2003- Ciclo B
LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
(GEP 01/06/03)
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 16, 15-20
Jesús dijo a sus discípulos: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán» Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.
SERMÓN
La medicina tiene la virtud, en los neologismos que inventa para su lenguaje científico, de hacernos recordar viejas raíces de nuestro idioma castellano. Por ejemplo en los términos 'colostomía' o 'celíaco'. Ambos términos tienen que ver con el antiguo vocablo griego koilía que significa 'curvatura', 'oquedad' y, de allí, 'vientre' y, por metonimia, 'entrañas', 'intestino'. El vientre vaciado recordaba el fondo de una nave o una caverna. Por ello kóilos , de koilía, termina por designar todo lo profundo, lo hueco, lo acampanado, lo cóncavo. Kóilos pasó así al castellano, a través del latín, a la palabra 'cielo', ya que éste se entendía como una inmensa concavidad, vientre: la parte superior de la cáscara de un huevo, que cubría la superficie plana de la tierra. De allí pasa también al color 'celeste', color del cielo, celestial.
De todos modos al cielo -en el idioma griego que utiliza el nuevo testamento- se le llamaba ouranós o Urano , que comparte con el sánscrito Varuna , el 'dios-cielo' de los vedas, la raíz indoeuropea ' var' , -de donde también deriva 'varón'- y significa 'cubrir', 'abrazar'. Urano cubre la tierra, la abraza, con su bóveda. Para Homero Urano era la mitad hueca de una inmensa esfera que descansaba sobre pilares y era sostenida por la espalda de Atlas , el titán condenado a ello por Zeus . Para que no se moviera, Perseo , a su regreso de decapitar a la Gorgona , la Medusa , le presentó la cabeza y Atlas, como todos los que la miraban, quedó transformado en roca. Desde entonces el cielo aparece inconmovible.
Los judíos, como los cananeos y mesopotámicos, tenían una concepción semejante. La tierra había emergido del agua como una especie de disco asentado en columnas sobre el abismo. Sobre la tierra, también en forma de campana, de fanal cóncavo, se hallaba el 'firmamento', al cual estaban prendidas las estrellas, el sol y la luna. Arriba del firmamento, todavía, burbujeaban amenazantes las aguas primordiales, caóticas, que, abiertas las compuertas celestes, eran capaces de precipitarse sobre la tierra en forma de diluvio, anegándola.
Pero es claro que, avanzada la astronomía, esta sola semiesfera no alcanzaba a explicar todos los movimientos astrales, sobre todo los de los planetas, con sus órbitas errantes distintas a la de las estrellas. Así que los grandes astrónomos de la antigüedad - Pitágoras , Eratóstenes , Ptolomeo - postularon la existencia de distintos cielos o esferas, cada una de las cuales sostenía uno de los cinco planetas conocidos, hasta el cielo más externo, el de las estrellas, que era el último.
En realidad con eso se cerraba el universo, el cosmos y también lo divino, ya que, para la antigüedad, Dios se identificaba con la totalidad del universo, desde el último cielo hasta la tierra. El cielo hacía las veces de alma de dios, la tierra de cuerpo. Urano, el cielo y Gea , la tierra eran las supremas divinidades, en realidad dos aspectos de lo divino, del Todo.
Cuando los hebreos llegan a la novedosa conclusión de que el cielo y la tierra no eran dioses sino cosas, criaturas, y que Dios, el creador, era distinto al universo, imaginativamente tuvieron que ubicar su suprema trascendencia o diferencia declarándolo 'más allá' o 'más alto' que los cielos. 'El Altísimo' creador de cielos y de tierra, de Urano y de Gea, habitaba, más allá de todo, exterior, superior a la última esfera, en un cielo propio, en realidad, el único verdadero Cielo.
Por supuesto que todos sabían que Dios estaba allende todo espacio y no se ubicaba estrictamente en ninguna geografía, así como tampoco era medido por el tiempo. Aún cuando finalmente podía admitirse poéticamente que habitara el o los cielos o que permaneciera en su eternidad, todos sabían que ni cielo ni eternidad ubicaban ni medían a Dios, sino que, en todo caso, se identificaban con Él. Dios no está en ningún lugar; tampoco lo mide la eternidad. Dios simplemente es. Y desde su ser trascendente sostiene y domina todo tiempo y todo espacio, más allá y más acá, de ellos.
