Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

2001- Ciclo C

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
(GEP 27-05-01)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 24,46-53
Y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto". Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.

SERMÓN

No ha de haber nadie de mediana cultura, en nuestros días, que, al menos a través de artículos periodísticos ;como el que ha salido hoy en La Nación; no esté enterado de la teoría de la expansión del universo y de su inicio en el célebre Big Bang, hace 15 o 20 mil millones de años. En la mente de la gente, dicha doctrina tiene algo que ver con Stephen Hawking el famoso científico discapacitado de Cambridge, o cuanto mucho con Hubble ;en honor al cual gira con su nombre alrededor de la tierra el más potente telescopio del mundo;. Otros nombres como el de Wilson , Eddington , De Sitter , Reeves , Friedman , y tantos más quedan solo como patrimonio de los eruditos. Sin embargo es sorprendente el que, aún en libros de cierto nivel de divulgación, un nombre sea sistemáticamente silenciado cuando se hace referencia a estas teorías. Precisamente el nombre del primero quien, en 1927, inventó y elaboró de modo científico este nuevo modelo cosmogónico. Nada menos que un apreciadísimo discípulo de Einstein y de Eddington, el Doctor en Ciencias Matemáticas y Físicas belga, George Lemaître . Claro, el pobre adolecía de un grave defecto: era católico y, además, sacerdote. Eran épocas en que la masonería mundial aún batía el parche, a pesar de la pléyade de científicos católicos y religiosos que hacían avanzar los conocimientos científicos en todos los frentes, de que existía un conflicto, un abismo insalvable entre la ciencia y la religión católica. Yo mismo recuerdo haber devorado, en mi juventud atea, libros con títulos semejantes a "La ciencia desmiente a la religión" o "Los científicos desnudan el fraude religioso", algunos de los cuales debo tener todavía por allí en mi biblioteca. Claro, el procedimiento era muy fácil y siempre el mismo: primero exponían una versión caricaturizada y mendaz del dato religioso que la gente ignorante tomaba como doctrina católica y, luego, la contraponían a datos científicos que la desmentían. (Entre nosotros: a ciertos niveles todavía hay formas de exponer la fe tan pueriles que son verdaderamente un 'pelotazo en contra'.) De todas maneras nunca hubo entre la Iglesia oficial o teólogos serios y los verdaderos científicos ningún hondo conflicto. Baste recordar que la primera academia internacional de ciencias fue fundada con su nombre actual ; Academia Pontificia de las Ciencias ; en 1847 por Pío IX . Y ésta no era sino la continuación de la famosa "Academia dei Lincei" o "Academia de los Linces", organizada en Roma ya en 1603. Ni mencionemos el diálogo y promoción constante de las ciencias que, desde los primeros siglos, a través de escuelas episcopales y universidades, difundió durante toda su historia la Iglesia Católica.

George Lemaître había nacido en Charleroi, Bélgica a fines del 1894. Primero estudiante de ingeniería, interrumpidos sus estudios por la guerra, obtuvo en 1920 el grado mencionado más arriba. Mientras tanto se le despertó la vocación sacerdotal. Cursó estudios en el seminario de Malinas, donde fué ordenado sacerdote en el año 1923. De allí partió a Cambridge donde recibió las enseñanzas que dictaba Eddington , el gran astrofísico y filósofo de la ciencia británico, con quien; hasta el 44, año de la muerte de éste; se mantendrá luego en permanente relación. En 1924 lo encontramos en Norteamérica, donde trabajó en el Observatorio de Harvard. En 1925 escuchó el decisivo anuncio de Hubble informando sobre el descubrimiento de las cefeidas de Andrómeda. (Vds. saben que es recién a partir de este descubrimiento como se pueden calcular las distancias siderales del cosmos más allá de los métodos geométricos aproximados que se utilizaban hasta entonces usando como base trigonométrica el diámetro de la órbita de la tierra alrededor del sol.)

