1971- Ciclo C
LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
(GEP 23-05-71)
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 24,46-53
Y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto". Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.
SERMÓN
Después de la Misa y sermón del domingo pasado, un joven vino a verme a la sacristía. Me manifestó que, a pesar de que en general no estaba en desacuerdo con las cosas que predico, notaba que no me había oído nunca hablar del problema o de la cuestión social y me pedía que lo hiciera.
En fin: a mí no me cuesta nada hablar de lo social. Cualquier persona que, con un puñado de grandes frases y un mínimo de retórica, se dedique hoy a "denunciar" -como gustan decir- las injusticias, a señalar la discriminación racial, la explotación obrera, el subdesarrollo de los pueblos, el militarismo, el hambre, las villas-miseria, el tercer mundo, el imperialismo... tiene todas las posibilidades de recoger el aplauso de los más, y obtener una entrevista en Primera Plana o en Gente . Claro, no sé si a mí me daría el cuero para hacerlo bien; pero, es indudable que un orador, cuanto más sepa utilizar la fraseología de moda, más posibilidades tiene de alcanzar un cierto éxito o renombre.
Empero, se da el caso -y Uds. sabrán perdonar el que haga entrar en los sermones mis gustos particulares- que abomino de todo lo que sean modas, y siempre he sentido repugnancia por el espíritu gregario.
Por otra parte, nadie puede hoy quejarse de la falta de sacerdotes dedicados a los social: sacerdotes obreros, sacerdotes guerrilleros, sacerdotes firmantes, sacerdotes renunciantes, 'protestantes', tercermundistas, "comprometidos", modernos. Están al alcance de cualquiera. En la viña del Señor tenemos hoy para todos los gustos. Basta buscarlos.
Otrosí: cualquiera puede ver que la cuestión social ha sido abundantemente tratada en los últimos tiempos por el supremo magisterio de la Iglesia. Baste, por ejemplo, referirme a la Carta Apostólica que SS Pablo VI ha escrito hace poco, en ocasión del octogésimo aniversario de la estupenda Encíclica social de su predecesor, León XIII , Rerum Novarum.
La Iglesia nunca ha descuidado los problemas temporales. Sabe muy bien la importancia que ellos tienen para el desarrollo de una auténtica vida cristiana.
Pero la Iglesia nunca ha tenido la intención de transformarse en una promotora social, ni en una FAO, ni en una ONU, ni en un sindicato. Ella no puede reducirse a ese papel. Ni siquiera puede conceder a dichos problemas una importancia desmesurada en desmedro de lo más medular de su mensaje evangélico.
La Iglesia, ante todo, viene a anunciarnos el advenimiento del Reino de Dios a nuestros corazones; viene a proclamar jubilosa que Cristo ha muerto por nosotros y resucitado.
Hoy, fiesta de la Ascensión, canta la alegría de saber que Jesús, Dios y hombre, ha ingresado al Cielo con su cuerpo, desde donde vendrá por segunda vez, a instaurar definitivamente su Reino de justicia y de paz.
Es claro, como nosotros somos tan modernos e inteligentes, y nadie nos engaña ni nos hace creer lo que no vemos con nuestros ojos, microscopios y catalejos, es más fácil hablar de la concretísima sordidez de una villa de emergencia que de esta extraña historia de una Señor que se eleva a los cielos y es tapado por una nube.
Ascensión de Salvador Dalí, 1958
Pero, los apóstoles nunca temieron publicarlo y, con eso, convirtieron un imperio, forjaron una civilización, transformaron un mundo. ¿Qué conseguimos hoy, callando por vergüenza las realidades sobrenaturales, haciéndonos los inteligentes y razonables, siguiendo las corrientes y asimilándonos al mundo y a las modas? ¿Dónde está esa sociedad cristiana que ya deberíamos haber convertido con nuestro moderno lenguaje y el ejemplo de nuestras fáciles y simpáticas costumbres?
Sí, podemos hablar de lo social y hacer revoluciones. Pero ¿quién podrá resolver con cambios de estructuras el problema del hombre, el misterio espantoso de la muerte? ¿quién podrá, con ello, iluminar los ojos de los enfermos, llenar el vacío de los solitarios, hacer cantar de esperanza a la vejez, alegrar el corazón de aquel a quien nadie quiere, explicar las lágrimas de los niños y el llanto de las entrañas de las madres?
Podremos echar a todos los patrones y a los ricos de sus puestos, y poner en su lugar nuevos patrones y hacer nuevos ricos. Podremos repartir entre todos matemáticamente los bienes materiales que nos ofrece hasta el hartazgo este nuestro mundo moderno. Pero, ¿quién extirpará con ello el egoísmo y el orgullo del corazón del hombre? ¿quién iluminará esta corta carrera que corremos en la tierra, dándole sentido? ¿quién le hará levantar al hombre la vista y mirar hacia arriba? ¿quién le hará amar a Dios y al hermano, quién lo ayudará a perdonar y a olvidar, quién le hará entender y llevar el valor de sus inevitables cruces?
Cristo no vino a predicar revoluciones externas. Vino a enseñarnos a hacer la mucho más difícil revolución de la interioridad. No vino a prometernos el paraíso y la utopía en este mundo, sino a elevar los ojos al Cielo y aspirar a la eternidad. No vino a salvar a una "humanidad" anónima, futura e hipotética, sino a llamarnos a cada uno por nuestro nombre, ahora, hoy. No a huir del sufrimiento y la pobreza, sino a llevarlos con él, en la desnudez de su Cruz.
Pero, es justamente en la esperanza de la eternidad, en la certeza del infinito cariño del Padre por cada uno de nosotros, en la serena paciencia de la Cruz cristiana, cómo el hombre -muerto al desesperado afán de agotar los efímeros placeres de esta vida- podrá instaurar, aún en esta tierra, una sociedad de justicia, de paz y de auténtico amor.
Busquen primero el Reino de Dios, miren a Cristo que sube a los cielos, y todo lo demás se les dará por añadidura.
[Acompañemos también hoy, en la oración, a esta pareja que tiene la dicha de festejar sus bodas de plata. Y aceptemos de ellos agradecidos su ejemplo y el testimonio de sus vidas consagradas a la búsqueda de los auténticos valores y del amor.]