Pero las mismas expresiones 'más allá', de cuño espacial, o 'antes y después', de cuño temporal, no tocan a Dios. En realidad, ya sabemos que no existe un 'antes y después' del universo, ya que el tiempo no tiene sentido fuera del mundo creado. Tampoco un más allá, porque, estrictamente, el espacio, la distancia, solo tiene significado en el universo de la materia. Dios no está , sino que es en Si mismo; y, creadoramente, en todo lugar y todo tiempo.
Aún desde el punto de vista de la física moderna, hablar de tiempo o espacio no quiere decir nada antes del límite o barrera de Planck , 10 -43 segundos inmediatamente después del Big Bang. Previamente no existe ni lugar ni duración que la física pueda explorar. Ni tampoco tiene significación hablar de 'fuera' del universo, porque sabemos que éste, aunque finito, es ilimitado, a la manera de la superficie de un globo, en donde uno puede caminar siempre en línea recta sin encontrar frontera alguna. También en las cuatro dimensiones del Universo, si uno partiera en línea recta, según los postulados de Einstein, tarde o temprano, sin encontrar límite alguno, volvería al mismo lugar de partida. No existe, espacialmente, un 'adentro' y 'fuera' del cosmos.
No con esta terminología, pero en su reflexión puramente filosófica, de sentido común, aunque pudieran usar poéticamente el término 'cielo' para ubicar a Dios, tanto los teólogos judíos como los cristianos, supieron siempre que Dios superaba totalmente nuestras categorías espaciales y temporales y que si, para no mencionar el nombre de Dios en vano, se lo suplantaba con el término Cielo -como hace Mateo cuando en vez de hablar de reino de Dios habla de reino de los cielos- era porque el cielo, estrictamente, no es ningún lugar, ni tiene nada que ver con el arriba y el abajo, sencillamente se identifica con Dios.
La forma pictórica, simbólica con la cual hoy, por ejemplo, nuestro teólogo Lucas , en la primera lectura, habla de la ascensión al cielo de Jesús-el griego original, como dijimos, utiliza el término ouranos - nada tiene que ver con un viaje espacial. Tiene rasgos definidamente simbólicos, extraídos del vocabulario apocalíptico de la época: el ascender, las nubes, las vestiduras blanca, los ángeles.
Así hay que entenderlo. Y, de un modo plástico, convencional, simbólico, Lucas nos dice lo que de otra manera expresa Pablo cuando afirma que J esús fue sentado a la derecha del Padre , o exaltado más arriba de todos los cielos , o elevado por encima de todo principado, potestad y dominación, tanto en este mundo como en el futuro , o coronado Señor del universo o puestas todas las cosas bajo sus pies . O, a la manera como Juan entiende simplemente la Resurrección: no una mera vuelta a la vida, como Lázaro, sino una promoción, superadora de lo humano, en donde lo humano de Jesús, el hijo de María, alcanza su dignidad plena de Hijo de Dios, unido hipostáticamente al Verbo y, superando el tiempo y el espacio, se hace dominador de todos los tiempos y todos los espacios y presente a todos ellos.
Es lo que escuetamente afirma Marcos en nuestro evangelio de hoy: "después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra ..."
Pero lo llamativo es que Marcos coloque esta escena el mismo día de la Resurrección.
El mismo Lucas, en su evangelio, su primera obra, algunos años anterior a la de los Hechos, también coloca esta despedida, separación, el mismo día de la Resurrección. Mateo ni siquiera se refiere a la Ascensión: habla solo de una despedida esa misma tarde de domingo y de la promesa: " he aquí que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo ".
¿Por qué, pues, Lucas, en los Hechos, a diferencia de su evangelio, tiene necesidad de hablar de cuarenta días entre Resurrección y Ascensión y expresar la idea de ésta última de un modo tan gráfico, tan casi cinematográficamente descriptivo?
Es que, cuando Lucas escribe los Hechos de los Apóstoles, todavía hay muchos cristianos -estamos hablando de la tercera generación de cristianos- que sueñan con apariciones de Jesús, que están a la expectativa de cuanta revelación privada, visión, sentimiento eufórico, milagros -a la manera como los promete Marcos- puedan ayudarlos a vivir cristianamente. Como tantos católicos actuales que intentan alimentar su fe no del estudio, la oración y la ascesis, sino de cuanta aparición, imagen que llora o que sangra, hechos prodigiosos, videntes que hablen en nombre de Dios o de Jesús o de la Virgen que anden por ahí: desde renombradas videntes del barrio norte a apariciones en la Pampa o en Salta, o en Yugoslavia o en Taiwán...