Mientras tanto Lemaître había asimilado brillantemente la teoría de la relatividad de Einstein transformándose en uno de sus más fervorosos discípulos. Pero había algo en el modelo einsteniano que no convencía a Lemaître. Si bien Einstein había echado por tierra el infinito espacio euclidiano y postulaba un universo curvado sobre si mismo y, por ello, aunque ilimitado, finito ;a la manera de la superficie de una esfera;, estaba emperrado, contra De Sitter ;astrónomo holandés que sostenía que el cosmos debía estar en contracción o en expansión, pero no estático; en que el Universo era tal y como lo habían descrito hasta entonces la mayoría de los astrónomos, es decir estable e inmutable, isótropo (igual en todas direcciones) y homogéneo (igual en cada uno de sus puntos).

Pues bien, es Lemaître quien ;a partir de las observaciones realizadas hasta ese momento, el descubrimiento de las cefeidas y utilizando rigurosamente las complejas fórmulas matemáticas de la teoría de la relatividad, combinándola con la cuántica de Planck ; expone por primera vez en la historia la que el llama "Hipótesis del átomo primitivo". Precisamente un único 'quantum' sin tiempo y sin espacio; que luego Hawking denominaría singularidad inicial; a partir del cual se habría desarrollado en continua expansión y multiplicación cuántica nuestro universo.

Lemaître finalmente logró convencer al mismo Einstein, quien afirmó más tarde que su hipótesis del universo estático había sido uno de los más graves errores de su carrera.

A pesar de que los artículos de Lemaître se difundieron por todo el mundo científico la muerte lo sorprendió celebrando la santa Misa en 1966 siendo ignorado por el gran público. El periodismo no se dignó anoticiar al lector común que él era el descubridor del más espectacular de los cambios en la historia de la cosmogonía desde las épocas de Aristarco de Samos y Ptolomeo , más importante todavía que la revolución de ese otro gran sabio, sacerdote católico polaco, Copérnico , que había difundido y elevado a nivel científico la doctrina de la tierra girando alrededor del sol.

En efecto, desde el incontrovertible hecho de que, desde hace 15000 millones de años, el universo, compuesto de billones de estrellas y de enjambres de enjambres de galaxias, se encuentra en continua expansión, produciendo, en sus fabulosas entrañas de energía y de materia mutante, no solo la danza feérica de los elementos y los astros sino, a partir de hace cuatro mil millones de años, el pulular de la vida y finalmente la aparición del hombre, a nadie se le escapa que, acotado por el tiempo y el espacio, este fenomenal proceso exige a cualquier mente que piense el porqué, el de dónde y el hacia donde o el para qué de todo este movimiento.

(Al respecto también vale la pena registrar que uno de los primeros a la vez divulgadores de esta teoría de la expansión como de sus implicancias filosóficas fue nuestro gran Lepoldo Marechal en su cuento "Cosmogonía elbitense", publicado en su "Cuaderno de navegación"; editorial Sudamericana 1966; cuando todavía nadie hablaba del Big Bang.

Que todo haya convergido hacia la aparición del hombre en este minúsculo rincón del universo que es el grano de polvo de la tierra ya es teoría aceptada por casi todos a partir de Brandon Carter y difícilmente pueda hoy discutirse.

Pero justamente éste es el punto en donde se abren los interrogantes más acuciantes. Si todo este maravilloso proceso de cosmogénesis, de expansión y evolución, converge en el hombre, en la aparición del ser humano con su autoconciencia, su percepción del ser, sus deseos de infinito y al mismo tiempo su certeza de muerte, ¿acaso ésta no arroja sobre todo el proceso la lápida del sin sentido, del para qué de tanto esfuerzo, de tanto despliegue, de tantos miles de millones de años de fuegos artificiales de materia y energía, de lucha por la subsistencia, de crecimiento, de pasmosamente inteligente crecimiento de la complejidad? Si hay muerte, acabose, ¿para qué todo este 'despiole' cósmico; diría un porteño-?

