos recurren a la imagen de la ascensión -como todavía nosotros lo hacemos en nuestro lenguaje común cuando decimos 'le dieron un cargo más alto', 'lo ascendieron'-; los otros autores de nuestro nuevo testamento recurren a otras expresiones. Pero todas ellas quieren señalar el mismo hecho, por eso no hay distinción real entre resurrección y ascensión. Ambos vocablos quieren designar, con distintos matices, el mismo acontecimiento.
Tampoco hay palabras para esclarecer en qué estado se encuentra ahora el Señor Jesús: no como nosotros, no como antes de la Pascua; no siendo un 'cuerpo psíquico ' -dirá entonces San Pablo- sino 'cuerpo espiritual ', divinizado... Por eso Jesús, desde la metamorfosis de su resurrección y ascensión -imposible de ser entendida por nuestras actuales neuronas- debe "aparecerse" a los discípulos. No es que 'venga' a los discípulos en desplazamiento físico -ya que por su nuevo estado Jesús es de por si tangente a todos los tiempos y lugares del universo- sino que 'se revela' -paradójicamente velándose-, adaptándose momentáneamente a los sentidos de los discípulos. Como, de otra manera más permanente y misteriosa, lo hace ahora, mediante el pan y el vino de la eucaristía.
De allí se explica que el mismo Lucas que, en el evangelio, ubica la figura de la ascensión el mismo día de Pascua, en los Hechos de los Apóstoles -primera lectura- lo haga, aparentemente cuarenta días después.
Es que, por una parte, Lucas sabe que, después del vaciamiento de la tumba, hubo un tiempo relativamente indefinible en que abundaron las apariciones de Jesús resucitado -¡y ascendido!-, apariciones que luego casi cesaron del todo (y eso, de alguna manera, había que señalarlo) y, por otro lado, cuando escribe los Hechos de los Apóstoles -es decir no ya la historia de Cristo , como lo había intentado en su evangelio, sino la historia de la Iglesia -, quiere dejar claro que se inaugura con ella un nuevo modo de presencia del Señor, a través del Espíritu, donde no hay que esperar ya más apariciones ni revelaciones ni órdenes del cielo. Todo ya ha sido dicho y es en la voz de la Iglesia vivificada y movida por el Espíritu, manifestado en caridad, vivido en eucaristía, donde los hombres han de encontrar a Cristo. Si bien aún mucho después de esos cuarenta días, seis años luego, Lucas describe otra aparición del Resucitado: la de Pablo camino a Damasco.
Es que los cuarenta días para Lucas son también simbólicos -de hecho hay otras tradiciones no canónicas que hablan de más días o de menos días-. Los cuarenta días no solamente recuerdan los que pasó Jesús de preparación en el desierto, antes de iniciar su misión, de anunciar el reino, sino que eran las jornadas docentes que los rabinos consideraban indispensables para brindar una enseñanza a sus alumnos. Esos cuarenta días representan pues, en Lucas, la preparación que el Resucitado imparte a los suyos -' por medio del Espíritu Santo ', recalca- antes de encaminarlos a la misión. Pero ahora, ¡basta de apariciones!, ¡basta de estar esperando sucesos extraordinarios, intervenciones divinas mirando al cielo!, dice nuestro evangelista. El tiempo que ahora se inaugura, el de la Iglesia, el de la vida de los cristianos, es tarea y misión... No vano ni falso misticismo, sino prédica valiente, apoyo a los hermanos, instauración del reino, fatiga que da frutos...
Quizá la fiesta de hoy, de por si redundante respecto a la Pascua, a la vez que nos señala que toda acción cristiana debe estar basada en la convivencia con el Resucitado mediante la oración y los sacramentos, -esos cuarenta días simbólicos de Lucas previos a toda cristiana acción-, en una época como la nuestra tan afecta a andar en búsqueda de lo extraordinario, de videntes, de apariciones, de mensajes del cielo, de milagros falsos o verdaderos, a la vez, digo, quiere apartarnos de toda esa incierta religiosidad, de toda confusión del cristianismo con lo portentoso y mágico, con videncias y visiones, y llevarnos a una sólida fe alimentada en la Escritura y la enseñanza de la Iglesia, manifestada en obras, vivida en comprometido y sencillo amor a los demás, en misión gozosa y peligrosa, en ardoroso cansancio y en valiente coraje... mirando siempre hacia lo alto, lo noble y el cielo, pero con los pies bien firmes en el tierra y en la desafiante realidad de este mundo difícil, nuestro camino de ascenso hacia Jesús.