Por cierto que bien dueño es el Señor y la Santísima Virgen de aparecerse dónde y cuándo quieran. De hecho Jesús se apareció a Pablo camino a Damasco varios años después, todavía, del límite que Lucas intentó poner con la Ascensión. Y la Iglesia, ha tolerado -y alguna vez promovido- ciertas devociones nacidas en torno a algunas visionarias, como las de Lourdes o Fátima, sin, por supuesto, obligar a nadie a creer en ellas. Cada cristiano tiene frente a todo eso el derecho y el deber de opinar prudentemente.
Pero Lucas quiere terminar entre sus comunidades con esta búsqueda de la experiencia, de lo mágico, de lo maravilloso. Así no hay posibilidades de fundar una sólida fe basada antes que nada en la inteligencia y la gracia del Espíritu, y ejercida virilmente en caridad.
Desde la Resurrección, terminada la estadía terrenal de Cristo, comienza la historia de la Iglesia y, aunque la presencia de Cristo sea real y se haga especialmente tangible, como dice Lucas, en la fracción del pan -la experiencia de los discípulos de Emaús-, la de la Iglesia, ahora, es la época del Espíritu Santo. Jesús se hace presente en el Espíritu Santo. En la enseñanza de la Iglesia, en la predicación de los cristianos, en la guía de sus pastores, en el testimonio de sus santos. Basta de búsqueda de lo extraordinario. " Hombres de Galilea ¿porqué seguís" como bobos "mirando al cielo ?" Ellos tienen que dejarse de fastidiar con todas esas cosas raras y cumplir con el mandato de Jesús: "recibiréis la fuerza del Espíritu Santo... y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra"
Con los cuarenta días que Lucas interpone antes de la Ascensión blanquea todas las experiencias visionarias que puedan haber tenido los cristianos en los primeros tiempos de la Iglesia y canoniza solamente la de los apóstoles -al fin y al cabo, cuarenta eran los días que un discípulo de un rabino debía estar con él previo a ser ordenado a su vez rabino, cuarenta los años pasados por Israel en el desierto, cuarenta los de la oración de Moisés en el Horeb, cuarenta los días de Jesús en el desierto ... - Pero ahora, ¡basta!, a trabajar por el reino. Ya todo está dicho, todo está sabido, la revelación -como enseñó luego la Iglesia- se cerró con la muerte del último de los apóstoles. Ahora solo hay que confiar en la luz que, para entenderla, pueda prestarnos el Espíritu Santo, empujando nuestra inteligencia, no nuestra sensibilidad o imaginación; y en la fuerza que nos preste para manifestar nuestras convicciones y mantener nuestra conducta, aún hasta la muerte.
Por eso a los 'discípulos' desde ahora Lucas los llamará 'apóstoles'. Piensen Vds. que, en los evangelios de Mateo, Marcos y Juan, el término apóstol aparece una sola vez. Es Lucas el que le da importancia, haciéndolo aparecer seis veces en su evangelio y 28 en los Hechos de los Apóstoles. Con Jesús fueron discípulos ; pero desde la Ascensión, llevados ahora por el Espíritu, son sus apóstoles , sus emisarios, sus representantes, sus enviados. Cristo llega a los suyos no a través de apariciones o revelaciones privadas ni devociones o fervores exaltados, sino a través de la Eucaristía celebrada por sus enviados y de su Evangelio hecho palabra en su magisterio, todo vivificado por la epiclesis, por el Espíritu Santo.
La Ascensión resulta así la inmediata preparación a la comprensión de Pentecostés, del nacimiento de la Iglesia, de la misión de los apóstoles; de la condición de discípulo de todo cristiano, sí, pero también de su responsabilidad de enviado, de misionero.
Si en todos los evangelios, pues, la ascensión a los cielos, explicita antes que nada nuestro destino de trascendencia, nuestra esperanza de cielo, nuestro posibilidad de acceder a la vida eterna, a la existencia de Dios, ya realizada en la humanidad de Cristo; en Lucas ,y especialmente en su relato de los Hechos de los Apóstoles hoy escuchado, la ascensión quiere ser instancia a una fe más madura, vivida en Jesús, como hermanos y discípulos sentados a su mesa, pero preparándonos lúcidos y fuertes -"podéis ir en paz"- para salir con misión de enviados. A la cintura, la espada del apóstol y, en el pecho, el coraje del Espíritu.