Y, por más que dejáramos de lado el destino de los individuos y forjáramos una teoría de un crecimiento aún mayor en el cual la humanidad alcanzaría, en el futuro, soberbios progresos mediante la técnica, la ingeniería genética, el crecimiento cerebral, el dominio de su entorno y aún la colonización de planetas y lejanas estrellas, el hecho de que toda esta cosmogénesis; según los mismos datos científicos; un día barrerá todo en evaporación, en cero absoluto, en degradación de la energía, en desgaste definitivo de las estrellas, en oscuridad perenne, ¿no vuelve otra vez a condenar al absurdo todo este proceso?

Es evidente que, para el sabio menos perspicaz, si el cosmos, el universo, sistema cerrado, curvado sobre si mismo, finito, y al mismo tiempo que se gasta y envejece, queda aherrojado en su propio límite, en su inmanencia, no hay progreso científico ni ideología ni religión panteísta que pueda salvarlo de la catástrofe final. Tanto menos de nuestras cercanas catástrofes individuales.

Precisamente la solemnidad de la Ascensión ;que este domingo explicita un aspecto de la Pascua que desde hace siete domingos venimos celebrando; nos habla de esa abertura que, para el sistema cerrado de este cosmos, representa la Resurrección de Cristo. Ella es la ruptura del límite de este eón, de esta cápsula creada en donde se desarrolla nuestra historia, de este espacio y este tiempo que ha ido generando; gastándose a si mismo al desarrollarse; la 'singularidad' de Hawking, el 'átomo primitivo', el 'quantum' de Lemaître. Hablar de salvación que, hasta hace poco parecía pertenecer exclusivamente al ámbito de lo religioso, ya se hace propio de la ciencia. El universo postula ser salvado de su destino natural, de su cáncer de entropía en aumento... Dentro de lo natural, de lo cósmico, nadie puede tirarnos el salvavidas, el lazo, el suplemento de energía y de vida capaz de obviar nuestro trágico fin.

Solo Aquel que la existencia contingente del átomo primitivo postula como su creador y hacedor ;si torpemente no lo identificamos con éste, como lo hacen ciertas religiones orientales o contradictorios ateísmos; puede, desde su infinita fuente de energía y poder, rescatarnos, redimirnos del límite. Eso quiere significar Lucas en estas escenificaciones que figuran tanto al final de su evangelio como al comienzo de los Hechos de los Apóstoles y que representan a Cristo destruyendo el confín de este universo, ascendiendo hacia lo uránico, al cielo, al hiper-cosmos , como afirmaban los padres griegos, a lo sobre-natural, como tradujo Occidente.

Con esta solemnidad de la Ascensión ;reduplicada en la Asunción de la Virgen; se cierra el significado, en Cristo y María, de su acontecer pascual: esa Resurrección que no es un mero volver a la vida, sino un definitivo vencer a la muerte, al límite, en el ascenso definitivo de la creación representada en sus humanos cuerpos al vivir perdurable e ilimitado de lo divino. La Ascensión es la última etapa de la expansión del cosmos, de la evolución del universo, del crecimiento de la vida, del progresar de la historia. Pero ya no desde los recursos consumibles y restringidos de este mundo, del combustible agotable y perecedero de este cosmos, sino de la energía inagotable que desciende del cielo, desde ese "santuario no erigido por manos humanas" como leímos en la segunda lectura, de "la fuerza recibida de lo alto".

No es la medicina la que nos salvará, ni la justicia social, ni el megacanje, ni la honestidad de los gobernantes, ni los milagros de los economistas, ni las arengas y denuncias de los 25 de Mayos, ni las inversiones extranjeras, ni los descubrimientos de la ciencia... La Pascua, la Ascensión, nos hablan de que el único progreso que es capaz verdaderamente de redimirnos, de llevarnos a nuestro verdadero fin, de explicar el sinsentido natural de nuestra vida encaminada a la muerte, es el poder de Dios, su gracia hipercósmica, su amor recreador, al cual la Iglesia, predicando el evangelio, siendo sus testigos, nos invita a conectarnos como a auténtica fuente de vida e inmortalidad, en la alegría ;bajo cualquier circunstancia personal, social o política; de la fe, la esperanza y la caridad.

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